En una ciudad de Buenos Aires con fuerte presencia de librerías, los escritores libreros representan un linaje muy particular, que también pelea mano a mano con la crisis del sector editorial.
¿Qué les atrae del oficio entre libros y cómo se complementa con la escritura? ¿Cómo enfrenta un autor habituado a la soledad al público más disímil? ¿Se enriquecen sus textos a partir de las vivencias en la librería? Por un rato, los escritores libreros dejan de sugerir títulos, abrir cajas y revisar existencias para contestar estas y otras preguntas.
Libreros, recomendaciones, mapas de lectura
«El librero te forma, si tenés la suerte de encontrar uno bueno, y en esta ciudad hay muchos», asegura el poeta Francisco Garamona desde La Internacional Argentina, librería independiente emblemática en el barrio de Villa Crespo.
El polifacético editor de Mansalva está convencido de que un buen librero es, en cierta forma, un maestro. «Nada más lindo para un librero que conocer una persona que tenga inquietudes, que esté entrando en el mundo de la literatura, y que le pueda recomendar cosas. Se arma un mapa de lecturas y de derivas muy lindas».
«Con una buena recomendación le podés cambiar la vida a un montón de gente», se enorgullece Luis Mey, librero durante años en grandes cadenas y actualmente en Suerte Maldita en pleno Palermo. Pero también advierte sobre el inevitable carácter híbrido de una librería: «A veces tenés que aplicar herramientas de la administración y otras, herramientas de la Facultad de Letras».
El ganador del Premio Décimo Aniversario de Revista Ñ con la novela La pregunta de mi madre sostiene con conocimiento de causa que «el librero tiene mucho trabajo de fondo que explota en el momento de la librería. Si hay un trabajo que te llevás a tu casa es el de la librería por antonomasia. Y lo llevás todo el tiempo. Al subte, a citas, a jugar al fútbol: si quedás afuera te ponés a leer un libro».
Si hay un trabajo que te llevás a tu casa —asegura Luis Mey— es el de la librería por antonomasia. Y lo llevás todo el tiempo. Al subte, a citas, a jugar al fútbol: si quedás afuera te ponés a leer un libro
Detrás del mostrador de Céspedes Libros en Colegiales, Cecilia Fanti reconoce que el oficio es mucho más arduo de lo que imaginaba, sobre todo por la gran carga de tareas administrativas. «Pero mi parte favorita es la de recomendar libros. Ese es un poco el motivo por el cual abrí la librería: para compartir la literatura. Siempre me gustó mucho leer y recomendar lo que leía».
La autora de La chica del milagro manifiesta con cierto optimismo que «incluso en tiempos de crisis siguen abriendo librerías independientes. Y la apertura de librerías independientes tiene ese plus de valorizar al librero».
Garamona, asimismo músico y artista plástico, considera que ser librero también forjó su personalidad. «Me tuve que hacer más expansivo a la fuerza. Para vender tenés que transmitir la pasión del libro, a no ser que la gente venga a comprar el último de Majul. Ahí no podría transmitir ningún tipo de pasión. Además no vendo ese tipo de libros».
Desde la trastienda de La Internacional Argentina, donde funciona la oficina de la editorial independiente Mansalva, apunta que el trato diario con el público más diverso e inesperado «te da una educación en cuanto a lo que es poder comunicarte con el otro».
Ser escritor, ser librero
Mey está convencido de que los oficios de escritor y librero «se dan oxígeno uno al otro». Mientras convida un mate amargo, reflexiona en voz alta: «Difícil que pueda hacer un buen trabajo de librero intuitu personae si estuviese bloqueado, por ejemplo, en la escritura».
En 2015 se atrevió a combinar ambas facetas en su novela Diario de un librero. Y por estos días le da forma a un nuevo diario, ahora de Suerte Maldita, junto con sus socios, la cuentista Ana López y el poeta Silvio Santantonio. «Ya nos pusimos a escribir algo sobre historias que van pasando por aquí, por allá. Va lento pero algún día saldrá. Si perdemos lo lúdico estamos sonados. Eso es parte de mantener el folclore que queríamos: que no sea simplemente un local, que sea una librería».
El autor de la trilogía Las garras del niño inútil, En verdad quiero verte, pero llevará mucho tiempo y Los abandonados se entusiasma con su reincursión como librero, «desplegando el vicio que creía que no iba a latir nunca más y latía muy fuerte».
«Ser librero coherente, estar recomendando todo lo que se puede, me permitía estar muy en paz con la escritura. Nunca dejé de escribir, pero siento que desde que está la librería fluye diferente, un poco más libre», cuenta el escritor que este año publicará las novelas Cuatrocientas crías y Bruja de Carupá.
No puedo elegir escribir antes que tener una librería —confiesa Francisco Garamona—. Todo es complementario y forma parte de un sistema al que uno termina llamando la propia vida
Con la misma energía que despliega entre diferentes ámbitos de la cultura, Garamona puntualiza: «Me gusta hacer cine, teatro, pintar. Hago música y me dedico profesionalmente a eso. Todo es parte de lo mismo, de un movimiento que agrupa todas esas expresiones».
El músico de la banda experimental Super Siempre y autor entre otros de Un gabinete móvil y otros poemas y Odio la poesía objetivista es concluyente: «No puedo elegir escribir antes que tener una librería. Todo es complementario y forma parte de un sistema al que uno termina llamando la propia vida».
El socio de Garamona en La Internacional Argentina, el poeta y librero Nicolás Moguilevsky, pone en la balanza que si bien «las dos cosas se complementan, sobre todo para el conocimiento de títulos y autores», desde el costado comercial «ser poeta no es muy provechoso para ser librero, porque en general los poetas son pésimos negociantes».
Después de atender a una clienta apurada que decide con la velocidad de un relámpago entre dos recomendaciones, Fanti analiza que librero y autor «comparten algo, porque un escritor abre su mundo y lo regala, ya sea literatura autobiográfica o pura ficción. Y un librero también ofrece un mundo y te dice ‘mirá, llevate esto, estás para leer esto o esto otro’».
Librero y autor comparten algo —dice Cecilia Fanti—: abren su mundo y lo regalan
Además pone el foco en que el trabajo de la escritura es muy solitario. «Por más que tengas gente que te lea o te haga devoluciones, vayas a un taller literario o hagas clínica de obra, el escritor está muy solo. Y estar en atención al público te da una cantidad de material narrativo excepcional».
Con algo más de un año y medio al frente de Céspedes Libros, Fanti reflexiona: «Puede pasar cualquier cosa. Muchos mundos entran acá todos los días, muchos estados de ánimo. A veces esto termina siendo un consultorio sentimental, con el cliente sentado contándome cosas de su vida privada o muy íntimas, problemáticas. Y hay veces que es alguien que estaba de paso y no lo ves nunca más. Y entró, te tiró una historia y se fue».
Cadenas, librerías independientes y fintas al mercado
Mey, con amplia experiencia tras el mostrador de cadenas como la Boutique del Libro y Yenny-El Ateneo, cree que estas no condicionan al librero ni sus recomendaciones. «Es pura teoría del martillo. Depende de quien lo agarre, se puede usar para construir o para destruir, como siempre».
Garamona postula que «las librerías de nuevos son como lugares genéricos, porque tienen solamente lo que el mercado ofrece. Y lo lindo es poder hacer también una finta al mercado y generar otro mercado». En su librería, que abrió en 2005 en Palermo y funciona en unos treinta metros cuadrados sobre la calle Padilla desde 2011, pueden encontrarse primeras ediciones y rarezas.
La Internacional Argentina pone el acento en literatura latinoamericana y poesía, con un cuidado catálogo de volúmenes nuevos y usados. «Cada libro en sí mismo es una pequeña joya. Algunas brillan más y otras menos, pero no tiene que ver con la calidad del metal», señala el librero y editor.
Cada libro en sí mismo es una pequeña joya —señala Garamona—. Algunas brillan más y otras menos, pero no tiene que ver con la calidad del metal
Moguilevsky, asimismo poeta, músico, editor y artista plástico, destaca el ambiente único que se genera en ese hervidero cultural: «Siempre se mantuvo un espíritu que tiene que ver con una cantidad de gente circulando y de situaciones dándose que son bastante extrañas para una librería normal. Por ejemplo que esté permanentemente lleno de escritores y artistas, que mucha gente se haya conocido ahí, amigos, parejas. Que se hayan dado polémicas en torno a temas de momento en la librería o en su trasfondo».
Mey, en tanto, describe a Suerte Maldita, que abrió sus puertas en noviembre pasado, como «una especie de boutique». Detrás del toldo verde y blanco, en el cuidado local de algo más de cuarenta metros cuadrados se despliegan volúmenes de narrativa, poesía y en menor medida ciencias sociales.
«Es un viejo sueño. En algún momento se dio la oportunidad y decidimos tirarnos a la pileta con todo el riesgo en este momento, pero con mucha alegría de poder hacerlo», complementa Ana López, su socia. «En el barrio encontramos una respuesta bastante espectacular, mucho más importante de la que nos imaginábamos».
López, quien por estos días publica su libro de cuentos Tic tac, echa por tierra la fantasía de que un librero puede volcarse a sus anchas a la lectura. «Uno necesita hacerse más tiempo que el que se hacía antes para leer. Porque en una librería hay toda una tarea administrativa, de armado, de abrir cajas, de hacer devoluciones, que no es tan romántica».
Entre mate y mate, Mey desdramatiza la apuesta lanzada con el luminoso espacio sobre la calle Serrano, donde también se dictan diversos talleres. «En algún momento repartí volantes. ¿Qué puede salir mal? No tenemos grandes deseos macroeconómicos ni de finanzas. Pagarles las cuentas a los editores, al local, y después vemos. Tampoco me molestaría ir de vuelta a repartir volantes, no era un trabajo tan malo».
Fanti también defiende este punto de vista. «Esto puede resultar o no, podemos seguir abiertos y funcionando bien, sobreviviendo y sufriendo la crisis y pudiendo pagar todos nuestros gastos fijos o podemos cerrar en un par de meses. Es un poco una lotería, aunque confiamos más en seguir abiertos que en cerrar. Ahora lo que valió la pena esta aventura… es la mejor decisión que tomé en mi vida».
«Pasen y lean», invita una inscripción en la puerta de la pequeña y cálida librería sobre la calle Céspedes. Allí «entran más libros de los que uno pueda imaginar, siempre se hace un huequito más», ratifica su dueña.
De todas maneras, explica Fanti, en los cerca de treinta metros cuadrados del local «no hay libros que pasen de moda ni que sean obsoletos. Eso significa que no hay libros de coyuntura ni de actualidad política. Y por otro lado en la selección de libros de ficción tengo los que he leído y me interesa recomendar».
Fanti se define como «romántica y enamorada» del trabajo en la librería, que dedica un vistoso sector a la literatura infantil. Y, cada vez que puede, aporta su granito de arena para superar el concepto de «libros para nenas y libros para nenes». «A veces es muy difícil, porque los estereotipos funcionan perfecto», admite, pero sigue dando batalla porque «los libros les hablan a nenas y nenes por igual».
Acariciando el sueño de una librería
Garamona recuerda que a los 15 años cayó como por arte de magia en la librería de Armando Vites («una gran autoridad en el rubro y un gran amigo») en Rosario. «Era una librería anticuaria llena de cosas muy increíbles y raras y a partir de esa frecuentación me contrató para hacer algunos pequeños trabajitos».
Luego probó diversas vertientes en el rubro, trabajando para una empresa similar al Círculo de Lectores, vendiendo libros por catálogo y también en un puesto de libros, hasta que en 2002 abrió su primera librería, Ascasubi, en Rosario.
Mey, por su parte, tomó contacto con el oficio mientras «iba a leer, porque tenía muy poca plata para comprar, a la Boutique del Libro de San Isidro. Su dueño, Fernando Pérez Morales, se daba cuenta y me recomendaba igual libros. Uno de sus empleados un día me dijo ‘vos serías un gran librero’. Yo de ningún modo pensaba que alguien me iba a contratar».
«Hasta que una amiga de la Boutique del Libro, pero de Unicenter, me dijo que se iba y que había un puesto. Presentó mi currículum, me llamaron y ahí empecé». Después trabajó cerca de una década en El Ateneo Grand Splendid, donde descubrió «un mundo muy plural, desde lo mejor en librerías hasta lo peor; es un lugar muy especial».
Distinto fue el itinerario de Fanti, que renunció en 2017 a su puesto de varios años en Penguin Random House para concretar su deseo de siempre: tener una librería. «Acá funcionaba una muy chiquita y me enteré de casualidad que la dueña la cerraba. Había venido una sola vez a una lectura de Hebe Uhart y me había gustado mucho el espacio».
Se contactó inmediatamente con la dueña y concretaron la transacción. «De tener el sueño de la librería pasé a tenerla y a tener que abrirla en 15 días. Mi jefa llegó de vacaciones y le dije ‘renuncio y no me puedo quedar un mes más, porque compré una librería’. Empecé con cinco editoriales independientes de amigos, a los que les dije ‘tráiganme los libros, que necesito abrir’».
Místicas y curiosidades
Tanto Fanti como Mey venden sus propios libros en sus locales y coinciden en que muchos clientes se acercan impulsados por la curiosidad de conocer al autor y comprar un ejemplar directamente de sus manos.
«Se encuentran con un ser humano que si tiene ganas de hablar de fútbol en ese momento te va a hablar de fútbol. No siempre uno está en rol. Sale lo que puede salir», comenta Mey, para luego agregar que siente el compromiso de ayudar al sello que publicó sus libros. Por eso, «si alguien va a buscarlos están, pero no por todos lados».
Para Fanti, que la novela con su propio rostro en la portada esté en Céspedes Libros «genera cierta mística en el público» de la librería. La chica del milagro narra en clave de ficción cómo la autora debió someterse a una larga y difícil internación tras ser atropellada por un auto.
«Me da mucho pudor tener el libro exhibido. Al principio me hacía más ruido y ahora estoy un poco entregada. Si al libro le sigue yendo bien, a la editorial le sigue yendo bien y puede seguir imprimiendo libros. Tampoco tiene sentido que lo tenga oculto en el depósito», admite la librera.
Garamona, en cambio, decidió que sus poemarios no estén a la venta en La Internacional Argentina. «Cuando alguien quiere comprar un libro mío prefiero regalárselo, porque me parece que un autor no tiene que vender sus libros, en principio».
«Tampoco tiene que autopublicarse. Nunca publiqué un libro mío en Mansalva. Porque prefiero que pierdan plata en mis libros otras personas, ya que yo pierdo plata en los libros de otros. Así se compensa un poquito. Lo digo en chiste, pero es un chiste serio», redondea.
Anécdotas, reencuentros y comunidades
Entre los episodios más curiosos en Céspedes Libros, Fanti recuerda que durante el debate sobre la despenalización del aborto en el Congreso el año pasado llenó la vidriera de libros verdes. «Coincidió con el Mundial y Argentina dependía de que Nigeria ganara un partido para seguir en carrera. Pasó un chico caminando por la calle, se paró delante de la vidriera, dio dos pasos a la puerta y me preguntó: ‘¿La idea es por Nigeria?’ Me descolocó completamente».
Hilarantes experiencias propias y ajenas inspiraron a Mey para Diario de un librero. El anecdotario novelado cita pedidos como «Malbec de Shakespeare», «Juan Rulfo de Pedro Páramo», «la novela por la que Borges ganó el Premio Nobel» o «libros de Gael García Márquez».
El novelista se emociona con los reencuentros en Suerte Maldita: «Viejos clientes de las otras librerías, a los que les había perdido el rastro, me vienen a visitar de lugares que todavía no puedo creer. A algunos hace 10 años que no los veía, pero se acuerdan de que yo les recomendaba bien. Y ahí se te caen los anillos uno por uno y decís ‘dame un abrazo’. Tenés ganas de regalarles todos los libros. Eso es lo más lindo».
En un balance de su recorrido como librero, Garamona destaca que le permitió conocer a muchas personas que admira. «La gente del libro es como una especie de sociedad secreta y es muy lindo poder nutrir a ese grupo de personas que aman la literatura, la lectura y los libros. La librería es un club; el libro es una contraseña para la amistad también».
La librería es un club —dice Garamona—; el libro es una contraseña para la amistad también
Fanti observa que «la librería le da otra vida al barrio, no es un local más. Una librería en un barrio conforma una comunidad, forma lectores y los cruza. Sobre todo si hay actividades, que todas las librerías independientes tendemos a tenerlas. Hay algo comunitario que se arma que es muy lindo».
¿Y cómo saber cuándo se domina verdaderamente el arte del oficio? Mey ensaya una respuesta: «A veces te piden cierto libro, pero en realidad quieren otro. Si llegás a identificar eso, creo que sos librero».
Fuente: Infobae