Defraudada por su esposo, Frances Mayes, el personaje encarnado por Diane Lane en la película Bajo el Sol de Toscana, decide viajar a Italia para olvidar. En su recorrido, dentro de un micro de turista, de los que salen a hacer excursiones de una jornada y paradas de diez minutos en cada pueblo, se ve sorprendida por un cartel que indica Villa Bramasole. En verdad se llama Villa Laura, queda en Cortona, provincia de Arezzo, es el pueblo donde vive la autora del libro (de quien toma el nombre el personaje de Lane).
Sin embargo, la trama se filma en Montalcino, un pequeño pueblo de Siena, que casi recrea la aventura que hace más de dos décadas encararon los argentinos Dolores y Gonzalo Aguilar, hoy retirados del management de Laticastelli, un borgo o pequeña comuna en las afueras de Siena, enmarcado por bosques y el silencio que cuece al Chianti (uno de los vinos tintos italianos más conocidos) y adormece en la siesta soleada de la Toscana.
Corría el 2000 cuando andaban dando vueltas por Roma en uno de los tantos viajes que amaban hacer. Intentando separarse de aquellos tiempos convulsionados de Buenos Aires, de boca de un amigo escucharon de un remate en la Toscana. Algo similar a las múltiples propuestas que se han popularizado en los últimos años sobre comprar una antigua propiedad y mudarse a un pueblo que necesita repoblarse por unas pocas monedas.
Luego de recorrer los 250 kilómetros que separaban Laticastelli de Roma, se toparon con una antigua fortaleza del 1200, declarada patrimonio histórico y casi totalmente destruida. Apostaron a la idea.
“No sé como hicimos para ver lo que podía ser –recuerda Gonzalo–, parecía que la realidad se chocaba con la imaginación”. A pesar de todo se sumergieron en una marabunta de habilitaciones, luchas municipales, aprobaciones patrimoniales. Con la condición de resguardo del acervo local, ganaron en antecedentes valiosos. “Cada paso que dábamos se chocaba con una realidad catastral o de patrimonio”, dice Gonzalo. Debieron convencer a decenas de funcionarios sobre la flexibilidad necesaria que requería una propiedad como esa para sobrevivir.
Hoy el sueño de Dolores y Gonzalo se convirtió en un Relais de Campo. Veinte años después de restauraciones y diseño de negocio, de aquella ilusión basada en un espacio marchito se convirtió en un conjunto de 25 habitaciones que recuperaron el encanto de otro tiempo y la belleza de la tradición original de pequeño pueblo rústico y genuino, donde la tecnología y el confort se mezclan perfectamente sin perder el sabor auténtico.
“Nos interesó siempre recrear un pueblo, no transformarlo; es una especie de parque típico, donde rememorar el pasado. Nos importaba que fuera genuino”, agrega.
Tiempo de cruzados
La historia de Laticastelli se remonta a una disputa del siglo XII entre florentinos y sieneses. Cuando ganaron los florentinos, la fortaleza fue arrasada, junto con todos los otros bastiones que defendían Siena.
Un par de centurias después se reconstruyó pero con aire de finca, incluyendo viñedos, almazaras, olivares y campos de cultivo distribuidos en unas mil hectáreas que dieron vida a un pequeño pueblo encantador. La crisis agrícola luego de la Primera Guerra Mundial produjo un vaciamiento que lo dejó abandonado por más de cuarenta años.
Hoy Gonzalo y Dolores dieron paso a una gestión que quedó a cargo de la italiana Eglantina Ruko. “La idea inicial –dice– era convertirlo en su residencia de verano, luego viendo el tamaño del pueblo pensaron en crear algo exclusivo donde fuera posible tener una relación directa con sus huéspedes. Querían compartir con los demás la posibilidad de poder disfrutar de la belleza y singularidad de este lugar que, a decir verdad, es mágico”.
Gracias a su posición estratégica, es el sitio perfecto para hacer un tramo imperdible del recorrido toscano entre Siena y Florencia. En la ruta se encuentran piezas imperdibles para cualquier viajero como San Gimignano, Pienza, Cortona y San Quirico d’Orcia.
Gracias a su posición estratégica, es el sitio perfecto para hacer un tramo imperdible del recorrido toscano entre Siena y Florencia. En la ruta se encuentran piezas imperdibles para cualquier viajero como San Gimignano, Pienza, Cortona y San Quirico d’Orcia. “Estamos realmente en un punto estratégico –completa Eglantina– donde el Chianti se conecta con el Val d’Orcia y el Val di Chiana. Justo en el medio de este triángulo mágico”.
En sus comienzos el propio Gonzalo recorrió personalmente todos los caminos, incluso los que unían a los pueblos más pequeños y recónditos. “Exploró los lugares –sigue Eglantina–, los visitó palmo a palmo, probó las cenas y todos los productos de los restaurantes menos conocidos. Creó mapas llamados Secret Tuscany, y esto es realmente algo que solo nosotros ofrecemos”.
“Era como acariciar a mi nuevo hijo y reconocerle todos los lunares”, afirma Gonzalo. Los recorridos que ideó son algo así como los ‘mapas del tesoro’ del territorio, que entregan a los huéspedes cada mañana para que puedan explorar maravillas ocultas.
En esas piezas mágicas aparecen secretos únicos sobre las Crete Senesi, la serie de suaves colinas que sombrean Siena y que esconden pueblos poco conocidos.
Como Buonconvento, con las casas del pueblo construidas sobre la antigua muralla medieval y su iglesia San Pietro y San Paolo, construida en el 1100; allí son imperdibles las trufas blancas y negras, y los tallarines con crema de garbanzos. También Monteroni d’Arbia, con su molino del 1400; Trequanda, con sus casas bajas de ladrillos de piedra y la iglesia que conserva obras del escultor renacentista Jacopo Sansovino; Rapolano Terme, dueño de los complejos termales más famosos de la Toscana: L’Antica Querciolaia, con sus grandes piscinas de agua caliente, y el Hotel Terme di San Giovanni; Asciano, con su terreno yermo, su red de callejuelas y edificios medievales dominados por una torre almenada y San Giovanni d’Asso, erigido sobre una colina, que cada noviembre celebra la fiesta de la trufa blanca.
Otra de las recomendaciones de Gonzalo es Val d’Orcia. En él se esconden una serie de nuevos pequeños pueblos como Radicofani, con sus arcos de piedra y toba, una fortaleza construida en 1565; Pienza, llamada “la ciudad de la utopía”, hecha para el Papa Pío II; Castiglione d’Orcia y bagni San Filippo, cruzados por la vía Francígena, el camino de los negocios que convirtió este sitio en un centro comercial del medioevo; Bagno Vignoni, que esconde una piscina que rodea las casas del centro histórico, Montalcino y sus vinos únicos.
Degustar los auténticos productos típicos del lugar es parte de la experiencia. Podere Le Ripi es un viñedo, con bodega y degustación imperdible. Sette di Vino en Pienza, justo en la plaza, espera con una bruschetta con tomates cherry, crostoni con manteca, embutidos y pecorino a la plancha. Allí mismo, en Idillyum, se puede disfrutar de un atardecer local que ofrece vinos por copa y pequeños platos toscanos para compartir .
El tesoro argentino
Todo sabe a paz y sabores ancestrales. La pareja argentina también construyó un concepto que llamaron Pure Tuscany, “porque el pueblo se ha mantenido como estaba en el 1200 –explica Eglantina–, desde los cimientos hasta la calle estrecha en el medio. No somos una villa turística. Laticastelli es un verdadero pueblo. De hecho, es el pueblo medieval el que fue transformado en hotel. Esta peculiaridad siempre sorprende a nuestros huéspedes, especialmente a los del norte de Europa”.
Una interminable avenida de cipreses seculares (el más joven tiene 300 años), se choca con un pueblo medieval donde las habitaciones son una parte de él. Sumergirse en la piscina al aire libre ofrece impresionantes vistas de la idílica campiña toscana y el restaurante La Taverna Toscana, como si se saliera de casa a comer en el centro del pueblo, ofrece recetas tradicionales regionales y platos de influencia mediterránea.
Fue construido en los sótanos de la antigua Enoteca, cuenta con una hermosa terraza que mira hacia los cipreses centenarios y las colinas circundantes. Todo lo que se come viene de allí cerca. Además, hay cursos de cocina con el chef, veladas musicales y recitales.
La deco interior estuvo pensada con inteligencia. El mobiliario rústico tiene orígenes campesinos, se mezcla con antiguas puertas y ventanas. Las vigas de madera y el mármol travertino se cruzan en una armonía de estilos. En el corazón de Laticastelli se refugia una antigua cocina que ha mantenido la atmósfera de las épocas medievales.
Alrededor de Laticastelli se abren caminos escondidos para visitar bodegas cercanas, como Armaiolo, Montebenichi, Il Castello de Modanella y Lucignano (un pueblo amurallado único) y Abazzia de Monte Olivetto Maggiore (una abadía benedictina celebre por sus frescos).
Para la compra de delicatessens los mercados de Siena, Montevarchi y Arezzo son de visita indispensable. Una filigrana perfecta para terminar el recorrido por lo que Gonzalo llama “el corazón de Toscana”, pero no en sentido literal de centro, sino en sentido poético de esencia.
Datos útiles
- Ubicación. Laticastelli se encuentra en el corazón de la Toscana, a 25 km de Siena y a dos horas y media de Roma. Desde allí, en auto y muy cerca se llega a las principales ciudades y centros turísticos de la Toscana.
- Escala gastronómica. Si bien Laticastelli ofrece alojamiento en 25 habitaciones con todas las comodidades, también es posible ir solamente a su restaurante La Taverna Toscana, especializado en recrear las recetas tradicionales de la región, con influencias mediterráneas. También es posible visitar los viñedos.
- Pueblos cercanos. Vale la pena visitar San Gimignano, Pienza, Cortona y San Quirico d’Orcia
- Ruta del Chianti. Esta zona entre Florencia y Siena es la mayor productora de uva y vino Chianti del mundo, el vino más célebre de Italia, que tiene más de 300 años. La Strada Regionale 222, la ruta conocida como la Chiantigiana, es la columna vertebral del recorrido.
- Mercados. Para la compra de delicatessens los mercados de Siena, Montevarchi y Arezzo son de visita indispensable.
Fuente: Flavia Tomaello, La Nación