Una cueva en una casa burguesa: cómo es el lugar donde García Márquez escribió “Cien años de soledad”

Un recorrido exclusivo por la vivienda en Ciudad de México donde nació la novela consagratoria de Gabo, cuya adaptación en formato miniserie se estrena el 11 de diciembre por Netflix

Fachada y portón de la casa con el número 19 de la calle La Loma, en la colonia San Ángel, al sur de la Ciudad de México

CIUDAD DE MÉXICO-. Más de medio siglo después de ser concebida por Gabriel García Márquez, Cien Años de Soledad llega en formato audiovisual y así, en pocos días, legiones de fanáticos “verán” el imaginario pueblo de Macondo y “conocerán” las caras de los miembros de la familia Buendía, esas que el autor colombiano cuidó de no describir demasiado, para que fueran lectores y lectoras quienes construyeran sus propios trazos a partir de la lectura.

Así se conserva el escritorio de Gabo
Así se conserva el escritorio de Gabo

Para la ocasión, LA NACION visitó en exclusiva la casa en Ciudad de México donde el Premio Nobel creó y desarrolló ese universo fantástico que determinó su consagración mundial; un itinerario lleno de claves cifradas, que iluminan sospechas sobre el material que dio origen a esa novela, editada en 1967 por primera vez en Buenos Aires.

Detrás de la puerta blanca funciona hoy la Casa Estudio Cien Años de Soledad
Detrás de la puerta blanca funciona hoy la Casa Estudio Cien Años de Soledad

La inminencia del lanzamiento en streaming coincidió con la estadía en la capital mexicana del sociólogo e historiador español Álvaro Santana Acuña, académico de Harvard y de Whitman College, uno de los máximos estudiosos contemporáneos de la obra de Gabo, reconocido así por los mismos hijos de García Márquez.

Santana Acuña invitó a LA NACION a participar del proceso de investigación que realiza para la versión en español y ampliada de su libro Ascent to Glory: How One Hundred Years of Solitude Was Written and Became a Global Classic, que ha estado escribiendo en parte en la misma casa en la que Gabo escribió la novela, y donde hoy funciona la Casa Estudio Cien Años de Soledad. Fue donada a la Fundación para las Letras Mexicanas, que otorgó a Santana Acuña una beca para su investigación.

Álvaro Santana Acuña, académico de Harvard y de Whitman College, uno de los máximos estudiosos contemporáneos de la obra de Gabo, posa durante el recorrido en la ventana de Gabo y Mercedes
Álvaro Santana Acuña, académico de Harvard y de Whitman College, uno de los máximos estudiosos contemporáneos de la obra de Gabo, posa durante el recorrido en la ventana de Gabo y Mercedes

“Mucho de lo que sucede en Cien Años de Soledad ocurrió muy probablemente aquí. Gabo no se imaginaba cosas que no estuvieran ancladas en otras que no hubiera experimentado”, dice.

Un descampado para escribir

Gabo, Mercedes Barcha y sus hijos Gonzalo y Rodrigo arrastraban algunas mudanzas. De Bogotá habían partido para Nueva York, luego de allí a Ciudad de México, donde vivieron en diferentes sitios hasta llegar al número 19 de la calle La Loma, en la colonia San Ángel, sur de la Ciudad de México. Se trataba entonces de un “descampado”, cuenta Santana Acuña, lejos del barrio elegante que es hoy. A fines de los 50, el gobierno mexicano fraccionó ese territorio y “la ciudad comenzó a ganarle espacio al campo, pero no había nada; el lado de la numeración par era de militares y la vereda impar pasó a manos civiles”. El comprador del lote en el número 19 fue el abogado Luis Coudurier, decisivo en la vida de Gabo, que quiso construir una casa como inversión. “La diseñó él mismo, como arquitecto aficionado, a comienzos de los 60, cuando no había ni árboles. Era un barrio joven, toda una metáfora -dice Santana-, pues nadie había muerto todavía, como en Macondo”.

Recámara principal de la casa que guarda los secretos nunca antes contados de "Cien años de soledad"
Recámara principal de la casa que guarda los secretos nunca antes contados de «Cien años de soledad»

Revisando en archivos, la Hemeroteca Nacional de México y con entrevistas, Santana Acuña reconstruyó el tiempo de la escritura de Gabo junto “al proceso humano que estaba detrás de mitos y leyendas”. En el barrio, por ejemplo, “todos andaban en sus 20 ó 30 y probablemente ‘los Gabo’ eran los más mayores”. Al fondo, supo, había un ferrocarril, que conectaba la Ciudad de México con Cuernavaca. “Los vecinos comentan que ese tren pasaba dos veces al día y que hacía un ruido descomunal. Ese tren enorme y fantasmal que Gabo escuchaba puede que sea el tren que menciona en su novela. Porque García Márquez absorbía mucho de su entorno más cercano”, afirma.

El académico revela las redes que hicieron posible la creación del libro y su éxito inicial. Así, sigue el camino de la novela en más de setenta países en cinco continentes y explica cómo miles de personas y organizaciones ayudaron a que se convierta en un clásico mundial.

Durante el recorrido, Santana Acuña se deleita en mostrar los detalles de cómo se concibió, revisó, comercializó y recibió el libro. Insiste en que ciertos aspectos del autor —que era hombre, de la generación adecuada y tenía la autoimagen de autor y las redes internacionales propicias— contribuyeron a la extraordinaria aclamación del libro.

El jardín donde jugaban los hijos de Gabo y Mercedes, visto desde la recámara principal
El jardín donde jugaban los hijos de Gabo y Mercedes, visto desde la recámara principal

La casa fue de las primeras en esa colonia. Los laterales eran baldíos. Durante el día era común que Gabo se sentara en la vereda a fumar, contó el vecino Jorge, hoy de casi 70 años, que veía de niño a su vecino ilustre. Enfrente, en el número 18, estaban los Sosa, a quienes más de una vez Mercedes Barcha, esposa de Gabo, pidió dinero en momentos difíciles. “Es poético que la otra calle se llame Salvatierra -dice Santana-; allí estaban muchos de los que le salvaron la vida, como el carnicero, que le fiaba a Mercedes, o la tienda de surtido escolar”.

Dos plantas modernistas con jardín

“Gabo no tenía pensado ganarse la vida con la literatura, sino con el cine; muy cerca están los estudios de Televisa, y él trabajaba en guiones y ya estaba entrando en ese mundo”, cuenta Santana. Los ahorros que tenía -cuenta- alcanzaban para pagar la renta de esa casa burguesa de dos plantas, detalles en madera de modernismo infrecuentes, amplios placares, baños completos con bidet, jardín, patio y cuarto de servicio. El dinero iba a alcanzar tres meses. Pero Gabo se contentaba con que la casa estuviera bien ubicada. Muy cerca, en San Jerónimo, “vivía un dandy super bien conectado, Carlos Fuentes, cuya casa era punto de reunión de personajes de Hollywood y del grupo de artistas ‘la mafia’”. Gabo estaba en un entorno que le permitió estar con el cine y la literatura, mientras sus hijos podían jugar en el jardín y él podía aislarse en su “cueva”, el cuarto al fondo de la casa, con salida a la otra calle, y baño privado. “Los amigos de ‘la mafia”, como Fuentes, Álvaro Mutis o Carmen Ballcells venían a visitarlo y motivarlo para que siguiera escribiendo”, cuenta.

Santana en la "cueva" donde García Márquez escribió su obra consagratoria, junto a la ventana donde imaginó el ascenso de Remedios la Bella
Santana en la «cueva» donde García Márquez escribió su obra consagratoria, junto a la ventana donde imaginó el ascenso de Remedios la Bella

“Muchas de las cosas de Cien Años de Soledad ocurrieron aquí”, dice el académico, señalando esa habitación con ventana que da al patio de lavado. El ascenso de Remedios la Bella “lo vio” en ese cuarto, “viendo cómo una muchacha del servicio trataba de tender la sábana, y un ventarrón hizo que se le fuera volando”. El entorno en que escribía era simple, con un librero estrecho, línea de teléfono y enchufe, pues cuando comenzó a escribir la novela se pasó de su máquina manual Torpedo a una eléctrica.

Durante su investigación, Santana Acuña halló coincidencias que alimentan más preguntas sobre la naturaleza supersticiosa de Gabo: el académico invitó a LA NACION a contar los escalones de la casa, que conducen a la planta alta. Son 17. Una vez arriba, de espaldas a la escalera, destacado en ese pasillo de distribución, surge gran un árbol genealógico de Cien Años de Soledad, con los Aureliano de la familia Buendía. Son 17.

Gabo y Mercedes desconocían lo crucial que sería esa casa en sus vidas, tanto o más que aquella que compraron años más tarde, en Pedregal, en la calle Fuego, también al sur, donde el escritor recibió la noticia del Nobel. Hoy funciona como la Casa de la Literatura Gabriel García Márquez, dirigida por su nieta, Emilia García Elizondo.

A Coudurier fue a quien Mercedes llamó para explicarle que no podían pagarle la renta en lo inmediato. Le ofreció firmar un documento legal que garantizara su promesa de pago. Coudurier dijo: “Con su palabra me basta”. “El adelanto de 500 dólares que el escritor colombiano recibió como parte de pago sirvió para cancelar la renta que le debía a don Coudurier, y por suerte también le sobró”, recuerda Geney Beltrán, director del programa de cultura de la Casa. Ahí, confinado en esa “cueva” al oriente del Anillo Periférico, principal y más caótica circunvalación que rodea el Valle de México y atraviesa sus principales vialidades, García Márquez dio vida al fascinante universo de Macondo. El 11 de diciembre, muchos podremos comparar cuánto de lo imaginado en la lectura se acerca a la universo creado por la producción de Netflix. Su contrincante es una obra que alcanzó los 50 millones de lectores, cifra que -reconoció Gabo- “ni en el más delirante de los sueños” pensó alcanzar.

Fuente: La Nación