Visitar Provins, patrimonio de la humanidad, es como hacer un viaje al pasado.
Las luces de París suelen encandilar incluso a los viajeros más blasés, como se les dice a orillas del Sena a quienes ya no se sorprenden por nada. Sin embargo, alrededor de la capital francesa hay también todo un mundo por descubrir. Algunos sitios son muy populares, como Marne-la-Vallée y los parques Disney, o bien Chantilly con su castillo y sus shows ecuestres. Menos conocidas, tres opciones que son una apuesta segura para quienes se animen a dedicarles una jornada.
Inmersión medieval
Provins se pronuncia sin la s final, para no confundirla con province, (el interior del país). Desde los Champs-Elysées se tarda una hora en llegar; en tren un poco más. Los menos de 80 kilómetros de distancia permiten realizar un salto de varios siglos en el tiempo y desembocar en plena Edad Media.
En aquellos tiempos, Champagne no producía vinos espumantes, pero era el corazón económico y comercial de Europa merced a sus grandes ferias, que atraían a mercaderes desde las Islas Británicas, Italia y el Lejano Oriente. Provins, que está a mitad de camino entre esa región y París, también fue próspera durante aquellos tiempos, gracias al comercio internacional. Tanto que necesitó refugiarse detrás de las gruesas murallas que la siguen protegiendo hasta hoy. Más tarde conservó cierta importancia, que se nota en la arquitectura de la ciudad, donde se cuentan nada menos que 58 monumentos históricos. Otro indicio: en la fachada de la iglesia Saint-Quiriace una placa recuerda que Juana de Arco pasó por allí y rezó en busca de victorias militares.
Provins no cambió mucho a lo largo de los últimos ocho siglos. La ciudad organiza una multitud de eventos durante todo el año. Entre ellos, noches de iluminaciones con candelas, visitas guiadas teatralizadas, grandes ferias como las del Medioevo, festivales musicales, torneos y justas, cetrería, banquetes medievales y más. Vale la pena recorrer las murallas y la campiña vecina de La Brie (dio su nombre a un famoso queso, de hecho se produce un brie AOC en Provins), darse sustos en los túneles subterráneos, participar en un juego de escape medieval y subir a la Torre César. O bien perderse en los pasillos del tiempo para vivir una experiencia medieval durante una increíble reconstitución histórica con juglares, princesas, menestrales, mercaderes y hasta temibles soldados.
Les Médiévales de Provins se considera la mayor fiesta medieval de Francia. La animan 700 personas en trajes de época y más de 300 artesanos que hacen revivir la ciudad tal como era en el siglo XII. En 2024 será el 1° y el 2 de junio.
Provins es la cuna de una variedad de rosa muy particular, la Gallica Officinalis (o rose de Provins), uno de los emblemas de la ciudad. Se la puede probar en dulces, como caramelos, miel y helados. La Roseraie es un jardín notable donde se cuenta cómo esta flor fue traída desde Oriente durante las Cruzadas.
La gastronomía medieval tiene su espacio con les Tabliers Gourmands, un emprendimiento que propone talleres de cocina y degustaciones de recetas de más de cinco siglos de antigüedad. A partir de 45 euros por persona (entrada y plato principal).
Debajo de la ciudad hay un verdadero laberinto de túneles. Una parte está abierta al público para descubrir este mundo misterioso que nació como cantera y sirvió de refugio para sociedades secretas. Se visita todo el año (los horarios varían según las temporadas). Cuesta 4,50 euros.
Hay tantos monumentos y atracciones históricas que la ciudad cuenta con su propio pase. El Pass Provins (15 euros por persona) y el Pass Famille (45 euros para dos adultos y sus hijos) dan acceso a 5 monumentos: la Torre César (siglo XII), la Grange aux Dîmes (con una exposición sobre las profesiones del medioevo), el Museo de Provins, los subterráneos y el Prieuré Saint-Ayoul.
Con un castillo renacentista
La Roche-Guyon se encuentra a unos 75 kilómetros del centro de París, pero justo en la dirección opuesta a la de Provins. Se levanta a las puertas de Normandía, a orillas del Sena. Este pueblo, además, está cerca de Giverny, uno de los lugares más visitados de las cercanías de París por los jardines del pintor Claude Monet.
A pesar de ser uno de los pueblos más bonitos de Francia cercano a París, no es fácil llegar si no es con auto. El acceso rutero es cómodo, por autopista y está bien señalizado. Es una aldea de estilo clásico, escondida en una curva del Sena y al pie de una imponente torre, único vestigio de una fortaleza del siglo XII. El nombre del pueblo viene de esa fortificación: la Roche-Guyon es la Roca de Gui, un nombre muy utilizado por la dinastía medieval local.
El castillo que defendió el valle del Sena en tiempos de la Guerra de los Cien Años no existe más. Solo queda su torre. El castillo actual, con estilo del Renacimiento, fue construido por la familia de La Rochefoucauld, que marcó la historia del reino de Francia con varios de sus miembros a lo largo de muchos siglos. Fue una de las mayores dinastías nobiliarias y estuvo emparentada con la casa real. De hecho, ese castillo vio pasar a varios monarcas.
Para los que no se animan a llegar con un auto alquilado, se puede optar por una solución tren+bus: desde la estación Paris-Saint-Lazare a bordo del TER Normandie, hasta Mantes-la-Jolie y de ahí terminar el recorrido con la línea de buses 95-11 (atención: horarios poco cómodos).
El castillo está abierto todo el año y la entrada cuesta 9 euros. La visita incluye la torre medieval, único vestigio de una fortaleza parcialmente tallada en el acantilado del valle del Sena. Se accede por medio de una “escalera troglodita”, dentro de un túnel tallado en la roca.
En el casco del pueblo, el Sendero del Patrimonio lleva a los principales edificios y algunas sorpresas más, como las boves (unas viviendas trogloditas) o un jardín francés de 1741.
El Valle del Sena fue una fuente de inspiración para los Impresionistas y La Roche-Guyon tiene un Camino de los Pintores, de 2,7 kilómetros de extensión, a lo largo de los cuales se instalaron 14 reproducciones de obras famosas, desde los mismos ángulos que inspiraron a Pissarro, Renoir o Monet.
De novela
La Beauce es lo más parecido a la pampa que existe en Francia. Es una extensa llanura donde se cultivan intensivamente cereales y leguminosas. Los campos se extienden hasta un horizonte rectilíneo donde, a principios del siglo XX, los campanarios de las iglesias eran los únicos relieves del paisaje. En esa época Illiers no se había convertido en el pueblo más famoso de la literatura del siglo XX. El personaje más conocido de esta localidad rural era entonces el doctor Adrien Proust (padre del famoso escritor), un médico e higienista que tuvo cierta resonancia a fines del siglo XIX. Cada año, se instalaba con su familia para pasar las vacaciones de verano fuera de las agitadas calles parisinas.
El sabor de unas magdalenas sirvió para desencadenar la gran obra maestra de la literatura del siglo pasado, En busca del tiempo perdido, donde Illiers tuvo un protagonismo importante, bajo el nombre de Combray. En 1971, sus autoridades decidieron reivindicar esta doble identidad, entre realidad y ficción, y la localidad adoptó oficialmente el nombre de Illiers-Combray.
Los Proust veraneaban en la casa de Elizabeth, la tía Léonie de la novela, que ahora es un museo dedicado al novelista y su obra, aunque Marcel Proust solo pasó algunos veranos entre 1877 y 1880. La imponente mansión (cuyo tamaño marcaba el rango social de la familia Proust en ese pueblo de campesinos y obreros rurales) es el punto de partida para un circuito que incluye también la iglesia, el Pré-Catelan (un jardín a la inglesa creado por el tío del novelista, que figura en las novelas como Parque de Tansonville), el castillo de la Sinetterie (de Swann, en la ficción) y la casa del doctor Proust.
El pueblo está unos 100 kilómetros al sudoeste de París. Se llega muy fácilmente en auto gracias las autopistas A10 y A11 en dirección a Le Mans. También se llega en tren, desde París-Montparnasse hasta Chartres, donde se cambia por un servicio regional que para en la estación de Illiers-Combray. Sea por ferrocarril o por ruta, el viaje permite hacer una escala en Chartres para conocer su famosa catedral y la Casa Picassiette, obra maestra del Arte Bruto.
El Museo Éphémère Marcel Proust abre de martes a jueves por la tarde y viernes, sábado y domingo, de 11 a 17.30. La entrada cuesta 5 euros.
Illiers-Combray recibe continuamente a lectores y cultores de la obra de Proust. Además de los lugares emblemáticos, nadie se sustrae al ritual de comprar magdalenas en las tiendas locales, como la bien nombrada Madeleine d’Illiers (un salón de té en el centro, frente a la iglesia).
El pueblo es una etapa del Camino a Santiago de Compostela. También ve pasar a dos de las principales pistas para bicicletas de Francia: la Véloscénie (de París hasta el Monte Saint-Michel) y el Valle del Loire en bici. Esta última pasa por algunos lugares donde Marcel Proust buscaba la inspiración, entre ellos el Castillo de Villebon.
Otras alternativas
Auvers-sur-Oise. Este pequeño pueblo está solo 30 km al norte de París. Hace más de un siglo que su nombre está asociado a Vincent Van Gogh. El pintor holandés llegó en 1890, para quedar bajo los cuidados del Dr. Gachet. Allí vivió sus últimos 70 días antes de suicidarse. Durante ese tiempo pintó 78 obras. Además del albergue donde vivió y murió Van Gogh (Auberge Ravoux) se visita el museo dedicado al pintor, su tumba, una estatua en el centro y la casa de Gachet.
Barbizon. Hubo un tiempo en que Barbizon, un pueblo perdido en medio del gran bosque de Fontainebleau, se convirtió en la capital mundial de la pintura. Fue cuando un grupo de artistas se instalaron en un albergue, a partir de 1830. Desde aquellos años de bohemia, la pequeña aldea se convirtió en el “Pueblo de los Pintores”, con muchas tiendas y galerías de arte.
Chevreuse. Al sur de Versalles, en el Valle de Chevreuse funcionaron durante siglos curtiembres. Los talleres aprovechaban las aguas de los brazos del río Yvette, que le dan ahora el aire de una Venecia bucólica, en medio de praderas y bosques. El Paseo de los Puentecitos permite disfrutar vistas sobre los antiguos talleres y los secadores de pieles, además de descubrir un tradicional lavadero comunal.
Fuente: Pierre Dumas, La Nacion