La mañana de sol radiante le hace justicia al bar Montecarlo, que esta primavera volvió a abrir para enorme alegría de los vecinos de Palermo. Ubicado hace casi 100 años en la esquina de Paraguay y Ravignani —abrió sus puertas en 1922— es testigo privilegiado de la historia de una zona que cambió enormemente a través de las décadas. En las últimas, viró fatalmente de “Palermo pobre a Palermo Hollywood”, en palabras de Jorge Fernández Díaz, periodista y escritor que vivió sobre la calle Ravignani y conoció bien el bar y su gente.
Dicen que el más famoso comensal fue el Che Guevara, aunque no hay registros oficiales de aquello. Tampoco había por entonces una carta extensa como para definir “comensales”: según cuenta Gerardo Lorenzo, cuyo padre administró el bar desde la década del 60, por muchos años ahí no había ni azúcar ni edulcorante: “Los hombres tomaban grapa, vino y café. No entraban mujeres. Y se levantaba mucha quiniela clandestina”, cuenta. Según pudo recabar, mucho antes de eso el local fue un almacén de ramos generales al que los clientes llegaban a caballo.
El bar hoy está encapsulado entre la traza del ferrocarril Mitre y el viaducto Carranza, lo que dificulta un poco llegar hasta él, al menos desde el lado de Cabildo. Y es también lo que le confiere a la zona un aire “más de barrio” que el resto de Palermo y sus estridencias. Ocupa la planta baja de un bellísimo edificio de dos pisos y balcones curvos de 1906. Por muchos años el Montecarlo tuvo una preciosa enredadera a modo de guirnalda verde justo por debajo del balcón. Por muchos años también tuvo el único teléfono público de la zona: la cercanía a una oficina de ENTEL, en una época en la que no existían prácticamente las líneas hogareñas, le garantizaba al bar una convocatoria continua y una usina de chismes de todo lo que acontecía en el barrio. Por entonces, Gerardo ayudaba a su papá vendiéndole cospeles a quienes discutían por teléfono y se iban quedando sin tiempo.
La historia de José, su padre, repite la de muchos inmigrantes gallegos que llegaron a Buenos Aires y se dedicaron a la gastronomía. Nacido en 1930, desembarcó en Buenos Aires en 1948 con una oferta de trabajo en una fábrica textil. Al poco tiempo alquiló un bar con sus tres hermanos en Potosí y Río de Janeiro, Caballito. Se llamó “La Coruña”. Pronto la sociedad familiar se desarmó y José, junto a un socio, entró a gerenciar Montecarlo en la década del 60. De esos años quedan aún las sillas tapizadas, que fueron restauradas y se pueden usar en el local renovado. Hombre desconfiado, la Comisión de Protección y Promoción de Bares Notables pasó en un momento a visitarlo para registrar el bar. Pero no quiso saber nada. Eso lo logró Gerardo muchos años después. José murió en el 2005 y Gerardo, de 29 años, se hizo cargo del bar. Para eso tuvo que posponer sus estudios de Bellas Artes, su verdadera pasión. Ya fuera del Montecarlo —cerró por la pandemia y reabrió con nueva dueña— hoy se dedica a dar clases de pintura y de bandoneón.
El nuevo Montecarlo
Como a muchos otros argentinos, la pandemia cambió por completo los planes de Paula Comparatore, chef especializada en cocina argentina con más de 20 años de trabajo en restaurantes. Cuando en pleno aislamiento obligatorio comenzó a caminar hacia su restaurante El Federal, de Retiro, se hizo rutina pasar por la puerta de Montecarlo. Conocía el bar porque vive a cuatro cuadras y se entristeció ver su persiana baja en el 2020. Como tenía una cocina mínima, Montecarlo no abrió para realizar servicio de delivery, como lo hicieron otros bares o restaurantes. “Los vecinos empezaron a dejar carteles de Volvé, Te vamos a extrañar. Me llamó mucho la atención, nunca vi algo así. Y pensé que esto es un legado que no se puede terminar”, explica Paula.
En cuanto vio un cartel de alquiler en el bar comenzó las gestiones para hacerse del inmueble. Cerrada la negociación se realizó una obra enorme que duró meses —reacondicionar solamente las paredes tomó dos—, especialmente porque se buscó mantener la mayor parte de elementos originales. Por eso sigue estando el piso de damero y la barra volvió a su ubicación original. También se recuperaron las puertas originales del inmueble, que juntaban polvo en un sótano y se devolvió a la entrada su altura original. Con una semana de diferencia, en septiembre pasado, Paula cerró El Federal y abrió su nueva apuesta en Montecarlo.
Detrás de la barra ahora está la cocina abierta, que pasó de tener un horno hogareño a ser una cocina completamente profesional. En pocos metros se logró colocar hasta un ahumador y horno de barro. Los platos típicos que había antes se reversionaron: el tostado ahora sale con lomito ahumado y el budín de pan pasó a hacerse con medialunas, ralladura de naranja y un toque de whisky. Más a tono con la zona, se sumaron los brunchs, aperitivos y platitos de copetín para acompañarlos. Hay menús de mediodía y platos sugeridos para la noche.
¿Cómo fue la recepción del público? Según Comparatore, “en un 99%, buenísima”. Como ahora abre a las 8 —un horario de madrugada para los estándares de muchos palermitanos— los primeros clientes son las personas mayores que van a desayunar, y que reclamaron hasta conseguir que el bar incorpore diarios impresos. Con el correr del día la convocatoria se hace más ecléctica. “Desde hijos grandes que vienen con sus madres o señoras paquetas que se bajan de un taxi”, dice Comparatore. Su objetivo es que haya lugar para todos: los que van solo por un café o quienes quieren tomar un vino caro.
Se acerca el mediodía y de la barra salen suculentos panes con palta y huevos. Una señora frena con su changuito de compras y se detiene a ver la nueva fachada, mucho más despejada y luminosa. Ella acostumbraba a ir por las tazas gigantes de café con leche —que se mantienen— y las medialunas. “¡Qué bueno que volvió”, dice y sigue camino.
Fuente: María Ayzaguer, La Nación