La relación entre la Argentina y Twenty One Pilots parece necesitar de un amigo en común para reunirse: el festival Lollapalooza. La noche de este sábado de marzo es la tercera en la que el cantante Tyler Joseph y el baterista Josh Dun hacen saltar al público local con su locura, y este reencuentro se concretó por un empujón del destino: originalmente, el headliner del segundo día era Blink-182, pero la banda estadounidense suspendió su gira por Sudamérica y México porque el baterista Travis Baker debió ser operado. Entonces, el dúo de Joseph y Dun apareció en escena.
Es de noche en el Hipódromo de San Isidro y la adrenalina parece adueñarse del escenario Flow. El dúo irrumpe con un pasamontañas, la misma prenda con la que comenzaron su presentación en las dos ocasiones anteriores, cuando encabezaron la primera jornada de Lollapalooza Argentina 2019 y cuando debutaron en el territorio nacional tres años antes, en el mismo festival.
Este sábado, el tema elegido para dar comienzo a la locura es “Guns for Hands”. Tyler mira a cámara unos segundos y, aunque su rostro está mayormente tapado, algo en la profundidad de su mirada cala hondo. Recita versos unos tras otros y de a ratos su voz se mimetiza con el resto de los instrumentos.
we haven’t talked about how tyler’s shirt looks like something black, probably blurry paint, has bled down into the top of it. pic.twitter.com/biUTZQryXf
— Tyler Joseph Once Said (@TylerOnceSaid) March 19, 2023
El show va de un extremo al otro: de la intimidad de un solo de piano a la fuerza de los platillos que, en cada golpe, elevan la potencia del sonido; de agudos disparados al aire a los versos más crudos. Hablan poco, pero los mensajes están todos en su música. Por eso, no hace falta sumar palabras para hacer un tributo: Twenty One Pilots hace “All the Small Things”, de Blink-182, como un guiño a la banda ausente.
Entre canción y canción, un Tyler aguerrido deja entrever su sensibilidad. El pianista y cantante va del rap a lo melódico, y termina en el piso pare decir: “Can you save my heavy dirty soul” (“¿podés salvar mi alma sucia y pesada?”), casi como un súplica. Entonces, simulan que lo reaniman, se levanta, barre (literalmente) el escenario y, en ese momento, el show da un giro con la entonación en trompeta de “Muchachos”, el hit mundialista: algo similar a lo que ocurrió la noche del viernes cuando el rapero canadiense Drake cerró la primera jornada del festival, aunque este sábado se da la peculiaridad de que en este día se cumplen exactamente tres meses desde que la Argentina alzó la copa. Para completarla, Tyler se calza la camiseta con las tres estrellas.
twenty one pilots covering blink 182’s all the small things at lollapalooza argentina pic.twitter.com/T1oMOdUDOz
— Tyler Joseph Once Said (@TylerOnceSaid) March 19, 2023
El recital de Twenty One Pilots es un show en movimiento y el concepto de ir “de un extremo al otro” se vuelve literal. Primero, Tyler y luego Josh. Ambos van hasta la valla para interpretar “Ride”, uno de sus máximos hits, entre la gente. Como si ver a Dun tocar con la batería subida a una plataforma sostenida por la fuerza de algunos hombres no fuera suficiente, con el batero ya de vuelta en el escenario, el cantante se trepa al mangrullo y, desde allí, agarra una guitarra eléctrica para hacer “Stressed out”: los dos componentes de la banda conectados a la distancia.
El show termina con una multitud coreando “Heathens” y “Trees”, más la declaración de Tyler: “Voy a buscar una casa acá, me encanta este lugar”. Enuncian la última frase y el dúo se abraza frente a su público. No dicen nada antes de desaparecer y, curiosamente, la última palabra de la canción de despedida es “Hello”. Quizás no sea un adiós sino un “hasta la próxima”.
Jane’s Addiction y el homenaje a Taylor Hawkins
Ninguna otra banda de Lollapalooza Argentina 2023 resume mejor que Jane’s Addiction la ética y la estética del rock de la década del 90. Poco antes de las siete de la tarde, Perry Farrell —también creador de este mismísimo festival— subió al escenario en un conjunto de prendas negras, con un sombrero de ala ancha del mismo color y sosteniendo una botella de vino argentino en la mano. Acompañaron a este cowboy de metal, el bajista Eric Avery, el baterista Stephen Perkins y el guitarrista Josh Klinghoffer, que sustituye a Dave Navarro mientras se recupera de las secuelas del Covid-19. Más atrás, en el escenario, tres bailarinas en plan strippers —una de ellas es Etty Lau Farrell, esposa de Perry— completan esa imagen entre tradicional y trillada de ser rockero hace tres décadas: un edificio construido sobre los cimientos de la tríada sexo-drogas-rock and roll.
Los primeros minutos de la banda sobre el escenario son como un sopapo. Mientras un Perry Farrell electrificado convulsiona al ritmo de “Ain’t no Right”, la guitarra del ex Red Hot Chili Peppers parece causar el mismo efecto entre los asistentes. Esa guitarra fucsia que empuña Klinghoffer (una edición limitada de Ibanez inspirada en Steve Vai) es el único elemento que carga de color, hasta el cambio del instrumento, a un cuarteto de impecable negro que respeta a rajatabla los mandatos del hard rock. Con el lanzamiento de esa canción, incluida en Ritual de lo habitual (1990), se marcaba el final de la primera etapa de la banda y el comienzo del festival Lollapalooza, que nació como una gira de despedida en la que Jane’s Addiction integraba un line-up ecléctico que incluía a artistas muy distintos entre sí, como Siouxsie and the Banshees, Nine Inch Nails y Ice-T. El éxito fue enorme y repitieron la gira al año siguiente. Eventualmente, el festival se internacionalizó. Corrieron cientos de line-ups heterogéneos bajo el puente y acá estamos hoy: en esta edición —en la que la banda de Farrell convive en la grilla con Rosalía, Billie Eilish y Chano— se repite el fenómeno.
La impronta ruda del cuarteto no se lleva puesto un dato sentimental de peso para Farrell y los suyos por involucrar a un amigo en común. “Taylor tocó en este festival por última vez, ese fue su último show”, dijo el cantante por el último show en vivo en el que participó Taylor Hawkins, baterista de Foo Fighters, que estuvo el año pasado en el festival y falleció días más tarde. “Él los amaba a ustedes y amaba el océano, le gustaba surfear. Por eso está canción es para él. Te amamos, Taylor”, dijo antes de interpretar “Ocean Size”.
Hacia el final, después de repasar canciones de distintos momentos de su discografía, un Farrell más cursi que rudo hizo espacio en el setlist para volver sobre sus primeros pasos. “Este es mi compañero desde siempre”, dijo mientras abrazaba a Avery. Antes de interpretar una versión acústica de “Jane Says”, el cantante sintetizó el arco que recorrieron desde que formaron su primer proyecto musical juntos hasta hoy. “Empezamos tocando en lugares muy chiquitos, muy humildes; fiestas en casas con unos cajones de cervezas”, dijo. “Para nosotros, estar tocando frente a tantas personas es increíble. Nos gustaría poder devolverles tanto amor”.
Tame Impala o la psicodelia em el siglo XXI
En las pantallas del escenario Samsung, una mujer vestida con uniforme de laboratorio presenta al público el más reciente descubrimiento de la bioquímica AionWell: Rushium, una droga capaz de abrir la mente y alterar las percepciones espacio-tiempo. Y aunque la escena sea impostada, la intención no lo es: desde hace algo más de una década al frente de Tame Impala, Kevin Parker buscó y busca cómo hacer de la música no solo un hecho artístico, sino también un vehículo para la estimulación sensorial. Al igual que su discografía, su segundo paso por Lollapalooza tuvo a la psicodelia como constante durante sus 75 minutos de show.
Las dos muletas con las que Parker salió a escena oficiaron de recordatorio de la operación de cadera a la que debió someterse hace pocas semanas. Una vez ubicado en una tarima, puso en marcha su trip lisérgico centrado en las canciones de The Slow Rush, como lo evidenciaron el comienzo con el AOR multicolor de “One More Year” y el baile contenido de “Borderline”. De a poco, los efectos del Rushium comenzaron a manifestarse en el viaje en cámara lenta de “Nangs” y en el empaste sonoro de “Mind Mischief” (“Travesura mental”, nunca mejor dicho). La zapada instrumental efímera de “The Moment” hizo aparecer una ráfaga tímida de láseres, un mínimo destello de luz que se fundió en la atmósfera sepulcral de “Posthumous Forgiveness”.
A partir de “Elephant”, Tame Impala apostó por el alto impacto visual para un rock intenso que avanzó con la firmeza de un paquidermo, mientras que “Apocalypse Dreams” tuvo poco de lo primero de su nombre y mucho de lo segundo, pura atmósfera etérea. Para no perder la costumbre que el día anterior habían instalado Danny Ocean y Drake (y que continuó después Twenty One Pilots), Parker hizo que su público entonase “Muchachos” al final de “Feels Like Going Backwards”, una introducción improbable para “Eventually”, el último hit de la noche, que al igual que “The Rush Hour”, finalizó con la despedida triste de “One More Day”, la prueba de que los efectos adversos del Rushium pueden ser inesperados.
Catupecu Machu: el recuerdo de Gabriel Ruiz Díaz y la participación de Ca7riel
“Hace algunos años estuve en este festival invitado por Lisandro Aristimuño”, recordó Fernando Ruíz Díaz, que en 2017 participó de Lollapalooza en una aparición fugaz. Esta noche volvió a pisar un escenario del festival, aunque en una intervención que lo tuvo a él y a la nueva versión de Catupecu Machu como protagonistas. Fue uno de los números nacionales más esperados de la noche y estuvo a la altura de la expectativa: desbordó de energía en un setlist de hits, acercó algunas sorpresas y se sostuvo con el recuerdo constante de Gabriel Ruiz Díaz, el bajista de la formación original del grupo que estaba inactivo desde 2006 —tras sufrir un accidente automovilístico— y que falleció en 2021.
“Quiero que todo esto lo escuche Gabi”, dijo Fernando, hermano del bajista. “Me gusta pensar que en este escenario hoy somos cinco, que Gabi está esta noche tocando acá, con nosotros”, añadió. Esta idea resume muy bien la energía de esta noche: un homenaje que podría estar signado por la nostalgia, con las tintas cargadas en la ausencia del músico, encontró una forma mucho más luminosa de ocurrir.
Si históricamente Catupecu Machu ofreció potencia en sus vivos, su flamante formación de dos baterías redobla la apuesta. Es como un organismo que funciona con dos corazones: esta noche, mientras Abril Sosa se arroja sobre el público, Julián Gondell sigue distribuyendo la sangre por el cuerpo. Pero la mayor parte del tiempo funcionan juntos, subrayando la forma física que tiene la música de sacudir los cuerpos presentes: traigan pogo, que corazones sobran. Esta flamante formación que se completa con Charlie Noguera en el bajo, además de, claro, la guitarra y la voz de Ruiz Díaz, abrió su show con un tándem en extremo hitero: “Magia veneno” con “Y lo que quiero es que pises sin el suelo”. Más tarde, Catupecu Machu tendió puentes a otros referentes de la escena local. Primero, a sus contemporáneos Massacre. “Vamos a tocar una de las canciones más hermosas de la mejor banda de rock de este país”, dijo en referencia al grupo que lidera Walas, para presentar una versión libre de “Plan B: anhelo de satisfacción”. Después, al ala más joven del público: “Este hijo de p… no necesita presentación, es uno de los mejores artistas de las nuevas generaciones, es una bestia humana”, apuntó antes de que Ca7riel saliera a escena para interpretar “Eso vive”, que la banda publicó cuando el trapero tenía apenas siete años de edad.
“Quiero ver un colchón de gente saltando a 80 centímetros del suelo”, pidió Ruiz Díaz antes de ejecutar “Dale!”, como si el pico de este show aún no se hubiera alcanzado, como si este espectáculo entero no se hubiera mantenido a la altura del máximo pico posible. Fue una rareza y se recordará de esta forma: Catupecu Machu entregó un show emotivo, marcado por un homenaje en el que la nostalgia no deglutió ni un gramo de la energía con la que la banda pisó el escenario del Lollapalooza.
1975: canciones sensibles y felicitaciones mundialistas
Al atardecer, la banda de Cheshire atrajo una gran audiencia al escenario Flow en el que su frontman, ese músico inclasificable que es Matty Healy, descargó una catarata de temas (muchos de ellos, autorreferenciales) destinados a tocar fibras sensibles. The 1975 se embebió de la devoción de su líder por My Bloody Valentine y por la sensualidad que emanaba el mítico Michael Hutchence (todo muy Elegantly Wasted), uno de los referentes del artista quien, junto a Adam Hann, Ross MacDonald y George Daniel, formó su agrupación en 2002 y emprendió con ella un recorrido similar al de otra banda británica, Editors.
Más allá de esa atmósfera donde prevalece el pop sensible que habla del (des)amor, los encuentros efímeros en la madrugada, las adicciones y un letargo que se va apoderando de las composiciones, The 1975 también demuestra una autoconciencia sobre el escenario que responde a la necesidad de Healy de entenderse a sí mismo (las letras dan cuenta de un viaje donde no hay respuestas correctas, solo búsquedas). A fin de cuentas, el artista, admirador de Bo Burnham, un comediante que pudo plasmar el desasosiego en canciones (cuyo tema, “That Funny Feeling”, se pudo escuchar en la previa, junto a “Weird Fishees/Arpeggi), hace lo propio en el último disco de la banda, Being Funny in a Foreign Language, producido por él mismo junto a Daniel y el solicitado Jack Antonoff.
En su presentación en la Argentina no faltaron temas como “I’m in Love with You” y “About You”, una declaración de amor que remite a “Time of My Life” de Patrick Wolf, pasada por el tamiz del INXS de Kick (acá tampoco se escatimó en el poder del saxo). Los climas que genera The 1975, grupo que citó a Lana Del Rey como una de sus influencias más recientes, no siempre se traslada con éxito a un gran escenario. Sin embargo, un setlist más upbeat y variado funcionó mejor mientras se acercaba la noche y le aportó al show un aura de hedonismo reminiscente a espectáculos que brindaría la gran Kate Bush, pero con diatribas propias de una generación Beat para millennials. Para el final, Healy tenía al púbico en sus manos y no faltó la referencia al Mundial 2022: “Felicitaciones por ganarle a Francia, se lo merecían”, dijo el músico.
Yungblud: punk-rock y un frontman en estado de gracia
El furor que causó la llegada al país de Dominic Richard Harrison tuvo su perfecto correlato con lo que el músico y actor británico género en una audiencia mayoritariamente joven que estaba aguardando a uno de los intérpretes más eufóricos que salió del Reino Unido. El artista de 25 años demostró que lo suyo no es meramente una pose para arañar la originalidad. Por el contrario, en una escena musical en la que muchas veces los artistas dialogan entre sí pero luchan por encontrar un rasgo distintivo, Yungblud se impone a fuerza de esa bronca antisistema sobre la que alude gran parte de su material.
Mucho más que un discípulo de Sex Pistols (Harrison audicionó para el rol de Steve Jones en la biopic de Danny Boyle), mucho más que un fanático de Robert Smith y su actitud in your face, el músico se paró sobre el escenario con la seguridad en sus canciones con las que pide no ser encasillado en “la porquería”. “Argentina, enojate”, expresó, causando la inmediata respuesta de un público vigoroso. Harrison pidió que la audiencia salte junto a él mientras interpretó dos hits irrefutables como “21st Century Liability” y “The Funeral”, acaso el tema que mejor refleja esa contradicción de su factótum: el odiarse y el amarse a uno mismo en épocas convulsionadas donde la búsqueda de identidad es clave y para la que Harrison encontró en el punk, en sus conversaciones con The Smiths y The Chemical Romance, y en sus composiciones que atraviesan sin pedir disculpas, el mejor canal de expresión.
Ahora, el show está a punto de terminar. Allí se lo ve, sin ahorrar demagogia, con la camiseta argentina. El emo va quedando atrás mientras Yungblud, con sus medias rosas y una sonrisa de satisfacción por tocar en la Argentina, se planta en Lollapalooza y resume la experiencia con dos palabras: “Holy Shit”.
Fuente: Paz AzcárateManuela ParajuáJoaquín VismaraMilagros Amondaray, La Nación