La pandemia dejó en evidencia el anhelo de vivir en contacto con la naturaleza. Muchos habitantes de ciudades del país cambiaron el cemento por el verde y migraron a pueblos del interior, donde recibieron la bienvenida de vecinos cansados de ver cómo los locales se iban a las grandes urbes en busca de trabajo o educación de grado. Ya superado el peor momento de la crisis sanitaria no son pocas las familias que, incluso sin confinamientos en el horizonte, quieren sumarse a este modelo.
Tal es la necesidad de encontrar una rutina más tranquila que un proyecto que persigue la repoblación sustentable de localidades rurales ya tiene 17.000 aplicantes en lista de espera. Los postulantes provienen de todas partes de la Argentina y son de los perfiles más variados: desde personas que solo completaron el primario hasta magísteres en universidades extranjeras.
Interesada en el desequilibrio de habitantes, la empresaria social Cintia Jaime indagó en sus causas y buscó la manera de intervenir. Y así lo hizo desde su fundación Es Vicis, de origen suizo, con una prueba piloto lanzada en 2016 con el programa Bienvenidos a mi Pueblo. En aquel entonces desarrolló estudios de factibilidad con fundaciones nacionales en la Argentina para planificar el movimiento a áreas rurales. El resultado fue la inserción de 20 núcleos familiares en Colonia Belgrano, un pueblo a 190 kilómetros de Rosario que solo tenía 1000 habitantes. ¿La premisa? Repoblar pequeñas comunidades de manera sostenible, con familias que puedan aportar productos y servicios inexistentes o insuficientes, sin competir con la oferta local.
Equilibrar la balanza poblacional no es una necesidad solo de la Argentina. En todos los casos, la inserción debe ser con mirada de mediano y largo plazo para evitar que los nuevos habitantes se vayan con el paso del tiempo. En este sentido, los tres ejes fundamentales a tener en cuenta son vivienda, trabajo e integración. “Si no te reciben en una pequeña comunidad se crea un problema social. Hay muchos proyectos en Europa que no funcionaron y la gente se terminó yendo por eso”, explica Jaime, que es ciudadana suizoargentina y vive en el exterior, en referencia a las iniciativas de “casas por un euro”,en las que faltó un estudio de mercado previo para garantizar la inserción laboral.
Animarse a semejante cambio, sobre todo si implica alejarse de familiares y amigos, no es fácil. “Íbamos a un lugar en el que no nos conocía nadie. El hecho de ir acompañados con un programa facilitó mucho eso y la bienvenida ha sido excelente. Había un grupo humano en forma de comisión de apoyo preparado para eso y nos contuvieron durante los primeros años”, recuerda Víctor Hugo López, un exvecino de la ciudad Rosario quien, junto con su familia de cinco integrantes, fue uno de los elegidos para mudarse a Colonia Belgrano.
El proceso de selección de los pueblos y de las familias comprende diversas fases y se extiende por tres años. Primero, la fundación analiza la viabilidad del pueblo para generar viviendas y trabajo. Luego, filtra a los aspirantes según las posibilidades de que proliferen en esas comunidades según su profesión u oficio. Seguido de una serie de jornadas informativas, los grupos viajan al pueblo a lo largo de nueve meses en los que hacen encuentros para vincularse entre ellos y con los habitantes del lugar. Mientras reciben capacitaciones para su inserción laboral, también comienzan con la construcción de sus viviendas.
En busca de seguridad
La inseguridad fue uno de los motores principales que alentó a Patricia de Paul a dar el primer paso para inscribirse. “Antes de mudarme ya me habían robado 10 veces y sabía que a las siete de la tarde se paraba una moto en la esquina de mi casa y se ponían a vender droga. En las visitas al pueblo, nos sorprendían las bicicletas apoyadas así nomás en la vereda y las cocheras abiertas. Me acuerdo de mandarle fotos a mi mamá porque no lo podía creer. En Colonia Belgrano logré que mis hijos vivan libres con una vida parecida a la que yo viví de chica”, relata la locutora, de 49 años.
La mirada de Víctor es similar: “Acá tenés la tranquilidad de saber que a tu casa no va a entrar nadie y no tenés que estar con el corazón en la boca si te fuiste un sábado a la noche a una fiesta”, ejemplifica. Mientras que en Rosario la seguridad era una de sus grandes preocupaciones,ahora afirma aliviado quela vida de sus hijos dio un vuelco positivo. “Ariel se maneja solo en bicicleta con 11 años, va y vuelve de la escuela, de fútbol, de inglés. Tiene una vida autónoma, cosa que en Rosario no pasaba”, resume.
La primera experiencia demostró una premisa implícita en la iniciativa: los pueblos que reciben gente vuelven a crecer después de mucho tiempo de despedir a los suyos. El proyecto piloto derivó en un aumento de un 10% la población. “Vi lo que hicieron en Colonia Belgrano y me pareció una oportunidad excelente para nuestro pueblo porque la falta de trabajo es una realidad en todo el país y creo que moviendo emprendimientos chicos o reactivando la economía del pueblo se va a lograr la repoblación”, celebra Jorgelina Vázquez, presidenta de la Comisión de Apoyo del programa que se ejecutará en San Eduardo, uno de los cinco pueblos en los que trabaja ahora En Vicis. Cuenta que en los años 30, su pueblo era uno de los más grandes de la región con 6000 habitantes, pero la revolución industrial y las crisis económicas lo achicaron a menos de la mitad.
Desde ya, no todo es un oasis y la adaptación suele demandar tiempo. El choque cultural entre la rutina citadina y la pueblerina impactan en los migrantes. La limitación en el transporte y la menor conectividad se presentan entre las complicaciones más mencionadas. Tanta tranquilidad tampoco es para cualquiera.
El trabajo con los locales también es importante: la clave es evitar que la llegada de nuevos integrantes sea leída como una amenaza a los puestos de trabajo existentes y que, en cambio, sea interpretada como una posibilidad de generar nuevas oportunidades.
El sueño de la casa propia
“Tener una casa cero kilómetro” fue lo primero que cautivó la atención de Patricia cuando vio el anuncio en redes sociales. El programa, a través de una alianza con el gobierno de Santa Fe, facilitó la provisión de créditos blandos a 30 años para la compra de terrenos y la construcción de viviendas. Es por eso que entre los requisitos, los aplicantes debían no poseer una propia y tener un tope específico de salario.
Las 20 casas de los nuevos habitantes ocupan una manzana entera de Colonia Belgrano, con terrenos de entre 300 y 400 m2. Mes a mes, pagan cuotas que rondan los $5600 por sus viviendas de 55 m2 con cocina, comedor, dos dormitorios y un baño. La mayoría de las familias decide adicionar un tercer dormitorio en el fondo, dado que la construcción está diseñada para añadir esa opción.
Después de haber vivido 10 mudanzas, Víctor pudo cumplir el sueño de la casa propia. Mientras su vivienda estaba en construcción, cambió el alquiler en Rosario por uno en el pueblo para seguir de cerca el proceso. Hoy, instalado en su propio hogar, asegura que el cambio fue un acierto. Patricia fue la última en desembarcar y se terminó de instalar en julio de 2020, sin dejar de lado su profesión: a diario viajaba a un pueblito lindero para hacer radio.
El crecimiento del pueblo fue casi instantáneo, sumando también la llegada de vecinos por fuera del programa. Y la construcción fue uno de los rubros que más avanzó. La mayoría de los que invierten son parejas de jóvenes locales que, en lugar de emigrar a las ciudades, deciden continuar su vida allí. Dos años y medio después de la implementación del piloto, aumentaron de 4 a 27 las casas alquiladas y de 6 a 49 los lotes para viviendas.
La iniciativa se presenta como la luz al final del túnel para muchos pueblos que desde hace años ven a su población achicarse aunque tengan potencial. “Está demostrado que Colonia Belgrano revirtió el declive. Así se explican las 17.000 personas que se anotan en nuestras bases a la espera de nuevos pueblos sin siquiera haberlo publicitado. Logramos que haya arraigo, que no se vayan los jóvenes, que vuelva gente y que vengan otros atraídos por la dinámica creada en el pueblo”, aplaude Jaime.
¿Y las chances de trabajo?
Durante aproximadamente un año, las familias reciben capacitación sobre cómo montar un negocio próspero. Según relata Víctor, plomero y gasista matriculado, el programa lo ayudó a organizarse en el trabajo. “Aprendí a proyectar, proponer metas a corto, mediano y largo plazo, a estudiar el mercado para ver qué necesita y en base a eso pensar estrategias para satisfacerlo”, indica.
En los años que lleva activo el modelo en nuestro país, se crearon 25 nuevos negocios en un único pueblo. Gracias a las empresas agropecuarias radicadas, hay demanda de servicios como construcción, electricidad y mantenimiento. También proliferan los emprendimientos textiles. Una de las familias del programa que hace zapatos para bebés distribuye a toda la Argentina y, de este modo, se genera más empleo.
Más allá de los trabajos manuales, altamente demandados en estas regiones, la accesibilidad a internet facilita la realización de home office para aquellos que llegan con un empleo que puede continuarse de manera remota.
En el primer mes de inscripción al piloto, los interesados llegaron a 20.000, con perfiles muy variados: personas con algún oficio, comerciantes que habían cerrado sus negocios, docentes en busca de nuevos destinos y médicos dispuestos a un radical cambio de vida, entre otros. Los resultados ya están en la superficie: con la llegada de apenas 20 familias, la economía de Colonia Belgrano empezó a reactivarse y aumentó un 15% el empleo local.
A escala
La experiencia llegará a otros pueblos santafesinos: los seleccionados son Cafferata, Carmen, Labordeboy, Maggiolo y San Eduardo. “Se buscan profesionales específicos y no importa de dónde vengan, lo importante es el interés de instalarse en la comunidad”, expresa Jaime. El nuevo proyecto, al que podrán sumarse aspirantes que no sean de la provincia, busca además potenciar la cadena de valor alimenticia a partir de 13 proyectos productivos.
Con su instrumentación, estiman relocalizar a 75 familias de ciudades, generar 249 puestos de trabajo directo y lograr un crecimiento poblacional del 5% anual en cada pueblo, durante los primeros tres años. “Tengo mucha expectativa, me emociona un montón”, dice Jorgelina, cuya familia tuvo que irse de San Eduardo. De momento, los cinco pueblos se encuentran en fase de mapeo profundo para identificar las posibilidades habitacionales. En el camino, ya se detectaron casas vacías y terrenos a la venta que podrían hospedar a los migrantes.
Dado que la fundación es de origen suizo, el programa piloto en Colonia Belgrano fue financiado por la embajada de ese país. Si bien las familias no tienen que abonar la adhesión al programa, sí pagan los gastos de las viviendas, construidas a partir de los créditos blandos gubernamentales facilitados por la entidad. Para financiarse en la Argentina, piden ayuda a privados interesados, en general personas que tienen campos en la zona a quienes les importa el crecimiento de su región, y a autoridades de gobierno a través de los programas que buscan descomprimir las ciudades.
Por cuenta propia
En otro plano, están los que se animan a este cambio por su cuenta. Es el caso de Agustina Viazzo, de 33 años, quien decidió regresar a su Mendoza natal, luego de siete años de vivir en la zona norte de Buenos Aires. Como a muchos, las oportunidades laborales la habían arrancado de sus raíces y en su momento fueron combustible suficiente para impulsarla a ella y a su hermana a mudarse. “Tenía claro que en algún momento quería volver, el interior tiene una vibra y una calidad de vida que para mí es única”, expresa. La pandemia conjugada con la flexibilidad del trabajo virtual fue el puntapié inicial para que ella como diseñadora UX y su marido, realizador audiovisual, dieran la media vuelta. Hoy, encuentran su refugio alejados de la capital provincial.
Más allá de los que retornan a su tierra natal, la demanda llega desde otros puntos del país. “Últimamente hemos tenido unas cuantas llamadas y consultas de gente de Buenos Aires para el alquiler de propiedades”, afirman desde la inmobiliaria Cocucci en Mendoza.
Desde Jujuy hasta Tierra del Fuego, las familias que buscan desarrollos periféricos encuentran más atractivas las propuestas de viviendas en las zonas que están más distantes de los centros urbanos, pero con servicios y conectividad. Luciano Lorenzoni, gerente de Marketing de la desarrolladora de Córdoba Grupo Proaco, observa que los clientes son “de todas las ciudades de la Argentina”. Como particularidad, señala que muchos llegan desde la Patagonia, donde se instalaron por alguna oportunidad laboral, y hoy eligen otros sitios para su retiro.
No obstante, el sur del país es otro foco de interés para los que desean dar este giro, con una afluencia significativa desde la ciudad de Buenos Aires y el conurbano durante los últimos años. “El centro de Bariloche no es una opción, se han ido creando barrios abiertos del kilómetro 12 y Bustillo para atrás”, cuenta Ignacio O´Keefe, director de la inmobiliaria homónima que opera en varios puntos del país, respecto a las preferencias de los nuevos habitantes.
“El ritmo de trabajo es mucho más relajado que en la vorágine de Buenos Aires. Si el día está lindo, la gente sale a andar en bicicleta, a caminar en la montaña, a nadar… y está bien visto que lo haga”, describe el empresario. Respecto al perfil de los migrantes, sostiene: “Generalmente son personas muy calificadas con estudios universitarios que, por una cuestión de cambio de estilo de vida, a veces hasta terminan trabajando en puestos para los que están sobrecalificados”, aporta.
Uno de los problemas que detecta es la escasez de alquileres a largo plazo dado que la mayoría se dedica a la renta temporaria por el turismo. Por ende, los interesados en radicarse en las cercanías del Nahuel Huapi se ven obligados a comprar una propiedad.
Fuente: Mercedes Soriano, La Nación