Grandes mármoles. Pinceladas doradas. Oro. La cúpula pintada por Raúl Soldi. Esculturas. Vitrales realizados en 1907 en Francia. Y, para muchos, la mejor casa de ópera del mundo.
Se sabe que el Teatro Colón (1908) es majestuoso. Sin embargo, es lunes, cerca de las 16 horas, y el antiguo Patio de los Carruajes del edificio está repleto de gente y de expectativas. Es que desde allí parten las visitas guiadas: una invitación a descubrir y redescubrir una de las joyas más bellas de la Ciudad de Buenos Aires. Un imán para turistas y para porteños, sean o no vacaciones de invierno (ofrecen recorridos todos los días de 9 a 17, cada 15 minutos, e igual hay que reservar).
En escena. La sala del Teatro Colón deslumbra. Para muchos, la mejor casa de ópera del mundo. / Juan Manuel Foglia
Galería de los Bustos. Con un gran homenaje a Mozart y otros grandes . La escultura blanca representa a Venus y a Cupido. / Juan Manuel Foglia.
La recorrida arranca entre trajes y la maqueta del Teatro. Sólo el edificio principal del Colón ocupa 5.006 metros cuadrados y hay más de 3.000 de espacio subterráneo. Es decir, el Teatro se extiende por parte de la 9 de Julio y de la Plaza Vaticano. Allí funcionan los talleres donde, desde 1938, se realizan los trajes -hay expuestos- y las escenografías. Pero, con sus collages de piedras, el hall central, al que se accede por Libertad 621, atrapa enseguida. «La planta baja es sobria porque representa lo terrenal y la alta, ornamentada con liras y con ángeles, es una metáfora de lo espiritual. En la medida en que uno ingresa al Teatro, ‘se eleva’ con las artes», señala la guía Marina Di Marco.
Maravilla. El gran vitral del hall central del Teatro Colón fue traído de Francia en 1907. Representa a las musas de Apolo. / Constanza Niscovolos
Sólo la escalera que conecta esos espacios es una fiesta de colores y de texturas. Un collage precioso. Fue realizada con mármol de Carraray está custodiada por leones tallados en rosado de Portugal. La baranda es de amarillo de Siena. Y la base de las columnas vecinas de rojizo, de Verona, enumera Di Marco. «El resto no es mármol aunque lo parece. Se trata de estuco con grietas talladas a mano y rellenas con polvo de mármoles», explica.
Cúpula. La pintó Raúl Soldi y fue inaugurada en 1966. Reemplazó, tras décadas, a una realizada por artistas franceses que fue dañada por humedad. / Juan Manuel Foglia
El lugar guarda memorias clave. «En 1908, cuando se inauguró esta sede del Teatro Colón -entre 1857 y 1888 funcionó frente a la actual Plaza de Mayo-, la ópera era más que un evento artístico. Se trataba del escenario social para los grupos altos. Y los inmigrantes también estaban, como público en el sector más económico, y habían estado como mano de obra calificada para manejar los materiales importados de Europa», apunta Di Marco. «En la restauración del Teatro -entre 2003 y 2010-, en cambio, sólo un especialista era italiano. El resto fueron argentinos. Me gusta señalar esto porque permite pensar al Colón como una pequeña muestra de los cambios en la sociedad«, cierra.
Cupido. Está en el medallón del centro del vitral. En la textura del verde, el restaurador Subirats evoca las pinceladas de Van Gogh. / Constanza Niscovolos
Los leones son maravillas. Pero no hay que dejar el hall central del Teatro Colón sin mirar el techo. Lo corona un vitral imponente, de unos 4 metros de diámetro, al que le dedicó, junto a los otros vitrales, esta nota GPS. Se abre en 8 gajos y, entre flores y flores, muestra figuras femeninas de aires neoclásicos tocando instrumentos musicales, bailando o con plumas para escribir. Representan a musas de Apolo, el dios de las artes de los griegos antiguos. Ese rompecabezas deslumbrante y el resto de los vitrales del Teatro fueron creados en 1907 en la Casa Gaudin de Francia .
Aire. Las rejillas, bajo las butacas. Claves para generar la acústica que Pavarotti «criticó» por perfecta. / Juan Manuel Foglia
La visita guiada mostrará que todo el Colón incluye influencias así e incluso más variadas. Los rasgos de solidez neorrenacentistas y la sobriedad alemana de las fachadas; la gran sala en forma de herradura, a la italiana, y la decoración con estilos franceses. Sucede que el propio Teatro, obra de 3 arquitectos –Francisco Tamburini, luego Víctor Meano y luego el belga Jules Dormal, quien le dio la impronta francesa-, es un monumento al eclecticismo, además de a la cultura occidental.
Fachada. El Teatro Colón y delante, público de una de sus funciones al aire libre. / Archivo Clarín
La siguiente «parada» es la Galería de los Bustos. Incluye a Beethoven, «quien solo compuso una ópera, ‘Fidelio’». A Bizet, creador de «Carmen», «la que más veces se representó en la historia». A Rossini, dice la guía y tararea, con una voz preciosa -fue parte del Coro de Niños del Teatro-.»Tararátararátarará-ta-tá… ¡No se trata del llanero solitario!«, aclara si no de la obertura de «Guillermo Tell». Y hay aplausos y risas.
Previa. Un artista se prepara para subir al escenario. Fue para la puesta de la ópera Turandot, en junio. /German Garcia Adrasti
Sigue Bellini y luego vendrá Wagner. Antes se impone Mozart, con un homenaje destacado: ocupa una pared. «El Teatro Colón es definido como un espacio de ‘música clásica’, un término de significado amplio. Y Mozart es, de todos estos músicos, el que se ajusta al clasicismo teórico», indica Di Marco. «El busto de Mozart es el único que se ve desde abajo, cuando uno ingresa», comenta. También aparecerá Verdi, «un poco el padrino del Colón». El 25 de mayo de 1908, cuando el Teatro fue inaugurado, interpretaron su obra ‘Aída’», recuerda. «¿Cómo salió? No estoy autorizada a decir que mal pero sí que no resultó tan bien. El público quedó descontento con la representación. Es que el Teatro no tenía artistas propios. Llegaban desde Europa, tras un viaje en barco de un mes o más y, a veces, tan sobre la fecha de la función que ni siquiera podían ensayar. Todo eso empezó a cambiar en 1925, cuando crearon el Coro, la Orquesta Estable y el Ballet del Teatro».
Postal 1908. Para la inauguración del Teatro Colón, eligieron la ópera «Aída» de Giuseppe Verdi. / Archivo Clarín