En el regreso presencial tras la postergación de dos ediciones por la crisis sanitaria, la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires genera en las editoriales «expectativas» por el regreso a cierta «normalidad» para la rutina anual de la industria, la oportunidad de amplificar el alcance a más lectores y lectoras, y el reencuentro con un evento cultural que en esta esta edición tendrá una nómina reducida de invitados internacionales y potenciará a sus catálogos locales y regionales.
La 46º Feria Internacional del Libro de Buenos Aires presenta sus novedades bajo la flamante gestión de Ezequiel Martínez. Las entradas oscilan entre los 300 y 450 pesos con beneficios para distintas poblaciones y cheques para usar en librerías.
Expectativas, ganas, entusiasmo, ansiedad, son las palabras con la que editores describen la llegada de la Feria después de dos años de suspensión. Esa energía arrolladora también va de la mano de «incertidumbre» por la gran inversión económica que significa para los stands y por la imprevisibilidad que instaló la pandemia como conducta condicionante. Pese a eso, el sistema de espacios y editoriales que tradicionalmente da vida a la feria sigue presente en su diversidad, desde el conglomerado Planeta que tiene a los autores más vendidos y promete una experiencia 360° hasta los stands colectivos que nuclean a sellos independientes y les permite a estas editoriales potenciarse y hacer frente los costos.
«Esperamos muy contentos; la feria por varios motivos -dice Carlos Díaz, director de Siglo XXI-. En primer lugar, representa una vuelta a cierta normalidad porque para las editoriales argentinas es una rutina anual insoslayable: todos vamos, todos nos preparamos con muchísima anticipación, hacemos grandes apuestas. El hecho de no haber tenido durante dos años nos desestabilizó mucho. Estamos muy contentos y todo indica que irá bien, viendo un poco lo que pasó con la Feria de Editores o con otras ferias que se hicieron en el país, o inclusive la Feria de Guadalajara del año pasado en México, que fueron un éxito».
Mientras sortea las dificultades del acceso al papel para imprimir las novedades -una problemática que afecta al sector-, Judith Wilhem, directora de Calibroscopio Ediciones,
coincide en que «después de dos años de ausencia, hay una gran
expectativa», aunque al mismo tiempo ese optimismo no está disociado de
inquietudes: «Por un lado, mucha gente está esperando ansiosamente el
regreso de la feria, pero por otro lado nos hemos desacostumbrado un
poco a eventos de esta envergadura y estamos un poco desconcertados,
pero, definitivamente, con muchas ganas de reencontrarnos cara a cara
con nuestros lectores». Para muchos, la Feria tiene un potencial de
vidriera más que de ganancia, es apuesta y encuentro, como dice Díaz:
«Representa casi un mes de facturación, así que la pérdida en este
sentido es grande pero no hacemos semejante movida por el negocio sino
que es una actividad más vinculada con lo profesional. Entonces ahí nos
encontramos con bibliotecarios, lectores y lectoras, clientes tanto de
la Argentina y del exterior».
Ese encuentro, en palabras de Santiago Satz, gerente de prensa y comunicación de Planeta, es «irreemplazable» y por eso la suspensión de la feria fue «un golpe directo a un evento súper instalado» ubicado entre los «más importantes del mundo». Por lo cual las expectativas «son las mejores pero pasaron dos años sin Feria y una pandemia que nos obligó a reinventarnos para no perder ese contacto con los lectores. Ojalá salga de la mejor manera ya que el trabajo y la inversión para realizar la feria es mucha».
La otra gran editorial que junto a Planeta lidera los rankings de los más vendidos es Penguin Random House y también tiene un espacio central en el predio de Palermo. Como explica su directora de Marketing y Comunicación, Valeria Fernández Naya, desde el año 2020 que no participan de un encuentro presencial, todo fue virtual. «Esperamos con mucha alegría y entusiasmo la nueva feria donde lectores, escritores y libros disfrutan de esta gran fiesta cultural».
Expandida en unos 45 mil metros cuadrados, dividida en pabellones, la industria editorial se da cita durante tres semanas y muestra lo más jugoso de su producción: sellos grandes, medianos, pequeños, autogestionados, librerías, distribuidoras del país y del exterior, así como también países, provincias y espacios institucionales que ponen en diálogo sus geografías y escrituras. A esos stands que los sellos alquilan para participar y que nutren de un volumen extraordinario la oferta de libros, la Fundación El Libro incorpora espacios propios y «zonas» para cruzar los libros con distintos campos: infancias, futuro, tecnologías.
Y aunque la faceta de visitas internacionales este año será reducida por las dificultades de previsión que supone cerrar agendas -o porque muchos autores no retomaron sus asistencias a encuentros masivos-, se espera la llegada de Mario Vargas Llosa, Javier Cercas, John Katzenbach, Paulina Flores o el joven rumano Miguel Gane, poeta que se dio a conocer a través de Tik Tok; mientras que de la delegación local los nombres más convocantes son Florencia Bonelli, Claudia Piñeiro, Paulina Cocina, Gabriel Rolón, Eduardo Sacheri, Camila Sosa Villada, Diego Golombek, Luis Pescetti, Jorge Fernández Díaz, Liniers o Facundo Arana.
En los stands de librerías, países y distribuidoras se podrán encontrar varios sellos, pero también en los stands colectivos, esa modalidad que instalaron sellos medianos y pequeños para asegurar su participación en el evento. Por ejemplo, desde hace ocho años funciona Los siete logos que comparten Adriana Hidalgo, Beatriz Viterbo, Caja Negra, Criatura, Katz, Eterna Cadencia y Mardulce; también está La Sensación entre Blatt y Ríos, Mansalva y Caballo Negro; el stand que reúne a Godot, Gourmet, Entropía, La Parte Maldita, Leteo; el espacio «Todo libro es político» con Milena Caserola, Heck, Tinta Limón y otras editoriales, o el stand que hilvana los catálogos de Limonero con Iamiqué y los españoles Kalandraka, Algar y Fulgencio Pimentel. «Ir a la feria en conjunto nos potencia», asegura Tamara Grosso, responsable de prensa de Eterna Cadencia.
Aunque estas editoriales suelen tener espacios de encuentro y venta alternativos que duran menos días, la participación en la Feria del Libro tiene una proyección que no le dan otros canales. «Tiene un perfil muy diferente -explica Enrique Bellande, a cargo de la distribuidora Blatt y Ríos que este año participa por primera vez de la feria-: dura casi un mes y se junta gente de orígenes muy diversos, niños, estudiantes, jubilados, multitudes y eso creemos que es atractivo. No hay un equivalente a la Feria».
Esa transversalidad la vuelve un hito cultural, que se traduce en la posibilidad de establecer vínculos de negocios con personas desconocidas o con las que se trabaja virtualmente; en algunos casos también representa un mayor volumen de ventas pero más significativa es la visibilidad que le aporta lo monumental. Dice Maximiliano Papandrea, editor de Sigilo: «La masividad es quizás el rasgo más notorio de la feria, y el hecho de que se acerque gente no solo de Buenos Aires sino de todos los puntos del país y también de otros países. Para nosotros, masividad es sinónimo de algo tan simple como importante: una gran oportunidad de que nos conozca gente que aún no nos conoce».
Alejo Carbonell, de Caballo Negro, coincide en que la amplitud del público «marca la diferencia porque cambia el espectro de lectores, ya no se trata de nichos, sino de una cosa más amplia que es todo un desafío para las editoriales más chicas, en el sentido de saber dónde están paradas cuando el público lector excede a su periferia inmediata».
Por su parte, Manuel Rud, de Limonero, lo define como un acontecimiento «central para la visibilidad y el posicionamiento comercial» y «una ocasión ineludible para hacer conocer nuestro catálogo ante un público masivo», a pesar de que implica «un esfuerzo grande por parte de los editores, pues se trata de una feria larga y a la que concurre gran cantidad de gente».
La conjunción que habilita la feria «tanto de pequeños sellos, medianos, como de las grandes transnacionales», dice Matías Reck, de Milena Caserola, «nos gusta, nos interesa, pero también nos interesan otros espacios como Zona Futuro, el stand de Orgullo y Prejuicio, la zona docente» y agrega cierta incomodidad: «Siempre nos causó contradicción el predio de La Rural; con la Feria hacemos ojos ciegos y oídos sordos y estamos ahí presentes disputando un lugar dentro de la industria editorial pero también mostrando nuestras producciones».
Desde el otro lado de la cordillera, el editor Nicolás Leyton de la editorial chilena La Pollera, cuyos libros se pueden encontrar en el stand de la distribuidora Big Sur, reconoce en la cita porteña una posibilidad que no encuentra en otros lugares: «A diferencia de la FIL de Santiago, la de Buenos Aires efectivamente congrega gente de otros países y es un trampolín para otros mercados y autores, para llegar a otros países y así a otros lectores y autores».
También la editora uruguaya Julia Ortiz, de Criatura Editora, cuenta que «desde Montevideo nos perdimos los eventos editoriales presenciales en estos últimos dos años» y en ese sentido «la feria de La Rural es la oportunidad de volver a encontrarnos con lectores y lectoras de Argentina, algunos incluso que, como nosotras, hacen el viaje de varios kilómetros para buscar aquellos libros que no se consiguen en todas partes, para llevarse las novedades recién salidas que se imprimen especialmente para la feria».
Fuente: Télam