Julián Weich vuelve al teatro después de 18 años. Este viernes 26 de enero estrena Velorio a la carta, en el Teatro Regina. Dice que dejar de actuar no fue una elección propia sino más bien ajena, por falta de ofrecimientos. En una charla con LA NACION, un rato antes de uno de los últimos ensayos, Weich cuenta que subirse otra vez al escenario lo hizo rememorar los tiempos en que hacía Pelito, Clave de sol, La banda del Golden Rocket y Matrimonios y algo más, todod exitosísimos ciclos de televisión que marcaron una época en la pantalla. Después, por alguna razón que desconoce, dejaron de convocarlo para la ficción y empezaron a requerir de él para la conducción. Así llegaron El agujerito sin fin, Sorpresa y ½, Trato hecho, Expedición Robinson, Quién quiere ser millonario y, desde hace tres años, Vivo para vos, que va los sábados y domingos en elnueve.
-¿Por qué volvés al teatro después de 18 años?
-Porque leí la obra y me encantó. Simplemente por eso. Me gustó, me divirtió y quise hacerla. No lo pensé mucho. No sabía cómo iba a compatibilizarlo con Vivo para vos, que hicimos durante tres años. Pero por ahora está en pausa y no se sabe cuándo vuelve, o si vuelve. De todas maneras, me dijeron que el teatro podía amoldarse a la tele. Ni pregunté quién estaba en el elenco y me enteré cuando armaron el grupito de WhatsApp. Lo único que sabía era que la dirigía Diego Reinhold. Y yo hice teatro por última vez con él y vuelvo con él. Lo reemplacé en Cómico stand up, hace 18 años. Antes había hecho teatro, pero con programas de televisión como Pelito, Clave de sol, La banda…, Matrimonios y algo más. E hice obras mientras estudiaba teatro, hace mucho.
-¿De qué se trata Velorio a la carta?
-Es una comedia que no es cien por ciento nada, porque tiene un poco de comedia negra, otro de vodevil, comedia de enredos, algo de musical. Y lo que es más negro es el tema. Todo sucede a propósito de un velorio y a partir de ahí se arman los enredos. El elenco es hermoso: Alejandra Majluf, Celeste Campos, Fabián Arenillas y Nicolás Maiques.
-¿Y cómo te sentís en el escenario hoy?
-Fue como si hubiera seguido haciendo teatro sin parar. Nos juntamos con el elenco, empezamos a ensayar, y avanzamos. Todo fue fácil porque tanto Diego como el otro director, Gaby Villalba, también son actores y no te piden nada que no puedas hacer. Todo se da naturalmente, todos opinamos, todos sumamos, probamos. Estamos muy cómodos. Mi personaje es el que inicia el quilombo y la protagonista es la obra. Es divertida, tiene muchos gags y creo que va a ser bien recibida.
-¿Estás ansioso? Hay mucha oferta teatral en la cartelera porteña…
-Si, y a todos les va bastante bien. Me parece que la gente va al teatro porque no puede ver a sus actores queridos en la tele, en las novelas, en las ficciones.
-Es tu regreso a la actuación también, porque durante muchos años fuiste conductor…
-Si, pero porque no tenía propuestas para actuar. Todo el mundo se sorprende, pero no me llegaba ni una propuesta para actuar. José María Muscari me llamó hace dos años para trabajar, pero yo estaba por hacer un ascenso al Aconcagua y le dije que no podía. Al final no lo hice, pero ya había contestado que no. Hice un cortometraje, pero nada más.
-¿Y extrañabas actuar?
-Ahora que estoy actuando me doy cuenta lo divertido que es. Me había olvidado de esa sensación, aunque mi manera de conducir es actuando, al estilo comedia. Y arriba del escenario redescubrí el placer que tenía cuando actuaba.
-Estuviste en programas de mucho éxito, ¿qué recuerdos tenés de esos años?
-Empecé en Pelito a los 19 años. Era el más grande de todos y entré al final. No fue explosiva mi participación, sí en Clave de sol y después La banda del Golden Rocket. Matrimonios y algo más era para adultos, con un elenco increíble. Con Gianni Lunadei, Hugo Arana, Cristina del Valle. Yo era chico y fue el año en que nació mi hija. Me sentía chiquito, inexperto, temeroso. Te podían retar así que no hacía nada fuera de lugar y era muy respetuoso. En cambio, en Clave de sol hacíamos lo que queríamos, nos divertíamos. En La banda éramos más grandes todos y no había desbarajuste, pero la pasábamos muy bien. Cada programa tiene un momento de tu vida particular y privada y podés estar en tu mejor momento personal y el programa es un desastre, o al revés. En mi caso, a los 24 años ya era papá, así que no estaba suelto y solo, como lo estaban algunos compañeros. Me casé cuando estaba haciendo Clave de sol y, al lado de los demás, ya era viejo. Yo nací grande (risas).
-El agujerito sin fin fue el primer programa que condujiste y no paraste más. ¿Ahí encontraste tu lugar?
-Ahí aprendí a conducir. Fue mi primera experiencia y aprendí casi en vivo porque si bien hubo ensayos, fue haciendo el programa que me di cuenta que me divertía, que me era fácil, que a la gente le gustaba. Duró dos años y al día de hoy muchos me muestran los carnets del programa que llevan en la billetera. La gente me lo recuerda todo el tiempo y me dicen que soy parte de su infancia, que se llama Julián por mí. Ese discurso lo tengo muy presente.
-¿Por qué creés que la gente te quiere tanto?
-Por error (risas). Porque siempre hice programas familiares, nunca me metí en líos y soy impulsor de programas solidarios y campañas. Hace 31 años que soy Embajador de Buena Voluntad de UNICEF. Creo que me ven como alguien que hace algo por los demás. Aparte lo busco, no es un accidente que yo ayude. Tengo mi empresa Conciencia, que dona la mitad de las ganancias a cuatro ONGs. Colaboro con veinte ONGs durante todo el año. Me dedico a promocionar e impulsar todo lo que ayude, a la donación de sangre, de órganos, voy a la cárcel y trabajo con Los Espartanos. Hace poco fui a Mozambique a ver a mis hijos adoptivos y a ayudar al Padre Juan Gabriel en su misión.
-¿Cómo fue la experiencia de adoptar a dos chicos de Mozambique?
-Fue hace diez años y en realidad no los adopté porque no lo hice con papeles. Es más bien una especie de tutoría. Tenían 25 y 20 años; nos hicimos cargo con mi ex mujer y los acompañamos en sus estudios terciarios, becados en la UCA. Uno se recibió de dos carreras y otro está terminándola online, desde Mozambique. En abril del año pasado fuimos a visitarlos y a conocer la obra del Padre Juan Gabriel. Estuvo muy bueno.
-También trabajás en la cárcel, con Los Espartanos. ¿Cuál es tu tarea?
-La Fundación Espartanos tiene ya 15 años y es un programa de reinserción laboral a partir del rugby, la espiritualidad, el trabajo y el estudio. En los presos que se suman a este programa, el índice de reincidencia es de un 5%. Cuando los presos no pasan por este proceso, sube al 70%; o sea que 7 de cada 10 presos vuelve a delinquir por un delito mayor al que entró. Los Espartanos están ya en todo el mundo y realmente el proceso funciona. Voy a la cárcel seguido, ayudo, conduzco eventos, doy charlas. Lo que más necesitan Los Espartanos además de fondos es que les den trabajo cuando salen, porque ese es el punto de inflexión. Y si no consiguen trabajo terminan delinquiendo otra vez. Pero cuando les das la oportunidad, muchos se enganchan y salen adelante.
-¿Qué pensás de la propuesta del actual gobierno de quitarle subsidios a la cultura?
-No opino de política partidaria porque nunca lo hice. En nuestro país hay 150.000 ONGs desde hace muchísimos años. Históricamente hay una gran falencia del Estado que está cubierta por las fundaciones. La mayoría no tiene ayuda del Estado, de hecho me la paso ayudando e hice Conciencia para darle parte de las ganancias anuales a cuatro ONGs. Es la primera marca social del país, con varios productos como agua, tomate, arroz, pastas, cepillos de dientes, termos. Conciencia tiene mi cara y la creamos hace once años con un grupo de personas. La mitad de las ganancias anuales va a la Cooperadora Hospital de Niños, a la Fundación Huésped, a TECHO y a Ruta 40.
-Volviendo al trabajo, condujiste programas que fueron muy populares. ¿Hay alguno que sea especial para vos?
-Todos tienen un rincón en mi corazón. Cada programa fue una parte de mi vida, tuvo un proceso y es parte de mi presente. Y considero que tengo un presente divino que es causa y consecuencia de todo mi pasado. Volvería a hacer los mismos programas porque a todos les encontré algo divertido, algo importante, y de todos aprendí a que me vaya bien y mal. La gente no se acuerda de los que me fue mal, no sé por qué. Pero hubo programas que no funcionaron y duraron muy poco. Siempre me ocupé de hacer programas bien hechos, aunque quizá les fuera mal en el rating. Y eso me cubría de que dijeran que era un desastre.
-¡Pero se te relaciona con el éxito!
-Es verdad, pero no siempre me fue bien. Algunos duraron tres meses y la gente no se acuerda. Me cuido de no hacer bochornos, sin tomar en cuenta el resultado sino la hechura. Agarré la época en que la tele era lo único, además de la radio y los diarios. No había redes, plataformas.
-¿Tenés buena relación con la popularidad o la sufriste alguna vez?
-Cuando era chico era insoportable porque no podía ir a ningún lado. Hoy me saludan, me piden una foto y está todo bien. Cuando hacíamos Clave de sol reventábamos el vidrio de la puerta de la entrada del teatro; explotaba de verdad. Susana (Giménez) nos insultaba porque hacía función después y se quejaba porque rompíamos el teatro, pero no nosotros, sino la aglomeración de gente. Salíamos con guardaespaldas, éramos como los Rolling Stones. Obviamente no lo éramos, pero la gente nos veía así. Yo siempre tuve los pies sobre la tierra y sabía que no era real lo que la gente devolvía. Siempre digo que el mago hace trucos, pero vos ves magia. Si te creés mago, estás mal de la cabeza porque no volás, no hacés desaparecer nada, aunque se lo hagas creer al otro. Bueno, la actuación es lo mismo. En lo social todo es real, no hay farsa y si ayudás lo hacés de verdad.
-¿Estás en pareja?
-Sí, hace cinco años. Se llama Jennifer y es mexicana pero vive en Argentina desde hace veinte años. Vivimos juntos, aunque sin papeles. Nos conocimos en una fiesta, charlamos, nos dimos cuenta que a los dos nos gustaba el buceo y así se fue dando. Ella no me conocía. Se daba cuenta que era conocido, pero no tenía idea de quién era.
Velorio a la carta. Teatro Regina (Av. Santa Fe 1235). Los viernes y sábados a las 22.30, a partir del 26 de enero
Fuente: Liliana Podestá, La Nación.