En 1686, Luis XIV reinaba sobre Francia desde el palacio de Versalles y en París el Procope empezaba a reinar sobre los salones de café.
El siciliano Francesco Procopio dei Coltelli abrió el establecimiento ese año para vender cafés y helados, especialidades que los italianos exportaban a las principales capitales europeas. Los clientes de hoy quizás estén sentados en el mismo lugar que solían ocupar Voltaire y los filósofos de las Luces. O tal vez apoyan su café sobre las mesas donde Alfred de Musset y Paul Verlaine escribieron algunos de sus versos más bellos. Aunque el Procope original cerró a fines del siglo XIX. Anatole France resumió así su situación: Beaucoup de gloire, mais point d’argent (mucha gloria pero nada de dinero).
El actual café-restaurante abrió en los años 50 en el mismo lugar y con el nombre original. La mención «desde 1686» en la puerta es una semiverdad. Lo cierto es que entre aquellas paredes Diderot redactó algunas entradas de su Encyclopédie y Benjamin Franklin artículos de la Constitución de Estados Unidos. El resto, uno se lo imagina. Y la decoración que remite a tiempos de la Revolución bien que ayuda.
Queda en la Rue de l’Ancienne Comédie 13, en el sexto arrondissement de la ciudad. La estación de subte más cercana es Odéon. El Procope actual conservó el vinculo con las letras del antiguo café y organiza premios literarios. Especialidad de la carta: Coq au Vin.
2 – El más alto. Le 360
Todos quieren subir a la Torre Eiffel y las colas son largas, casi eternas. Sin embargo hay otra opción para ver París desde lo alto: la Torre Montparnasse, mucho menos concurrida. No tan alta como el tercer piso de la Eiffel, la Tour Montparnasse es un rascacielos corporativo, el único tan alto autorizado dentro los límites urbanos de la capital francesa. Se llega en 38 segundos por ascensor hasta el piso 56, a 200 metros. La vista abarca todo París; hay una tienda de recuerdos y un comedor, el Café 360.
Es cierto que su carta no aporta mucho a la reputación gastronómica de la ciudad, pero la vista vale más que el café o el jambon-beurre (típico sandwich jamón y manteca).
El 360 es el café más alto de Europa. El cementerio que se ve al pie de la torre es el de Montparnasse, donde se encuentra la tumba de Julio Cortázar. El mejor momento para subir es cuando la tarde está por terminar, para ver las calles encenderse poco a poco y quedarse hasta la noche, cuando París merece su apodo de Ciudad Luz.
Subir a los pisos turísticos de la torre cuesta 18 euros (hay descuentos para menores y estudiantes). La proyección de una película está incluida y el acceso al 360 Café también (se pagan los consumos). Hay wifi gratis, sin límite de tiempo de permanencia. Abre de 9.30 a 23.30 hasta el 30 de septiembre y hasta las 22.30 en semana durante el invierno. Estación de subte más cercana: Montparnasse.
3 – El más poético. La Vénus Noire
La Venus negra en cuestión fue la haitiana Jeanne Duval, aspirante a actriz que enamoró a Charles Baudelaire a mediados del siglo XIX. El autor de Las flores del mal le dedicó varios poemas, como Le serpent qui danse (A te voir marcher en cadence / Belle d’abandon, / On dirait un serpent qui danse / Au bout d’un bâton). El poeta maldito solía acudir en aquellos tiempos al Caveau de la Bolée, local subterráneo que justifica su nombre de «bóveda» en francés: sus paredes de piedra y techos arqueados son un remanente del París medieval.
Hay que buscarlo en un callejón del Barrio Latino. Un mero cartel indica la puerta que abre sobre las escaleras. Varias generaciones de poetas bajaron esos peldaños: François Villon durante la Edad Media y mucho más tarde Baudelaire, Verlaine y Rimbaud, también Francis Carco y el genial Robert Desnos. Cuando cambió de propietario, el Caveau de la Bolée fue rebautizado en homenaje a Charles Baudelaire y su exótica musa. Actualmente el bar organiza muestras, veladas literarias y sesiones de jazz gitano.
Rue de l’Hirondelle 25. Se accede por la pequeña calle Gît-le-Coeur, muy cerca de la plaza Saint-Michel y los locales de la cadena de libros de segunda mano Gibert Jeune, en el Barrio Latino. El subte más cercano es Saint-Michel. El bar abre de 18 a 1 de lunes a jueves y hasta las 2 los viernes y sábados. Cierra los domingos.
4 – El más felino. Le Café des Chats
En Japón hay locales donde los felinos son reyes y los humanos vienen a verlos y sacarles fotos con marcas de respeto y admiración que no dejan de sorprender a los occidentales de paso.
El café de los gatos en París tiene un espíritu distinto. Es cierto que es otro reino de los mininos, pero el bar funciona como cualquier otro. Los dueños advierten: «Hemos adoptados estos gatos que vienen de refugios de protección animal. Viven aquí y son nuestros gatos. No se los pueden llevar». Vale la aclaración por si algún cliente fanático de las cuentas gatunas en las redes sociales quisiera llevarse un modelo.
Una docena de felinos merodea por el salón y observa el ritmo del café-restaurante con la reserva habitual de su especie. Tienen sus espacios sobre sillones para dormir, aunque a veces les guste ir a upa de los clientes y dejarse acariciar. Son la atracción y el distintivo obvio del local, pero hay que respetarlos y los mozos advierten que no es posible darles de comer, no se puede ir a buscarlos ni tampoco se puede despertarlos. Ellos deciden.
El local abrió en 2013. Propone platos de cocina, tés, cafés y ricos postres (7 euros un fondant de chocolate y chantilly casero). Abre de martes a domingo de 12 a 22.30. La cocina cierra a las 21. Está en la Rue Sedaine 9, cerca del bulevar Richard-Lenoir. Subte más cercano, Bréguet-Sabin.
5 – Con lengua de señas. Le Café Signes
En nuestros tiempos inclusivos, hay que abstenerse de pedir en París un petit noir (negrito), café fuerte servido en una pequeña taza. La moda pasa más bien por los latte globalizados. Pero si de inclusión se trata, entonces hay que buscar el Café Signes, que permite interactuar con mozos y clientes sordos en LSF, la lengua de señas francesa.
En el sur de la ciudad, fue creado en 1986 como proyecto de inserción laboral para sordos y es un espacio de interacción social entre oyentes y no oyentes. Una vidriera de la comunidad sorda en París, que como en tantos lugares tiende a ser invisibilizada.
No hace falta dominar la LSF para entrar, sentarse a una mesa y hacer su pedido. Hay hojas con dibujos sobre las mesa, para aprender ahí mismo algunas señas esenciales para empezar a comunicarse. Por ejemplo, para encargar un agua, hay que levantar el índice y doblarlo. Otro ejemplo práctico: para un té, se imita la colocación de una bolsita dentro de una taza, una mano sobre la otra. Bastan algunas señas para entrar en confianza. Por si fuera poco, los platos son bien ricos.
En la esquina de la avenida Jean-Moulin y la placita de Châtillon. Hay que ir especialmente porque está en un barrio residencial, sin mayor atractivo turístic. Estación de subte, Alésia.
Fuente: Pierre Dumas, La Nación.