La Buenos Aires perdida: los 7 edificios que ya no existen y el patrimonio arquitectónico que desapareció de la ciudad
Demolidos, mutilados, reemplazados o simplemente olvidados, la ciudad esconde historias construcciones que no se preservaron. En diálogo con Infobae, arquitectos e investigadores recuperaron el legado de la Buenos Aires que se esfumó
Buenos Aires es lo que es y lo que pudo haber sido. La nostalgia, propiedad sentimental de los porteños, se corporiza también en la arqueología urbana de la ciudad. La historia y el paradigma del progreso y evolución proveyeron la transformación: se sustituyó el componente arquitectónico de comienzos de siglo XX sin saber que décadas después los mismos habitantes lamentarían la pérdida de la identidad porteña.
El patrimonio inicial de Buenos Aires fue arrasado: la arquitectura civil e institucional edificada hasta el 1900 permanece en los libros, en la memoria heredada y en las fotos de baja calidad.
Sus cimientos fueron removidos y reemplazados. Su génesis fue despreciada, olvidada. Hubo una ciudad que ya no existe. Hubo una Buenos Aires que tiraron abajo.
Cuando en los tiempos modernos, la recuperación de los edificios históricos se volvió política de gobierno ya era tarde. Las autoridades motorizaron un esfuerzo de retroactividad para salvar los más viejos, los últimos en pie, los primeros, casi que con un sentimiento de culpa.
El patrimonio inicial de Buenos Aires fue arrasado: la arquitectura civil e institucional edificada hasta el 1900 permanece en los libros, en la memoria heredada y en las fotos de baja calidad
La Buenos Aires colonial fue arrasada en la transición de la aldea a la metrópolis: solo sobrevivieron iglesias y un selecto grupo de edificios.
La Dirección General de Patrimonio, Museos y Casco Histórico del Ministerio de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires brindó de contexto esta pérdida del patrimonio: «En la historia de Buenos Aires las demoliciones han sido una constante hasta que se dictó el Código de Planeamiento Urbano y luego la Ley 2.548 de ‘Promoción Especial de Protección Patrimonial’, promulgada en el año 2007, que estableció un procedimiento de protección al patrimonio edificado antes de 1941, fecha de estipulada por el primer catastro de la ciudad documentado con fotografías aéreas, luego con sus sucesivas prórrogas».
Alejandro Machado no es arquitecto: es un minucioso periodista e investigador en asuntos relativos a la historia de cemento de la ciudad, responsable del blog La tragedia del patrimonio porteño. Dijo que para remitirse a lo que Buenos Aires perdió, debe consignar una generalidad.
«Todas las grandes capitales demuelen edificios importantes para hacer grandes hitos urbanos. Nuestro sistema es capitalista, así que se basa en el respeto de la propiedad privada, no se pueden ‘socializar’ palacios que fueron hechos por capitalistas. Las embajadas de países importantes no suman más de cien, ¿cuántos edificios patrimoniales más se puede utilizar? La única manera es expropiar o que el Estado compre propiedades con el usufructo de ventas de terrenos. Apuntado esto, hay numerosos edificios patrimoniales que no se cuidaron pese a estar protegidos y esto no es nuevo, nunca hubo una política patrimonial sustentable«, afirma.
Roberto Bonifacio es arquitecto, profesor de Posgrado en la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la UBA, integrante de la Subcomisión de Patrimonio de la Sociedad Central de Arquitectos y autor del libro que bien podría resumir todo: Buenos Aires demolida. En él, narra el sentimiento de haber visitado rincones que ya no están.
«Cuando tomaba las fotografías sabiendo que el edificio iba a ser demolido, la vivencia del espacio arquitectónico era particularmente intensa. Así, entrar al zaguán, pasar la cancela e introducirme en el sereno patio de la Casa de Podestá, o recorrer las escalinatas o balcones internos del gran foyer del Cine Ocean, con la certeza de que yo ni nadie podría repetirlas, fueron experiencias que quedaron impresas de manera indeleble en mi memoria», dice.
Donde ayer se levantó una construcción de época, hoy hay meros edificios de propiedad horizontal, playas de estacionamientos, escuelas o plazas. La presión inmobiliaria y el crecimiento demográfico de la ciudad intervino en la remasterización del componente arquitectónico.
«Si se comparan las imágenes urbanas de Buenos Aires en la década de 1960 con las de finales del siglo XX se verifica que antes había una identidad barrial dada por el predominio de tipologías edilicias dominantes para cada área, y que la variedad marcaba la diferencia en ese pasaje del centro al suburbio. En la segunda mitad del siglo pasado, una codificación sin intencionalidad urbana posibilitó la mezcla tipológica resultante de los reemplazos de edilicios, ‘heterogeneizando’ todas las áreas, con la consecuente pérdida de identidad barrial», interpretó Bonifacio.
Machado lo llama tragedia, Bonifacio habla de catástrofe. Infobae recuerda 7 edificios que desaparecieron de la escena porteña.
Pabellón Argentino (Plaza San Martín)
Tal vez el mayor crimen contra el patrimonio argentino. Fue declarado Bien Cultural de la Ciudad por la Legislatura porteña en 2009, pero sus restos se remataron en páginas de Internet. Hace cinco años una heredera del último dueño vendía parte del esqueleto metálico en 1.500.000 pesos, tras visitar a un anticuario que lo había tasado en un precio estimado de 600.000 dólares.
Pero para comprender su valía y su ruina, es indispensable conocer su historia. En 1889, Francia celebró el primer centenario de la Revolución Francesa. La convención se llamó la «Exposición Universal de París«, una suerte de ceremonia transnacional de celebración y propaganda. Fue la cita donde se estrenó la Torre Eiffel, una construcción del ingeniero civil Alexandre Gustave Eiffel que demandó 795 días y sortear una comparsa de detractores. Majestuosa y disparatada, ícono turístico global -es el monumento más visitado del mundo-, tuvo a sus pies una estructura de hierro y desarmable de tres mil metros cuadrados: el Pabellón Argentino.
La presentación argentina fue la más destacada de Sudamérica. Simulaba la forma de un palacio coronado con cúpulas, construido en metales y hierros, en armonía con las líneas estilísticas de época que se corroboraban en el diseño de la Torre Eiffel.
«Tenía paños vidriados de exquisita factura, con escenas de la riqueza y símbolos patrios, las cuatro esculturas que lo remataban fueron desperdigadas por la ciudad y la que coronaba la entrada, está en patio de la Escuela Técnica Raggio, en Libertador y General Paz», precisó Machado.
Y en efecto, la construcción del arquitecto francés Albert Ballú se distinguía por sus esculturas en bronce obra del escultor, también francés, Louis-Ernest Barrias: en las cuatro esquinas se distribuían reminiscencias a la navegación y a la agricultura. Se montó una campaña de difusión del progreso argentino en términos industriales, urbanísticos y educativos que escondía una premisa: seducir a capitales extranjeros para apuntalar el desarrollo de una nación incipiente y promisoria.
Una de las condiciones de la comisión francesa para aprobar los pedidos de la delegación argentina era que fuese una estructura desmontable. Tras problemas económicos, llamado a licitación y gestiones municipales para compartir los gastos del traslado, el Pabellón Argentino comenzó a ser desarmado en la capital francesa en mayo de 1890.
Volvió en el barco naval Ushuaia al país, donde fue reensamblado: se instaló tres años después en la Plaza San Martín. Primero fue sede de la Exposición Internacional del Centenario de la Revolución de Mayo y, después, del Museo Nacional de Bellas Artes.
Hasta que en 1932 fue demolido para ampliar la Plaza San Martín. Al año siguiente se lo remató como chatarra. Machado, un estoico recuperador del patrimonio perdido, convalidó: «Pudieron donárselo a una provincia o ser entronizado en otro lugar. Sin embargo yace enterrado y seguramente disuelto en un solar ubicado en el Parque Tres de Febrero. Sí, se lo enterró como si fuese una ballena. Una pequeña parte fue a un taller de Mataderos y otra parte se vendió por Internet».
Teatro Coliseo (Marcelo T. de Alvear 1125)
En el barrio de Retiro, frente a la Plaza Libertad, en la dirección Marcelo T. de Alvear 1125, emerge un tradicional teatro argentino, el Coliseo. Pero no es el original. Su historia se remonta a finales del siglo XIX, cuando la calle era Charcas y en el terreno estaba el Columbia Skating Ring, una pista de patinaje.
El 10 de noviembre de 1903 el presidente de la Sociedad Central de Arquitectos, Alejandro Christophersen, informó a sus socios la apertura de un concurso abierto para la construcción de un teatro para espectáculos circenses.
La leyenda cuenta que el célebre payaso inglés Frank Brown, admirado por Domingo Faustino Sarmiento y Rubén Darío, le solicitó la construcción de un circo estable al banquero franco-argentino Charles Seguin. La obra fue adjudicada al arquitecto alemán Karl Nordmann, quien llegó al país en 1883 contratado por el Gobierno de la Provincia para la dirección de las obras del Palacio Legislativo de La Plata.
«El Teatro Circo Coliseo Argentino fue apreciado por su original y extraordinaria estructura en las mayores publicaciones de arquitectura de la época. Tenía una pista móvil para ejercicios acrobáticos que podía generar una pileta de 400 metros cúbicos, un subsuelo para el traslado de los animales del escenario a la calle Santa Fe, un restaurante y localidades para 2.000 personas sentadas en los palcos y 500 paradas. Su acústica no sería la mejor para un teatro de ópera, pero las circunstancias y el auge del género lo derivaron pronto a esa actividad, transformándolo, a partir del año 1907 en el Teatro Coliseo, uno de los teatros líricos más importantes de la ciudad, en donde se alternaban óperas y operetas, decretándolo uno de los rivales del Teatro Colón». La descripción pertenece al resumen histórico que se desmenuza en el sitio web del establecimiento.
Se inauguró el 5 de agosto de 1905, tras ocho meses de construcción. Dos años después se presentó la primera ópera, tras ser convertido en una sala lírica. El 18 de abril de 1907 fue la primera vez del Coliseo: Tosca con Emma Carelli y Giovanni Zenatello; Aída con Crestani, Cucini, Zenatello y Amato, La Bohème con Carelli y Dani; La Condenación de Fausto y un baile de máscaras decretaron el bautismo del teatro.
Pero uno de sus principales hitos sucedió el 27 de agosto de 1920: desde la terraza, el doctor Enrique Telémaco Susini, el jefe del célebre grupo «Los locos de la azotea», realizó la primera transmisión radiofónica de la historia musical argentina, la ópera Parsifal de Richard Wagner, interpretada por la soprano argentina Sara César. Fue considerado «el día mundial de la radio» por el Primer Congreso Mundial de Radio que se celebró en Buenos Aires en 1934.
El Coliseo funcionó como tal durante tres décadas: se erigió como uno de los teatros líricos más importantes de la región por la calidad de los artistas y compañías que se presentaban.
En 1937, el gobierno de Italia adquirió el complejo gracias a la donación del conde italiano Felice Lora. Concedió en su testamento una importante suma de dinero para que el estado italiano construyera la «Casa de Italia», según la transcripción literal del escrito, un recinto donde instalar el consulado de su país de origen, asociaciones de fomento y espacios destinados para manifestaciones artísticas.
La obra ameritó la demolición completa del preexistente Teatro Coliseo. Solo resistieron sus cimientos. No había conciencia por entonces del patrimonio urbanístico que se despreciaba.
El arquitecto José Molinari, mediante la empresa Buldrini & Marsilli, dispuso la construcción de un edificio de nueve pisos: comenzó en 1942, el Consulado General de Italia se instaló en 1944, pero recién en 1959 se concluyó la obra tras complicaciones financieras en época de posguerra y la inyección de aportantes del estado italiano y de empresas italianas presentes en el país.
El Teatro Coliseo se mantuvo, pero dentro de un plano arquitectónico donde confluyen otros espacios. En 1961 se reinauguró con su estructura actual, obra del arquitecto Mario Bigongiari, en presencia del presidente argentino doctor Arturo Frondizi y del presidente italiano doctor Giovanni Gronchi.
Desde 1971, la administración pertenece a la Fundación Cultural Coliseum. Actualmente se ubica dentro del denominado Palazzo Italia, que acoge además al Instituto Italiano de Cultura, con la Sala Roma abocada para exposiciones de arte, la Cámara de Comercio Italiana, la Universidad de Bolonia y varias asociaciones de fomento.
La directora del teatro, Elisabetta Riva, es italiana y dice tener en su ADN la conciencia de la preservación del patrimonio: «Es una pena que se haya perdido esa estupenda estructura de principio de siglo XX. Me cuesta entender que se puedan tirar abajo edificios históricos. Evidentemente no había una ley de conservación esa época. Entiendo que se perdió mucha belleza arquitectónica de esta ciudad. Por suerte ahora existe normativa, aunque se perdió un tesoro irrecuperable».
En diálogo con Infobae, contó que revalorizaron la esencia del teatro y abordó el proyecto de restauración de 2013: «La preservación de lo histórico es un lema inamovible. Se trató de recuperar las líneas ‘originarias’ de las reconstrucciones de los años 40 ó 60, sacando todo lo superpuesto sin criterio ni concepto arquitectónico».
Asilo de Huérfanos (México 2650)
Bonifacio cree que Buenos Aires dilapidó una porción de su patrimonio edilicio en parte por falta de sensibilidad. Eso ocurrió con el Asilo de Huérfanos, construido para alojar a los afectados por la pavorosa epidemia de fiebre amarilla que asoló la ciudad en 1871. El propio arquitecto e investigador estima que fue edificado ese mismo año porque ostentaba la fecha en el frontispicio.
Según registros de época, en 1888 se hospedaban 428 niños, separados por sexo en dos grandes departamentos. Solo se admitían a huérfanos de padre y madre que hayan muerto por los efectos de la enfermedad (se presume que mató a 20.000 habitantes de la ciudad). Consistía en una obra benéfica de la administración provincial costeada por el gobierno nacional donde además del hogar de tránsito regía una escuela para ciegos, formación en oficios como zapatería para los hombres y costura para las mujeres, instrucción primaria y educación musical.
Fue construido por el arquitecto, ingeniero y urbanista argentino Pedro Benoit, recordado por su intervención en la fundación de la ciudad de La Plata, donde condujo la obra de numerosos edificios públicos. Estaba ubicado en México 2650, en una manzana encerrada por las calles Saavedra, Independencia y Jujuy, donde actualmente interactúan los barrios de Balvanera y San Cristóbal. En el lote del Asilo de Huérfanos se posa hoy la Escuela Secundaria Técnica N° 25 «Fray Luis Beltrán» y la plaza José María Velasco Ibarra.
«Este edificio nunca debió ser demolido, ya que tenía sobrados méritos artísticos e históricos para su preservación. La circunstancia, además, de que fuera un edificio público hubiera facilitado enormemente su conservación -analizó Bonifacio-. Un siglo después de su construcción, se encontraba en perfectas condiciones al momento de su desafectación al uso original, pero por falta de valoración social y por la incuria de quienes lo tenían bajo custodia fue abandonado y resistió el lento proceso de saqueo y destrucción al que fuera sometido sin que nadie levantar la voz en su defensa».
El Asilo de Huérfanos no fue reemplazado por otro edificio, simplemente fue despojado, olvidado y arrastrado a su decadencia.
Teatro Marconi (Av. Rivadavia al 2300)
Historia de nuestros viejos teatros es un libro escrito por Alfredo Taullard en 1932. En sus más de 500 páginas narra la naturaleza del teatro en tiempos coloniales hasta la inauguración del nuevo Teatro Colón. Machado lo consideró un recinto consagrado a la ópera y la zarzuela. Fue inaugurado en 1903 y demolido en 1967, era una obra del arquitecto italiano Juan Bautista Arnaldi. En la avenida Rivadavia al 2300, barrio de Balvanera, cuna de inmigrantes italianos, hoy se levanta una torre de departamentos.
Quedan las imágenes en blanco y negro y el recuerdo que Taullard expresa con criterio de época. «El Teatro Doria, actual Marconi, fue al principio un inmundo barracón de madera, al que acudían casi exclusivamente los puesteros y peones del Mercado Rivadavia que está enfrente haciendo competencia, en cuanto a la calidad de público, al teatro Eldorado vecino al Mercado Lorea. Sucio por dentro y feo por fuera, puede imaginarse el lector lo que sería aquello en una noche de verano, cuando se daba, por ejemplo una bulliciosa ‘Aida’ o un trágico ‘Otello’, lleno de carniceros, en mangas de camisa, fumando tremendos toscanos y escupiendo a diestra y siniestra».
«El Doria y su sucesor Marconi ha sido y es el teatro plebeyo por excelencia -escribió tres décadas antes de su extinción-. Un teatrillo de barrio, frecuentado hoy sólo por compañías de verano, baratas y mal trajeadas, donde por poca plata pueden presenciarse asesinatos más o menos alevosos de ‘Toscas‘ y ‘Traviatas‘. Y sin embargo, en este teatro de mala muerte, desfilaron en cierta época algunos artistas dignos de mención».
Lo fundó un empresario italiano admirador del almirante genovés Andrea D’Oria. En su inauguración, allá por mediados de 1887, contaba con capacidad para 300 plateas y 36 palcos, un total de 450 espectadores. Recibió el designio popular del «Colón del Oeste«, aunque algunos lo denominaban de manera peyorativa «el galpón» por su estructura interna. Recibía compañías líricas discretas, excedía la periferia del círculo teatral de entonces y se lo reconoce por llevar espectáculos culturales a las comunidades más desplazadas.
Colegio Goethe-Schule (José Hernández 2247)
«La Goethe Schule, fundada en 1897, pertenece a la Asociación Escolar Goethe, asociación civil sin fines de lucro integrada por los padres de sus alumnos, y cuenta con el apoyo del Gobierno de la República Federal de Alemania», informa la página web del instituto educativo. Boulonge, provincia de Buenos Aires, es ahora su ubicación. Pero en la transición hacia el 1900, su lugar fue en Belgrano.
El 15 de febrero de 1897 doce alumnos se presentaron en Cuba 2410, sede del Club Alemán de Belgrano. Al año próximo, el alumnado se triplicó y la dirección también: ahora reside en una casa alquilada en Cabildo 1891. El crecimiento obligó a la compra de un terreno propio.
En 1904, las autoridades adquirieron un solar de tres mil metros cuadrados sobre la calle Virreyes, actual José Hernández, y encargaron la edificación de un colegio al arquitecto suizo Lorenzo Siegerist. Según Úrsula Siegerist, nieta del arquitecto, le confesó al periodista Alejandro Machado que el Colegio Goethe-Schule había sido la obra favorita de su abuelo, su proyecto más preciado.
Otro 15 de febrero, dos décadas después del primer día de clases, 107 alumnos inauguraron las nuevas instalaciones de la escuela. En 1914, la Asociación Escolar Belgrano se fusiona con las alumnas que instruía la educadora Marie Liebau: 380 estudiantes y 24 profesores comprenden el cuerpo educativo del flamante Belgrano-Schule. Recién en 1931 recibe su nombre definitivo con la incorporación de la Germania-Schule, un bachillerato para aquellos alumnos que quisieran continuar con un plan de estudios alemán.
Su destino quedará marcado por los efectos de la Segunda Guerra Mundial. En marzo de 1945, el colegio es confiscado. Todos los colegios alemanes en la Argentina cerraron sus puertas ese año. Cuatro años después, algunos padres de la entidad educativa proyectaron la fundación de una escuela en Martínez, una zona donde comenzaban a emigrar buena parte de la comunidad alemana. Se crea una educación primaria y secundaria. En 1960, el edificio de la calle José Hernández es devuelto: el Goethe-Schule resurge, aunque no por mucho tiempo.
La historia oficial del instituto delinea la necesidad de un cambio geográfico: «La ciudad de Buenos Aires creció y Belgrano dejó de ser un barrio suburbano tranquilo y con espacios verdes que permiten un desarrollo de actividades en un ambiente sin ruidos molestos. El apacible barrio en el transcurso de los años se transformó en un bosque de cemento y rascacielos. El colegio trabaja en condiciones poco favorables para la concentración de sus alumnos».
Se designa la compra de un terreno en La Horqueta, que se utilizó como campo de excursiones y campamentos, hasta que en 1985 el gobierno alemán giró una suma de dinero para invertir en la construcción de un campus.
El 3 de diciembre de 1988 se celebró la despedida del delicado y fino edificio del barrio de Belgrano. Se pensó en montar una casa de estudios, se buscó venderlo con la condición de preservar su fisonomía. A pesar de los deseos de salvar su patrimonio, en 1990 se demolió para levantar un fetiche de la arquitectura urbana moderna: torres y locales comerciales.
Teatro Variedades (Lima 615/619)
De 1909 a 1961 hubo frente a la Plaza Constitución un teatro. Con entrada por Lima 615/619, comprendía el lote de la pequeña manzana rodeada por las calles Salta, Avenida Garay y el pasaje Ciudadela. Consistió en una construcción del arquitecto alemán Karl Nordmann, el responsable de la obra del Teatro Coliseo y quien fuera presidente de la Sociedad Central de Arquitectos en 1910. Lo edificó por encargo de la señora Ana Irazusta de Santamarina, como una de las tantas obras proyectadas para la familia conducida por el hacendado de origen español Ramón Santamarina.
El 11 de mayo de 1909 se inauguró con Divorziamo del dramaturgo francés Victorien Sardou, una realización de la compañía de la artista italiana Emma Gramática. Montaban escena conjuntos nacionales o zarzuelas españolas con un pronunciado sentido social, contaba historias que le sucedían al común de la sociedad.
Allí, en 1914 y de la mano del director Enrique de Rosas, tuvo su estreno el célebre actor Luis Arata, de extenso recorrido en escenarios y cines argentinos. El cambio cultural, la renovación urbanística y la expansión demográfica hizo que en 1961 desapareciera el Teatro Variedades. Hasta la fecha se sostiene su reemplazante en la escenografía de la ciudad: una vulgar torre de departamentos.
Hospital Español (Av. Belgrano al 2700)
Una representación cabal de la mutilación de un edificio histórico sin resguardo del sentido patrimonial de una ciudad. Sobre la avenida Belgrano al 2700, entre La Rioja y Dean Funes, en el barrio porteño de Balvanera, se emplaza el Hospital Español. Su estructura sufre una extraña combinación entre lo antiguo y lo nuevo. Una moderna ala de ladrillo rojo se hermana con una delicada arquitectura de finales de siglo XIX, sin armonía ni criterio de preservación.
«Es un exponente de la falta de cuidado del patrimonio, fue demolido en un 60% y reemplazado por una estructura con otra volumetría«, expresó Machado.
41 años después de la independencia del país, se fundó la «Sala Española de Comercio y Asilo de Beneficencia», la primera agrupación después de la emancipación continental, la sede de una comunidad que buscaba atender las necesidades de los inmigrantes españoles más desfavorecidos. Su principal desarrollo arquitectónico fue el Hospital Español.
«Después de numerosas vicisitudes de todo tipo, el 30 de junio de 1872, en el solar adquirido en la calle Belgrano y La Rioja, se procede a colocar con toda solemnidad la primera piedra del edificio, que habría de demorar luego cinco años en su construcción. Por fin, el 8 de diciembre de 1877 fue inaugurado el Hospital Español, que fue puesto bajo la advocación de la Inmaculada Concepción de María, por celebrarse ese día su misterio y por ser además patrona de España y de sus Indias», describe en su sitio web la Cámara Española de Comercio de la República Argentina.
En un manifiesto publicado en la revista Summa y recuperado por el arquitecto e investigador Roberto Bonifacio, en 1968 el arquitecto Francisco Bullrich escribió consternado sobre la mutilación del edificio: «Se llevó a cabo contra la cultura nacional un atentado irreversible del cual somos responsables, algunos de hecho, otros por omisión y todos en realidad por ignorancia. El edificio del Hospital Español, la obra más significativa de la arquitectura argentina y eventualmente sudamericana de la primera década del siglo, estaba siendo demolida sin que se alzara ni una sola voz de advertencia, no digamos ya de protesta. El hecho demuestra que somos una nación sin memoria«.
En su pronunciamiento habla de una catástrofe y critica a la Asociación Española de Beneficencia, a las autoridades municipales y a la profesión del arquitecto por consentir a la desaparición de un monumento histórico.
Infobae quiso indagar en los libros oficiales de la entidad, pero no pudo. Después de varios años en asfixia y una deuda millonaria, con una reducción dramática de sus asociados, el Hospital Español cayó en bancarrota en 2017 y la cronología de su historia queda supeditada a la habilitación del juzgado que trata su quiebra.
Fuente: Milton Del Moral, Infobae.