El 19 de abril arranca una nueva edición del Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires en varias salas de la ciudad. Después de tres ediciones que, de diferentes maneras, fueron atravesadas por la pandemia y pasaron de ser completamente virtuales a tener versiones híbridas en 2021 y 2022, el BAFICI vuelve a algo parecido a la normalidad.
Si bien las funciones online siguen existiendo y las salas comerciales que solían ser los centros neurálgicos del festival (primero en Abasto, luego en Recoleta y brevemente en Belgrano) siguen brillando por su ausencia, la expectativa está puesta en terminar con esa suerte de “pausa” a medias que le ha quitado brillo y peso al festival.
No será fácil la vuelta por varios motivos. Se trata de un festival cada vez más reducido en presupuesto, lo cual impide que lleguen muchas de las películas más esperadas por los espectadores. La respuesta a ese problema ha sido volver a girar la búsqueda hacia estrenos mundiales, rarezas, títulos poco conocidos y esperar que la confianza que el público porteño ha depositado en el criterio de selección del festival a lo largo de su ya cuarto de siglo de historia se mantenga.
El BAFICI no quiere ser “un festival de festivales” (esto es, una selección de lo que más trascendió en los últimos meses internacionalmente) sino ser uno de descubrimientos. Habrá que ver si esos descubrimientos aparecen. En principio, lo que hay son algunos pocos títulos esperados, bastante cine argentino y muchas incógnitas.
El festival BAFICI tiene tres secciones competitivas: la Competencia Internacional, la Competencia Argentina y la Competencia Vanguardia y Género
Superados algunos inconvenientes ligados a las repercusiones del conflicto que tuvo lugar tras una performance en el Museo Fernández Blanco considerada por algunos “escándalosa”, que llevó a que las autoridades porteñas quisieran revisar a último momento los potenciales contenidos “problemáticos” del BAFICI, el festival se dispone a retomar su carácter presencial y festivo.
Dentro de una programación amplia de largos y cortometrajes que incluyen muchos estrenos mundiales y películas poco conocidas, se destacan algunos títulos que ya han tenido éxito en su previo recorrido internacional. Aquí un repaso por seis filmes imperdibles de la programación.
L’envol, de Pietro Marcello. La más reciente película del realizador italiano de Martin Eden es un cálido y un tanto extravagante cuento que transcurre en un pueblo de Normandía y se centra en un hombre que regresa tras la guerra y se encuentra allí con que su mujer ha muerto y que tiene una hija pequeña. La historia tomará giros inesperados a lo largo de mucho tiempo en el que la chica crecerá y aparecerán nuevos personajes que marcarán las vidas de ambos para siempre.
Pero más allá de la trama en sí lo fascinante de la película es la manera en la que el cineasta italiano la cuenta a modo de fábula, de encantador cuento de hadas que incluye desde brujas hasta números musicales pero que jamás pierde de vista la difícil realidad social en la que la historia se inserta.
In Water, de Hong Sang-soo. ¿Se puede hacer una película totalmente fuera de foco? Para el prolífico director coreano todo parece posible, hasta eso. Esta pequeña historia acerca de un director, un asistente y una actriz que pasan unos días en un pueblo costero preparando y filmando una película bastante amateur está filmada, de principio a fin y ex profeso, fuera de foco.
Salvo por una escena inicial en interiores que se ve normal –y que parece puesta más que nada para que los espectadores no reclamen “¡Foco!” al proyectorista–, In Water sostiene esa arriesgada propuesta y logra encantar con un breve relato sobre el cruce entre el cine y las relaciones personales. Es que, luego de algún esfuerzo inicial para acomodarse a la idea, uno termina viendo lo que sucede casi como si estuviera observando una pintura impresionista en movimiento.
El caso Padilla, de Pavel Giroud. A partir de material inédito rescatado de los archivos, el realizador de origen cubano recupera y muestra en toda su crudeza lo que fue la tristemente célebre “autocrítica pública” que llevó a cabo en 1971 el escritor cubano Heberto Padilla pidiendo disculpas y arrepintiéndose en un evento televisado de las críticas que le hizo al gobierno de Fidel Castro tras ser liberado de la cárcel.
Este complejo hecho, más político que literario y que dividió para siempre las aguas respecto a la relación entre algunos escritores iberoamericanos y el gobierno de la Revolución Cubana está retratado aquí en toda su inquietante perversidad, como una especie de puesta en escena incómoda en la que Padilla –y otros colegas escritores– es coercionado a hacer una declaración pública que “interpreta” con la pasión de un converso y los temores de un hombre forzado a delatarse a sí mismo para sobrevivir.
Afire, de Christian Petzold. Uno de los grandes cineastas alemanes contemporáneos entrega una de sus películas más ligeras pero no por eso menos provocadoras e inteligentes. Apoyada en los curiosos hechos que tienen lugar en una casa de verano ubicada en medio de un bosque y cerca de una playa -a la que un escritor bloqueado va con un amigo fotógrafo de vacaciones-, la película se va convirtiendo en una suerte de tragicomedia en la que la neurosis, la confusión y los miedos del protagonista se van acumulando hasta llegar a un final inesperado.
Es un autocrítico retrato de un escritor que sabe que no está hecho para las cosas prácticas de este mundo y que tampoco tiene idea de cómo lidiar con la gente. Lo único que le queda, si es que puede hacerlo, es escribir.
La película chilena acaba de pasar por la última edición de la Berlinale
La memoria infinita, de Maite Alberdi. La directora de El agente topo y La once vuelve a centrarse en las vidas de adultos mayores para retratar, con afecto y pudor las experiencias de vida del periodista chileno Augusto Góngora, diagnosticado con Alzheimer, y su esposa, la actriz Paulina Urrutia, que lo ayuda y acompaña en el duro proceso degenerativo producido por esa enfermedad.
Se trata de una película amable, abierta y luminosa que no desmerece ni le quita gravedad a la enfermedad sino que entiende que una buena manera de tratarla es desacralizarla y dejar en evidencia que la apertura –a hechos culturales o a encuentros con amigos– ayudan a que demore su brutal efecto en quienes la padecen. Al hablar, a su vez, del rol que Góngora tuvo denunciando las brutalidades del régimen de Pinochet, la película de Alberdi pasa a transformarse en un relato sobre la memoria en un sentido histórico.
How to Save a Dead Friend, de Marusya Syroechkovskaya. Este documental de origen ruso retrata, a través de su protagonista y realizadora, a una generación de jóvenes de ese país, que tiene una de las más altas tasas de suicidios en el mundo. Lo hace contando la historia de la realizadora, que fue una adolescente punk que, como muchos de sus amigos y conocidos, tenía fantasías suicidas, pero que luego fue canalizando, entre otras cosas, gracias al cine.
El eje aquí pasa por su relación con Kimi, un joven más grande que ella, con el que tiene una relación amistosa y casualmente romántica, un hombre que no parece poder encontrar una salida a la depresión, al alcohol y a las adicciones. Recordando, Marusya hace un brutal retrato de los miedos, el talento y el sufrimiento de una generación prácticamente perdida en un país que los margina y abandona.
* Más información sobre la venta de entradas, grilla y catálogo de películas en la web del festival.
Fuente: Infobae