No hay temor más extendido en el mundo de hoy que la posibilidad de quedar infectado por el coronavirus , pero detrás del miedo surgen entre muchas otras cosas cifras que asustan de verdad. La parálisis mundial que lapandemia forzó en la industria del entretenimiento provoca hoy pérdidas globales de 7000 millones de dólares solamente para el área de producción, distribución y exhibición cinematográfica.
Si extendemos esos números al resto de las actividades conectadas con el arte, el espectáculo y el entretenimiento masivo, los números van a ser todavía más estremecedores. Tanto como la cantidad (contada por millones) de personas que ya perdieron sus puestos de trabajo o tendrán que esperar muchísimo tiempo, más de lo que están en condiciones de soportar, para recuperarlos en un futuro incierto. Algunos miran a 2021 como tabla de salvación, hacia donde se han relocalizado muchas de las mayores apuestas de estudios cinematográficos y giras musicales. Otros dudan de que exista la forma de salir indemne.
La tormenta perfecta que nadie imaginaba llegó de la mano de un virus capaz de extenderse tan rápido como para anular en un instante la materia prima fundamental de la gran mayoría de estas actividades: la posibilidad de compartirlas y disfrutarlas en un espacio común. Esa condición quedó pulverizada en cuestión de días por la aplicación inmediata y extendida de una de las medidas fundamentales para evitar el contagio, el distanciamiento social. Anteayer, los organizadores del Festival de Cine de Toronto advertían en una carta pública que todavía es incierto saber si para comienzos de septiembre «la gente volverá a juntarse». Para esa fecha está previsto el comienzo de una de las grandes fiestas del cine del año, la más multitudinaria en convocatoria de su tipo junto con el Festival de Cannes, postergado y con fecha incierta de realización este año. Un festival que se apoya en el movimiento infinito de una multitud de fans alrededor de las grandes estrellas que llegan hasta allí cada año para participar de la apertura extraoficial de la gran temporada de premios que culmina con el Oscar.
Si la gente no vuelve a juntarse, no hay posibilidad de que el cine recupere la normalidad. Lo mismo ocurre con las funciones teatrales, con los recitales multitudinarios y con los conciertos medianos y pequeños, con las representaciones de ópera y ballet, con cualquier performance artística del tamaño que fuera.
Toronto, una ciudad que cerró hasta el 1° de julio cualquier actividad pública, mantiene la incertidumbre de lo que pasará en septiembre, un mes que queda muy, muy lejos frente a la dramática realidad de una pandemia que cambia día a día la perspectiva. Otros miran más cerca, hacia mayo. Pronostican que si para entonces los cines del mundo no reabren, la caída económica será todavía mayor, hasta el catastrófico número de 17.000 millones de dólares.
En la Argentina ya hubo una primera señal de alarma, planteada desde los exhibidores que reclamaron la declaración de emergencia en el sector y ayudas urgentes para sostener la actividad, abriendo, a la vez, una polémica con las autoridades del Instituto Nacional de Cine. Lo mismo ocurre en el resto del mundo, con pedidos constantes de auxilio a organismos estatales para atender una actividad que de un día para el otro se quedó sin ingresos por tiempo indefinido.
Por supuesto, hoy las prioridades son otras. En plena avenida Corrientes, sobre la fachada de uno de los dos complejos Multiteatro, se lee en las letras celestes de un inmenso cartel blanco: «Bajemos el telón para cuidarnos. Habrá tiempo para volver al teatro». El dueño de esas salas, el empresario Carlos Rottemberg, admite que la temporada 2020 está completamente perdida y que todos los involucrados en la actividad deben reconocer ese duro diagnóstico mientras le asignan prioridad absoluta a las cuestiones sanitarias, que son las que deben imponerse en un principio por sobre cualquier otro asunto cuando se plantea una emergencia como la que enfrenta el mundo.
Pero, al mismo tiempo, Rottemberg señaló un dato clave. Con la vuelta a la normalidad, tal vez uno de los últimos ámbitos en recuperar las características tradicionales será el mundo del espectáculo, bastante después de que se produzca la reapertura de otras industrias consideradas estratégicas. Y hay quienes se animan a pronosticar que en este ámbito, el mundo del futuro no se parecerá para nada al que conocimos hasta los primeros meses de este año ¿Será que las transformaciones forzosas que el coronavirus impuso en este terreno con la velocidad del rayo seguirán más allá del todavía incierto final de la pandemia y configurarán su futuro inmediato?
Un estudio difundido esta semana en los Estados Unidos y realizado por las empresas Performance y Full Circle, especializadas en estudios de mercado relacionados con el mundo del espectáculo, anticipa recelos, dudas y un gran escepticismo respecto a la actitud que tomará el público de ese país cuando las restricciones se reduzcan y se reabran los espectáculos masivos. Según el sondeo, el 49% de los consultados dijo que tardará al menos seis meses en volver a pisar una sala de cine y una fracción de ese porcentaje declaró que nunca volverá a hacerlo. Sólo el 15% adelantó que se propone reforzar sus hábitos previos al estallido de la pandemia.
¿Quién pensaría volver a ver una película, una obra teatral o un concierto si se sostienen en el tiempo las medidas de distanciamiento social que obligarían a mantener, por ejemplo, un asiento vacío entre cada espectador en las cuatro direcciones (arriba, abajo y en ambos costados)? ¿Cómo recuperar la confianza y disfrutar codo a codo en una fiesta como el Lollapalooza, postergada para fines de noviembre próximo, el contacto multitudinario con nuestros ídolos musicales? En la encuesta citada, el 59% de los consultados admitió que la simple idea de volver a verse rodeado de gente les provoca inquietud.
Todo indica que durante un buen tiempo (el que lleve, por ejemplo, obtener una vacuna de alcance masivo y universal) el miedo le ganará al entusiasmo. La industria se había entusiasmado la semana pasada ante la posibilidad de una paulatina reapertura del poderoso mercado cinematográfico chino, el mayor del mundo, con sus 70.000 pantallas. Pero el gobierno optó rápidamente por prolongar el cierre de salas que se mantiene desde fines de enero por el temor de un rebrote. Las funciones que iban a reanudarse exigían de los espectadores mantener el distanciamiento obligatorio, usar barbijos en todo momento y someterse a la medición de temperatura antes de entrar a la sala. ¿Una experiencia de ese tipo sería tolerable en los países occidentales?
Nadie está pensando todavía en eso. La prioridad es conservar el funcionamiento esencial de una actividad que, al estar cerrada, reduce a cero los ingresos de quienes dependen de ella. Boleteros, acomodadores, diseñadores de afiches, vendedores de amenities, operadores, encargados de mantenimiento, personal administrativo. Ellos son los primeros en ver amenazados sus ingresos básicos, lo mismo que quienes hacen películas y series de TV, cuyos rodajes están paralizados. Técnicos, productores, choferes, especialistas en alquileres de equipos, maquilladores, vestuaristas, organizadores de eventos ligados al espectáculo, asistentes y expertos en promoción, en medio de un sinfín de actividades. Un panorama que se extiende de manera automática, simultánea y equivalente en el teatro, en el mundo de los recitales y los conciertos.
Basta imaginar solamente el esfuerzo de preparación que en los albores de esta pandemia ya mostraban en nuestro medio las compañías teatrales, la mayoría de ellas de perfil artesanal, que encaraban como cada año sus planes para las vacaciones de invierno. Hoy, esas expectativas ya no existen. Como señaló Rottemberg, la temporada 2020 está perdida.
Como alternativa frente a la emergencia, el mundo artístico en sus diferentes escalas mostró una extraordinaria capacidad de reacción y de resiliencia. Como nunca se multiplicó el compromiso de creadores e intérpretes para hacer llegar las muestras de su talento a los millones de personas que cumplen sin salir del hogar la cuarentena obligatoria. Desde sus casas, los artistas cantan, interpretan textos, leen sus libros preferidos y brindan consejos de salud pública. Aprovechan también el monumental operativo de difusión online de sus obras generado por organismos públicos e iniciativas privadas en una magnitud nunca antes vista.
Las estadísticas más recientes difundidas en los Estados Unidos indicaron que allí aumentó un 35% solo en las últimas dos semanas el consumo hogareño de contenidos generados por plataformas de streaming como Netflix, Amazon Prime Video, YouTube y otras. Estos espacios de difusión aparecen como las indiscutidas ganadoras de todo este nuevo escenario, marcando una tendencia que no hace más que consolidarse a partir de infinidad de señales previas a la aparición del coronavirus. Por varias razones (artísticas, entre ellas), directores y actores de renombre se vuelcan cada vez más a elaborar proyectos destinados a esas plataformas. Saben que tienen garantizado en el mejor de los casos un considerable piso global de difusión, superior al de otros espacios.
Además de convertir a sus actores más poderosos en protagonistas relevantes de esta nueva realidad, el entretenimiento hogareño logró en poquísimo tiempo el primer germen de un cambio revolucionario discutido y pensado por años en la industria del entretenimiento. La posibilidad de saltar a los cines como primera ventana de exhibición de algunos de sus títulos más importantes. Al menos es lo que están considerando algunos estudios como Universal, forzados por la pandemia a estrenar algunos de los títulos programados para los próximos meses o a adelantar sus lanzamientos en video on demand. La emergencia promueve iniciativas inéditas: Amazon Prime Video se asoció con uno de los festivales multimediáticos más fuertes de los Estados Unidos (el South by Southwest de Austin, cancelado como tantos otros por la pandemia) para proyectar gratuitamente durante diez días en ese país, a través del gigante del streaming, la mayor cantidad de películas programadas en un encuentro que nunca pudo hacerse. Un salvavidas para muchos cineastas independientes angustiados por la imposibilidad de mostrar sus obras. ¿Un anticipo de lo que será el futuro de los festivales de cine del mundo, incluido el Bafici?
¿Será esta la próxima realidad del entretenimiento a escala local y global? El futuro es tan incierto en este terreno como en la lucha por evitar la extensión planetaria del contagio de un virus desconocido, escurridizo y letal. Pero la realidad de estos días puede funcionar también como un espejo adelantado de lo que nos espera. Tal vez un cuadro cada vez más eficaz, multifacético y sofisticado de oferta de entretenimientos para ser consumidos y disfrutados desde el hogar, un recurso que al menos le asegura a la gente en el corto plazo evitar los más elementales riesgos sanitarios, porque nadie sabe a ciencia cierta cuándo van a ser erradicados del todo.
¿Menos masividad y más contacto directo con artistas dispuestos a comunicarse de manera directa, hogareña y «al natural» con personas que atraviesan la misma condición? ¿Menos tours, operaciones gigantescas de marketing y proyectos multitudinarios para dar lugar al vuelo de la inspiración y la creatividad en un terreno mucho más intimista y personal? ¿La tecnología al servicio de producciones que ahora se consumen en las pantallas más grandes a nuestro alcance… ubicadas en el living de nuestras casas, junto con las diminutas del teléfono celular?
¿O tal vez, como señalan algunos optimistas de espíritu tradicional, se trata de un momentáneo freno que tarde o temprano volverá a tener las características previas? Figuras tan influyentes en la comunidad de directores como Christopher Nolan y Edgar Wright llamaron a preservar el valor intransferible de disfrutar cine en el cine. Hay inversiones multimillonarias y enormes expectativas artísticas que tienen un único destino: las salas de cine. ¿Cuánto están dispuestos a esperar sus responsables o artífices? «Cuando esta crisis pase, la necesidad de un compromiso humano colectivo, la necesidad de vivir y amar y de reír y llorar juntos será más poderosa que nunca», escribió Nolan en una extraordinaria columna publicada en el diario The Washington Post .
En otra escala, y entre nosotros, el empresario teatral Sebastián Blutrach salió a vender por anticipado tickets a 500 pesos para futuras obras con la confianza y la seguridad de que encontrarán destinatarios una vez que recuperemos la normalidad. La experiencia teatral también resulta ajena fuera de su ámbito natural, con el contacto directo y personal entre artistas y público.
No hay respuestas certeras y sí miles de interrogantes. El coronavirus despertó los mayores temores, pero a la vez dispara cientos de preguntas que pueden transformarse en propuestas creativas. Falta nada más y nada menos que un horizonte de mínima claridad para empezar a responderlas.
Fuente: Marcelo Stiletano, La Nación