Prohibido pasar. Propiedad privada. No ingresar. Los carteles están por todo el perímetro. Los puso Iñaki, cansado de tener que echar a las personas que llegan en busca del “globo”, como le llaman al imponente tattersall de la estancia La Marion.
Semana tras semana, curiosos y rastreros llegan desde lejos para admirar o vandalizar esta construcción única en el mundo, levantada en 1917 en medio de la desolación del Lejano Oeste de Buenos Aires con la finalidad de quitarle el monopolio a la Sociedad Rural porteña.
—Ya no sabemos más que hacer. Desde que salió la nota de Yuyú, te digo la verdad, “el globo” se convirtió en un problema para nosotros. La gente viene y se mete sin preguntar. Cuando me acerco, me dicen que entraron porque no había nadie. Yo vivo a mil metros y les pregunto: ¿si voy a tu casa y no hay nadie, me puedo meter?”.
Iñaki es el hijo de Estela Brea, propietaria de La Marion de General Villegas, fundada por el hacendado inglés John Alexander Brown en 1884; y Yuyú es Yuyú Guzmán, la escritora argentina que en 2004 publicó una nota en este diario contando la historia de la casona.
Como sucede cuando se hace periodismo original, el trabajo de Yuyú se viralizó a tal punto que su texto sigue replicándose, al día de hoy, en los portales de noticias bonaerenses. Esto fue hace 17 años y desde entonces Iñaki se encarga de echar a los visitantes en los mejores términos.
―Una vez tuve que hacer una denuncia penal: una persona me decía que el lugar no era privado, que era patrimonio, no se quería ir y tuve que llamar a la policía. Pero, en general, la gente entiende que están entrando a mi propiedad y que les puede ocurrir un accidente.
“Ese es el gran problema, porque ‘el globo’ es peligroso, no está en condiciones”, cuenta Iñaki a LA NACION, y pide aclarar, para que no queden dudas, que La Marion no está abierta al público, que nunca lo estuvo y que, posiblemente, nunca lo esté tampoco.
El sueño loco de Charlie Brown
“Tattersall” se emplea para designar un recinto donde se exhiben animales. El caso de La Marion es emblemático, tanto por las dimensiones y la calidad de los materiales como por la función que debía cumplir, a más de 500 kilómetros de la capital.
Su arquitectura monumental ha sido objeto de numerosos estudios científicos que tratan sobre territorialización, patrimonio y turismo, todas publicaciones que han acrecentado la fama de la construcción y la curiosidad de los visitantes, como Hebert Coello, un guía de turismo que pudo ingresar con permiso de los dueños para tomar las fotografías que se incluyen en esta nota.
“Entre las construcciones auxiliares que fueron incorporando las estancias, una excepcional fue la pista de exposición de ganado o tattersall, que el arquitecto Walter Campbell diseñó para la estancia Marion (1917) de Carlos A. Brown, en General Villegas”, detallan las investigadoras Silvina Carrizo y Melina Yum en su artículo “Patrimonio arquitectónico en perspectiva geohistórica: la territorialización del noroeste de la provincia de Buenos Aires” (2014).
“El edificio construido para exhibir el ganado y competir así con las sociedades rurales de Buenos Aires y Rosario se distingue por la ambición de la propuesta y la originalidad del programa en aquella región, y también por su escala y por la solución técnica y espacial”, agregan.
Lo que suele deslumbrar del tattersall de La Marion, y que la diferencia de cualquier otra construcción de su tipo, coinciden todos los expertos, es su cúpula de hierro, apoyada sobre un cuerpo octogonal con columnas enormes, a 18 metros de altura, lo que la hace visible, en la llanura bonaerense, desde muy lejos.
Originalmente, la cúpula estaba vidriada, pero ahora no le queda un solo cristal. Sus vigas de hierro fueron ensambladas con remaches en caliente. Tiene 20 metros de diámetro y en su centro colgaba una araña para iluminar las noches. Dice Iñaki:
―Si la querés hacer ahora, no podés, por más plata que tengas.
“Por falta de uso y mantenimiento, el edificio se fue degradando progresivamente. Las naves fueron demolidas en la década de 1950, pero el cuerpo central con la estructura metálica de la cúpula aún pervive”, añaden Yum y Carrizo.
Cuenta la historia que cuando John Alexander murió, sus 13 hijos se repartieron las tierras de General Villegas, que se contaban en 60.000 hectáreas. Esto está documentado en el Catálogo General de Mensuras de la Provincia de Buenos Aires, cuando el agrimensor T. Dodds hizo las respectivas divisiones para los sucesores, en 1906.
El casco de la estancia y una fracción de casi 8000 hectáreas quedó para Carlos Brown, el más excéntrico de la familia, al que todos llamaban Charlie.
Charlie quería ser el mejor criador Shorthorn de la Argentina, se instaló en el casco de La Marion y supervisó la construcción del tattersall, ubicado a solo seis kilómetros de las vías del Ferrocarril del Oeste, un punto perfecto para que los compradores de ganado pudieran llegar desde lejos.
Cuentan que la imponente construcción de estilo neoclásico dejaba atónitos a sus visitantes, sin importar su condición, y que hasta el mismo Eduardo, príncipe de Gales y heredero de la corona británica, se manifestó deslumbrado frente a su belleza, en el medio de la nada, cuando pasó unos días en La Marion junto a su hermano Jorge, el duque de Kent, durante su segunda visita a la Argentina en marzo de 1931.
―Charlie hacía remates de ganado, era un criador muy famoso y quería hacer una Rural paralela. Sus toros Shorthorn fueron muy buscados en la época. Los compradores podían venir en tren, pero se hizo un solo remate. Después vino el príncipe y nunca más se usó para los fines para los cuales se había creado “el globo”.
Escribe Yuyú Guzmán que los aires de grandeza del tattersall de Villegas no duraron mucho: “La gran crisis del 30 y algunos traspiés personales afectaron profundamente la economía y el ánimo de Charlie”.
Toda la hacienda de La Marion se liquidó en 1935. Un año después, el príncipe Eduardo de Windsor, que gustaba del tango, el asado y las tertulias hasta altas horas de la noche, tres gustos que pudo darse ampliamente durante su visita bonaerense, se convirtió en el rey Eduardo VIII, pero por solo 326 días y luego abdicó: algunos dicen que por amor, y otros por sus simpatías con el régimen nacionalsocialista alemán o nazi, un desliz inadmisible para la monarquía constitucional inglesa.
Charlie Brown, su amigo argentino, el que había mandado a construir probablemente el tattersall más alucinante de todos los tiempos y que había recibido como el mejor anfitrión a un grupo de hacendados vinculados a la corona británica para impulsar su negocio, tuvo peor suerte. Le fue pésimo con las finanzas y, cuentan, un mal de amores o una enfermedad, que es casi lo mismo, terminó de noquearlo.
Charlie se suicidó en la Ciudad de Buenos Aires, en 1940. Entonces La Marion ya estaba en manos de un nuevo estanciero que pronto demostró su habilidad para los negocios ganaderos: el recientemente retirado campeón mundial de boxeo Luis Ángel Firpo.
Las tierras de Charlie Brown pasaron a ser solo una parte de la colección de estancias de Firpo, entre las que se contaban Los Amigos en Junín, Sin Descanso en Carlos Casares y La Milanesa en Luján. Y así el tattersall de Villegas, sin cumplir el propósito para el cual había sido diseñado, comenzó una larga decadencia.
El presente de La Marion, muy cerca de La Chica
La Marion corre el riesgo de terminar como La Chica, la emblemática estancia en Salto que, durante los últimos años, se convirtió en un sitio de culto para los exploradores rurales y terminó siendo demolida para evitar accidentes.
Como publicó LA NACION, La Chica lideró un grupo de 40 estancias que se edificaron a finales del siglo XIX sobre la frontera del noroeste de Buenos Aires, a uno y otro lado de la “zanja de Alsina”, luego de la derrota de las poblaciones originarias que resistían el avance del Estado nacional.
Tanto La Chica como La Marion figuran en numerosos trabajos científicos sobre patrimonio, como en el de las VII Jornadas de Desarrollo Sostenible del Instituto de Investigaciones en Turismo de la Universidad Nacional de La Plata, donde puede leerse, sobre ellas, “que podrían incorporarse a un circuito rural y promover el desarrollo de la actividad turística”.
En el caso de La Chica, eso ya no será posible. Para Iñaki, el hijo de la dueña de La Marion, incorporar el tattersall a un circuito turístico es más que difícil. “Muchas veces quisimos donarlo para que pusieran una escuela agraria, pero quedó en la nada”, cuenta.
“Me lo han querido alquilar para hacer fiestas de casamiento y un museólogo quiso comprarlo solo para llevarse la cúpula, pero eso no nos interesa”, añade, y recuerda que un exintendente también estuvo haciendo gestiones para convertir al “globo” en un sitio público, pero no prosperó luego de que perdiera las elecciones.
“Hace poco se acercó una persona que quería restaurarlo. Yo escucho a todos, pero los invito a que lo vean antes, porque cuando estás en el lugar te das cuenta de la inversión que necesitás para arreglar todo”. ¿Un millón de dólares? “Te quedás corto”, responde Iñaki.
Y cierra:
―El gran problema de La Marion es la gente que se mete sin permiso. Es peligroso. Los veo entrar desde mi casa. Por eso, alguna vez pensamos en tomar la misma decisión que la que tomaron los dueños de La Chica, demoler todo y se terminó el problema. Todavía lo estamos pensando.
Fuente: Facundo Di Genova, La Nación