En un edificio atípico de Buenos Aires, ejemplo destacado de la arquitectura moderna al estilo Le Corbusier, un café se esconde emplazado en su gran jardín. Bautizado como Los Eucaliptos, el edificio fue diseñado por los arquitectos argentinos Juan Kurchan y Jorge Ferrari Hardoy (conocidos por el sillón BKF, el cual se incluían en la compra de alguno de los departamentos), discípulos del arquitecto suizo.
Ubicado en la calle Virrey del Pino en el barrio de Belgrano, su construcción comenzó en la década de 1940 y se destacó por su enfoque pionero en lo que hoy conocemos como “amenities”: un salón de lectura, un restaurante y un lavadero de uso común para los propietarios, algo casi desconocido en la época para edificios de alto nivel.
Otra particularidad para su época fue que durante la etapa de obra y debido a la escasez de acero destinado a la industria bélica durante la Segunda Guerra Mundial, la construcción de Los Eucaliptos no pudo seguir el plan original de los arquitectos. En su lugar, se utilizó madera y se incorporaron elementos de color en la fachada con azulejos y venecitas, un enfoque inusual para la arquitectura de la época.
Pero lo que hace que Los Eucaliptos sea verdaderamente único es su ubicación en el centro de la manzana, rodeado por un anillo verdeque sirve como un aislante acústico natural, conservando de esta manera también los tres eucaliptus preexistentes. Además, el edificio se construyó al fondo del terreno, con todas las unidades orientadas hacia el jardín frontal.
Con un total de 29 departamentos, ofrece desde estudios hasta dúplex y algunos incluso conservan el mobiliario diseñado por los arquitectos. Uno de ellos es un dos ambientes de 33 metros cuadrados que se vende por US$2233/m², además de incluir beneficios como la exención del impuesto inmobiliario ABL por su condición de patrimonio histórico.
La ocurrencia de un restaurante interior
La visión inicial del edificio, que incluía la creación de dos cuerpos formando una L y un garaje subterráneo bajo un amplio jardín de juegos para chicos, quedó incompleta debido a la falta de fondos. A pesar de ello, se logró construir un restaurante exclusivo para los residentes, que se convirtió en una parte esencial de la historia de este emblemático edificio.
“Los vecinos podían disfrutar de comidas a cualquier hora del día y si preferían quedarse en sus departamentos, cada unidad estaba equipada con un innovador sistema de montacargas, algo completamente novedoso en aquel entonces a modo de delivery”, cuenta Nicolás Franceschelli, propietario de Santa Roseta, el acogedor bar-café que actualmente ocupa este emblemático espacio.
“Este edificio era controvertido en su época”, continúa Franceschelli. “En comparación con la arquitectura francesa, a muchos les parecía ‘feo’. Sin embargo, no dudé ni un segundo en abrir un local acá”, asegura el dueño con más de 25 años de experiencia en el rubro gastronómico.
El restaurante se concesionó en la década de 1950 y desde entonces siempre funcionó como un lugar dedicado a propuestas gastronómicas, comenzando con la Cervecería López, donde era común ver a figuras literarias como Jorge Luis Borges y Julio Cortázar, hasta la época de Winter Garden en los años 60.
Sin embargo, su mantenimiento resultaba costoso para los residentes y se incluía en las expensas, por lo que dejó de funcionar. Pasó de mano en mano y, lamentablemente, el último concesionario, un restaurante japonés, dejó el lugar en un muy mal estado. Los daños eran evidentes: los pisos originales habían sido cubiertos y los techos y ventanales estaban revestidos con durlock. “Nos dimos cuenta de que teníamos que hacer una obra interesante. Fue una tarea costosa, pero contratamos a un equipo de restauradores y logramos devolverle su encanto original”, asegura Franceschelli.
La cafetería, ubicada en un edificio histórico, está impregnada de un predominante tono verde, tanto en su interior como en su exterior. Las plantas adornan las paredes y las lámparas, creando una atmósfera botánica inconfundible que envuelve a los visitantes desde el momento en que cruzan la puerta hasta el rincón más alejado del local. Con una capacidad para albergar a 80 personas, estas características son las que lo distinguen de otros establecimientos en Belgrano donde la mayoría se limita a espacios reducidos con tres paredes y una vitrina.
El restaurante, parte integral del edificio original y considerado patrimonio cultural de la ciudad, logró convertirse en un lugar especial para sus clientes, muchos de los cuales son atraídos por la arquitectura y la hermosa vista al jardín. “Mucha gente viene acá por la historia y el paisaje, incluso muchos vienen a hacer home office todo el día”, explica el propietario.
Sin embargo, desde su apertura el 19 de diciembre del año pasado, este primer invierno presentó desafíos debido a las frías mañanas, lo que afectó la afluencia en comparación con el verano. Otra preocupación importante fue cómo atraer al público al estar apartados del bullicio de la calle. Sin embargo, este obstáculo se convirtió en una ventaja estratégica, ya que permitió la habilitación de una terraza al aire libre dentro del predio.
En cuanto a los clientes, muchos de ellos reside en el edificio e incluso algunos recuerdan cómo se veía originalmente el lugar. El propietario comparte una conmovedora anécdota: “Nuestra primera clienta fue una mujer de 80 años. Se sentó a tomar un café y luego se puso a llorar. Era polaca y este había sido el primer lugar donde vino a bailar cuando llego a Argentina escapando de la guerra. No tenía ropa para salir y recuerda que la gente le prestó todo lo que necesitaba, incluso una cartera”.
A las 7:30 a.m., hora de apertura, Santa Roseta se convierte en el punto de encuentro entre quienes se dirigen al trabajo en subte por la mañana. Este patrón se repite por la tarde, cuando los trabajadores regresan a casa y se deleitan con opciones gastronómicas que incluyen tostadas con huevo y panceta o su especialidad: el avocado toast. Además de estas opciones matutinas y vespertinas, el lugar ofrece una variada selección de vinos y aperitivos para aquellos que deseen algo más que café.
Santa Roseta no se considera una “cafetería especializada”. En un momento en el que este tipo de establecimientos se multiplica en la ciudad de Buenos Aires, la visión aquí es proporcionar una experiencia genuina y única. “Creemos que la especialización puede volverse común con el tiempo, pero nosotros aspiramos a destacarnos”. La clientela, en su mayoría personas de 40 años en adelante, sigue optando por los clásicos, como el café con leche, los cortados o las lágrimas. “Hacemos hincapié en la adaptación a las preferencias individuales de cada cliente, garantizando una experiencia a medida”, comenta el dueño.
Y ya tienen planes para el próximo verano: “Tenemos la idea de instalar una barra móvil en la terraza y contar con un saxofonista en vivo, para que los visitantes puedan disfrutar de aperitivos y música, reviviendo así la encantadora atmósfera de los bares de antaño”.
Fuente: Candelaria Reinoso Taccone, La Nación