«Para mí, la historia del Cervantes es la del país. Este teatro ha sido un espacio de resonancia de todas las tensiones culturales, sociales y políticas a lo largo de un siglo. Escribir la historia del Cervantes es escribir la historia de la Argentina”, se entusiasma Jorge Dubatti, crítico, profesor universitario e historiador teatral, que en charla con Viva se define también como ratón de biblioteca.
Sabe de qué habla, y no sólo por su solidez intelectual: está escribiendo un libro sobre el centenario del Teatro Nacional Cervantes (TNC), que no siempre fue nacional, ni siquiera Cervantes.
Se lo encargaron las autoridades del teatro como parte de una celebración sujeta –igual que el mundo entero– al devenir pandémico. La fecha es 5 de septiembre, día en que la actriz, directora y empresaria teatral española María Guerrero, alma mater del hermoso templo de Libertad y avenida Córdoba, estrenó la primera obra, La dama boba, en 1921.
“Empecé a escribir el libro en marzo, pero en realidad vengo trabajándolo desde hace muchos años –continúa Dubatti–. Para un historiador teatral, el Cervantes es un faro. Estudiás Alfonsina Storni y estrenó en el Cervantes; a Armando Discépolo, el grotesco criollo, y lo mismo; al teatro obrero en la Argentina, al independiente, al llamado teatro vocacional, y caés siempre en el Cervantes. Es un espacio nodal, de intersecciones; un bandoneón de cien fuelles, apabullante en su riqueza al desplegarse.”
La fachada se inspiró en la Universidad de Alcalá de Henares. Los azulejos, mayólicas, telones, mármoles y diversos ornamentos fueron traídos desde diez ciudades españolas.
Fachada del Teatro Cervantes. Foto: Gustavo Gorrini.
Y todo comenzó así
María Guerrero nació en Madrid en 1867. Comenzó su carrera como actriz a los 18 años. Pero siempre fue por más: su obsesión era tener un teatro propio esplendoroso. Llegó a rogarle al padre, un prestigioso tapicero vinculado con la Casa Real, que le comprara una sala.
En 1896 se casó con Fernando Díaz de Mendoza, aristócrata español con la libido puesta en las artes escénicas en su variante cómica. Formaron una compañía de teatro. Compraron el teatro Princesa, en España.
Al año siguiente, empezó un triángulo amoroso cuyos vértices eran Guerrero, su marido y Buenos Aires, ciudad a la que viajaron de gira en 1897 y de la que se enamoraron. Se presentaron en el Odeón, como volverían a hacerlo.
Programa de la primera obra que se hizo en el Cervantes: La dama boba.
El sueño de una gran sala en la Argentina creció y se hizo realidad a partir de 1918, cuando quemaron las naves –vendieron el Princesa– y les encargaron a los arquitectos Fernando Aranda y Emilio Repetto la construcción de un teatro monumental en suelo porteño.
La fachada se inspiró en la Universidad de Alcalá de Henares, cuna del Siglo de Oro español, construida entre 1514 y 1533. Los azulejos, mayólicas, telones, mármoles y diversos ornamentos fueron traídos desde diez ciudades españolas; unas 700 personas trabajaron en la epopeya que buscaba reproducir el estilo renacentista e imitar el de otros edificios españoles.
Al otro lado del Atlántico, se interesó hasta Alfonso XIII, quien ordenó que los buques de carga españoles transportaran lo necesario para la construcción. Acá, hubo aportes de círculos sociales, financieros y artísticos. Una vez que se consiguió el terreno, luego de ocho meses que se tomó el Concejo Deliberante para aprobar el proyecto, el Cervantes estaba en plena gestación.
María Guerrero, actriz, directora y empresaria teatral española, alma mater del Cervantes.
El domingo 4 de septiembre de 1921, Guerrero y Díaz de Mendoza, ya instalados en el edificio, dieron una fiesta de beneficencia ahí. Al día siguiente se levantó por primera vez el telón de lo que hoy es la sala principal, la María Guerrero, una herradura con capacidad para 860 espectadores en sus distintos niveles. Los espectadores aplaudieron a rabiar la primera obra, La dama boba, de Lope de Vega, con las actuaciones de Guerrero, su marido y elenco. El acontecimiento tuvo un amplio despliegue en los diarios de la época.
El teatro –Guerrero se negó a que llevara su nombre– contaba con tecnología de avanzada. El edificio tenía 31 camarines y dos amplios salones para comparsas; María y Fernando, un departamento comunicado con el escenario; las primeras figuras disponían de salones de conversación y tocadores independientes, y además había dos amplios vestíbulos para los artistas y sus visitantes.
Empezaba casi un lustro de fulgor cultural. La programación incluía a autores españoles, a otros europeos clásicos y contemporáneos, y también a argentinos. Por el Cervantes pasaron grandes compañías de Inglaterra, Francia, Rusia, Alemania, Italia. También había conciertos de música clásica que eran transmitidos por radio, una de las novedades de la época.
El marido de María Guerrero no supo administrar el teatro y en 1926 la sala fue a subasta. Las crónicas de la época especularon que se transformaría en cabaret o casino.
Obras de restauración en la zona del foyet del Cervantes. Foto: TNC.
Teatro federal
Hacia mediados de los años 20, la belle époque del Cervantes como teatro privado llegó a su fin. Los costos de mantenimiento eran altísimos y el matrimonio estaba muy endeudado.
Díaz de Mendoza admitió su impericia para afrontar la administración (aparentemente también tenía impericia como actor) y, a pesar de la venta de palcos bajos a la clase alta porteña, el período María Guerrero terminó.
El 16 de julio de 1926 el edificio fue a una subasta pública. Las crónicas de época especularon con el Cervantes convertido en cabaret o casino.
“En realidad, los que movilizaron la compra del edificio bellísimo, que aún no tenía anexada la parte a la que se ingresa por avenida Córdoba, fue Marcelo Torcuato de Alvear, asesorado por Enrique García Velloso, dramaturgo e investigador brillante. El Estado compró el Cervantes a través del Banco Hipotecario Nacional, para generar actividad artística. Aunque, por avatares políticos, recién empezó a funcionar como teatro oficial, teatro con producción del Estado, en 1936”, explica Dubatti.
El diseño interior y su ornamentación son de estilo español. Foto: TNC.
En aquel tiempo, el Teatro Nacional de Comedia –uno de los tantos nombres que tuvo el Cervantes– era dirigido por el mítico Antonio Cunill Cabanellas, que les imprimió un gran rigor a las puestas, les dio prioridad a las producciones argentinas y propició las giras nacionales.
Ochenta y cinco años después, Sebastián Blutrach, actual asesor de contenidos, programación artística y producción del Cervantes, habla de los distintos perfiles que tuvo el TNC:
“Dependió del momento histórico y las direcciones. Después de la dictadura, por ejemplo, sólo se estrenaba teatro iberoamericano, con un lugar especial para los autores nacionales. Era una manera de reparar las prohibiciones y reivindicar a Teatro Abierto. Ahora se abrió más el juego, una tendencia que había empezado ya en la gestión anterior, de Alejandro Tantanian, y que nosotros consolidamos.”
En los talleres de vestuario los trabajadores del TNC confeccionan trajes, vestidos, zapatos, sombreros y pelucas. El año pasado, hasta fabricaron tapabocas. Foto: TNC
Rubén D’ Audia, director general del Cervantes, agrega: “Como único teatro nacional, queremos trabajar en profundidad lo federal. No se trata solamente de mostrar lo que se produce en CABA sino de entrar en diálogo con las distintas culturas teatrales del país”.
Uno de los ejemplos es la idea que tiene la actual dirección en torno de la obra que les encargó a Ciro Zorzoli y a Gonzalo Demaría –la dupla de Tarascones– también como celebración de lo cien años del TNC. La pieza, La comedia es peligrosa, está ambientada durante el virreinato y contará con 18 actores en escena. Está escrita en verso y con humor.
“Celebra al teatro como actividad artística y habla de nuestro origen y el de nuestro teatro –explica D’ Audia–. Queremos, si la pandemia lo permite, estrenarla en la sala María Guerrero el 5 de septiembre y que luego se convierta en un espectáculo itinerante. Vamos a recorrer provincias para generar espacios de festividad, de encuentro e intercambio, convocando al ambiente teatral de cada lugar.”
Blutrach, dueño además del teatro Picadero, da una opinión que –aclara– no es oficial sino personal. “Sería interesante ampliar las sedes del Cervantes, debatir la chance de que las tenga en otras provincias. Un teatro nacional es de toda la comunidad teatral. Cada gestión, que para mí no deberían renovarse y cuyos cargos deberían ser concursales, tiene que escuchar las demandas de un colectivo que acá es muy diverso y rico.”
En 1961 se prendió fuego. El secretario técnico del teatro alcanzó a bajar un telón de seguridad y evitó la destrucción completa de las plateas.
Imagen de El hombre que perdió su sombra, una de las obras que pasó por el escenario del Cervantes y que luego, en pandemia, se sumó a las propuestas online. Foto: Clarín.
Destrucción y renacimiento
En su siglo de existencia, el Cervantes tuvo períodos brillantes –muchísimos– y de oscuridad. El momento más crítico se desató durante la mañana del 10 de junio de 1961.
La noche anterior, el público había ovacionado a la compañía del Théatre Francaise, encabezada por Madelaine Renaud y Jean Louis Barrault. Al día siguiente, ocurrió una catástrofe: el teatro, dirigido en ese momento por Narciso Ibáñez Menta, que había sucedido en el cargo a Orestes Caviglia, fue devorado por un incendio.
En su formidable Historia del Teatro Nacional Cervantes 1921-2010, Beatriz Seibel consigna que el fuego arrasó el escenario y gran parte de las instalaciones. Y que Víctor Róo, secretario técnico del teatro, alcanzó a bajar un telón de seguridad que evitó la destrucción completa de las plateas.
El 13 de junio se dictó un decreto que ordenaba la reconstrucción urgente, a cargo del gobierno nacional. Los trabajos iban a durar años y a abarcar una superficie de más de diez mil metros cuadrados. Incluirían la construcción de un edificio sobre avenida Córdoba, de 13 pisos, en el que se incorporaron talleres, salas de ensayo, camarines, depósitos y oficinas para la administración.
Parte de la remodelación, sobre todo la de la sala María Guerrero, se hizo en base a fotografías de época. La reinauguración fue el 17 de agosto de 1968, más de siete años después del incendio.
Un momento pre pandemia: la sala María Guerrero a full. Foto: Gustavo Gorrini.
Pasado y presente
Por el Cervantes han pasado –y se han formado– innumerables íconos del teatro nacional y del internacional. Es un lugar de consagración. Además, funciona como formador en los rubros técnicos.
“En el TNC trabajan alrededor de 350 personas. Es un teatro de producción y por lo tanto tiene todo tipo de talleres: de vestuario, de escenografía, de herrería, de pintura escénica, de electricidad; también funcionan laboratorios audiovisuales, de asistencia de dirección, de producción. Es, sin dudas, uno de los teatros más completos de Latinoamérica y de excelencia”, explica Blutrach.
Durante la gestión de Tantanian (2017-2019), el Cervantes dejó de lado cierto lenguaje visual clásico y lo combinó con otro más moderno y ecléctico, lo que abarcó no sólo la curaduría sino también la gráfica: programas de mano, afiches, merchandising.
La actual gestión, que se topó con la pandemia a poco de asumir, mantuvo esta línea y además hizo convocatorias abiertas a jóvenes dramaturgos a través de concursos. “Eso nos permitió filmar 21 obras en tres meses en 2020, en pandemia”, remarca Blutrach. Lo presencial, por brevísimos períodos, alternó con el streaming, a través del Cervantes online.
Más allá de que esta modalidad permitió llegar a públicos masivos y lejanos, generó y sigue generando contrapuntos. El propio Zorzoli declaró: “El teatro por streaming no es sucedáneo del teatro, cuya presencialidad es irreemplazable. Habrá que encararlo de otro modo, llamarlo de otro modo”.
Blutrach opina: “Me parece un tema menor cómo lo denominemos. La pandemia nos trajo una situación muy trágica para las artes escénicas. El arte en vivo debe haber sido la actividad que más perdió; más que el turismo, más que la gastronomía, por ahí junto con los salones de fiestas o los boliches. Todos salimos a hacer lo que pudimos y tenemos que ser más buenos con nosotros mismos respecto de categorizar o catalogar. Coincido plenamente con Ciro en que el teatro en vivo es irreemplazable.”
Desde el período María Guerrero hasta hoy, el Cervantes es otro y es el mismo, como lo experimenta cualquiera que entre a ese edificio que transporta en el tiempo y arrebata con su belleza.
Dubatti insiste: “Es una especie de faro en un país con una tradición teatral impresionante, que empezó con las prácticas de teatro ritual de los pueblos originarios, antes de la llegada de los españoles. Y que siguió con un teatro de la conquista y, luego, con otro de la colonia, del virreinato, la ranchería, la gauchesca. No sé si se me nota el orgullo en la voz, pero lo siento. Porque el teatro es una de las áreas más importantes de la cultura nacional. Y esa riqueza está formada por una polifonía en la que el Cervantes es una voz importante, aunque no la única”.
Fuente: Clarín