Hay un busto más en el Paseo de los Poetas del Rosedal de Palermo. Está entre el Benito Pérez Galdós y Pérez de Ayala. La develación fue ayer al mediodía, ante unas 200 personas, la mayoría argentinos y colombianos. “Gabo vuelve a Buenos Aires para quedarse” es el slogan del homenaje a Gabriel García Márquez, que apenas pasó 12 días en la Ciudad. Fue en 1967. Se dice que nunca regresó porque así como creía que su éxito había nacido en Buenos Aires, sentía que podía abandonarlo en un regreso.
La idea de la escultura se plasmó después de una ley sancionada en Colombia, a partir del fallecimiento de Gabo: cada municipio del país tenía que tener un busto que lo recuerde. Los miembros del Instituto Cultural Argentino Colombiano (ICAC), fundado en 1955 en Buenos Aires, creyeron que era un buen momento para encargar el suyo. Sus 17 miembros pusieron dinero de su bolsillo y le encargaron el trabajo al creador argentino Fernando Pettinato.
Inauguración. Del homenaje a Gabo en el Rosedal. / Fernando de la Orden
Gabriel García Márquez aterrizó en Ezeiza en la madrugada del 16 de agosto de 1967. Lo acompañó Mercedes Barcha, su mujer. En la zona de arribos lo esperaban Tomás Eloy Martínez y Francisco “Paco” Purrúa, de Sudamericana, editorial que acababa de publicar Cien años de soledad. A pesar de que ya se habían vendido más de 11.000 ejemplares de la novela, el motivo del viaje no fue la presentación ni la promoción de la misma. Llegó para participar del jurado de un premio.
El lugar. Paseo de los Poetas y Escritores, en el Rosedal de Palermo./ Lucía Merle
Cincuenta y un años y meses después, arriba de una camioneta de las que se alquilan para turismo, Albert Mendoza Caraballo, del ICAC, pediatra de profesión y narrador del recorrido por los sitios que pisó Gabo en Buenos Aires, suma una anécdota de aquellas primeras horas: “Lo primero que pidió fue que lo llevaran a comer un bife de chorizoantes de dormirse. La leyenda dice que consiguieron algo de carne en una parrilla de la calle La Pampa. Así comenzó a conocer la cultura porteña. Después sí siguieron hacia el hotel”.
La actividad forma parte de la “Semana de Gabo en Buenos Aires”, organizada por el ICAC. Son las diez de la mañana del martes y la primera parada es en el hotel donde el escritor se alojó. Se sigue llamando Impala; queda en Libertad al 1200. Mendoza Caraballa ingresa y frena en el hall. Ahí el público lo rodea y vuelve a contar anécdotas. La más interesante nació el cuarto día del viaje. Tenía que ir a una sesión de fotos en la plaza Vicente López y ni él ni su mujer contaban con ropa acorde al acontecimiento. “Les conviene comprar. Está todo de oferta”, les recomendó Tomás Eloy Martínez. El poco dinero que les quedaba apenas les alcanzaba para mantenerse hasta el fin del viaje por Buenos Aires. Para escribir esa novela, hasta ese momento solamente publicada en Argentina, la pareja había tenido que vender sus muebles y electrodomésticos. Entonces, Tomás Eloy Martínez le gestionó un adelanto de ventas. Al día siguiente, y sin que su mujer lo supiera, Gabo recibió dos bolsos con el dinero tal como lo había pedido: en billetes de baja denominación. Y concretó su idea: los vació sobre la cama del hotel y esperó a Mercedes. “Todo esto es para que compres lo que quieras”, le dijo ni bien entró, con un ramo de rosas preparado.
“Vienen de Asia, de Europa y de cualquier rincón del mundo. Pero los argentinos son los turistas que más visitan la casa de Gabo en Aracataca”, afirma José Sánchez Segrera, arriba de la camioneta. Es docente de la Universidad del Magdalena, en Santa Marta. Una de las razones de su viaje a Buenos Aires es difundir el proyecto de tour turístico en el que viene trabajando, para conocer las calles de “Macondo”, ciudad de 10 mil habitantes, ubicada a una hora de micro de Santa Marta. “En la casa se pueden encontrar hasta los utensilios de la familia”, agrega.
Otra anécdota del tour es en Florida 936, donde funcionaba el Teatro del Di Tella. Allí llegaron, los cuatro, para ver una función de “Los Siameses”. En un momento el director de luz lo alumbró y los espectadores lo reconocieron. Rápidamente lo ovacionaron. Tomás Eloy Martínez sintió que se venía un éxito, que se concretaría por completo en 1982, cuando Gabo ganaría el Nobel a la Literatura por la novela que acababa de publicarse en Argentina. Después, no se supo mucho más del viaje. Apenas, que concedió dos entrevistas, que posó para una sesión de fotos, que le escribió una carta a Vargas Llosa, que grabó un disco en el que leyó el primer capítulo de su novela, y que votó por El oscuro, de Daniel Moyano, como novela ganadora del concurso por el que fue invitado. Y que, como todo supersticioso, creyendo que el éxito comenzó aquí, no tenía sentido volver. Y en su lógica, le funcionó: se estima que Cien años de soledad terminaría vendiendo más de 70 millones de ejemplares.