“En esta vidriera usted verá opúsculos. Opúsculo: pieza bibliográfica de pocas páginas, temas diversos. En muchos casos curiosidades”, anticipa un pequeño cartelito en la entrada de una icónica librería anticuaria ubicada en Esmeralda 882. Al ingresar, sorprenden los inmensos estantes con obras de historia latinoamericana, criollismo, viajes, arte, mapas, primeras ediciones de Jorge Luis Borges y Roberto Arlt, libros de tiradas limitadísimas y otras joyitas incunables.
Demetrio, un felino blanco y negro, cómodamente acostado, custodia los preciados ejemplares del escaparate. A su lado, se encuentran Cusco y Café, quienes también se roban las miradas de los transeúntes. Los niños siempre se acercan a saludarlos e incluso les tiran besos a la distancia. “Los gatitos no muerden y los libros tampoco”, afirma la librera anticuaria Elena Padín Olinik, entre risas, mientras acompaña a un joven estudiante al sector con títulos de historia argentina. Ella, a la que todos en el barrio le dicen cariñosamente “Elenita”, ama este oficio desde pequeña y hace más de veinticinco años que está al frente del ya considerado un clásico porteño: Helena de Buenos Aires.
Custodia de valores
De fondo, se oye el distintivo sonido del teléfono. “Librería, buenas tardes”, responde. Tras escuchar atentamente el pedido del cliente coordinan un encuentro para la semana siguiente. “Necesito ver en detalle la tapa, la contratapa, el lomo y sus hojas. Lo espero, será un placer”, agrega, quien luce unos clásicos anteojos en composé con su sweater rojo. Enseguida, comienza a acomodar algunos de sus prolijos catálogos. “No estás gastando dinero, estás custodiando valor. ¡Adquirí un libro!”, dice una de las tantas frases pegadas en las paredes. También hay papelitos de colores y fotografías familiares con cierto valor sentimental.
“Oficina privada. Si trae chocolates o whisky… entonces pase. Gracias”, se lee previo a ingresar al escritorio de madera con una gigantesca e imponente biblioteca con tesoros de antaño. Es tan solo un anticipo del gran sentido del humor de la anfitriona.
“Amo los libros desde que tengo uso de razón. Tengo fascinación por ellos”, confiesa y comienza a recordar varias anécdotas de su infancia. La pequeña todas las noches tenía una costumbre: leer antes de acostarse a dormir. “Cuando tenía diez años me encantaban los libros de Emilio Salgari. En la sala de música de la casa de mis padres había una biblioteca con varios tomos de los diccionarios Sopena y yo me los solía llevar a mi cuarto. Me parecía espectacular abrir en cualquier página y aprender palabras que no conocía y sus significados. La lectura me provoca desde entonces mucha alegría”, cuenta, quien luego se recibió de docente y profesora de educación física.
Oficio heredado y desafío personal
Fue a principios de los 90 cuando conoció a quien se convertiría en su fiel maestro en el oficio. “En aquella época empecé como discípula del librero francés: Justin Piquemal Azemarou, que había estado en la Guerra del Norte de África. Él tenía un local diminuto en una antigua galería. Mi difunto marido, que era un gran lector, solía comprarle libros y fue quien me lo presentó. Así se me abrieron las puertas en el ámbito del antiquariato”, rememora sobre sus primeras andanzas en el rubro. Su maestro tenía una frase de cabecera: “Leé catálogos, esa es la forma de aprender”. Leyó cientos con sus títulos, descripciones, mapas e imágenes y, en pocos meses, se convirtió en una experta. “Para mí era todo nuevo y me apasionó”, reconoce.
Tiempo después se embarcó en un nuevo desafío personal: inauguró, en un pequeño local de 3×3 en la Galería de Buenos Aires (Florida 832), su primer negocio con libros viejos, raros, buscados, agotados. Luego se mudó a la calle Esmeralda 874 y años más tarde a su ubicación actual, donde antiguamente se encontraba la histórica librería “L’Amateur” fundada en 1924. “Funcionó aquí durante más de medio siglo”, detalla Elenita y señala el icónico cartel con el nombre de antaño en la puerta del negocio.
“Para mi es mágico y un honor haber podido continuar en este sitio. Es como estar dentro de un palacio. Acá me gustaría morir”, confiesa, risueña, mientras observa la amplia sala repleta de papiros, mapas, muebles de roble y cómodos sillones de cuerina.
Primeras ediciones y tesoros personales
Tras recorrer el sector de los libros de historia latinoamericana y criollismo, Elenita detiene su marcha frente a un bello mueble de madera. “Aquí guardo varios ejemplares que para mí tienen cierta importancia”, reconoce, mientras abre cuidadosamente las cajoneras. En sus manos tiene una pequeña cajita (hecha a medida) que contiene una primera edición de 1936 de “Historia de la eternidad” de Jorge Luis Borges con dedicatoria. A su lado, hay otro del escritor: “El jardín de senderos que se bifurcan”. “El Juguete Rabioso” y “El Aleph” de Roberto Arlt; “Un modelo para la muerte” B. Suarez Lynch e “Indios ranqueles” Lucio V. Mansilla, son algunas de sus perlitas. La mayoría están dedicados por los autores.
Hasta hace poco, allí estuvo la primera edición de “Presencia”, el primer libro de poemas de Julio Cortázar que lo firma con el seudónimo Julio Denis, que estaba dedicado a Ricardo Molinari. La experta reconoce que las primeras ediciones de “El Principito” de Antoine de Saint-Exupéry siempre suelen ser muy solicitadas. “Me las sacan de las manos”, agrega.
La coleccionista admite que tiene gran admiración por los libros de viajeros. “Son muy encantadores y piezas de gran valor internacional. Los buscan en todo el mundo. Los relatos te mueven a otra época, a otro sitio. Vas conociendo cosas por los ojos del escritor”, dice y toma un libro con tapa dura llamado “El Magallanes” del siglo XVIII. “Tiene todos los planos. Es un lujo total. Lo mande a restaurar, le preservé las tapas. Me parecía que no podía perder esas tapas de papel de época. Mirá la calidad de sus hojas de lino, por eso no se ponen amarillas”, cuenta, quien adora los libros de historia argentina, gauchescos y de criollismo. Además, confiesa que le fascina coleccionar libros en miniatura. “Me parecen súper tiernos. Le tengo afecto a las cosas pequeñitas: me llama mucho la atención. Estos no se venden”, dice, entre risas, y muestra sus diminutos tesoros. Uno lleva su nombre.
Para Elena Padín Olinik cada nuevo cliente es único: les dedica tiempo y gran dedicación. De hecho, con varios ya cosechó una relación de amistad. A los coleccionistas continuamente los asesora según sus autores preferidos y temáticas. Y a los más jóvenes los suele incentivar para que, poco a poco, armen su pequeña biblioteca. “Me encanta acercarlos y motivarlos para que se amiguen con los libros antiguos y empiecen su propia colección. Este mundo es maravilloso y, una vez que entrás, te atrapa.”.
El cantante Joaquín Sabina en sus visitas por Buenos Aires solía acercarse al local. Elenita recuerda que se llevó una postal bellísima de Borges dirigida a Adolfo Bioy Casares, una primera edición de “Cien años de Soledad” y de “Rayuela” Cortázar, entre otros de literatura latinoamericana. Otros habitués han sido Joan Manuel Serrat y Arturo Pérez-Reverte.
“Me levanto y quiero venir acá, este es mi lugar en el mundo. Es impresionante el conocimiento y la compañía que me transmiten los libros. Siento una conexión muy especial. Tengo amor por ellos”, concluye y se acerca a acariciar a sus tres gatitos. Ellos también son los grandes protagonistas de la casa. En una de las paredes se encuentra otra frase célebre de la anfitriona: “La librería se abre cuando yo llego y se cierra cuando me voy”.
Fuente: Agustina Canaparo, La Nación