Más allá de sus bellezas teatrales o musicales en general, hay algunas óperas que son memorables por un momento puntual. Se dice Nabucco, de Verdi, y la asociación inmediata es el “Va pensiero”, el coro de los esclavos hebreos. Carmen, de Bizet, remite a la célebre habanera que canta la protagonista. Guillermo Tell, de Rossini, es hermanado con El Llanero Solitario cabalgando al son de su obertura. Porgy and Bess, es “Summertime”, así de sencillo. Y El elixir de amor, de Donizetti, inmediatamente, nos hace entonar “Una furtiva lagrima”.
Desde el martes 2, en el Colón, quien la canta es Javier Camarena, el más afamado tenor lírico de este tiempo. Con todo, L’elisir d’amore es bastante más que la popularísima aria de Nemorino. Fue el producto de una suma de velocidades creativas increíbles, está armada sobre una trama de (muy leves) comicidades envuelta en una música muy bien escrita y, sin lugar a dudas, es un testimonio irrebatible sobre lo que es (o fue) el bel canto, en este caso, en tono de comedia.
Como en muchas otras ocasiones ante situaciones inesperadas (cancelaciones repentinas, enfermedades, deserciones, censuras, exequias con duelos obligados, etc), El elixir de amor, la más popular de todas las óperas de Gaetano Donizetti, fue el resultado de una escritura a contrarreloj por pedido de un empresario milanés que debía, perentoriamente, subir a escena una nueva ópera en el menor tiempo posible. Urgido por Donizetti, Felice Romani, el libretista de El elixir de amor, buscó alguna obra anterior sobre la cual trabajar y así fue que, rápidamente, tradujo y recicló Le philtre, una ópera en francés de Daniel Auber. Aquel filtro devino en elixir y el “nuevo” libreto, de la velocísima mano de Donizetti, fue convertido en ópera en dos actos en sólo dos semanas. Del apuro no salió ningún engendro sino una ópera bufa que gozó de una recepción clamorosa. Sin saltearse ningún día, desde el 12 de mayo de 1832, la ópera fue representada en más de cuarenta oportunidades, a sala llena, en el Teatro della Canobbiana. Cuando la última función estaba teniendo lugar en Milán, ya se hacían preparativos para recibirla en muchas otras ciudades italianas.
Como toda ópera belcantista, la obra ofrece numerosas arias para el lucimiento de los solistas. Pero además, en esta obra, en particular, aparecen tres dúos para la pareja protagónica, la de Nemorino y Adina. Uno de ellos, en el primer acto, es “Chiedi all’aura lusinghiera”, incluido dentro del libreto de Romani por el mismo Donizetti y acá cantado por Rolando Villazón y María Bayo.
El argumento es una historia de amor que tiene lugar en un pueblo pequeño, con situaciones propias de una comedia del siglo XIX. Pero de bel canto esto se trata, el libreto no es una pieza de alta literatura sino un vehículo necesario e imprescindible para que los amantes de la ópera puedan disfrutar de las excelencias de los cantantes y de las admirables capacidades de los compositores belcantistas. No es ocioso recordar, en este sentido, que, dentro de la historia de la ópera, siempre hubo tensiones entre quienes pretendían destacar los asuntos teatrales por sobre los musicales o, por el contrario, exactamente a la inversa. El tiempo del bel canto, el de la primera mitad del siglo XIX, en Italia, fue uno de absoluta primacía de lo musical por sobre lo teatral. Las bellas melodías, las grandes voces, el virtuosismo del canto, reinaron sin oposición de la mano de creadores tan notables como lo fueron Rossini, Bellini y Donizetti.
El primer elenco, para la producción está encabezado por Javier Camarena, Nadine Sierra, Ambrogio Maestri y Alfredo Daza. La puesta en escena está a cargo de Emilio Sagi y la dirección musical, de Evelino Pidò. En el segundo elenco, se destacan Santiago Martínez, Oriana Favaro, Ricardo Seguel y Germán Alcántara. Hay funciones hasta el miércoles 10. La versión para niños, adaptada por Marina Mora, sube a escena el sábado 6 y el domingo 7, a las 11, como parte del ciclo Colón para chicos, con dirección musical de César Bustamante y dirección de escena de Emilio Sagi.
Para los muy ansiosos, tal vez convenga recordar que Nemorino recién canta “Una furtiva lagrima” cerca del final de la ópera. Con esa lágrima furtiva que el muchacho alcanza a divisar en los ojos de Adina, él descubre que ella lo ama. Y en esa romanza nada furtiva, todos los que acudan a ver esta ópera, podrán corroborar, seguramente, qué gran cantante es Javier Camarena y qué extraordinario compositor era Gaetano Donizetti.
Fuente: Pablo Kohan, La Nación.