“Se acabó… en pocas horas se abre la casa al público y yo ya no podré moverme arriba y abajo recién duchada y en camisón sin que nadie me llame la atención”, se lamentaba en su cuenta de Instagram Ana Viladomiu, la vecina del 4º 1ª de la Casa Milà, ese edificio de piedra esponjosa y ondulante que el mundo entero venera como La Pedrera de Gaudí, en Barcelona.
Tapiada durante cuatro meses por la pandemia del coronavirus a los tres mil turistas que la visitan a diario, La Pedrera volvió a abrir este miércoles su boca de manchas de cristal surcadas por hierro: es lo que parece representar la puerta del edificio que el arquitecto catalán Antonio Gaudí construyó entre 1906 y 1912 en la esquina del Passeig de Gràcia y la Calle Provença, donde el Eixample barcelonés destila alcurnia, para el matrimonio Perico Milà-Roser Segimon, que le dieron su nombre.
Viladomiu, la más mediática de las tres últimas inquilinas que aún resisten haciendo vida doméstica dentro de ese Patrimonio de la Humanidad, dedicó la cuarentena a retratar el edifico desde sus rincones más íntimos. Casi a diario, subía fotos a las redes de la ventana junto a la bañadera, de las filigranas blancas que Gaudí garabateó sobre el techo de su casa como si fueran espuma sobre un tazón de leche, de la geometría de triángulos del piso de haya y nogal que fueron montados tal como quiso Gaudí hace 107 años.
Viladomiu tiene 63, la mitad de los cuales los pasó respirando el aire modernista de los 300 metros cuadrados del departamento, entre los ocres, azules y verdes del patio interior de La Pedrera, esquivando visitantes cuando entraba con las bolsas del súper o cuando salía con los inflables para jugar en la playa con sus nenas.
Ana Viladomiu, la vecina del cuarto piso de la Casa Milà, mejor conocido como La Pedrera de Gaudí, en Barcelona./ The New York Times
Llegó hasta esa casa sin líneas rectas por amor a Fernando Amat, su esposo, que hoy no elige más vivir allí. Tampoco sus hijas, María, de 30, y Nina, de 28, que son arquitectas. Como Gaudí.
Ana se siente la guardiana de La Pedrera. Estudió Filosofía y Letras, Historia y escribe. Como en un loop de su propia vida, su libro “La última vecina” recoge en una ficción sus vivencias en la Casa Milà.
Durante la Guerra Civil, La Pedrera fue sede del Partido Obrero de Unificación Marxista y hasta parece que funcionó de calabozo. Alojó a notarios, videntes. Fue sede de un bar, una sastrería, una academia, un bingo, una pensión.
En 1986 la compró la Fundación Caixa de Cataluña. Remodeló el edificio y pagó fortunas para que los inquilinos de entonces abandonaran la sofisticada morada. Ana Viladomiu no se fue. Ni se irá. Tiene contrato de alquiler vitalicio.
Durante la Guerra Civil, La Pedrera fue sede del Partido Obrero de Unificación Marxista y hasta parece que funcionó de calabozo. (Shutterstock)
“Todas las paredes se ondulan. Imposible herirse con una esquina: no hay ni una”, ironiza.
Está orgullosa del lugar donde vive y de su balcón con vistas a la Sagrada Familia. “Un día vi abajo a Jean-Paul Gaultier, modisto al que admiro: ‘¿Quiere ver mi piso?’, le asalté, y subió y quedó fascinado”, contó Ana. También hizo subir a Dan Brown mientras frecuentaba La Pedrera para escribir su novela «Origen».
A partir de este miércoles, su soledad se va a poblar de nuevo de caras y lenguas diversas a las que alguien les tomará la temperatura antes de entrar y les recordará que no hay que sacarse el barbijo durante la visita. Ana se va a volver a acostumbrar: “Ya sé bajar la persiana hasta el punto exacto. Y he aprendido a sortear las colas del portal para que no me riñan”.
«Todas las paredes se ondulan. Imposible herirse con una esquina: no hay ni una», ironiza Viladomiu./ ARRAN
Desde ese miércoles y hasta el 30 de septiembre, La Pedrera será la casa también de una exposición del fotógrafo y director de cine estadounidense William Klein. Y habrá una novedad: a partir de las siete de la tarde, se ofrecerá a los visitantes una copa de cava, el espumante que mejor se da en tierras catalanas, para saborear desde la terraza.
La entrada cuesta 24 euros euros. Pero aquí va un buen dato: para conocer la intimidad de los ambientes habitados que Gaudí pensó con su lógica de curvas hace más de un siglo, no hace falta que lo cuente una guía turística. Ana lo hace a diario en sus redes y con la complicidad de la luz, que transforma los planos y las perspectivas de todo cuanto habita su casa según el momento del día. Lo hace descalza y recién levantada. O cuando en el Patrimonio de la Humanidad todo es penumbra y la última vecina de La Pedrera se está por ir a la cama.
Fuente: Clarín