El Cine Teatro José Hernández de Villa Ballester, con capacidad para 700 personas, es el único cine del barrio que sobrevivió.
Alberto, el dueño, nos mostró con orgullo su sala de proyección, que mantiene a pulmón y con mucho amor, desde hace 35 años. En blanco y negro, como una película de Charles Chaplin pero con sonido, nos contó que su pasión por el cine comenzó de pibe, cuando le regalaron un “cinegraf” (proyector de películas de papel). A la hora de la leche, invitaba a los vecinos y amigos de la escuela a una función con los dibujos que él mismo hacia sobre los fotogramas. Atrás quedaron los años 60, los pantalonciltos cortos y las tardes de historietas, hoy, a sus 70 años, su pasión sigue intacta. Estar dentro de su sala de proyección es como estar dentro de su sueño. El pequeño cuarto está lleno de máquinas que eran del famoso cine Majestic, también de Ballester, devenido ahora en Iglesia Evangelista, como la mayoría de los cines de barrio. «Las máquinas se las compré a los evangelistas, fue como comprarme un Rolls Royce cuando tenía un Fiat 600», bromea. Se lo ve un hombre muy optimista y con mucho sentido del humor. Imposible sostener semejante empresa sin estas cualidades. Pasó todas las crisis y sobrevivió a ellas, incluso a la actual. Alberto siempre se las rebuscó. A los 20 años, filmando cortos publicitarios y de más grande en un estudio contable, alternando el trabajo, con su pasión. Siempre se caracterizó por ser un autodidacta, nunca estudió. Todo lo que aprendió, fue curioseando en las cabinas y charlando con los entendidos hasta convertirse en uno de ellos. Un día, lo llamaron del Teatro Avenida para que proyectara el film histórico El Santo de la Espada, de Leopoldo Torre Nilsson, donde tuvo la oportunidad de trabajar y aprender del gran realizador y productor del cine argentino. También tuvo la suerte de conocer al nada menos que a Francis Ford Coppola, cuando vino a la Argentina.
Su sala funciona en el Colegio José Hernández, donde cursó sus estudios secundarios. «En 1985, me crucé en la calle con la regente y me propuso armar una sala cinematográfica en el teatro del colegio. Fui al colegio y el rector, Fernando Aguer, me dio la autorización».
No lo pensó dos veces: vendió la batería con la que tocaba en un grupo de jazz y, con ese dinero, compró los equipos para instalarla. Al principio, daba funciones para los chicos del colegio, sólo sábados y domingos pero la idea, a futuro, era armar un cine para toda la comunidad. Aguer murió y no pudo ver el primer equipo en funcionamiento , se lamenta Alberto.
Ahora en vacaciones, el José Hernández tiene en cartel Toy Story 4- El hombre araña, Mascotas 3 y El rey León, y ofrece 4 funciones diarias a un valor de $ 175.- Su esposa atiende la boletería, mientras él se ocupa del kiosco, los pochoclos y de darle la bienvenida a cada uno de los espectadores que asisten a las funciones. A la vez, hace de acomodador para algún rezagado, de esos que nunca faltan.
Lo emociona proyectar para los vecinos y, por eso, trata de mantener la entrada al menor precio posible. A través de las ventanitas de la sala de proyección, ese mínimo espacio que nos cobija, se puede ver la pantalla. Desde ahí, controla todo, luces, audio, imagen. Es Dios en el tercer día de la creación. Tiene hasta un sillón y gorra de director de cine, que muestra con gran orgullo .
A simple vista, parece una fría sala de máquinas pero se percibe como un cuarto mágico, donde las películas que se han proyectado habitan, simultáneamente, en un correlato de historias fantásticas, donde la realidad no se distingue de la ficción y lo material se diluye para dar lugar a la fantasía y a los sueños. Él logró cumplir el suyo y nosotros, tener la cinta de Toy Story 4 en nuestras manos.
Eleonora Valentini, periodista, escritora y fotógrafa. participante del Seminario sobre Periodismo Cultural de EIPEC, Escuela Iberoamericana de Periodismo y Cultura de Adriana Muscillo.