Luego de los conciertos que dio hacia fines del último año en el Movistar Arena, Ricky Martin regresó a la Argentina para cerrar en diferentes escenarios su tour sinfónico. En esta etapa, la gira incluye espacios más grandes y al aire libre. Algo así como una versión XL. Este jueves fue el turno de su actuación porteña, en la cancha de Vélez, y como era de esperar, el astro portorriqueño sedujo a esa audiencia mayoritariamente femenina.
El calor de estos días no es el único que tiene el poder de derretir. Ricky también sabe hacerlo con sus canciones, más allá del formato que elija. Quizá se pudo pensar que en las primeras presentaciones con este formato orquestal su público podía contar con ese plus de atracción en la propuesta. Pero la cita en el estadio José Amalfitani probablemente haya estado más centrada en la figura del cantante y en su repertorio de hits. El clima de estadio predispone al público de otro modo, ya desde el momento en que, en muchos casos, hay que hacer largas caminatas hasta llegar a la ubicación comprada, y varias filas en los ingresos, frente a los controles. Las noches de recitales en estadios tienen su propia dinámica, más allá de lo que cada artista tenga para mostrar. El ingreso, especialmente a los sectores VIP frente al escenario, demoró media hora el inicio del espectáculo. Aunque esto seguramente fue un calculo previsto por los organizadores ya que a las 21.30 en punto los músicos de la banda de Martin y los de la orquesta aparecieron para ocupar sus lugares y afinar sus instrumentos. Enseguida comenzó a sonar “Pégate” con toda su potencia y el anfitrión ganó el escenario, vestido de negro y con un saco que le duró apenas unos segundos, ya fuera por el calor o porque así lo indicaba el guión de la puesta en escena.Ads by
Hace un tiempo se acuño la frase que dice que los 40 de hoy son los 30 de hace algunas décadas. Lo mismo pasa con los 50 y esa necesidad de mantenerse siendo cuarentón, aunque sean pocos los privilegiados que puedan asumir ese rol. Ricky Martin es un galán que ya pisó los cincuenta y los vive como alguien de treinta y pico o cuarenta. Y en eso quizá resida el hecho de que haya un público integrado mayoritariamente por mujeres de su generación, pero con muy buena participación de chicas algunas décadas menores.
Entre las pocas palabras que pronunció, dijo que las noches que pasa sobre escenarios argentinos siempre son mágicas. Aseguró que siempre se lleva miradas y sonrisas. Que hay en sus recitales un amor mágico y adictivo y que esa noche entregaría alegrías y tristezas, además del talento de los músicos argentinos de la orquesta que lo acompañaban, con dirección de Ezequiel Silberstein.
Claro que el eje de toda esta cuestión fue en todo momento el astro de la canción pop y su repertorio, que contó con una docena y media de temas. Como ha sucedido en otros escenarios, la exposición sinfónica es la excusa para el reencuentro. Pero no tiene relevancia para el público cuando la banda del cantante ejerce una presión acústica que deja en un segundo plano cualquier sutileza orquestal. Todo dependerá desde donde se mire (en realidad, se escuche). Porque para Ricky Martin sí que hay un desafío en este proyecto. Es el de sonar en un marco diferente, aunque su banda se termine imponiendo, solo por cuestiones de criterios de amplificación, a la masa orquestal.
Si hubiera que describir este espectáculo según su intensidad, la calibración mostraría tres segmentos: rápidos, lentos, rápidos. Es decir, tres momentos bien diferenciados, como si fuera una larga obra de para instrumento y orquesta. Una apertura con temas poderosos y de ritmos contagiosos que desemboca en un segundo movimiento de medio tempo y baladas (“Fuego de noche, nieve de día”, “El amor de mi vida” y “Te extraño, te olvido, te amo”). Más tarde, el arjoniano “Asignatura pendiente” y “Vuelve”, dos piezas que sirven de interludio, antes del tercer momento de la noche, ese otro Allegro Molto Vivace con títulos como “Livin’ la vida loca”, “Vente pa’ca” y “La copa de la vida”, que, para estar versión verano 2023, tuvo a la Selección Argentina de Fútbol en las pantallas de todo el estadio.
Solo en las piezas más lentas y menos estridentes se pudo escuchar un poco a la orquesta. No está mal el intento de cambiar de estética sonora para que el registro del oído pueda tener la oportunidad, al menos, de reparar en otros detalles. Además, cumple con el desafío de proponer una alternativa dentro de un estadio. Claro que es muy difícil de que se cumpla si no se resigna algo. En ese sentido, el grupo de Ricky Martin casi siempre estuvo en los primeros planos si poder resignar decibles para que la orquesta se pudiera lucir un poco más. De cualquier modo, esto es algo absolutamente habitual en los espectáculos con grupos de pop o rock y organismos sinfónicos. Afortunadamente para los fans, en ese nuevo rol de cantante de grupo y, al mismo tiempo, de orquesta, Ricky Martin no se privó de mostrar sus coreografías, aunque en espacios más reducidos, y de desplegar como siempre la potencia de su voz. Estos son dos pilares de sus shows que el público siempre agradece y que en estos conciertos “sinfónicos” no faltan. Por eso la satisfacción de la audiencia cuando deja el estadio.
De las masivas actuaciones de los Beatles (a finales de la década del sesenta, en estadios norteamericanos) a festivales como Woodstock, o de encuentros solidarios como Live Aid de los 80 a las giras de shows inmersivos de Coldplay, quienes producen recitales en estadios diseñados para los deportes hacen nuevas apuestas con el paso de los años. Involucrar a todo el público con recursos visuales, o plantar a una orquesta, aunque esto no tenga nada de novedoso, permite que los artistas se atrevan a formatos que, aun, no han explorado. La suerte suele ser dispar. Pero siempre existirá la oportunidad de que esa experiencia se convierta en un álbum y allí sí se pueda apreciar.