Fito Páez empezó el día con la noticia de que tenía tres nominaciones a los Latin Grammy 2022. Linda manera de empezar un martes que no iba a ser uno más. Un martes de debut, llamado a iniciar otro hito alrededor de esa gran obra que es El amor después del amor, el álbum más vendido de la historia discográfica argentina, aquél que salió hace 30 años y que hace 29 tuvo un hito difícil de empardar para un rockero solista de estas tierras: dos shows en el estadio de Vélez. Esta vez la locación es otra, pero los números son iguales de impactantes: 8 funciones en el Movistar Arena porteño, algo así como un total de 80.000 espectadores.
Con Cecilia Roth en la platea y Fabi Cantilo en varios pasajes sobre el escenario, Fito le rindió homenaje con un ramo de flores incluido a las dos musas que marcaron a fuego la obra que ahora es objeto de homenaje, de repaso, de viaje en el tiempo en dos direcciones: uno lineal, hasta la fecha de salida de la obra que lo terminó de ubicar en la primera plana de los nombres ilustres del rock local (entre Charly, El Flaco y Cerati); otro más difícil de precisar, que puede incluso viajar al futuro, a diez, veinte, cincuenta años de nuestra actualidad. Porque si algo demuestran estos temas es que son tan imperecederos como los recuerdos que nos abrazan a ellos. Para Fito, las 14 canciones que en esta primera noche -intuimos que en las próximas también- toca de corrido y en el orden en el que están en el disco, son el recuerdo de la etapa en la que, mientras transitaba el duelo por el romance perdido -Fabi Cantilo-, sin esperar a nadie la vio -Cecilia Roth- e inició un nuevo y catártico amor. Para su efusivo público, los clásicos tienen historias tan disímiles atrás que pueden ir de juntadas con amigos a casamientos, de fiestas de 15 a viajes a Bariloche.
“Una vez estábamos con Ceci en San Pablo y Caetano (Veloso), que había hecho una versión de ‘Un vestido y un amor’… ¿Ceci estás ahí? El te la cantó mirándote a los ojos y yo casi me muero de los celos. Es para vos. ‘Un vestido y un amor’”. Claro que Cecilia Roth está en el público, pegada a la valla en este instante en el que Fito le canta, nos canta, como si fuera la primera vez que lo hace. Él sentado al piano, ella y el estadio de pie. Una asistente acerca un ramo de flores que simboliza los dos amores. Termina la canción y Fito las llama a las dos para que comparten ese ramo. Fabi llega desde adentro, desde el camarín, pero Cecilia no se anima a subir, prefiere mantenerse como público.
Las dos emotivas horas de show habían empezado casi a las 21.30 con “El amor después del amor” y un tibio saludo de un Páez que se sabe conversador y que prefiere guardarse para otros pasajes del concierto. Fabi Cantilo sube en el segundo tema, en “Dos días en la vida” y acto seguido la banda se despacha con “La Verónica” y “Tráfico por Katmandú”. El plan es bien claro: tocar primero, de corrido y en el orden original El amor después del amor, para ir luego a una segunda etapa en la que otros clásicos de Páez completen un show marcado a fuego por el tributo a las canciones, a esas historias de tres minutos que se nos adhieren a la piel mejor que cualquier tatuaje.
La banda que lo acompaña al rosarino tiene ilustres habitués y otros nombres importantes de la escena que se suman a este viaje. El bajo nuevamente es de Diego Olivero, así como la batería sigue estando a cargo de Gaston Baremberg y los teclados y coros de Juan Absatz. Juani Agüero es uno de los guitarristas y el rosarino y gran amigo de Páez, Vandera, es el otro. Mariela “Emme” Vitale es la corista, la “Claudia Puyó” de esta gira, mientras que la sección de vientos queda en manos (y pulmones) de Alejo von der Pahlen (saxo alto y barítono), Manu Calvo (trombón) y Ervin Stutz (trompeta y flugelhorn). El juego de luces viaja de fondos rojos y verdes a violetas y celestes que contrastan con los tres trajes que Fito usa durante las dos horas de show: el primero es blanco, el segundo, verde y el último, rojo.
Antes de “Pétalo de sal”, Fito se anima a la primera parrafada. Es justo cuando parece soltarse, dejar el nerviosismo del comienzo y empezar a disfrutar junto con el público. “¿Qué tal che’ ¿Qué quilombo se armó, no? En realidad todo era sencillo, con Carlitos Vandera, en las borracheras, siempre hablábamos de que se cumplían 15 años de tal disco, 20 de otro y cuando nos dimos cuenta que se cumplían 30 de El amor después del amor pensamos en grabarlo de nuevo. Después de grabar tres álbumes en un año, dijimos hagámoslo y lo anunciamos y se me armó un quilombo bárbaro. No sé que significará esto pero seguramente algo lindo en nuestras vidas que no queremos olvidar y no queremos que nadie se lo lleve encima y hay que defenderlo con uñas y dientes”, lanza y pone en palabras la sensación que flota en el aire. Toca “Sasha, Sissí y el círculo de baba” y luego la mencionada “Un vestido y un amor” primero y “Tumbas de la gloria” después (”Con dos cuerdas hice esta canción en una ciudad que no conocía”).
En Fito se dan la mano la música de Charly García con la de Caetano Veloso, los folclores latinoamericanos (no es casual la mención a Chabuca Granda y el recuerdo de que su padre escuchaba a la intérprete de “La flor de la canela” antes de hacer “Detrás del muro de los lamentos”) con la música de películas y en este disco más que en ningún otro ese ramillete de influencias reluce, obtiene un brillo impar.
“Brillante sobre el mic”, con Fabi Cantilo y “A brillar mi vida” cierran el capítulo de El amor después del amor. Pero hay una larga hora por delante, con piezas tan clásicas como simbólicas del repertorio de Páez. Llegan “El diablo de tu corazón” y “Al lado del camino”, “11 y 6″ y “Lo mejor de nuestras vidas”, “Yo vengo a ofrecer mi corazón” y “Circo beat”… No, no falta ninguna de las que no pueden faltar al menos esta noche. Es el momento para escuchar y cantar desaforado “Ciudad de pobres corazones”, con el centro porteño desfilando en pantalla, detrás de Fito y de los músicos. Restan “Es solo una cuestión de actitud” y “Dar es dar”. Y el final, con “Mariposa tecknicolor” y el público intentando estirar aun más el momento. Es una noche de martes que podría ser una noche cualquiera. Es una noche de 2022 o una de comienzos de los 90. Tal vez estemos en el años 30 o donde queramos estar. El puso las canciones en nuestros walkmans y el tiempo a esas canciones las volvió eternas.
Fuente: Sebastián Espósito, La Nación