Sumergirse en los meandros de la Iglesia es sumergirse en las entrañas de la historia. Por eso, justamente, la catedral de Notre Dame de París se ha transformado, una vez más, en el corazón simbólico de la crisis que agita desde hace meses a la venerable institución en Francia, sumergida en el escándalo de pedofilia de sus sacerdotes y el enfrentamiento entre ultraconservadores y progresistas.
Después de las peleas por la flecha y la estructura del techo, y de su reconstrucción (o no) conforme al original, ahora es la decoración interior que cristaliza las tensiones. Pues los terribles daños provocados por el incendio de abril de 2019 pusieron una página en blanco a disposición de los “liturgistas intelectuales” que denuncian los conservadores.
Desde el día después de la catástrofe, el arzobispo de París, monseñor Aupetit —que acaba de renunciar a sus funciones acusado de mantener una relación demasiado íntima con una mujer— puso en manos de uno de sus dos adjuntos, el vicario general Benoist de Sinety —que también renunció en marzo— ese expediente extremadamente político donde, para defender los intereses de la Iglesia, hay que negociar con mano de hierro con los diferentes organismos del Estado, pero también con los arquitectos responsables de los monumentos históricos, el ministerio de Cultura, la alcaldía de París, sin olvidar los deseos del presidente francés, Emmanuel Macron.
El vicario general recibió una sola consigna del arzobispo: Notre Dame debe seguir siendo un sitio de culto, pero también de encuentro con los visitantes, con frecuencia ignorantes del catolicismo, cuyo número se duplicó desde la década de 1990: más de 12 millones de personas franquearon las puertas de la catedral en 2018. La iglesia moderna se pretende, en efecto, abierta a otras culturas y desea abrir sus brazos a ese público que la abandonó poco a poco. El arzobispado rechazó, sin embargo, la posibilidad de hacer pagar una entrada, o reservar una parte del edificio al culto y otra para ser utilizada como museo, como sucede con muchas iglesias de Florencia o en la basílica de Saint-Denis, en las afueras de París.
Para llevar a bien su misión, Benoist de Sinety recurrió al padre Gilles Drouin, profesor en la universidad católica de París, donde dirige el Instituto Superior de Liturgia. En el pasado, ese gran admirador del historiador de la Edad Media Geoges Duby, codirigió seminarios con reconocidos arquitectos.
A partir del verano boreal de 2019, un equipo que incluía, entre otros, un escenógrafo, un especialista en iluminación y responsables del coro y de los oficios comenzó a trabajar. Se trataba no solo de organizar la visita, sino también de la reorganización el culto. ¿Había que poner el bautisterio en el centro o dejarlo como antes en una capilla lateral? ¿Conservar el altar? ¿Quitar una parte de las sillas o vaciar completamente la nave para recuperar el ambiente de las iglesias de la Edad Media? Todo era imaginable ya que casi todo había sido destruido.
“En una iglesia, como en una escena de teatro, hay dos actores más o menos buenos, más o menos bien vestidos, y una asamblea pasiva. Cuando la Iglesia pide que la gente participe activamente, es para salir de esa lógica”, dijo en su momento el padre Drouin.
Pero no todos están de acuerdo. Porque, desde siempre, tocar a la liturgia es agitar el pañuelo rojo entre ultraconservadores y progresistas. Ya en noviembre de 2020, cuando el proyecto era aún un borrador secreto, un artículo del diario conservador Le Figaro lanzó el anatema: “Las fotos de síntesis dan la impresión de estar en una pista de aeropuerto o en un parking”. El cotidiano habla de “creaciones disruptivas” que destruirán la “harmonía secular” de Notre Dame. Blasfema suprema, “se estaría pensando en cambiar las grisailles de las capillas, esos vitrales no figurativos de la época del arquitecto Viollet-le-Duc, por obras contemporáneas”.
El equipo del padre Drouin se enfrentó en realidad a dos tipos de integrismo. Por un lado los puristas, para quienes mover una sola piedra es un crimen de lesa majestad contra Viollet-le-Duc, el genial arquitecto que restauró Notre Dame en 1843. Por el otro, los ataques disimulados en la forma, pero violentos en el fondo de los movimientos católicos ultraconservadores y tradicionalistas en la iglesia de Francia. Y como sucede siempre en este país, todo el mundo dio su opinión a favor o en contra: académicos, escritores, grandes intelectuales, especialistas, historiadores del arte…
“Que haya una forma de violencia en el debate es normal. Pero aquí que trata de un discurso de gente que sueña con vivir en el siglo XIX. Están habitados por el fantasma de un pasado cuya desaparición los angustia. Notre Dame de París es un formidable instrumento para anunciar a Cristo, pero hoy no se lo anuncia como hace dos siglos”, reflexionaba Benoist de Siteny.
¿Cuáles son, en concreto, los cambios, que, por lo demás, acaban de ser autorizados por las autoridades pertinentes?
El visitante entrará ahora por el portal central y ya no por la puerta sur como antes. Alrededor de la nave central, el “camino catecúmeno”, que tratará de explicar al visitante el camino hacia la fe, partirá de la fachada norte para terminar en la puerta sur. En otras palabras: se ha tratado de trazar un camino de las tinieblas hacia la luz.
Seis de las siete capillas al norte de la nave estarán dedicadas a un pasaje del Antiguo Testamento: la Génesis, la gesta de Abraham, el Éxodo, los Profetas, el Cantar de los Cantares y el Libro de la Sabiduría. Una vez atravesada la inmensidad del transepto, el visitante entrará en el deambulatorio para vivir el misterio de la fe donde, al final, lo esperará la corona de espinas, esa reliquia que cubrió la cabeza de Jesús. El visitante llegará así a la Luz, pasando delante de la Virgen y el Niño —la estatua hallada intacta después del incendio—, antes de salir recorriendo las capillas del sur de la nave, que ilustrarán, con los mismos temas del Antiguo Testamento, las diferentes etapas de la vida cristiana: el camino intelectual frente al Libro de la Sabiduría, la vía mística ante el Cantar de los Cantares… (la caridad, la esperanza, la misión). Para terminar frente a la Génesis con el Laudato Si, una referencia a las posiciones sobre el medioambiente del papa Francisco.
Para todo esto, el grupo de trabajo imaginó hacer dialogar en las capillas lo clásico y lo contemporáneo: Rubens (1577-1640) y el plástico Anselm Kiefer; Louis Cheron (1660-1725) y Louise Bourgeois (1911-2010); La Natividad de la Virgen (1640) de Mathieu Le Nain con una obra de Ernest Pignon-Ernest. También deberían utilizarse diferentes expresiones artísticas, como tapicerías de Gobelinos o proyecciones de palabras bíblicas en los muros.
Todas esas innovaciones provocaron la inmerecida acusación de que “un Disneylandia políticamente correcto entrará en Notre Dame”, como tituló la revista ultraconservadora Valeurs Actuelles. Un adjetivo extremadamente bien pensado desde el punto de vista de la comunicación, que logró ser retomado por toda la prensa internacional.
Preparado para ese tipo de ataques, Gilles Drouin afirmaba no hace mucho tiempo: “¿Acaso no fueron necesarios 150 años al concilio de Trento, en el siglo XVI, para acomodarse a los cambios? Si Vaticano II rompió con la misa en latín y dio vuelta los altares para ir hacia los fieles en vez de darles la espalda, 50 años más tarde, aún queda por realizar parte del trabajo”.
Fuente: La Nación