SANTA CLARA DEL MAR.– Convencido de que el crecimiento de Mar del Plata era a mediados del siglo pasado una ola sin freno que derramaría edificación y progreso a cada lado de la rambla Bristol, José María Oresanz vendió el aserradero que tanto trabajo e ingresos le había aportado con el boom de construcción en el principal centro de veraneo del país y antes de la segunda mitad de siglo pasado apostó con su hermano, Antonio, a tierras varios kilómetros al norte, siempre con salida directa al mar.
“Lo que no imaginó mi abuelo es que Mar del Plata iba a crecer en altura con edificios de departamentos y no tan rápido hacia los costados”, cuenta Sol Oresanz, nieta de José María, el visionario que hace más de seis décadas compró una amplia franja de campo con frente de playa que con su esposa, María Luisa, bautizarían poco después como Santa Clara del Mar.
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Mucha y buena madera eligió para esa primera vivienda con ventanales que dejaban ver la inmensidad del océano ahí nomás, a un par de pasos. Entre ellas la del escritorio, donde Oresanz se sentaba a leer y escribir. Y desde donde aseguraba ver con cerveza en mano en esa continuidad de su oficina que era el balcón corrido a los “santos bebedores”. Una historia que contaba a quien quisiera con testimonio sólido y guiño de mito.
Esa casona erigida a unos cinco metros por sobre el nivel del mar, que nació rodeada de la inmensidad del campo y en la que se instaló con su esposa, María Luisa, sigue en pie ahora convertida en una casa museo que no solo es referencia de los orígenes de esta localidad balnearia en el partido de Mar Chiquita que no deja de crecer. Guarda y expone, además, una de las más valiosas colecciones de artesanías latinoamericanas que son fruto de decenas de viajes y miles de piezas que Oresanz trajo de sus constantes recorridas por el continente.
Desde las delicadas copas realizadas en nogal que la pareja usó para su noche de bodas y hoy lucen en la biblioteca del recibidor hasta los restos de una canoa de una tribu del Brasil. Algunos de los cientos de pesebres de mil formas y colores a sombreros y bombos de cada margen del continente. Y cestería, del tamaño y modelo que se pueda imaginar, con las que llegaba desde distintos países repletas con algunas de las decenas de miles de piezas que llegó a acumular.
Con pasión por el arte, amantes del teatro pero también apasionados del cine, el matrimonio registró con cámara en mano la fundación de lo que anticipaban como una prometedora villa y que en 1949 presentaron con invitados traídos desde Mar del Plata, espectáculos musicales y hasta acrobacias aéreas. Un showroom a cielo abierto de la Santa Clara del Mar que habían loteado y sacaban a la venta a valores muy tentadores desde su compañía de tierras.
Oresanz falleció joven, a los 45 años, cuando el balneario había conseguido buena cantidad de propietarios de parcelas pero todavía muy pocas edificaciones. La familia creció y se dispersó, pero la casona que sus nietos habían bautizado como “El Balcón de los Santos” en honor a aquellos relatos volvió a cobrar vida hace algunos años, cuando al mismo tiempo hubo que hacerle lugar a la colección y también encontrarle un sentido al inmueble.
El matrimonio había elegido otra propiedad, muy conocida aquí como La Posta del Ángel, para almacenar y exponer lo que presentaron y abrieron al público como Centro de Artesanías Americanas y Museo Etnográfico. Hasta que la crisis de 2001 llegó con urgencias económicas y la familia debió desprenderse de ese inmueble.
Hubo que mudar todo a la vivienda fundacional, donde todavía vivía María Luisa, y así nació la actual Casa Museo, que en principio guardó una videoteca y audioteca con más de 6000 títulos, disponibles entonces en ciclos de cine arte. Siempre con las artesanías que abundan en paredes, techos, vitrinas y rincones. “Logramos armar con un antropólogo de La Plata una identificación, clasificación, registro de las piezas que nos llevó más de dos años”, cuenta la nieta sobre este proceso para comprender ese tesoro que su abuelo había acopiado con enorme pasión.
Los nietos crecieron, tuvieron sus prioridades y “El Balcón de los Santos” encontró como excusa para seguir con puertas abiertas una propuesta gastronómica. Hoy es, además de un paseo, un restaurante gourmet que permite sentarse a merendar o cenar en ambientes colmados de libros y varios miles de piezas. Se ven en estantes, detrás de vitrinas, sobre escritorios, colgadas del techo y sobre el piso, todo en un ambiente muy cálido y acogedor.
Aquel Centro de Artesanías Americanas fue una escala obligada para quienes hurgaban en la variedad y misterios de la cultura latina. “Fue el museo de ese estilo más importante del continente con una cantidad increíble de piezas”, dijo de aquella presentación que tenía en exposición máscaras, utensilios, tejidos y vasijas, entre otras variedades.
Por eso asegura que la oferta de piezas que están hoy a la vista, que serían varios miles, es apenas una parte de tanto que Oresanz sumo colectar. “Viajaban, juntaban y traían”, recuerda de aquella costumbre que tenían de subirse a un auto, cambiar de destino y volver con sus recuerdos.
Sol acaba de rescatar, entre tantas cajas que quedaron cerradas desde aquella mudanza desde La Posta del Ángel, un libro de firmas de visitantes que tuvo el museo. Allí aparecen los nombres de artistas como Facundo Cabral, China Zorrilla o, con dibujo a mano alzada incluido, Charly García.
Fotos: Mauro V. Rizzi
Edición fotográfica: Fernanda Corbani
Fuente: Darío Palavecino, La Nación.