Imposible pasarlo por alto: su fachada majestuosa hace alarde de una época de opulencia que ya no existe, de reyes, emperadores y nobles. Ubicado en el distrito IX de París, en la orilla norte del Sena, el Palacio Garnier fue construido a instancia de Napoleón III, quien no vivió lo suficiente para inaugurarlo en 1875.
Ideado por el arquitecto francés Charles Garnier, albergó a la Compañía de la Ópera de París hasta 1989. Hoy es la sede de la Academia Nacional de la Música.
El año pasado la plataforma de alquileres turísticos Airbnb lanzó una singular propuesta pensada por única vez. Así, por 37 euros, cientos de usuarios intentaron conseguir el único lugar disponible para el 16 de julio, que prometía una noche en la zona más privada y lujosa del edificio: el Palco de Honor. El programa incluyó una serie de actividades para los dos afortunados con un recorrido por el edificio, incluso hasta su misterioso lago subterráneo. Además, se organizó una charla con la bisnieta de Gastón Leroux, autor de El fantasma de la ópera, la famosa novela de folletín que trascurre allí. La historia, entre terrorífica y detectivesca, se convirtió más tarde en el musical más famoso del mundo y lleva 36 años en cartel.
Una ópera para una ciudad nueva
La construcción del Palacio Garnier formó parte del plan de renovación urbanística comandada por el barón Haussmann, que convirtió a París en un ciudad moderna con plazas, anchas avenidas y nuevos edificios. Una ciudad casi sin rastros de su diseño medieval, tal como la vemos hoy.
La ópera se concibió en un estilo neobarroco. Garnier lo denominó estilo Napoleón III como un modo de congraciarse con la esposa del monarca, la emperatriz Eugenia Montijo. Al parecer Eugenia se quejó con el arquitecto : «¿Qué estilo es este? No es clásico ni Luis XVI». Garnier respondió: «Esos estilos ya han tenido sus días de gloria. Este es el estilo Napoleón III. ¿Acaso merece eso vuestra queja?».
El edificio, sin embargo, muestra influencia de otros estilos históricos: una mirada ecléctica, muy propia de Garnier y su época.
Se trata de una construcción de tipo monumental concebida con lujo excesivo, coronada con una cúpula imponente con la imagen de Apolo y varias estatuas alegóricas a la música y la danza. Por dentro, la ornamentación recurre al uso casi desmedido de oro y terciopelo. Motivos vegetales, querubines y ninfas pueblan un espacio donde casi no hay lugar para el vacío.
El empleo de diferentes colores –policromía– en el interior asegura un efecto teatral. En la fachada se repite este concepto. Allí, se observan diecisiete tipos de materiales dispuestos en frisos de mármol multicolor. Luego, una sucesión de columnas y varias estatuas que refieren a deidades de la mitología griega. En la fachada principal se observan varios bustos en bronce de compositores famosos.
Vale destacar la Gran Escalera, que conduce al Gran Foyer, hecha de mármol blanco, verde y rojo y ónix. Depués, está el gigantesco candelabro de bronce y vidrio que cuelga del techo de la sala de espectáculos, diseñada en forma de herradura (a la italiana) con la idea de ver y ser visto. Arriba, la bóveda, fue pintada por Marc Chagall en 1964 y se lleva buena parte de las miradas.
Un lago subterráneo y sus pasadizos
Las obras del Palacio Garnier duraron catorce años. Durante ese periodo el arquitecto se encontró con más de un contratiempo. La guerra franco-prusiana, la caída del Segundo Imperio Francés y la Comuna de París de 1870, fueron hechos que obligaron a detener las obras.
Sin embargo, el mayor escollo que sorteó Garnier fueron las cuevas con aguas subterráneas que encontró durante las primeras excavaciones. Semejante contratiempo se salvó extrayendo el agua durante ocho meses con bombas hidráulicas.
Después, para asegurar los cimientos, Garnier, creó un lago artificial aislado por muros para otorgar estabilidad al edificio y evitar filtraciones. Actualmente, los bomberos parisinos drenan ese corazón líquido dos veces al año para impedir que el nivel freático suba. Así, se mantiene la sanidad de las aguas donde viven bagres y carpas, que algunos aseguran que son variedades de peces ciegos. A menudo, los bomberos de la ciudad se entrenan buceando en las aguas oscuras de la ópera.
Entre esa gran piscina y el nivel del suelo se construyeron cinco pisos de galerías subterráneas para evitar derrumbes: un mundo en penumbras que dio origen a diversos mitos e historias, entre ellos, la novela de Leroux.
De misterios y fantasmas
En 1909 el periódico francés Le Gaulois publicó un folletín de extraña trama firmado por el periodista Gastón Leroux. Durante cinco meses, El fantasma de la ópera desarrolló en entregas sucesivas la historia de un misterioso hombre que habitaba el subsuelo del palacio Garnier.
Leroux aseguró que la narración estaba inspirada en hechos reales, ocurridos en el edificio de la ópera, postura que no modificó durante todo su vida. El autor define al protagonista de su novela como un hombre deforme, no un fantasma, muy culto, amante de la música, la magia y la arquitectura.
Nunca sabremos cuán verdadera fue la historia. Lo cierto es que el periodista- escritor tenía elementos donde inspirarse, todos escondidos entre las paredes de este edificio.
Cuentan, además, que Leroux presenció la construcción de una suerte de gran caja fuerte para guardar varias grabaciones de cantantes líricos famosos, donadas a la ópera con la condición de permanecer intocadas durante cien años. Dichas obras se realizaron en las galerías subterráneas. Leorux sostenía que en el momento de las excavaciones se descubrió una habitación completamente amueblada, una guarida, con un cadáver dentro. El hecho nunca fue documentado, pero le sirvió al escritor para situar la morada del protagonista de su historia.
El folletín atrapó durante meses a los lectores franceses. Más tarde, Hollywood convirtió la historia en un éxito de la pantalla grande. En 1986 Andrew Lloyd Weber la trasformó en un musical que hasta hoy atrae multitudes.
Las pequeñas ratas
Edgar Degas, el gran pintor impresionista, las retrató cientos de veces. Sus cuadros de bailarinas jóvenes, gráciles, etéreas describen un tipo de mujer que adquirió presencia desde finales del siglo XIX en la vida parisina. Ellas fueron las protagonistas destacadas de los espectáculos de la ópera Garnier.
Degas estudió a las bailarinas con un detenimiento obsesivo, no solo sobre el escenario ante el gran público, sino también en la trastienda de los ensayos y en los tiempos muertos. Las mostró atentas a su maestro, aburridas, cansadas, atando sus zapatillas, rodeadas de sus compañeras o vigiladas por sus madres. Incluso, espiadas por esos hombres que las deseaban secreta y no tan secretamente.
Las petite rats –pequeñas ratas–, las bailarinas, procedían de las clases más pobres de la sociedad parisina. Si tenían la suerte de acceder a la escuela de danza se convertían en la gran esperanza de sus familias para sobrevivir y escapar de una vida miserable. Mal alimentadas, con poca ropa y escasos recursos, pasaban horas y horas ensayando. Con el tiempo podían convertirse en grandes estrellas o conseguir el amparo de un rico admirador que la protegía a cambio de ciertos favores.
En aquellos tiempos el ballet fue una atracción para los hombres acomodados de mediana edad que, más que la danza, lo que iban a ver era la desnudez de los brazos y las piernas de las jóvenes.
Hay que recordar que durante el Romanticismo el ballet sufrió un cambio drástico. Desde entonces las mujeres cobran importancia en escena; tengamos en cuenta que el ballet nació como una actividad reservada a los hombres, que hacían todos los papeles. Las mujeres recién se incorporan en el siglo XVIII, siempre dentro de un espectáculo de tipo cortesano, con pesadas vestimentas y tacones.
A partir del siglo XIX todo cambia, se incorporan nuevas técnicas así como el uso de zapatillas de punta y media punta y vestimentas ligeras (tutu) que permiten exhibir el cuerpo femenino, más allá de las reglas del decoro impuestas a la mujeres de esa época.
En su calidad de abonados, los hombres alquilaban un palco e incluso tenían acceso al foyer de dance, un espacio reservado a las madres de las bailarinas y a estos distinguidos caballeros. Dicho espacio era una suerte de sala de citas donde alternar con las jóvenes, abierta en los entreactos y al final de la representación.
En este sentido una de las condiciones expresadas en los requerimientos previos a la construcción del edificio, Garnier se encontró con la obligación de construir los palcos precedidos por un saloncito, donde los espectadores podían retirase a charlar.
Series y pelis
El Palacio Garnier albergó a la Compañía de la Ópera de Paris hasta 1989 cuando se mudó al moderno edificio de la Bastilla, diseñado por el arquitecto uruguayo Carlos Ott. Hoy en día es la sede de la Academia Nacional de la Música, aunque también oficia de escenario para algunas obras de aquella compañía, tanto de ópera como de ballet.
Integrado al perfil urbano, el Garnier es la cita obligada de todos aquellos que lleguen a la Ciudad Luz. El edificio aparece en un sinnúmero de películas y series modernas. Solo por mencionar una, recordaremos el momento en que la protagonista de Emily en Paris asciende por la Gran Escalera.
Mas atrás en el tiempo, fue uno de los escenarios elegidos para filmar la icónica película Entrevista con el vampiro. Allí, la fachada del palacio y el área de recepción se reconocen en la escena de la llegada de Louis (Brad Pitt) y Claudia (Christen Dunst) a su hotel de París, mientras huyen del vampiro Lestat interpretado por Tom Cruise.
El impresionante edificio que hoy lleva el nombre de su hacedor, se inauguró sin su presencia. Una muestra más de las injusticias históricas. El Palacio abrió sus puertas luego de la caída del Segundo Imperio y Garnier no fue invitado a la gran apertura por haber tenido trato con Napoleón. Tuvo que costearse la entrada y observar desde lejos, como uno más, su obra maestra.
Fuente: La Nación.