Después de haber cumplido más de medio siglo, la historia de la Biblioteca Popular Florentino Ameghino sigue transitando por los mismos carriles. Así como, en 1964, Brígida Walsh de Ghibaudi y Elena de Flamarión se pusieron al frente de la cruzada casi imposible que significaba reunir más de mil libros y poder abrir las puertas de ese lugar soñado para regocijo de la comunidad de Luis Guillón, hoy Anabella Manoukian –nieta de Walsh- se propone recuperar el placer por la lectura en contacto estrecho con el papel y la naturaleza, a una distancia más bien prudencial de las pantallas digitales.
Más de 30 mil volúmenes y un parque decorado con árboles autóctonos, canteros, bancos y la sugerente figura de la escultura “Caótico equilibrio” –creada por la artista local Patricia Simek- esperan al público para sugerir un relajado cruce generacional.
De los anaqueles abarrotados que conforman la colección de historietas se desprenden escenas de “Patoruzú”, “El Eternauta”, “Superman” y “Mafalda”, mientras el sector de textos científicos y universitarios resguarda los hitos del pasado rural y desolado del partido de Esteban Echeverría, donde resaltan nombres fuertes vinculados con la zona, como el terrateniente y hacendado Ramón Santamarina y el renombrado diputado, senador y caudillo de Avellaneda, Alberto Barceló.
Unos 30 mil libros conforman la colección de la Biblioteca Popular Florentino Ameghino, en Luis Guillón.
A un costado del área literaria, el Rincón Infantil y Bebeteca admite a esos seres precoces que se muestran proclives a descubrir las letras y sus significantes a través del juego. “Una comunidad con biblioteca cambia, no es igual si no la tiene”, subraya Manoukian como un mantra, una suerte de consigna fundacional que parece haber heredado de su abuela.
Bibliotecóloga y abogada, la anfitriona conduce -desbordada de orgullo genuino- el recorrido por el sendero que conecta el edificio principal con el Centro Cultural Brígida Walsh. A los costados, el césped cortado al ras es el escenario bucólico donde se dicta una clase de kibon para adultos mayores, sesiones de yoga para niños, gimnasia y tai-chi y una charla sobre residuos sólidos.
Nada de eso –ni siquiera el concierto sostenido en agudos de los pájaros- llega a alterar el ritual de la lectura al aire libre que practica un puñado de vecinos ensimismados en páginas abiertas. Algunos de ellos forman parte de los 300 socios de la biblioteca, una masa de fieles incondicionales que no suelen perderse las peñas folclóricas, el tradicional Té Galés programado anualmente para octubre o noviembre –impulsado por la comunidad escocesa de la zona, que aporta su colorido de danzas y gaiteros-, los encuentros “Coffee talk” y las actividades que se organizan en marzo, en el marco del Mes de la Mujer.
Anabella Manoukian, al frente de la Biblioteca Popular Florentino Ameghino, en Luis Guillón.
A los pies de un añoso ombú, una placa convoca por un momento a los visitantes al único rincón del paseo exterior reservado para recordar a “Mamana”, como era nombrada Walsh en el ámbito familiar. Bajo ese enorme manto de sombra se agitan los recuerdos de la infancia de la nieta.
La niña Anabella resurge a través del relato ayudando a la abuela a buscar hormigueros, regando las primeras plantas, pintando paredes a la par de hermanos y vecinos sin más interés que un objetivo colectivo, etiquetando libros, clavando estanterías y cargando el motor del agua antes de encenderlo.
Rincón Infantil y Bebeteca, en la Biblioteca Popular Florentino Ameghino, en Luis Guillón.
Brígida Walsh era la indiscutible bastonera de esa misión solidaria. Ejerció su amor por los libros para todos y las plantas en ese terreno vacío que supo transformar en biblioteca hasta que cumplió 97, cuatro años antes de su muerte, en 2007.
A esa altura, la cofundadora de raíces irlandesas había desandado un largo camino, desde que deslizó parte de su idea presentando obras de teatro y ensayos de Pericón Nacional en el porche de su casa y empezó a dar forma a su proyecto de biblioteca inclusiva en un garage alquilado.
La epopeya de Walsh también fue sostenida por un elenco de escuderos del barrio, gente de hábitos sencillos y rutinas austeras que donó libros, mosaicos y chapas para dar forma a la biblioteca, como un patrimonio propio que sólo podía depararles gratificaciones.
Los alcances del legado de Walsh parecen extenderse a la misión de seleccionar textos escolares repetidos –iniciada en el marco de la pandemia- para contribuir en la apertura de bibliotecas en comedores comunitarios y merenderos de la zona.
Entrada al Centro Cultural Brígida Walsh, parte de la Biblioteca Popular Florentino Ameghino, en Luis Guillón.
Hombres y mujeres de todas las edades brindan sus manos para la nueva acción solidaria. Sus voces se entremezclan con los sonidos de las diez guitarras de Los Compadritos del Sur –surgidos de la Escuela Media de Arte de Luis Guillón-, alternados con los ensayos de la Orquesta de Jóvenes de la Biblioteca, el grupo de Teatro para Adultos y la banda La Vagabunda.
La biblioteca multifacética es también el fruto del viaje revelador que Manoukian realizó a Alemania en 2016. “Todo a mano de la gente” observó en esas bibliotecas voluminosas del país europeo. Pero no dudó en volver a su lugar en el mundo, “La ciudad de los jardines” donde tomó la posta dejada por su abuela y los pobladores de Luis Guillón que supieron valorar la inquebrantable voluntad de su vecina ilustre.
Fuente: Clarín