“No vayas a lecherías a pillar café con leche. Morfate tus pucheretes en el viejo Tropezón. Y si andás sin medio encima, cantale ¡Fiao! a algún mozo.
En una forma muy digna pa’ evitarte un papelón”, cantaba Gardel en 1929. El restaurante que menciona el tango tiene 123 años de historia, 93 de los cuales transcurrieron en el local de Callao 248, incluyendo un paréntesis de 34 años hasta su reapertura en 2017. Para celebrar el pasado pero también la continuidad de este lugar tradicional, autoridades de la Legislatura porteña le colocarán ayer la placa que lo declara “Sitio de Interés Cultural de la Ciudad”.
“En 1896, en la esquina de Callao y Bartolomé Mitre, el asturiano Manuel Fernández y el gallego Ramiro Castaño inauguraron El Tropezón, restaurante que con el tiempo se constituyó en un lugar emblemático de nuestra Ciudad”, fundamentó Omar Abboud (Vamos Juntos), en el proyecto de declaración.
En efecto, el primer Tropezón ocupaba la esquina noreste de Callao y Bartolomé Mitre. Al principio era un almacén con lechería, pero después lo transformaron en fonda. Y en 1901 lo mudaron a la entonces calle Cangallo -hoy Perón- 1819. Por encima del local estaba el hotel Callao. El 7 de julio de 1925, los parroquianos vivieron un gran susto: se desplomaron dos pisos del hotel y tuvieron que salir corriendo. No hubo víctimas, pero el restaurante quedó destruido. El 11 de febrero de 1926, El Tropezón reabrió en Callao 248, su ubicación actual.
Para la reinauguración de El Tropezón, en noviembre de 2017, prepararon un gran puchero de gallina. Foto: Alfredo Martínez
Como abría las 24 horas, El Tropezón era un refugio de bohemios, tangueros, actores y políticos. El puchero de gallina era su plato insignia y el favorito de Carlos Gardel. El Zorzal siempre se sentaba en la mesa 48, muchas veces acompañado por su amigo, el jockey Irineo Leguisamo.
En los 80, el restaurante fue languideciendo. Hasta que, en 1983, se desplomó su marquesina y cerró. En el local funcionaron una sucursal del Correo Argentino y una ART.
Pero El Tropezón se merecía otra oportunidad. Y la encontró gracias a Raquel Rodrigo, una empresaria del rubro de estacionamiento que, al enterarse de la historia del lugar, se propuso recuperarlo. Después de una intensa obra de restauración, el lugar fue reinaugurado en septiembre de 2017 con un gran puchero.
Fuente: Clarín