Tímido y muy esquivo a las cámaras, Tabaré asegura que los dibujantes son «bastante cortos» de palabras.
Antes de cualquier pregunta, Tabaré se ataja: «No sé explayarme mucho hablando, por algo me dediqué al lápiz«.
Y lleva esa timidez mucho más lejos: a pesar de publicar tiras de humor gráfico ininterrumpidamente desde 1977, casi jamás se lo ha visto frente a una cámara.
«Rechazo todo, me cohíbo y no me sale una palabra», sostiene.
Quizás entonces, por tratarse de una entrevista gráfica, la charla empieza a fluir y Tabaré Gómez Laborde (72), más conocido como Tabaré a secas, habla a sus anchas de su propia historia, que empezó en la Ciudad de La Paz, Uruguay, y desembarcó hace mucho en Buenos Aires.
Fueron tres los viajes que llevaron a Tabaré de un lado a otro del charco. Los de 1963 y 1973 no funcionaron, pero en el 74 fue la vencida.
El dibujante Tabaré trabajando en su casa de Turdera. (Instagram)
Entre los 12 y los 16 años trabajó como mozo en pizzerías uruguayas y al terminar el secundario probó suerte en agencias de publicidad, pero lo que realmente quería era dedicarse de lleno a la historieta.
Con un puñado de tiras publicadas en el diario «Hechos de Montevideo», Tabaré vislumbró que en Buenos Aires el mercado del humor gráfico explotaba. Así llegó al Sur del Gran Buenos Aires y se radicó sucesivamente en Banfield, Llavallol y finalmente en Turdera, el lugar que eligió para siempre y que también se coló varias veces en sus dibujos.
«Era el boom de las revistas de historietas. Me vine a ver qué pasaba y empecé a publicar en Satiricón», recuerda.
Un boceto de Diógenes y el Linyera, de Tabaré. (Instagram)
De a poco fue conociendo a la generación dorada del humor gráfico, y de la que terminaría formando parte. Firmas como Caloi, Quino, Fontanarrosa, Sábat y Nine desbordaban creatividad en las páginas de revistas especializadas en historieta y también copaban los medios de información general.
Fue así que, vía Sábat, Tabaré llegó a Clarín. «Empecé con Jorge Guinzburg y Carlos Abrevaya, que me convocaron para que dibujara, y entramos casi enseguida en el lugar de El Mago Fafá, de Alberto Bróccoli», relata Tabaré.
La historieta en cuestión se convertiría en un emblema de la contratapa: Diógenes y el Linyera, la última de esos años que sigue saliendo sin pausa.
El dibujo que Tabaré hizo especialmente para el suplemento Zona Sur de Clarín.
La primera publicación fue en febrero de 1977. Debajo de Diógenes y el Linyera estaba Clemente, de Caloi (que todavía se llamaba Clemente y Bartolo). En el piso de arriba, Mutt y Jeff, una tira importada, del estadounidense Bud Fisher.
Hoy los «vecinos» son otros: Erlich y Altuna en la semana, Sendra y varios más los domingos. Entre ese 1977 y este hoy hay más de 16.000 tiras protagonizadas por un linyera y el perro más famoso de la contratapa de Clarín.
Siempre con el lápiz
¿Es posible hacer 44 años de humor sin que la fórmula se agote? «Es monótono hacerla todos los días. La he querido cambiar alguna vez, presenté ideas, pero quieren seguir», admite sin rodeos.
Por su amor a Turdera, Tabaré decidió que la tira transcurriera en la plaza central de esa ciudad.
Y retruca al mejor estilo Diógenes: «El guiso es muy rico, pero ya comerlo todos los días…».
Su tira emblemática es también una muestra del oficio del historietista en su más artesanal expresión. Desde su casa de Turdera, Tabaré la dibuja todos los días en papel, con lápiz, tinta y lápices de colores.
Gracias a los mails -y aún más a partir de la virtualidad obligada por la pandemia-, hace ya tiempo que no viaja a la redacción porteña del diario en la calle Tacuarí, pero tampoco es que lo apasione la tecnología: «No sé ni enchufar la computadora. Le doy las tiras a mi hija que vive enfrente y ella las manda», confiesa.
Claro que esa posibilidad de trabajar a distancia, además de ser clave para mantener los cuidados sanitarios, lo ayuda a disfrutar completamente de su vida retirada de la gran ciudad.
«Acá están los vecinos, los amigos, es una ciudad que transmite mucha paz. Sin edificios, muy arbolado y pasa un auto cada tanto. Me gustó esta casa y me quedé», detalla.
Tal es su cariño por ese rincón conurbano, donde vive con su esposa, un perro y un gato, que lo hizo también el hogar de su linyera.
Es que, además de los dos personajes que dan título a la historieta, el tercer elemento constante, aunque silencioso, es la plaza de Turdera.
Diógenes y el Linyera hablando del sur del Conurbano.
Antes de la computadora, de la pandemia y todo lo demás, los historietistas trabajaban incluso más que en una tira diaria durante años y años. Tabaré publicaba a lo loco y llegó a participar en revistas cómicas para adultos y para chicos de forma simultánea.
Algunas de sus creaciones en esos años fueron Vida Interior, Bicherío, El Cacique Paja Brava, Max Calzone e Historias de No Contar.
La firma de Tabaré era una fija en casi todas las revistas: Humor, Súper Humor, Sex Humor, Humi, Billiken, Genios, y también en publicaciones de Italia, España y Noruega.
¿Comprar un «Tabaré original»?
Llegó también a incursionar en la animación, sin perder nunca su trazo característico. Él mismo supervisó la creación de unos 50 cortometrajes animados bajo el título «Tabaré se mueve».
«Era un proyecto de una productora uruguaya, fui a ver cómo los hacían, era muy artesanal. Nunca supe qué pasó con eso, algunos sobrevivieron», cuenta. Los que quedan pueden verse en su página oficial: www.tabareonline.com.ar
Además, vía Facebook e Instagram, el autor vende muchos de sus dibujos originales.
«Tengo miles guardados, algunos ya amarillentos por el paso de los años. No los puedo regalar pero tampoco cobrar muy caros porque la situación está difícil. Me permite estar en contacto con coleccionistas y seguidores de la historieta nacional», agrega.
El retrato de Tabaré hecho por su colega y amigo Hermenegildo Sábat.
Aunque la entrevista en clave de retrospectiva un poco lo obliga, Tabaré se aleja del amor por la nostalgia.
«No miro mucho para atrás, porque ya pasó. Quiero tener la mente fresca y ágil. No se sabe lo que puede pasar, menos ahora con el covid. Esto nos pudrió la cabeza a todos, nos enfermó en serio. Abstraerse de la realidad es imposible para hacer humor, me cuesta. Hay días que no se puede«, plantea.
En paralelo, el desafío de encontrarle la vuelta: «Tenés que tratar de no darle al lector cosas que lo depriman más. De eso se encargan las otras páginas del diario».
Fuente: Clarín