Fue durante la noche de un martes de febrero de 2016. Faltaban semanas para el cierre de la Confitería Ideal. Charlie Watts, el baterista de los Rolling Stones, llegó a Suipacha 384, en pleno centro porteño, en auto y secundado por un séquito de guardaespaldas. Quería ver con sus propios ojos qué había sido de aquella edificación histórica que hablaba de la belle époque en la Argentina. Entró buscando pasar inadvertido. Miró techos, paredes y mármoles. Caminó hasta la tarima de la planta alta. Se entusiasmó con la milonga que le organizó Juana Montaña, empleada del lugar. Dejó que le sacara una foto. Y sonrió mirando a cámara. Entonces, con la bendición de un stone, la Confitería Ideal se lanzó a la aventura de su remodelación.
Amante del jazz, las antigüedades y la estética en todas sus formas, el músico tenía razones de sobra para darse una vuelta por aquella confitería emblemática que había sido construida en 1912. Durante cien años, la Ideal había reunido aristócratas, comerciantes, músicos y escritores. Había conocido el esplendor durante buena parte del siglo pasado, pero en los últimos cuarenta el tango no había podido salvarla del declive.
Mantenida por un grupo societario que perdía fuerza, mientras abajo funcionaba la confitería, en el primer piso se alquilaba para eventos –¡e incluso fiestas electrónicas!–. Charlie Watts la conoció poco después de que la comprara una familia de gastronómicos argentinos. Un grupo que hoy opta por mantenerse en reserva y que no trascienda su nombre, mientras ejecuta una puesta a punto de características descomunales.
«En Buenos Aires no hay otra confitería de semejante belleza arquitectónica que tenga estas dimensiones. El Molino es también muy linda, pero es mucho más chica. En la Confitería Ideal, una vez que esté reinaugurada y funcionando, se podrá atender a quinientas personas en simultáneo. Volverá a ser la confitería y restaurant que fue principios del siglo pasado», asegura Alejandro Pereiro, el arquitecto gastronómico a cargo de la restauración, del Estudio Pereiro, Cerrotti & Asociados.
Durante cien años, la Ideal había reunido aristócratas, comerciantes, músicos y escritores. Había conocido el esplendor durante buena parte del siglo pasado, pero en los últimos cuarenta el tango no había podido salvarla del declive
A las doce del mediodía de un miércoles de abril, sobre la calle Suipacha, a metros de la avenida Corrientes, la Confitería Ideal tiene la persiana levantada hasta la mitad. El sol pega de lleno y alguien duerme en la vereda. Una camioneta está detenida a metros de la puerta, con la capota abierta. Y dos personas cargan apliques, picaportes, figuras ornamentales, bronces de todos los tamaños y mil formas. Pereiro chequea el inventario con aquello que los bronceros se llevarán para arreglar, limpiar o reconstruir. Todo mientras La Ideal se erige aún majestuosa y expectante. Porque, cerrada desde marzo de 2016, se empezó a reconstruir a fines de 2017. Y podría llegar a reinaugurarse en un año.
Después de vivir un siglo
La flor de lis que funciona como logo recibe a Infobae en la recorrida por la obra en construcción sobre los más de 2.000 metros cuadrados que abarca. Hay maderas y escombros agolpados, además de mucho polvo. Símbolo de los Borbones, remite a Manuel Rosendo Fernández el inmigrante gallego de Pontevedra que en 1912 le encargó el edificio a su coterráneo, el ingeniero C. F. González. En el hall de entrada, a la izquierda, el ascensor jaula está como detenido en el tiempo. «En estos momentos la cabina de bronce, cobre, madera y espejos está siendo restaurada en un taller», apunta el arquitecto sobre el bellísimo artefacto que alcanza los dos pisos que dan al frente y está rodeado por una escalera con paredes de mármol Boticcino.
Mientras que a la derecha hay vestigios de alteraciones en el cielo raso. «De ese lado también había una escalera y un ascensor simétricos. Los quitaron en los años 20 porque no eran funcionales», detalla Pereiro y agrega que sobre los pisos –que fueron íntegramente levantados– todavía no hay una decisión tomada.
Entonces, mientras terminan de llevarse una selección de arañas, los bronceros detallan cómo será el trabajo que los espera en el taller: «Se desarma y se pule pieza por pieza, con máquinas de alta velocidad que tiene cepillos y paños. No se utiliza esmeril, para evitar que se redondeen los cantos y cambie la estética. Se cuelgan y se les pone una laca que se fija en el horno, para protegerlo del oxígeno. Si faltan piezas, se saca el molde con una igual, se funde y replica». Agregan que están trabajando sobre 22 arañas, 40 apliques, además de decenas de picaportes y rosetones.
Una vez adentro del gran salón, las vitrinas hablan del sector donde funcionaba originalmente la pastelería de la confitería. Protegidas con paños, no serán trasladadas sino que se restaurarán en el lugar.
La boiserie de roble de Eslavonia que recubre las paredes de la planta baja –y que aparece también en el primer piso– resplandece con sus molduras recién restauradas. «Se hizo con el método antiguo. Después de pulirlas, con un pincel se aplicó cera vegetal que es carnaúba mezclada con cera de abejas, parafina y disuelto a baño María con trementina. Para finalmente lustrarla con paño», apunta el arquitecto y además señala la parte inferior de la boiserie se adelantó para crear una caja y ahí colocar un sistema de acondicionadores de aire que no interfiera con la arquitectura.
Las columnas en marfil que se alinean en el salón son de un estuco italiano de muy buena calidad y remiten al color original. Reemplazan el marrón de los últimos años que había quedado por las múltiples capas de barniz que se les daba para disimular el paso del tiempo e incluso los estragos que provoca tabaco en las paredes. Mientras, al alzar la vista, se observa la culminación del dorado a la hoja sobre las molduras del cielo raso.
En tanto, muchas de las columnas de hierro de perfiles doble T que sostienen el edificio tuvieron que reemplazarse en sectores y «hormigonarse» nuevamente. «Estaban revestidas con ladrillo a la cal –como se hacía a principios de siglo- y las inundaciones provocaron que el agua en contacto con la cal destruyera el hierro«, apunta el arquitecto. Y asegura que la totalidad de las instalaciones del edificio están siendo reemplazadas, porque los desagües, cañerías y tuberías no daban abasto. Así como el sistema eléctrico, que todavía conservaba cables de tela.
Al fondo del salón, debajo de un escenario, sobreviven restos de las mesadas de la sanwichería. Son de vidrio, carpintería y metal que conservará su fachada como barra y mostrador, mientras antecede el área de la cocina. Entonces, además será restaurado el frente de lo que eran las heladeras para colocarle cámaras frigoríficas nuevas. Y ya en el sector de servicio, quedará la fachada de los hornos de época, pero todo será a nuevo. Además, una nueva escalera y montacargas comunicarán los dos pisos centrales con los tres del fondo, para producción y depósito.
En el primer piso, una vitrina que solía funcionar como bombonería recibe a los visitantes. El salón tiene las mismas columnas, escenario y mostradores, así como la boiserie de la planta baja. Se diferencia en tanto por un recorte en óvalo central que deja pasar a la planta baja la luz que entra por los vitrales del techo.
«En la década del setenta lo taparon con losa. ¡Una verdadera pena! Nosotros vamos a construir un piso con cristales blisan y le vamos a colocar una baranda del mismo material que tendrá algo de bronce como alegoría a la vieja baranda. Será la única libertad que nos tomemos a nivel estilístico en relación a lo que fue el edificio original», apunta el arquitecto Pereiro.
Entonces, basta con alzar la vista para detenerse en la magnífica cúpula con vitrales que en tiempos de abandono había sido recubierta con una claraboya opaca e incluso pintada con acrílico. «Tardamos seis meses en arreglarla y ahora tiene una protección de doble vidrio que permitirá la entrada de luz durante todo el día», apunta el arquitecto. Y consigna que el techo de chapa fue reemplazado en su totalidad.
Volver a los orígenes
«La Ideal tiene múltiples características valorables», señala Juan Vacas, director de Patrimonio, Museos y Casco Histórico de la Ciudad de Buenos Aiers. «Está protegida por su valor arquitectónico, por su ubicación, pero además en 2002 fue declarada Bar Notable por la Legislatura Porteña, junto con otros 85 bares. Todos tienen valor cultural, pero no todos arquitectónico», apunta. Mientras que Daniel Paredes, del Área de Investigación Histórica de Patrimonio, detalla que en su época esplendor le hit era las Orquestas de Señoritas: «Mujeres que a mediados del siglo pasado salían a escena para romper el molde».
En su libro Cafés notables de Buenos Aires I, Horacio J. Spinetto consigna que en la confitería se filmó una escena de Los chicos crecen, con Luis Sandrini, y otra de Tango, de Carlos Saura. Apunta además, que por La Ideal pasaron el escritor polaco Witold Gombrowicz, Premio Nacional de Literatura, Abelardo Arias, el actor francés Maurice Chevalier, la mexicana María Félix y el director italiano Vittorio Gassman.
Muchos otros afirman que entre 1916 y 1922, Hipólito Yrigoyen, mandaba buscar a diario con las clásicas «palmeritas de La Ideal». Los más arriesgados agregan que durante su primera presidencia, Juan Domingo Perón se hacía llevar el almuerzo a la Casa de Gobierno. Que por sus mesas pasaron también Jorge Luis Borges y hasta Diego Maradona.
Con mucha más certeza, las crónicas de 1998 detallan una frase que dejó Yoko Ono de visita en la confitería durante su primera vez en Buenos Aires: «Háganse justicia a sí mismos: no destruyan su historia y su cultura». Fue mientras subía las escaleras de mármol Boticcino que permanecen indemnes al olvido y más ilusionadas que nunca con recobrar ese esplendor que conocieron.
Fotos: Lihue Althabe
Fuente: Infobae