“A la Antártida te la tenés que ganar”. El dicho lo conocen todos los turistas y se lo van pasando de boca en boca. En parte, para contagiar valentía, y otro tanto para sostener la épica necesaria en semejante travesía.
Con A de aventura y de adrenalina, el Continente Blanco conquista a viajeros que buscan experiencias extremas. En conexión total con la naturaleza, el viaje cuya temporada alta va de diciembre a marzo navega por aguas heladas, enfrenta climas hostiles, cruza icebergs y habilita el contacto casi directo con orcas, ballenas, delfines y pingüinos.
Llegar era una odisea tiempo atrás, pero en los últimos años se sumaron nuevas opciones. Distintas compañías de cruceros asumen el desafío de navegar estas rutas marítimas donde el color del paisaje siempre es el mismo: blanco polar, inmaculado, apenas salpicado por las aves y la fauna local. El bautismo de hielo que casi nadie rechaza se conoce como polar plunge, un chapuzón fugaz a menos de 1° grado de temperatura. “Es lo más impactante que hice en mi vida. Todos te animan a hacerlo, la música está al palo y cuando salís te dan un shot de vodka para recuperar el aliento”, cuenta Juliana Álvarez Curetti, que se animó a dar el salto sujeta por un arnés. “Estaba congelada, pero hay experiencias que se viven una sola vez en la vida y esta era una de esas”, dice la viajera.
A esta frutilla del postre le siguieron vuelos en helicóptero, “standup paddle” rodeada de delfines, y campamentos sobre el hielo, entre las actividades que ofrece la empresa Quark Expeditions por el sexto continente, el último lugar virgen del mundo. Juliana cuenta que desembarcó en un fragmento de este bloque de hielo y desolación de 14 millones de kilómetros cuadrados persiguiendo un sueño de infancia. Es que en la escuela primaria se había hecho amiga de hijos de trabajadores de la Base Marambio por carta. El proyecto escolar se llamó Polo a Polo y la marcó. Muchos años después, decidió viajar a la Antártida. “Tengo un amor especial por los destinos poco convencionales, siempre estoy atenta a encontrar oportunidades. Conseguí un excelente precio de último minuto –4500 dólares– por compartir cabina con otras mujeres, una de India y otra de Inglaterra, los 10 días que duró la expedición”, comenta.
Como Juliana, cada vez son más los que se embarcan en Buenos Aires para llegar a Ushuaia, único puerto argentino habilitado para cruzar el pasaje de Drake, “la madre de todas las batallas”, ya que es el tramo de mar que separa América del Sur de la Antártida, entre el cabo de Hornos y las islas Shetland.
Otros cruceros, como los de la empresa Hurtigruten o los de Albatros, ofrecen viajes de 12 y 10 días, en ambos casos a un costo de 10.000 dólares por persona.
Juliana cuenta que, en su aventura, estuvo varada en el Canal de Beagle esperando que las condiciones climáticas permitieran seguir. “No es un crucerito por el Caribe, hay que estar muy bien físicamente para emprender ese viaje”, resume.
Las otras formas de llegar a la Antártida desde la Argentina son dos: el avión Hércules de la Fuerza Aérea y el rompehielos ARA Almirante Irízar, que abastece a las 13 bases, aunque no son opciones abiertas al turismo.
Según las normas establecidas por la Asociación Internacional de Operadores Turísticos en la Antártida (IAATO), no pueden desembarcar más de 100 personas al mismo tiempo. La regulación también determina el tipo de viaje de los turistas que llegan en cruceros: si el barco lleva más de 500 personas no se permite el desembarco. Son viajes de exploración. En cambio, si la embarcación traslada hasta 250 pasajeros, estos pueden pisar la Antártida, palabra que viene del griego y significa “opuesto al Ártico”.
En la familia de Maia Güemes todos son fanáticos de la Patagonia y el sur de Chile. Este verano redoblaron la apuesta y fueron más allá, embarcados en un crucero de la firma Norwegian. Eligieron camarote con ventana. Armados de paciencia y expectativa cumplieron el sueño de ver ballenas y “llegar al fin del mundo navegando por la península, conociendo historias increíbles en las charlas que ofrecían los geólogos, biólogos e historiadores”, comenta Maia sobre la experiencia que vivió junto a su marido Juan y sus hijos Iván y Víctor, de 7 y 12 años. Bahía Paraíso, Isla Elefante y el Cabo de Hornos fueron algunos puntos del GPS. “No es barato pero tampoco inviable. Y la experiencia es alucinante. Sobre todo el silencio, impresionante”, dice Maia.
Con precios que van desde 4000 dólares y traspasan los 100.000 según la categoría y los amenities de lujo, lo cierto es que para hacer pie en el Polo Sur todos los turistas deben seguir el mismo protocolo. Desinfectar las suelas de las botas, no sentarse ni generar nuevas huellas en la nieve o tener contacto con el suelo son algunas de las medidas para proteger al ecosistema, sobre todo la gran variedad de pingüinos que allí se encuentran.
“Es una reserva muy estricta, apenas bajás te ponen un traje especial. Y esos cuidados sí que valen la pena. El paisaje es irreal, como una película de ciencia ficción. La hora dorada es una cosa de locos, y ni hablar de la cantidad de pingüinos Rey, Adelia y Papúa son bellísimos”, señala Gabo Franco, que viajó en el crucero Azamara, de exploración. “Navegar por el canal principal es pura paz. Visitamos Paradise Bay, donde está la base argentina Brown. La montaña de glaciares es un flash”, comenta.
Y agrega: “Cuando pensás que todo es hielo llegás a la Isla Decepción, que lejos de decepcionarte te conmueve”. Se trata de un volcán activo ubicado en un archipiélago que está integrado por las islas Livingston y Snow. Llegar es otra aventura; hay que atravesar un canal estrecho rodeado de rocas. Pero al final hay recompensa. El área protegida por su valor histórico, biológico y ecológico, data de 750 mil años de antigüedad y está formada por una auténtica caldera de 14 kilómetros de diámetro. Una isla volcánica activa cuya última actividad se registró en 2015. “Registrar fotográficamente tanta belleza es realmente único, sobre todo porque el cambio climático produce estragos día a día”, apunta Franco, al frente de Tripin, una comunidad de viajeros.
“Pasar Navidad en la Antártida fue de las mejores experiencias de mi vida”, manifiesta Mica Godoy que, a pesar de haberse engripado al segundo día de la travesía, disfrutó las excursiones. Su favorito: el paseo en barco por Lemaire Channel, “un estrecho donde sentís que las montañas se te vienen encima de tan inmensas. Vale la pena ahorrar y planificarlo. Es una vez en la vida”, concluye.
“Ver pingüinos, ballenas y delfines fue alucinante. Fue un gran desafío porque le tengo pánico al agua, pero cumplí un sueño”, confiesa Johana Trujillo, que escuchó “mil historias antárticas” de boca de su abuelo, que trabajó en la Fuerza Aérea. Ella no llegó en el avión Hércules, sino que desembarcó con la empresa Antarpply Expeditions, que cotiza desde 6140 dólares hasta 10.000 las nueve noches en cabina doble. Johana compartió la experiencia con viajeros que llegaban desde Alaska y otros aventureros que encontraban ofertas de último minuto desde Ushuaia.
Lujo intenso
Entre otras compañías que llegan al continente helado está White Desert. La propuesta perfora los límites extremos de alojamiento de lujo ya que, dentro de los 68.000 dólares que cuesta la experiencia, se incluyen las “noches de glamping”: domos instalados en medio de la nieve. Chefs privados, senderismo sobre el hielo, caminatas por túneles subterráneos y sauna con vista al glaciar forman parte de la propuesta, que sale desde Ciudad del Cabo, en Sudáfrica, y llega a Queen Maud Land, el sector antártico que enfrenta al sur del continente africano. Allí se ubica el Echo Camp, un campamento de lujo para 12 personas diseñado para no dejar rastros humanos. Como una estación espacial en el paisaje helado.
Los barcos que salen desde Punta Arenas, Chile y los charters son otras alternativas. El Hanse Explorer, por ejemplo, es un yate privado que parte de Ushuaia, como el 80% de los cruceros que navega por la Antártida. Son 7 camarotes y un abanico de amenities: sauna finlandesa, jacuzzi de agua salada, botes inflables, dos kayaks y equipos de buceo. Llegar por aire es más caro (hasta 30.000 dólares los pasajes).
Hay pocas plazas y las condiciones del clima son determinantes. Para el resto del mundo, otra opción es llegar desde Invercargill, Nueva Zelanda, o desde Hobart, Australia, aunque el viaje es más largo costoso.
Marcos Zirolli, al frente de la compañía Organfur, dice que parte de la tendencia radica en que se trata de paquetes resueltos, a los que no hay que agregarles aéreos. “Para el argentino, el crucero es la opción disponible para conocer Antártida. Un viaje de 4000 dólares para dos personas, durante 13 noches, es para pensar”, sugiere el operador que representa a los cruceros Azamara y Celebrity Cruises.
Avistar la inmensidad helada remite a los primeros exploradores. Los historiadores atribuyen la hazaña a una expedición rusa del 27 de enero de 1820, pero también a una británica que tres días después arribó a estos territorios enormes, inhóspitos y a la vez, un portal a una dimensión llena de vida. Una experiencia que despierta pasiones y enciende fuegos internos.
Con la colaboración de Paz Cenatiempo
Fuente: Vivian Urfeig, La Nación.