La historia de un soldado, con música de Igor Stravinsky y textos de Charles Ferdinand Ramuz, es una de las obras programadas para el festival Martha Argerich que comienza este viernes en el Teatro Colón. Se verá este sábado, a las 20, y el domingo, a las 17, compartiendo programa con la Partita N°2 en do menor, BWV 826 de Bach, que interpretará la anfitriona.
La historia de un soldadoestá enmarcada en el interesante catálogo de leyendas populares que Stravinsky llevó a los grandes escenarios de la clásica, en las primeras décadas del siglo XX. Es posterior a su serie de ballets –El pájaro de fuego (1910), Petrushka (1911) y La consagración de la primavera (1913)-. En 1917 echó mano a otra vieja historia rusa, la de un soldado que tiene dos semanas de licencia durante la Primera Guerra Mundial y hace un pacto con el diablo. Este último dato conecta a la obra con otra leyenda, la faustiana. Entregar un bien preciado a cambio de otro mayor que se ambiciona. Y eso es, ni más ni menos, lo que el soldado hace. En esta versión aparecerá un señor que mucho sabe de Stravinsky, el director Charles Dutoit. Su hija Annie (también hija de Martha Argerich) será la narradora. La versión cuenta con dramaturgia y puesta en escena de Rubén Szuchmacher y las actuaciones de Joaquín Furriel, Peter Lanzani y Cumelén Sanz.
En este 2022, Szuchmacher está hecho todo un habitué del Colón. En mayo último subió al escenario mayor su puesta en escena de la ópera El cónsul, de Menotti. “La internacionalización de un conflicto como fue la pandemia le dio otra dimensión a la obra”, decía meses atrás el director. Aunque este trabajo nada tiene que ver con El cónsul, el contexto ofrece otras lecturas sobre la realidad de este tiempo. “En general trato de dejar que las obras hablen por sí mismas. En el Fausto de Goethe, lo que aporta el diablo es la juventud, y acá es el dinero. Esa ilusión contemporánea del enriquecimiento masivo. En este momento en el que los ricos son cada vez más ricos y existe la ilusión de los que no lo son. Aparece el planteo fáustico. No es solo un soldado que vuelve de la guerra. Porque un soldado siempre remite a una guerra y obviamente nos hace pensar que en Occidente hay una guerra en este momento. El que quiera relacionar, que lo haga. También hay que tener en cuenta que la obra funciona como un cuento popular que se las trae. Al diablo se lo puede derrotar poniéndolo rico nuevamente, desprendiéndonos de esa ilusión capitalista, aunque yo no lo remarque. Porque no pongo a la Bolsa de Nueva York detrás para que la gente vaya en esa dirección.”
En los ensayos se pudo ver situaciones como un juego de cartas que podría parecer una partida de truco. Sin embargo, no hay guiños localistas en esta versión. Acaso ya los tenga en el uso del voseo en vez del “tú”. “Se habla de ‘vos’ porque funciona mejor que con la primera traducción hecha con “tú”. Además, es un texto raro, difícil de sostener su rima en castellano. El francés es más fácil de rimar. En castellano empieza a hacer lío. Y como tiene una cosa ramplona y cierta imperfección, optamos por que se escuche el sentido de la frase más que la traducción literal. Lo que está trabajado es lo rítmico de esas palabras.”
Al director lo entusiasma dirigir esta obra también por otros motivos que surgen del momento en el fue creada, con los daños colaterales de una guerra. “Todo es producto de la necesidad. La hicieron para salir de la miseria. Pensarla en esa época -fines de la Primera Guerra Mundial- sin piano es raro. Porque la idea original es que se pudiera mover. Es casi una obra del Medioevo pero con procedimientos del siglo XX. Es muy interesante y muy contemporánea por sus procedimientos”, dice Szuchmacher. Y lo cierto es que si bien esta pieza se puede interpretar por varios actores, muchas de las versiones han sido representadas sólo por un narrador y una ensamble musical pequeño. “Lo voy a decir con una gran cautela. Se podría poner entre obras posmodernas por la cantidad de procedimientos que tiene. Lo único que no tiene es música cantada”. Además cuenta con una sugerente mixtura de estilos e influencias populares, en función de una pieza enmarcada en el territorio de lo que se considera música clásica. Hay ragtime, vals vienés y tango, entre otras influencias.
Cuestiones de familia
Annie Dutoit estudió castellano durante su adolescencia, en Ecuador, pero hoy su manera de hablar puede ser más porteña que la de su madre. Claro, durante el último lustro fueron varias sus visitas a la Argentina. Hace algunos años ofreció un espectáculo en el Centro Cultural Kirchner junto a la pianista Karim Lechner, y antes de la pandemia comenzó a preparar la obra ¿Quién es Clara Wieck?, escrita por Betty Gambartes y Diego Vila, para subir a las tablas del San Martín.
La cuarentena hizo que todo se postergara. Estuvo tres meses en Buenos Aires hasta poder subirse a un avión (”Afortunadamente mi hijo estaba conmigo”, dice). Luego regresó, a fines de 2021, para retomar los ensayos de este título que se estrenó en enero último. “Sobre mi relación con la ciudad, diría que acá pude nacer como artista. Buenos Aires, su gente y el ambiente artístico con personas fabulosas me ayudaron en este cambio”, cuenta quien dice haber sido “en otra vida”, profesora de literatura en una universidad de los Estados Unidos. Ahora no sabe si volverá a la docencia. En principio, tiene por delante este título de Stravinsky con dirección musical de su padre, dentro del festival que lleva el nombre de su madre. Esta obra es de los años en que Stravinsky vivió en Suiza. “Para mí vincular Suiza y la Argentina es algo, simbólicamente, bastante interesante. Además, mi madre conoció a mi padre cuando él estudiaba esta partitura en Ginebra”.
Esta no es la primera vez que Annie interpreta La historia de un soldado. Ya lo ha hecho en francés y con otro tipo de puesta en escena, esa que requiere que la voz que lleva el relato también se haga cargo de los encomillados en primera persona. “Hice varios papeles en la obra. Ahora me toca el papel de la narradora, que no es tan sexy -se ríe- como los de Furriel, que es el Diablo, o el de Lanzani, que en el soldado tiene un gran papel, pero estoy feliz con el desafío”, dice sobre esta versión en castellano y sin las rimas tan evidentes que tiene la pieza en francés.
“El escritor, Ramuz, trabajó con Stravinsky. En una época de la literatura, especialmente después de la Primera Guerra Mundial, se tendía a escribir cerca del lenguaje hablando, de manera más coloquial pero poética. La traducción de esta versión se hizo a partir de la grabación que hizo mi padre de la obra, en la década del setenta. Se quiso estar cerca del texto original. El escritor se inspiró en una historia que le contó Stravinsky. Y es como esas historias de cuento en las que el sentido puede dárselo cada persona que la escucha. Va más allá de su tiempo específico, aunque, obviamente, hoy pasamos por una crisis mundial, financiera y con una guerra en Ucrania. La crisis del capitalismo también es así. Uno de los mensajes es el de ese soldado simple, con poca educación y recursos, que se deja tentar y le da su violín al Diablo. Pero no es solo la plata lo que le interesa. Porque el Diablo lo tienta con comida y bebida. Obviamente hay una crítica al capitalismo y a la acumulación de dinero. La perdida de lo humano y la moraleja sobre qué es lo esencial, la plata o el amor”.
Fuente: Mauro Apicella, La Nación