Son, desde siempre, enclaves vitales para la vida de los parroquianos que se reúnen alrededor de una barra. Quedan en parajes tranquilos y sobreviven al paso del tiempo gracias a las familias que las ponen en valor, restauran y reciben. Conservan la magia de antaño e invitan al desconecte, lejos de la ciudad y signados por el aire de campo. Son pulperías y restaurantes de campo que bien valen la pena para agarrar el auto, manejar unos kilómetros y, en el mejor de los casos, quedarse a dormir por la zona.
La Moderna
Viejo almacén de ramos generales de 1924 reconvertido en emprendimiento de turismo rural en Dufaur, un pueblo de 160 habitantes en el partido de Saavedra.
Anabella Cleppe es rubia y de ojos celestes. Ser “pulpera” no estaba en sus planes, cuando en 2006 compró con su marido, Marcelo Santillán, el viejo almacén de campo de Dufaur. Entonces, su intención era utilizar el galpón que estaba al fondo y que linda con su casa. Justo llegó la gente de INTA con la propuesta de Cambio Rural, y la posibilidad de recuperar la pulpería del abandono comenzó a cobrar forma. Los vecinos colaboraron con la tarea y en junio de 2021 inauguraron.
Ofrecen picadas y meriendas con productos de la zona los primeros y terceros fines de semana del mes (almuerzo o cena varían según la temporada, se anuncian por redes sociales). El menú es fijo. Los domingos suelen ser de costillar al asador y los que no faltan son los ravioles con tuco.
- Los días y horarios son cambiantes y se chequean y reservan por Whatsapp. N 33 Km 86,5, Dufaur. T: + 54 9 (291) 506-3572. IG: @lamodernaturismo
Mira – Mar
Pertenece a la misma familia hace 150 años; fue trasladada y se destaca por una buseca que está para chuparse los dedos.
Queda en el pequeño paraje homónimo, pero nació a unos kilómetros de donde está ahora, en La Colorada, en 1882. Recién entre 1890 y 1892 la movieron a su actual emplazamiento. Fue fundada por Mariano Urrutia, bisabuelo del actual dueño Juan Carlos Urrutia, un español que llegó a la Argentina en 1876 y que le dio nombre al paraje. Lo llamó Mira – Mar, por su lugar de origen en San Sebastián. Y de aquel homenaje, brotó el nombre de la pulpería.
Heredada de generación en generación, recién hace unos años que los Urrutia la abrieron nuevamente al público. Ofrecen picadas y empanadas, además de una buseca muy recomendada. Tienen también sándwiches de chorizo y de chuletas. En fechas patrias ofrecen costillares, cordero y estofados.
- De martes a jueves de 16 a 21; viernes, desde las 17 hasta la medianoche, y sábado al mediodía. Conviene llamar antes y reservar. Paraje Mira-Mar, Bolívar. T: +54 9 (2314) 62-0031.
La Tranca
Su pasado de almacén básico pervive en lo que hoy es un centro cultural, donde los fines de semana también recibe gente a comer.
El cambio de milenio repatrió a Mercedes Resch al pueblo que la vio crecer, al que se accede por la RP 67, a 15 km de Coronel Suárez. Llegó para comprar aquel boliche que funcionaba con libreta, al que solía ir de niña en busca de provisiones. “Era sencillo y ofrecía sólo lo imprescindible; había un sector de copas, para los hombres. Se llamaba Lo de Leonard, por el dueño de entonces”, cuenta la actual propietaria del negocio que le costó años recuperar.
Desde 2010 tiene un nuevo nombre, que es de doble sentido: por el sistema de cierre de la puerta y por la “flor de tranca” que solían agarrarse los paisanos de a caballo que iban a por un trago. Sin traicionar estructura ni estilo, la dueña de casa, siempre secundada por su marido, Marcelo Morel, cambió los pisos y armó un gran centro cultural. Sirven empanadas y pizzas caseras.
- Abre los fines de semana, cuando cae el sol, hasta la madrugada. Y reciben por orden de llegada, sin reserva. El Aromo y El Fresno, Cura Malal. T: +54 9 (2923) 65-2059. IG: @latrancadecuramalal
Quiñihual
Pulpería, paraje y estación de tren abandonada,a 30 km de Coronel Pringles. Llegó a tener 700 habitantes, hoy queda solo uno: Pedro Meier.
Pedro Meier se hizo conocido como el único habitante del Paraje Quiñihual, un pueblo que quedó vacío por la desaparición del ferrocarril a mediados de los 90, y al que llegó hace más de medio siglo, cuando la pulpería en la que hoy recibe a puesteros, vecinos y curiosos “parecía un supermercado”. Sus padres eran descendientes de alemanes del Volga que se asentaron en la vecina Colonia Santa María. Pedro se instaló aquí a los 7 años, y se quedó para siempre. Vio cómo la población fue mermando, cerró la escuela, las estancias dejaron de abastecerse en el almacén, hasta que quedó solo con la compañía de sus perros. Su mujer vive en Pigüé, a unos 100 km, y es por eso que no abre los fines de semana (viaja para verla, salvo que combine otro plan con antelación). Sirve picadas, aperitivos y cerveza. Con reserva previa y para grupos de 6 o más personas, puede preparar un muy buen asado.
- Abre de lunes a viernes, desde las 18. Conviene llamar antes. Paraje Quiñihual. T: +54 9 (2923) 69-1215.
Los de siempre
En Bayauca pervive un melancólico reducto, más conocido como el “bar de Pitiso”. Su edad se calcula en 130 años.
Fue casa de familia, luego un almacén de ramos generales y, hace demasiados años, un bar de techos altos con viejas heladeras, puertas y ventanas originales que ya no cierran, y paredes de ladrillo nunca vueltas a revocar ni pintar. El actual propietario del local, Gustavo Felipe Basso –Pitiso para todos–, está a cargo del local desde 1985. Su nombre responde a que son siempre los mismos parroquianos los que suelen frecuentarlo, ya sea para jugar a las cartas o tomar algo y charlar.
- Abre todos los días, de 10 a 12 y de 17 a 23. Conviene siempre chequear antes. Guillermo Seré 579, Bayauca. T: +54 9 (2355) 49-4040.
Fuente: La Nación