Inspirados en una frase de Umberto Eco, Ariel “Lito” Labrada y Mario Aguer se embarcaron en una obra monumental: registrar la historia de Rojas en papel. El autor de “El nombre de la Rosa” solía comentar que conservaba en un disco duro portátil de 250 megabytes toda su obra, “pero -decía- me alegro de que aquellos libros estén todavía allí, como garantía para cuando los instrumentos electrónicos fallen”. Hace más de 13 años, Labrada y Aguer concibieron la idea de editar un libro con la historia de Rojas. Para concretar el proyecto convocarían a 24 autores, cada uno a cargo de desarrollar un tema diferente, y luego reunirían todo en una obra. Sin embargo, la idea cobró vida propia: de libro pasó a página web, la convocatoria desbordó las expectativas y cientos de relatos y anécdotas fluyeron sin cesar, capaces de enumenerar sucesos políticos, aventuras económicas, hechos sociales, gestas deportivas, secretos y curiosidades.
Allá por 1777, una inundación y 20 años después una pulpería
Para 2018 la idea se convirtió finalmente en libro con caso 600 páginas de palabras ocurridas en Rojas. Ubicada a 260 km al noroeste de la Capital Federal, tiene su origen en el Fuerte Guardia de Rojas, fundado en 1777 por el Sargento Mayor Diego Trillo en la confluencia del río Rojas y el arroyo Saladillo de la Vuelta, pero dos años más tarde, por una inundación, se mueve el asentamiento a la actual esquina de Alem y 9 de Julio. El primer negocio de la ciudad abre 20 años después. Se trató de la pulpería de Andrés Martínez en las cercanías de la esquina de Avda. Guardia de Rojas y Malvinas Argentinas.
Fue allí, un 24 de junio de 1911, que nació Ernesto Sabato. Según relata Ariel Labrada, uno de los autores del multitudinario libro, “todo empezó con un calabrés pobre y analfabeto que llegó en el año 1900 a la Argentina: Francisco Sabato. Su esposa, Juana María Ferrari, era quien leía y escribía lo que él necesitaba”. Juntos recalaron en Rojas un par de meses después de asentarse en Buenos Aires. Francisco hizo trabajos varios hasta que logró montar una carnicería. Para 1907 cambió de rubro y se dedicó al pan, para abrir una década después un molino harinero y así ampliar su panadería con una fábrica de pastas. El negocio se ubicaba en lo que hoy es la calle Pueblos Originarios al 300, esquina Muñoz, lindante con la casa familiar, en el 471 de esa misma calle. Allí nacieron los 11 hijos del matrimonio (Ernesto fue el décimo). Hacia finales de 1922 se instalaron en la casa que hoy sigue en pie, dando la vuelta por Pueblos Originarios en el 267. Una vivienda con altillo en el que el futuro escritor gustaba de pasar horas recluido. La primera de las casas familiares fue demolida por uno de los hermanos, Lorenzo, quien una vez recibido de médico, regresó a su pueblo natal y estableció allí su consultorio.
La que fuera la casa definitiva es hoy una propiedad privada, pero desde el exterior una placa deja constancia de la presencia de la familia Sábato allí. Se trata de un petit hotel de principios del siglo xx, con amplios ventanales, rejas con un importante trabajo de herrería para la época y una escalinata de ingreso que distribuye el ingreso.
Casas con algo que contar
Si a algún sitio volvió sistemáticamente Ernesto Sábato fue a su Escuela Primaria Número 1 “Domingo Faustino Sarmiento”. El edificio se encuentra en la calle Alem, en el mismo lugar en que se emplazaba la construcción que la antecedió y que databa de 1862, pero que debieron demoler por su precariedad. La nueva sede se inauguró en 1913, estuvo pensada para recibir a 500 alumnos, además de que preveía patios abiertos y cubiertos y vivienda para el portero y para el docente a cargo de la dirección. Hoy integra el Patrimonio Histórico y Cultural Provincial.
En 1853, el francés Sebastián Roques radica una tahona en lo que por entonces era un reducido caserío en Rojas, fundando lo que sería, con el correr de los años, uno de los primeros y más importantes molinos harineros del país, símbolo de la molinería argentina: Molinos Cabodi, fundada en 1853 y entidad de capitales nacionales más antigua en la localidad. En 1897, Sebastián Roques le vende el molino a su yerno Juan Cabodi quien, junto con otros socios, le da un nuevo impulso. Sigue en funcionamiento siempre en manos de la misma familia.
El gran lujo de la ciudad es su hotel boutique
Más allá del hospedaje que brinda, se ha convertido en epicentro de la vida social. Un legado que viene del propietario original, Luis Aladro. Un hombre vinculado al deporte y su esposa, Luz Chiessa, poseían una casa formidable, con un frente reducido, pero una distribución interior digna de la estructura de una caverna interminable, con dobles y triples circulaciones, alturas lujuriosas, patios interiores que suman luz a las estancias. Con eso se topó la inquieta Gabriela Martin que no esperaba convertirse en hotelera, pero la vida la fue llevando. “En este sitio, que era la vivienda particular de un sibarita amante del buen vivir, vislumbré un hotel boutique -cuenta Gabriela-. Como si fuera un secreto de la Costa Azul o en un pueblito perdido del sur de Italia”. Hotel De Luz se convirtió en una especie de escultura que cincela con restaurante, área de celebraciones, hora del té, espacios de reuniones, cava apta para degustaciones… un pulmón donde la rica vida cultural de Rojas (se adjudican ser la localidad con más eventos culturales per cápita de la Provincia) tiene donde respirar. Vale la pena pasar sólo para absorber lo ecléctico del estilo: con una virgen en un nicho de la entrada y alfombras marroquíes en los pasillos.
Esta caja de Pandora cultural que es Rojas, también tiene editorial propia, biblioteca con más volúmenes de habitantes que cualquier otra ciudad de la provincia, teatro y cine, un público ávido de vernissages y una misteriosa casa con símbolos masones de la que nadie cuenta demasiado. “El niño sigue jugando en la glorieta de la plaza, donde seguramente mañana tocará la orquesta o habrá un concierto de guitarras como antes en Rojas”, dice Sábato en su libro “La Resistencia” (2000). Como una profecía cumplida.
Fuente: Flavia Tomaello, La Nación