Gentileza Bienal de Arquitectura de Buenos Aires
Del 9 al 13 de octubre se llevó a cabo la Bienal de Arquitectura de Buenos Aires, espacio de reflexión contemporánea en torno a la arquitectura y el urbanismo, y temas que los cruzan. La sostenibilidad es uno de los grandes transversales hace varios años, y en esta edición estuvo presente en varias charlas. Un consenso recurrente es que la histórica disociación entre “cultura” y “naturaleza” ya no tiene sentido en el contexto de la triple crisis planetaria y la transición verde.
Allí se inscribe la “Nueva Bauhaus Europea”, una serie de políticas e instrumentos de la Unión Europea para promover la construcción con sostenibilidad, inclusión y belleza (incluye desde una academia hasta una línea de financiamiento para revitalización de barrios). La premisa es que la arquitectura y el diseño pueden no solo ser herramientas para reducir el impacto ambiental de la actividad humana, sino agentes de cambio positivo.
Uno de los estudios invitados a la Bienal en el marco de esa iniciativa fue el español SUMA, fundado por Guillermo Sevillano y Elena Orte. Son autores de la Biblioteca Gabriel García Márquez, obra multipremiada y elegida como la Mejor Biblioteca del Mundo 2023 por la Federación Internacional de Asociaciones e Instituciones de Bibliotecas (IFLA, por sus siglas en inglés).
Hablamos con Sevillano, quien explica por qué fue llamada “Un palacio para el pueblo” y reflexiona sobre la evolución del rol del arquitecto en el contexto actual.
La palabra biblioteca remite a cosas opuestas a la García Márquez
Efectivamente, las bibliotecas han cambiado. Los países nórdicos son referentes en cómo plantean el espacio bibliotecario. En términos culturales y cívicos son muy importantes, son espacios accesibles donde entra cualquiera casi en cualquier momento del día y la gente no va a encontrar solamente un libro al que podría acceder de otra manera, sino a pasar la vida, encontrar cosas que no espera. Hablamos casi de un viaje transformador más que de resolver una función.
«Las bibliotecas ya no son templos del conocimiento, recintos dedicados a un estudio sepulcral de elementos que no son accesibles de otra manera. Se convierten en “terceros espacios”, algo intermedio entre tu casa y la oficina, un paradigma del espacio público.»
Arq. Guillermo Sevillano, de estudio SUMA
¿Qué otras tipologías están cambiando?
Al hacer este proyecto nos preguntamos: ¿para qué sirve ir a una biblioteca en el siglo XXI, si está todo online? La pregunta es trasladable a la arquitectura. ¿Para qué ir a trabajar a una oficina, si puedes teletrabajar? ¿Para qué ir a la plaza, si tienes Instagram o Facebook? Se pone en crisis el papel de la arquitectura como tal, incluso en la vivienda. Nuestra apuesta como arquitectos no era tirar la toalla y dedicarnos al multiverso (hay colegas que han pasado esa puerta y son fantásticos), sino ir por lo físico. La Nueva Bauhaus Europea pone énfasis en esto cuando habla de la belleza como una actualización de la Venus Vitruviana; no es una cuestión puramente estética, tiene que ver con la intensidad de la experiencia, el bienestar.
El concepto de diseño sustentable está dejando lugar a ideas más profundas, como la de arquitectura circular y regenerativa. Ustedes se definen como un estudio de diseño ecosistémico, ¿en qué consiste?
Hay un cambio de sensibilidades, se están incorporando variables y dimensiones al problema de la sostenibilidad. Históricamente se entendía como el asegurar las condiciones para las generaciones futuras, y eso se reducía a parámetros de eficiencia energética, huella ecológica. Pero nosotros lo entendemos de una manera también social.
Tenemos una serie de emergencias y necesidades que atender y eso obliga a redefinir las relaciones que afectan no solamente a los elementos constructivos, sino a las relaciones humanas, no humanas, y a todas las entidades que participan de nuestro ecosistema construido.
¿Cómo se están redefiniendo esas relaciones?
Uno de los principios que aplicamos en nuestro estudio es evitar estructuras preconcebidas, típicamente modernas, de oposición y dualidades: naturaleza versus sociedad, por ejemplo. Bajo los principios de simetría ontológica, ponemos todo en el mismo nivel: lo humano, lo no humano, lo orgánico, lo inorgánico, y tratamos de redefinir sus relaciones.
Tenemos que vincularlo todo y tratamos de que se produzca un ecosistema coherente y cohesivo, como se producen en la naturaleza los ecosistemas equilibrados. La circularidad de la que se habla se puede aplicar a la materia, pero también a cuestiones sociales programáticas. Al final, es incorporar más dimensiones a un problema ya de por sí complejo, que es el hecho arquitectónico.
¿Podrías ejemplificar esto?
La biblioteca, por ejemplo, es un edificio con mucha complejidad desarrollado durante muchos años con la participación de infinidad de actores.
Participamos no como demiurgos que ordenan el mundo, que es la visión típica del arquitecto moderno, sino más bien como conversadores, traductores vinculando los elementos que existen.
No es un único espacio sino una colección de ecosistemas distintos y cada uno está diseñado poniendo en relación todos los elementos de la arquitectura -la estructura, la envolvente, las instalaciones- pero también las dimensiones del programa: la colección, los usuarios. Normalmente se analiza el problema y se separa en paquetes: el ingeniero hace las estructuras, otro las instalaciones, etc., e intentas que no se molesten entre sí. Pero nosotros nos dedicamos a ponerlos en relación, a tener en cuenta lo que dice cada uno, meterlo en la ecuación, redefinir lo que ocurre y volver a cada uno de ellos.
La estructura de madera de la biblioteca permitió reducir la huella de CO2 de su construcción (por evitar el cemento, cuya producción genera grandes emisiones de GEI). Además, su funcionamiento es ultra eficiente por incorporar técnicas de iluminación y acondicionamiento térmico pasivos. Fue certificada con el sello LEED Gold.
Por ejemplo, el sector infantil es una estructura horizontal, distinta de la estructura vertical de otros espacios de la biblioteca. La estructura de este espacio estaba en relación con la orientación, las circulaciones, la escala. Eso no solo produce un ecosistema coherente sino que intensifica la experiencia arquitectónica, de uso.
¿Es un lugar de mayor humildad para el arquitecto?
Sí. Hemos pasado de una práctica prescriptiva a una práctica conversacional. (Los arquitectos) no somos especialistas en casi nada, pero tenemos capacidad de mirada transversal y global del entorno construido, que es en el que pasamos el 99% de nuestro tiempo. Como sociedad les dedicamos muy poca atención, y el impacto que tienen en nuestra vida es brutal.
Se dan paradojas: el mercado automovilístico está pensado para que queramos cambiar de coche rápido, pero en el mercado inmobiliario el valor está vinculado al suelo en el que se asienta y se procura minimizar el riesgo de todas las demás fases. Nadie quiere que haya un público educado y demandante, que diga “Oye, me estás dando lo mismo que construían nuestros abuelos, ¿no deberíamos aspirar algo más?”.
La exigencia del público, ¿no está conectada al poder adquisitivo?
No necesariamente. Esta biblioteca ha sido definida por sociólogos como un palacio para el pueblo. No podemos tener todos un palacio para nosotros mismos porque sería insostenible, pero sí podemos tener palacios para el pueblo. Y las instituciones y la sociedad pueden articular procesos para que con los recursos que se logran en forma de impuestos y con representantes públicos e instituciones que funcionen, se construyan edificios como este.
¿Se puede hacer arquitectura hoy sin pensar en sostenibilidad?
Tristemente sí, porque no hemos generado las condiciones para que deje de existir esa posibilidad. Para que no existan personas que pueden trabajar sin mirarlo hace falta un recorrido grande, que es lo que estamos dando. El siguiente paso tiene que traducirse en leyes, en incentivos, fórmulas que discriminen y favorezcan formas de actuar.
No se pueden aniquilar industrias y líneas de trabajo de la noche a la mañana, pero hay que hacer una transformación progresiva a través de leyes, subsidios, financiación. En última instancia, tenemos que lograr que el coste de ignorar los parámetros de sostenibilidad, inclusividad y belleza sea inasumible. No es una cuestión de identidad ecológica, una chaqueta, nos afecta como sujetos políticos de una manera global. Tener conciencia de estos temas significa tener conciencia del otro.
Fuente: La Nación