Banderines de Boca Juniors y River Plate originales fabricados en Rusia, otro de cuero bordado de la época de los campeonatos Evita y cientos de distintos clubes del mundo: España, México, Estados Unidos y Alemania, entre mucho más se entremezclan con diversas camisetas: la del gol número cien de Daniel Passarella o la que utilizó Claudio Caniggia en el Mundial de fútbol de Italia. Así como libros históricos, entre ellos, el de Alumni (el primer club de Argentina) que data del año 1923.
Estas son tan solo algunas de las reliquias y excentricidades que se pueden apreciar mientras se bebe un café en jarrito o una cerveza bien fría con maní en “El Banderín”, en la esquina de Billinghurst y Guardia Vieja en Almagro. “En total habrá casi quinientos banderines”, afirma Luis Sarni, detrás del mostrador de este Bar Notable, que acaba de cumplir un siglo deleitando paladares. En cada rincón del Banderín se respira fútbol, tango y mucha historia de la ciudad. Es que aquella casona de techos altos fue fiel testigo de cada una de las etapas de transformación del barrio.
El inicio como almacén, la madre de Gardel y “El Asturiano”
Fue don Justo Riesco, un inmigrante español, quien junto a su mujer María sentaron las bases de este mágico reducto porteño. Cuentan que a principios del siglo XX Riesco dejó atrás su querida tierra en Cangas del Narcea, Asturias, y se embarcó rumbo a lo desconocido. Se instaló en el barrio de Almagro y una década más tarde, el 15 de noviembre de 1923, abrió su propio almacén y despacho de bebidas. Lo bautizó “El Asturiano”, en conmemoración a sus orígenes. En poco tiempo se transformó en un clásico e incluso se expandió en el barrio con otra pequeña sucursal, cerca del Abasto, donde dicen que era clienta la madre de Carlos Gardel. En esa época, tenían una barra de estaño y vendían todo a granel. Asimismo, contaban con gran variedad de fiambres y lácteos.
Los Riesco fueron unos visionarios para la época: en un costadito, habían puesto un par de mesas para que los parroquianos pudieran beber y picar algo mientras jugaban a los naipes. “Por su cercanía al mercado de Abasto después de la jornada laboral se armaban largas tertulias. Cuentan que venían a tomar cañas y vermú o cócteles clásicos como el Ferroviario o el Cañonazo. Se acercaban muchos italianos del barrio. También tangueros”, revela Luis y nos muestra un tesoro de la época: una botella gigantesca de vermut Cinzano envuelta en paja. “Es muy antigua. Antes para evitar que se rompieran las protegían así”.
Años más tarde, a Don Justo lo sucedió su hijo Mario, quien, en la década del 60, tomó la decisión de cerrar el sector del almacén y continuar únicamente con el bar. Mario era amante del fútbol y, por sobre todas las cosas, fanático del club de sus amores, River Plate. Un día, mientras acomodaba el mobiliario del bar, se le ocurrió una fantástica idea: colgar unos banderines de su equipo. Así llegaron los primeros con los colores rojo y blanco. Enseguida, los habitués y amigos se entusiasmaron con la propuesta y comenzaron a llevar de sus equipos predilectos. Todos se hicieron presente con sus banderines. Poco a poco, las paredes se fueron vistiendo con diversos colores. “Los turistas también se coparon con la movida y tras su visita al bar, al tiempo mandaban algunos de regalo por correo. Además, Don Mario tenía un amigo que viajaba por distintas partes del mundo y siempre le traía uno de cada país que visitaba como obsequio”, remarca. Su fama cruzó fronteras y comenzaron a desfilar los banderines de todas partes del globo.
Un cambio de nombre a pedido del público
Los habitués lo pedían y en la década del 70, Mario se animó a cambiarle el nombre al bar. Así, de un día para el otro, comenzó a llamarse: “El Banderín”. Aseguran que en aquellos tiempos también eran muy famosos sus sándwiches. Uno de los más emblemáticos era el de peceto. Venía en pan francés, con la carne cortada finita a las finas hierbas y queso. Una delicia. Otro imperdible era el de jamón crudo y queso. Los vecinos los acompañaban con un chopp de cerveza tirada.
Décadas más tarde, Silvio, hijo de Mario, continuó en el negocio familiar hasta mediados del 2019. Ese año Luis Sarni tomó las riendas del boliche y lo transformó por completo. Cada vez que Don Luis habla del Banderín se emociona. “Esto es un pedazo de historia viva”, asegura y se ubica en una mesita frente a la máquina registradora. Él conoció el barcito en la década del 80. En ese entonces era taxista y aquella esquina del barrio le encantaba. “Era práctico para estacionar y era mi parada obligada para desayunar o después de la jornada laboral. Siempre me pedía café con leche y medialunas. Nos conocíamos entre todos, se armaba un lindo ambiente, como un club. Ahí entablamos una linda relación de amistad con los dueños”, rememora, orgulloso. A mediados del 2000 le ofrecieron ayudar durante el horario del cierre del bar. “Arranqué a darles una mano con la limpieza, llenar las heladeras y azucareras. El lugar me atrapó por completo”, confiesa.
La renovación post encierro
En el 2019 la tercera generación de los Riesco buscó nuevos horizontes y Luis les propuso alquilar el local. Meses más tarde llegó la inesperada Pandemia y el Banderín, por primera vez en su historia, estuvo varios meses con las puertas cerradas. El emprendedor no bajó los brazos y aprovechó el encierro para refaccionar el salón. Con ayuda de sus hijos se puso manos a la obra: cambiaron los pisos, la iluminación, pintaron paredes y agrandaron la cocina. “Hubo que remarla muchísimo. Hicimos todo a pulmón. Después sumamos el delivery de pizzas, empanadas y sándwiches”, cuenta.
Meses más tarde, reformularon toda la carta. A los ya distinguidos sándwiches y picadas frías de la casa, sumaron algunos platos que se transformaron en la vedette. Entre ellos se destacan la picada caliente, que incluye chorizo a la pomarola, batatas fritas con miel y romero, muzzarelitas rebozadas, papas rústicas, pollo crispy, buñuelos de acelga y dips de alioli con salsa criolla. También tienen variedad de platos elaborados como la bondiola al Malbec o el bife a caballo y minutas. Un imperdible es la milanesa “Luis”, en honor al nuevo dueño, con muzzarella, jamón, morrón y huevo frito. En la lista no faltan las pizzas. Hay clásicas como la napolitana o fugazzeta y otras de la casa como la “El Banderín”, toda una rareza: trae papas fritas, cheddar, chorizo y verdeo.
Por su espíritu futbolero a lo largo de los años han recibido varias personalidades del deporte y de la farándula. Por sus mesas han pasado desde Daniel Passarella, Ariel Ortega, Carlos Navarro Montoya, Horacio García Blanco , Sergio Romero, entre otros. Incluso recuerdan que en una época desde allí se transmitía un programa de Radio Belgrano. Otros habitués eran el comediante Alberto Olmedo, Jorge Marrale, Graciela Alfano, Carla Peterson y el cantante Wos. “Hace poquito vino el comediante y presentador estadounidense Conan O’Brien. Estuvo todo el día acá, miró un partido y se sorprendió con el ambiente del bar. Quedó fascinado con la mística”, cuenta Luis y asegura que allí tienen clientelas desde hace varias generaciones. “Es un refugio para todas las edades. Hay parroquianos, de 80 años, que vienen todos los días a tomar un cafecito y clientes de 16 años fanáticos de nuestras picadas”, agrega.
La tele y el cine también lo aman como locación
La estética del bar también atrajo a productoras de televisión y de cine. Allí se han filmado varias escenas de la película “El Club de los Malditos” con Diego Capusotto, publicidades de gaseosas e incluso la de varios Mundiales. “Cuando fue la final de la Copa Libertadores entre Boca y River en Madrid vino la televisión española a filmar todo el partido”. Otro acontecimiento único fue el Mundial del año 2022. “Acá se vivió con mucha pasión. En cada partido nos abrazamos y llorábamos de emoción. El día de la final fuimos todos los clientes juntos al Obelisco a celebrar el triunfo de Argentina. Fue único”, reconoce.
El pasado 15 de noviembre el bar cumplió un siglo y se lo festejó a lo grande. “Con el boca a boca vinieron más de 200 personas a celebrar. Se armó un lindo ambiente, vino el Dj Villa Diamante, bailamos. Fue realmente maravilloso. No todos los días se cumplen cien años”, confiesa Luis orgulloso.
– ¿Cualquiera puede traer su banderín y colgarlo en el bar?
– “Sí, la única condición que tenemos es que sean antiguos y que cuenten una historia”, aclara.
Para Luis algo que hace único al bar es el sentido de pertenencia “Es un sitio donde los clientes se sienten cómodos, como en su casa. Es un lugar, un tiempo, un espacio en la vida de todos”, afirma, quien sueña con que lo visite el astro del fútbol Lionel Messi. “Soy fanático. Me vuelvo loco si tengo una foto o banderín de él exhibido”, remata desde aquel rincón futbolero con más de quinientos históricos banderines.
Fuente: Agustina Canaparo, La Nación.