Portal del cementerio, una de las obras icónicas del arquitecto. Mariana Eliano
asta palabras grandes, como monumental, desproporcionado, imponente, descomunal, extraordinario, grandilocuente, brutal le quedan chicas a la obra de Francisco Salamone, el arquitecto e ingeniero ítalo-argentino que durante un período corto en la década del 30 diseñó cerca de 70 piezas únicas en la provincia de Buenos Aires.
Fue durante el gobierno del conservador Manuel Fresco, que lo convocó para que se encargara de dotar a los pueblos con edificios públicos de primera necesidad: la sede municipal, el matadero, el cementerio, la plaza, el mercado. Salamone lo diseñaba y, en otro orden de las cosas, entregaba a cada localidad una modernidad que los habitantes no sospechaban ni en sueños.
Para la construcción se utilizó el hormigón armado y, en un momento, tenía tantos trabajos en desarrollo que la cementera no daba abasto.
Hay obra en Azul y en Alberti, pero la mayor cantidad está en el sudoeste de la provincia y el lugar con más trabajos –cinco– es Saldungaray, un pueblo de campo en la Comarca de las Sierras que hoy no llega a los 1.500 habitantes. ¿Por qué recaló en este lugar que no sería mucho más que una estación de tren? ¿Qué lo atrajo? ¿Santiago Saldungaray, el diputado y nieto del fundador del pueblo, fue su amigo?
No hay información suficiente para sacar conclusiones: Salamone es un personaje enigmático, envuelto en mitos. Leí que era jugador, por eso los círculos con rayos, como referencias encriptadas a la ruleta en algunas obras. Dicen que creía en la supremacía del Estado, por eso las municipalidades tan altas. Y que un astrólogo le vaticinó que estaba destinado a las grandes cosas. Dicen que al RIP del cementerio se lo reescribió como “resulta imposible de pagar”, por las deudas que tomaban las municipalidades a causa de las obras de Salamone.
–Con respecto a Salamone, todo es correcto e incorrecto. Hay mucho sobre él que no sabemos –señala Constanza del Río, responsable junto con Sofía Ugarte del Centro de Interpretación Salamone de Saldungaray, y una militante del ingeniero y de su pueblo.
Estamos debajo del portal circular del cementerio, de 20 metros de altura. Llovió toda la noche y siguió lloviendo durante la mañana. Hasta que apareció un rayo como un espía infiltrado y después otro, y crearon esta luz invernal con reminiscencias de tormenta que le sienta muy bien a la arquitectura de formas geométricas, líneas rectas, formas simples. La cabeza cubista del Cristo es obra de Santiago José Chierico, el escultor que trabajó con Salamone en varios proyectos.
El arquitecto construyó el portal donde ya había un cementerio. Y fue tan impactante la dimensión que, cuando se inauguró, en 1938, y con la presencia de Fresco que llegó en avioneta, la gente no quería entrar. Hasta ese momento, la casa más alta de Saldungaray era de dos pisos. Intimidados por la arquitectura, los vecinos seguían usando la vieja verja para llevarles flores a sus muertos. Tuvieron que clausurarla y sólo así entraron por el portal.
Parada frente a su obra y rodeada por la pampa bonaerense, me pregunto cuántas veces habrá visto Metrópolis, la película épica de Fritz Lang, estrenada en 1927, justo 10 años antes de que aparecieran sus diseños.
Describieron el estilo de Salamone como art déco, retrofuturismo, constructivismo ruso, arquitectura fascista, expresionismo alemán.
–Nosotros le decimos estilo salamónico –decreta Constanza, que durante el recorrido va revelando su admiración por el arquitecto que, dato curioso, nació el mismo día que ella: 5 de junio.
El portal está en proceso de puesta en valor y limpieza desde el año pasado. Hidrolavaron y repusieron algunos azulejos azul petróleo, pero todavía falta y por ahora los trabajos están parados hasta nuevo aviso.
Caminamos por el cementerio y vemos los apellidos de las familias de este pueblo y otros. Los Salerno, fundadores de Villa Ventana, están acá.
–En la comarca, sólo hay dos cementerios: Tornquist y nosotros. Ni Villa Ventana ni Sierra tienen cementerio.
Cuenta Constanza que por eso mismo va quedando chico: hacia adelante no puede crecer porque está la ruta y hacia atrás es un campo privado.
Cruzamos la ruta, pasamos un antiguo puente desde donde se ve el Tres Picos, el cerro más alto de la provincia.
–Para nosotros es el Cuatro Picos, los podés contar, ¿ves? Desde acá son cuatro.
Volvemos al auto. Se ve una camioneta estacionada frente al portal. Constanza mira, reconoce que son del pueblo y que hay tres vecinos a los que normalmente no se los ve juntos. Inmediatamente manda un audio para un grupo, serán compañeras de trabajo o amigas.
–Chicas, acá estoy en el portal y estoy viendo que se estacionó la camioneta de M. y adentro están G. y P. ¿Habrá fallecido alguien?
En unos segundos se da una situación muy de pueblo chico, de querer responder las 5 preguntas fundamentales del periodismo: qué, quién, dónde, cuándo y por qué. En el fondo, por qué esos que no suelen andar juntos están los tres arriba de la misma chata.
La plaza y el mercado
A diferencia de Sierra de la Ventana y de Villa Ventana, Saldungaray no tiene casas de alfajores ni hoteles ni restaurantes, y justamente en esa falta está su encanto. En la dinámica de pueblo, de calles con veredas anchas, donde los que pasan se conocen y se saludan o se conocen y no se saludan.
Después de ver la municipalidad de Tornquist, tan alta que hay que alejarse para sacar la foto, la de Saldungaray me parece baja y, sin querer, lo digo en voz alta.
–Ah, esta es chiquita.
Viendo la escena en retrospectiva y después de pasar la mañana con Constanza del Río, creo que mi comentario habrá sonado pésimo, un golpe certero al corazón, al orgullo de una nacida y criada, “de pedigrí”, como aclaró ella. Para qué abrí la boca, y en la vida real no hay rewind.
–Ahora te voy a hablar de mi delegación –dice, seria, sin poder disimular la molestia.
Entonces aclara que, por dimensiones, Saldungaray no tiene municipalidad, sino delegación.
–Pero es la única delegación con reloj y torre.
Las palabras resuenan en la tarde silenciosa y levanto la vista para volver a mirarla.
–El reloj funcionaba con un reloj testigo del lado de adentro. No perduró en el tiempo por el peso de las agujas. En Alberti, por ejemplo, lo automatizaron.
Recorremos la plaza; vemos las luminarias, que son parecidas a todas, pero vistas de cerca, tienen particularidades: más o menos brazos y alguna diferencia. Verdaderas piezas de arte. Y llegamos al mástil, que no estaba en el pliego original, pero Santiago Saldungaray logró que entrara.
–Por eso es nuestro ídolo, junto con Salamone. En todas las fechas patrias, sacamos de la municipalidad la bandera del pueblo y la llevamos desplegada y a contramano hasta el mástil, donde la izamos –agrega Constanza y se sienta sobre el hormigón del mástil para unas fotos. Con su cuerpo tapa los agujeros que dejaron los que hace unos meses robaron tres de las cinco placas conmemorativas de bronce ahí amuradas. Fue a dos cuadras de la Policía en un pueblo de pocos habitantes, y todavía no hay noticias de los responsables.
–No sabés la angustia que nos agarró cuando nos vandalizaron.
En Tornquist hay mástil también, pero si te fijás bien, el nuestro es más lindo.
Frente a la plaza, en la parroquia Nuestra Señora del Tránsito se puede ver una virgen que, a diferencia de casi todas, no está parada, sino reclinada sobre cuatro almohadones. La imagen es de roble pintado; la trajo Pedro Saldungaray desde Itxassou, Francia, en 1905.
En la esquina de Belgrano y Donado, el Viejo Mercado también es obra de Salamone (sólo hizo dos mercados: este y el de González Chaves). Los más antiguos del pueblo todavía se acuerdan de la carnicería de Mauro, de la verdulería. Después de varios años de desuso, el mercado se restauró y se instaló una panadería artesanal que funciona como cooperativa de 10 personas al mando del chef Carlos Gómez. Elaboran panes, medialunas, conitos de dulce de leche, alfajores de coco y “alpargatas”, galletas finas de harina. Hacia fin de año tienen ganas de abrir un café.
El otro local del mercado, sobre la calle Donado, es viejísimo; se nota en el cartel de Quiniela, desgastado. El sol del mediodía ilumina las estampitas de la Virgen del Tránsito y las alpargatas entre una variedad insólita de cosas. Fue el kiosco de Carlos Davis, alias Calucho, que también salía a recorrer el pueblo en bicicleta para vender números de lotería. Vendía el diario, La Nueva Provincia, que llegaba en tren de Bahía Blanca, edición matutina y vespertina. Desde la pandemia el diario ya no llega.
–Ester Giunta, mi mamá, era su empleada de esa época y después, en el 68, se casaron y ella trabajó toda la vida acá –cuenta Romina, que atiende el local de 8 a 13 y desde “un ratito antes de las 17 hasta las 21.30″.
–¿Un ratito antes?
–Sí, a las 17 llega el ómnibus y yo vengo un ratito antes por si los pasajeros que se bajan quieren comprar algo.
El último punto del recorrido es el matadero municipal, a unos kilómetros por el camino viejo a Sierra de la Ventana, una calle de tierra que hoy está embarrada.
Cuenta Constanza que el exmatadero está tomado por una familia hace 10 años, y que parece que ya les adjudicaron una vivienda social y en algunas semanas lo liberarían. Ella cruza los dedos, se la ve capaz de salir a bailar si eso sucede.
Llegamos a la construcción, rodeada de eucaliptus con raíces gruesas que ya atravesaron una escalera. Ladran varios perros y se acercan a la tranquera. Golpeamos las manos y no sale nadie. Hola y nada. Constanza dice que entremos. Abrimos la tranquera y entramos (los perros no nos muerden, menos mal). La construcción oval tiene grandes ventanales de vidrio repartido. Es o habrá sido muy luminosa: hoy los vidrios están tapados con mantas marrones y, por lo menos el exterior, se ve abandonado, con fierros y basura.
Mientras caminamos por el pasto alto, Constanza dice que están “rezando a Dios y a todos los santos” para recuperarlo.
Suena mal, pero es así: esta visita termina en el matadero.
Salamone, una vida intensa
Francisco Salamone nació en 1897 en Leonforte (Sicilia) y llegó joven a la Argentina. Cursó sus estudios secundarios en el Otto Krause, donde se graduó como Maestro Mayor de Obras. En 1920 se recibió de Ingeniero en la Universidad Nacional de Córdoba. En 1928 se casó con Emilia Adolfina (Finita) Croft (1906-1975), hija del cónsul Joseph Oliver Croft y Adolfina Vlieghe. Tuvieron cuatro hijos: Ricardo, Roberto, Ana María y Stella Maris.
En 1940, al ser desplazado Fresco de su cargo, Salamone se retiró al petit hotel que había comprado en Buenos Aires y, al poco tiempo, un juicio lo obligó a exiliarse en Montevideo. Había firmado como director técnico de una obra de pavimentación en Tucumán, y para evitar la prisión preventiva, su abogado le recomendó dejar el país. Regresó hacia 1945, limpio de culpa y cargo, pero ya no volvió a construir en el estilo que lo consagró más tarde. Creó la sociedad SAFRRA con sus hijos, emprendió algunos pocos edificios de propiedad horizontal y se dedicó mayormente a trasnochar con sus amigos, descuidando su salud.
Murió en 1959 y recién en 2001 su obra fue declarada Patrimonio Cultural de la Provincia de Buenos Aires.
Datos útiles
A sólo 9 km de Sierra de la Ventana, Saldungaray no dispone de tanta oferta para alojarse como su vecina: se recomienda ir por el día, y dormir en la comarca.
Centro de Interpretación Francisco Salamone
San Martín 175. T: (2284) 30-1665. IG: @centrosalamonesaldungaray
Fue creado en 2013 para poner en valor la obra de Salamone en el distrito. Es un buen lugar para acercarse al ingeniero. Lunes, martes, jueves, viernes y sábados, de 10 a 16; domingos, de 10 a 13. Miércoles, cerrado.
Detrás está el centro de informes que lleva el nombre de una vecina querida e impulsora del turismo local: Chichita Torelli. Los interesados en la historia local pueden preguntar por el libro Himno a Saldungaray, de Nora Gómez Sequeira, escritora e investigadora de la historia del pueblo. Lo vende en su casa. $10.000.
Viejo Mercado
Belgrano 101.
La panadería comunitaria funciona de lunes a sábado, de 8 a 20, y los domingos, de 8 a 19.
Fortín Pavón
Sauce 300/400. T: (291) 460-7675.
Rodeado de acacias negras, el museo de sitio muestra a través de ranchos, guardia y cuadras de tropa cómo era un fortín en una tierra de fortines. Tiene un mangrullo que funcionaba como lugar de castigo. Fue reconstruido en 1997. Se paga un bono municipal de $1.000. Lunes, martes, jueves y viernes, de 11 a 14; sábados y domingos, de 11 a 15.
Se visita con guía.
Dos paseos desde Saldungaray
Campo Udi
T: (291) 509-1730. www.campoudi.com.ar
En palabras del paterfamilias Fabián Girolimini, “las tres nenas y Nicola trabajan en la producción del queso”. Y también su mujer Alejandra.
Las tres nenas son: Cándida, que es veterinaria; Ángela, que estudia licenciatura en alimentos, y Juana, que es licenciada en quesos en Francia, y la maestra quesera de Udi. Ella creó el Doubs Jura (un queso de pasta dura con estacionamiento de 10 meses) y Nicola se encarga del mantenimiento de las máquinas. “Todos sabemos hacer todo”, cuenta Fabián mientras está atento al ordeñe de las vacas Holando-Argentino. En Campo Udi se producen 200 kilos de queso por día. En una visita se pueden conocer las instalaciones y la historia del lugar, ver terneros y vacas ahí nomás y, claro, comprar queso. Todos los días, de 8 a 13 y de 16.30 a 19.30.
Bodega Saldungaray
T: (291) 412-5261. www.bodegasaldungaray.com.ar
La bodega de la familia Parra se estableció a principios de los 2000 en esta zona inexplorada por la vitivinicultura. Cuenta con 15 hectáreas cultivadas con ocho cepas –Merlot, Cabernet Franc, Cabernet Sauvignon, Tempranillo, Pinot Noir, Malbec, Sauvignon Blanc y Chardonnay–, con las que elaboran vinos tintos, blancos, rosados y un espumante Extra Brut de Pinot Noir. La primera edición de vinos fue en 2008, con cosecha manual, igual que hoy. De terruño serrano y clima frío, se producen vinos delicados, con notas de fruta bien marcadas y buena acidez, siempre jóvenes. El Ventania –lleva el nombre en honor al cordón serrano– obtuvo, en 2023, el premio al mejor Malbec en un concurso de productores vitivinícolas bonaerenses, una provincia con gran crecimiento de la actividad en los últimos años (hay más de 50 viñedos).
Todos los años, en marzo, se celebra la Fiesta Provincial de la Vendimia en Saldungaray, en la antigua estación de ferrocarril, con espectáculos musicales, productores de vino y novedades enoturísticas.
La visita con degustación, $2.000. En el centro de visitantes venden los vinos y las mermeladas de elaboración propia y el gin Black Wolf de Sierra de la Ventana. Los fines de semana organizan catas dirigidas con reserva previa, $12.000.
Fuente: La Nación