Día Internacional de la Biblioteca

En 1997 la Unesco declaró el 24 de octubre fecha ideal para celebrar el Día Internacional de la Biblioteca. La fecha quiso recordar una tragedia. En 1992, durante las acciones bélicas en los Balcanes, por bombardeos en Sarajevo se provocó la destrucción de la gran biblioteca de la ciudad, que guardaba centenares de miles de libros originales, incunables muchos de ellos, anteriores al siglo xv, y que fueron consumidos por el fuego. Horror que aún duele .

Fue el historiador croata Mirko Grmek quien usó por primera vez la palabra “memoricidio” para describir el espanto de las acciones que conllevan la destrucción, programada o involuntaria, del acerbo cultural de un pueblo y de la civilización. El hombre, hasta hace muy poco, por distintas y barbáricas pulsiones, quemó miles de libros, como una manera de exterminar ideas, pensamientos, cultos, o imágenes. Un “memoricidio universal” ha conformado nuestra historia.

“Biblioteca” proviene de “biblos”, que nos llega del latín –libro– y “teca”, el lugar para guardar. Corresponde reconocer también al griego su aporte al término. Por siglos los originales papiros de origen egipcio asombraron al mundo guardando en sus rollos sabiduría e ideas. Posteriormente fueron rollos de finísimos cueros donde los pensadores dejaban testimonio. Cabe a la Iglesia haber desarrollado junto a los pendolistas, generalmente monjes, una cultura del trabajo de escribir a mano y con pluma sus creencias y pensamientos. No menos severos en este arte, los musulmanes en sus escuelas construyeron por siglos refugios escritos de su dogma.

Con los papiros del Mar Muerto corresponde rescatar a los arqueólogos que descubrieron una serie de rollos sin tiempo cierto, escritos en arameo, hebreo y griego. Contenían información sobre pasajes bíblicos y sobre otras religiones. Hoy son una joya invaluable en el Museo de Jerusalén. Cabe a la Biblioteca de Alejandría ser un faro en la noche de la barbarie. Desde el sigo III a.C. sus estantes guardaban lo más refinado de la actividad intelectual. Su influencia llegó al mundo helénico y expandió la labor de sus eruditos en diversas áreas del conocimiento. El fuego, fatalmente, arrasó este templo del pensamiento universal. La aparición de la imprenta, de mano de Johannes Gutenberg, en el sigo xv, fue bisagra en la popularización y circulación de los textos. Los libros consolidaron su formato y existencia casi como en nuestros días.

Corresponde al primer gobierno patrio, en 1810, el honor de haber fundado la primera Biblioteca Nacional. Destaquemos el criterio y talento de nuestros héroes, que en medio de la independencia sintieron como un hecho fundacional crear una biblioteca. Vieron la trascendencia de ese gesto en la conformación de nuestra cultura nacional. Es justo recordar a dos inolvidables directores de esa biblioteca: Paul Groussac, escritor, que por casi 25 años fue su director, habiendo sido el último lustro discapacitado visualmente, y Jorge Luis Borges, que ocupó el cargo de 1955 a 1973, usando el despacho de Groussac, donde su ceguera maduró hasta la oscuridad total.

No olvidemos evocar la Biblioteca Argentina para Ciegos, que ayuda a la integración de las personas con esa discapacidad visual, atesorando unas 3000 obras en 13.000 volúmenes, porque el sistema Braile ocupa varios tomos.

Los textos, en cualquiera de sus formas o versiones bidimensionales, audiovisuales, en tabletebook, teléfono o computadora, aseguran la subsistencia y garantizan la perpetuidad de los contenidos en toda la variedad posible, expresando el criterio de preservar la creación humana en todos los campos.

El eterno Borges dijo: “Siempre me he imaginado el paraíso bajo la especie de una biblioteca”. Es aquí donde mueren las palabras.

Fuente: Norberto Frigerio, La Nación