Como todos, estaba entusiasmado con la vuelta de la democracia, mantenía el compromiso político y revolucionario de sus últimos años a la hora de tomar la palabra y miraba con simpatía –aunque sin exagerar entusiasmos– al flamante gobierno de Raúl Alfonsín. En los inicios de diciembre de 1983, Julio Cortázar visitó el país por última vez, después de 10 años. Tenía 69 y venía de una larga batalla, de impulsar denuncias contra la dictadura militar desde Francia, donde residía. Poco después, el 12 de febrero de 1984, moría en París, acorralado por la leucemia. Este martes se cumplen 35 años de esa ausencia. Del adiós al escritor que se ganó un capítulo central en las letras argentinas.
En Buenos Aires, un hombre le sigue rindiendo culto como si se tratara del fundador de una religión. Lucio Aquilanti (49 años, porteño) está al frente de la librería Aquilanti & Fernández Blanco, especializada en títulos raros y antiguos, en la calle Rincón 79, Balvanera. En ese espacio, entre libros y más libros añosos, deambula una gata gris: se llama Carol, como la última esposa del autor deRayuela. Aquilanti es el mayor coleccionista del escritor nacido en Bélgica (hijo de padres argentinos) y luego, a los cuatro años, trasplantado a Banfield. Su librería es algo así como un misterioso templo cortazariano.
En Barcelona. Cortázar con su abuela materna, en 1918. / Bonetto.
El librero se inició en el culto a los 18 años: empezó a reunir y comprar primeras ediciones de Cortázar, de sus libros, de títulos de otros autores que prologó, de sus exquisitas traducciones –Memorias de Adriano, por ejemplo–; también de trabajos editados en colaboración con artístas plásticos, discos de vinilo en los que Cortázar narra o en los que se recitan sus poemas o tangos, fotografías y hasta revistas en las que aparece: una de ellas, El Gráfico, donde el autor de Octaedropublica un texto inédito sobre boxeo.
Aquilanti construyó ese archivo durante 27 años, hasta que en 2014 la BibliotecaNacional se lo compró. Ahora, esas 417 piezas se encuentran en la Sala del Tesoro, de acceso a investigadores acreditados, según confirma a Clarín Juan Pablo Canala, de la institución de la calle Agüero. Pero el librero no pudo con su genio y recomenzó. Hoy, compra y junta. Pasión de coleccionista.
“Tengo unas 50 fotografías originales de él, todas manuscritas por él”, le cuenta a este diario. ¿Qué cosas se siguen encontrando en su librería? Entre otras, muchas primeras ediciones de Cortázar. El librero da un ejemplo de mercado: “Una primera edición de la novela 62 modelos para amar (1968) no supera los 700 pesos dependiendo el estado, o una de Rayuela (1963), bien conservada, se cotiza en unos 30 mil pesos”.
Buen conversador como todo librero que sabe, Aquilanti puede hablar sobre su escritor fetiche de modo solemne y en seguida como quien habla de un amigo, de un compañero. “En 1971 cultiva la barba y no se sabe bien cómo, porque Cortázar era lampiño; una de las teorías dice que hizo un tratamiento en Cuba”. O, “al principio usaba anteojos porque tenía cara de niño y con anteojos se veía mayor; Aurora, su primera esposa, se los hizo quitar porque en ese tiempo no los necesitaba”, suelta en medio de la charla, como quien cuenta una anécdota risueña y familiar.
Los reyes. Primer libro que Cortázar firmó con su nombre. / M. Bonetto.
Junto con Federico Barea, es el autor de la bio-bibliografía Todo Cortázar, un catálogo razonado con los trabajos del autor de Casa tomada (1946). Sobre Casa tomada, justamente, el coleccionista explica: “El siempre dijo que no lo escribió como una metáfora del peronismo, interpretación que luego circuló, habló de un trabajo que realizó al despertarse de una pesadilla que lo había conmovido; pero de todos modos decía que cada uno puede leerlo como quiere y admitía que esa lectura era muy interesante”. En su librería, rincón mágico para el peregrinaje de los lectores, comienza la entrevista.
–¿De dónde vienen los compradores de su obra?
–De todas partes; porque hay, como él decía, una Internacional Cronopia. Cortázar es una conexión; uno hace amigos entre los lectores de Cortázar. A mi librería vienen, sobre todo, lectores, no coleccionistas. La franja etaria que convoca Cortázar es más joven que la de Borges, por ejemplo. Lo curioso es que Cortázar sigue llegando a los lectores jóvenes y este hecho contradice a quienes afirman que su literatura perdió vigencia.
-¿Por qué elegiste a Cortázar?
–Por la magia. Yo creo que en él, lo más destacable, para quienes lo admiramos y queremos –yo lo quiero más de lo que lo admiro–, es esa magia cotidiana. De pronto, la magia podía aparecer al subir una escalera, y al hacer el intento de bajarla para atrás, a ver qué pasa. El hizo que nos diéramos cuenta que existe algo más fuera del pensamiento racional. Más allá de que a veces hable de esoterismo. Todos hemos vivido momentos inquietantes, en los que nos preguntamos sobre cuál es el borde entre lo real y lo que no, y muchas veces lo negamos. Cortázar, en cambio, deja salir esa magia.
Antes y después. El título publicado en 1963. / Bonetto
–¿Cómo empezaste a reunir sus trabajos?
–Empecé como coleccionista muy jovencito, a los 18 años. Lo primero que compré fue Los reyes (de 1949, primer libro publicado con el nombre real del autor), ya que contenía además una dedicatoria y la firma de él. En ese momento sentí, por primera vez, que yo tenía que reunir todas las primeras ediciones de Cortázar: fue un mandato interno. Ya era librero anticuario, trabajaba en la librería Fernández Blanco como empleado –librería que después adquirí–, pero cuando compré ese primer libro comprendí que había nacido un coleccionista: que me había convertido en alguien como mis clientes. Siempre entendí que el coleccionismo debía ser vivido con placer, aunque también haya vivido momentos de angustia, por ejemplo, la noche antes de un remate, cuando no sabía si podría o no comprar una pieza.
–¿Un libro puede ser una cuestión de vida o muerte?
–No toda la obra de Cortázar me interesa; sí y mucho, las novelas y los cuentos, y menos la parte política. Sin embargo tenía la necesidad de tenerlo todo, para llenar el álbum de figuritas. Tampoco conocía toda la bibliografía de Cortázar, la que tuve que armar yo, y entonces al coleccionista se sumó el bibliógrafo; quedó hecha una bibliografía completísima que es una herramienta no sólo para mí.
Bajo la mirada de Carol Dunlop, detrás de la cámera, Julio Cortázar posa en bicicleta en La Habana (Cuba) en 1980.
–A 35 años de su muerte, ¿cuál es el legado que nos dejó?
–Sin duda, es muy discutible y se sigue discutiendo. Hace poquito se hicieron unas jornadas de literatura hispánica, y en ella los grandes críticos como Noé Jitrik y Roberto Ferro siguieron hablando de Cortázar como un gran maestro. Hace mucho tiempo, Piglia lo cuestionó y terminó cambiando de opinión en los últimos años. Se lo denostaba porque parecía que era una literatura que estaba quedando vieja, y por ciertos modismos y porteñismos. Había llegado el momento de olvidar a Cortázar, se decía, y empezar con los nuevos autores, de Aira para acá. Tampoco es que esto esté mal, porque hay que cometer un parricidio de vez en cuando. Pero la literatura argentina no podría ser lo que es si no hubiera existido Julio Cortázar.
–¿Qué desea el lector de Cortázar?
–Vienen a buscar libros raros; es decir, como casi toda la obra de Cortázar se ha reeditado, vienen a buscar libros que no se reeditaron. Y caen, a veces con gracia y a veces desastrosamente, en el coleccionismo. Porque de pronto se acercan a un libro que sí está en la librería a la venta, pero vale mucho dinero porque es un libro raro, especial e inconseguible. Entonces muchos compradores bajan los brazos y otros, precisamente, se sienten estimulados por la dificultad y por la rareza del ejemplar.
El especialista cuenta su pasión y, consultado, viaja hasta el cuento El perseguidor incluido en Las armas secretas (1959). Dice que ahí se da un quiebre: “Son varios personajes y están pensados desde la piel del otro. Desde la otredad. Ahí puede desprenderse de cierto esteticismo y purismo… Se puede deducir que ahí empieza a cambiar”. Luego vendrán algunas de sus obras mayores.
Cortázar también supo de arrepentimientos, como aquella definición de “lector-hembra” para referirse al lector pasivo que no le gustaba. “Me lo criticaron con mucha razón”, dijo en un reportaje, “pues aceptaba la noción de pasividad, tan típica de nuestro machismo latinoamericano”.
–¿Se leerá siempre a Cortázar?
–A 35 años de su muerte es claro que siempre se lo seguirá leyendo.
Fuente: Clarin, editó: E.V.