La Aldea de Mar Faro Belén es un “pedazo de inmensidad” dentro de un predio de 1500 hectáreas, con un frente costero de diez kilómetros. Las 15 casas, diseñadas por reconocidos arquitectos, desafían los vientos y la salvaje estepa patagónica. No hay televisión, ni internet ni señal telefónica. “La desconexión con el mundo es absoluta. Planteamos un concepto muy humano de urbanización donde la naturaleza y el mar son protagonistas”, afirma Oks. Los terrenos tienen un costo de entre 3 y 7 millones de pesos.
Está enclavada en terrenos aledaños a los del Faro Belén, que aún está en pie y es el símbolo de este proyecto. Hoy está fuera de servicio, pero con su estructura metálica intacta. “La gente que viene a vivir es un misterio”, dice Oks. Llegaron arquitectos, filósofos y hasta un jefe de enfermería que necesitó compensar las tragedias de su trabajo con la contemplación del mar. La idea es el respeto absoluto del medio ambiente y la intervención mínima del lugar. El terreno incluye la segunda colonia más numerosa de lobos marinos del Golfo San Matías. Mar turquesa “Me impactó el color del mar, de un turquesa que recuerda al Caribe”, indica Oks. El sol, como una epifanía, nace desde el horizonte marino. La visión es mágica. En uno de los promontorios, hay una solitaria silla que se enfrenta, indefensa, a la inmensidad. La usan aquellos que prefieren una conexión íntima con el nacimiento del nuevo día. “La gente necesita estar en lugares aislados. La necesidad de la cercanía de la naturaleza aquí es desafiante”, sintetiza. “Muchos argentinos que están afuera han comprado, y sueñan con regresar al país y vivir aquí”, cuenta Oks. El proyecto urbanístico estuvo a cargo del estudio de arquitectura Klotz-Minond, quienes diseñaron tres tipos de casas a disposición de quienes quieran instalarse en este rincón solitario al sur del mundo, aunque cada nuevo habitante puede traer su propio diseño, que es autorizado por el consejo de arquitectos. Debe seguir los lineamientos ambientales y minimalistas que se sugieren.
Al sur del mundo
De a poco, el sueño de Oks atrae a solitarios y amantes de una experiencia de extrema conexión con uno mismo. Es lector del filósofo italiano Giorgio Agamben y lo cita para entender el sentido de vivir: “El momento en el que uno se acerca más a su aspecto humano es un momento de aburrimiento profundo. Acá uno puede estar más cerca del aburrimiento profundo que en otros lados”, plantea. No hay agua en la aldea. La que se consigue en las napas es muy salabre. En la estepa, al pie del acantilado, hay un galpón donde funciona un sistema de bombeo con tanques que almacenan 35.000 litros. Es traída por camiones desde El Cóndor, a 30 kilómetros de Viedma. Con un sistema de cañerías, llegan a las casas. Es agua dulce, no potable. Se usa para la cocina y el baño. Para consumo personal, cada propietario trae en bidones desde Viedma o Bahía Creek, el pueblo más cercano, a 15 kilómetros por la costa. Cada casa también almacena agua de lluvia, en tanques de 3000 a 5000 litros. La electricidad se produce por energía solar. El uso del agua y de la energía son cuidados. “Todas las casas están hechas con construcción en seco y sobre pilotes para que el viento pueda seguir su curso”, describe Oks. No quieren intervenir la erosión eólica. Planeado en cuatro etapas, esta urbanización concibe las casas como islas. Están separadas por al menos cien metros unas de otras, sin cercos ni evidencias que sugieran la idea de propiedad privada en un espacio natural. No está permitido parquizar. “El 80% del terreno se conservará como Reserva Natural”, explica.
“Todas las construcciones se despegan del suelo con la inteligencia de alterar mínimamente la fragilidad del sitio, en un esfuerzo por respetar a cada una de las especies autóctonas que en la aridez de la estepa resisten al viento hace miles de años”, afirma el arquitecto Marcelo Vila, quien tiene su casa en lo alto de un promontorio. Materiales Los materiales que se aceptan son madera, vidrio, film frame (vigas de hierro) y chapa. “Puede ser un material vulgar, pero es muy lógico su uso en la Patagonia”, cuenta Oks. El vidrio es un común denominador que se encuentra en todas las viviendas. La visión del mar desde lo alto del acantilado es un espectáculo que nadie quiere perderse. Por la noche, las estrellas parecen bajar a distancia de las manos. “¿Para qué tener un televisor?”, se pregunta Oks. En esta primera etapa , se prevé la construcción de 69 casas sobre una línea costera, de tres a cinco kilómetros. Las cuatro etapas completan el loteo de 280 parcelas. “Se intenta buscar una nueva manera de convivir”, reflexiona Oks, quien viajó a Sonoma, en California, para inspirarse en Sea Ranch, un concepto de urbanización similar pionero en el mundo.
El sueño de crear una aldea sustentable de cara al mar, en el corazón de la Patagonia, tuvo el asesoramiento de consultores ambientalistas y expertos en urbanismo y medio ambiente, como los de la empresa Cooprogetti. Fueron los que indicaron dónde poder construir para no alterar la naturaleza. Llegar no es fácil. Este cambio de vida también requiere esfuerzos. Se accede por la Ruta 1, que costea el Golfo San Matías y, a partir de La Lobería (unos 40 kilómetros antes), el camino deja de ser de asfalto para transformarse en ripio. Es la Patagonia extrema. No se ven casas, ni poblados, solo estepa, chañares y el mar. Zorros, maras y liebres cruzan por el camino.
Las compras de provisiones se hacen en Viedma o en Bahía Creek, de diez habitantes estables durante el año. Un almacén provee de elementos básicos, pero los pescadores regresan del mar cargados de salmón blanco, mero, corvina y lenguado, algunas de las especies que se capturan. La alimentación es sana y natural. El pueblito tiene hospedaje y domos frente al mar. “El planteo de Faro Belén responde a recomponer un nuevo tipo de comunidad”, comenta el filósofo Florencio Noceti. Este año adquirió un lote y está construyendo su casa. “Al deshilacharse los lazos tradicionales, es cada vez más improbable que uno se instale en el barrio de sus antepasados”, agrega. “Se trata de una comunidad que no está basada en determinadas elecciones de consumo o en alguna procedencia compartida, sino que lo que aglutina es un cierto grado de conciencia ecológica y la confianza en los efectos saludables del contacto con la naturaleza. Perfiles más activos y más proclives a la comunicación seguramente estarán más cómodos en algún otro lado”, reflexiona.
“El viento tiene presencia física, se escucha constante en el enorme silencio reinante. El carácter general de las obras debería ser el silencio. Hay demasiada presencia de la geografía como para ser alterada por una acción tan pequeña en escala como una vivienda”, plantea Vila sobre las edificaciones. Y se despide con una descripción casi poética de su lugar en el mundo: “Una alta heliofanía caracteriza los días de cielos celestes extendidos y una muy baja polución lumínica favorece la posibilidad de contemplar la vía láctea por las noches”.
Fuente: La Nación