Campanópolis es un parque temático con construcciones, en su mayoría, con aspecto medieval y realizadas con materiales reciclados que está ubicado en González Catán, a unos 40 kilómetros de Buenos Aires (cerca de Ezeiza). Es de esos paseos listos para ser descubiertos en cualquier momento. Allí, cada rincón es instagrameable. Vale la pena de principio a fin.
Sus grandes tesoros
Son varias hectáreas con sorprendentes casas, castillos, recovecos, molinos y torres que son obra de un solo hombre: Antonio Campana, hijo de inmigrantes calabreses, viejo almacenero y creador de la primera cadena de supermercados de Argentina, recibió un pronóstico de cáncer terminal al cumplir los 50 años. Quizás fue la medicina o quizás la fuerza de su último deseo, pero lo que se sabe es que Campana empezó la construcción de este parque para disfrutar allí de sus últimos años de vida junto a sus hijos y sus amigos y terminó viviendo otros 20 años. En otra palabras, Campanópolis es la obra de un hombre obstinado en ganarle a la muerte.
Los guías cuentan al visitante que la propiedad había sido una tosquera para la producción de ladrillos y la tierra fue utilizada para las pistas del aeropuerto cercano. Mucho antes, fue parte de una de las estancias del exgobernador de Buenos Aires Juan Manuel de Rosas. También que le fue expropiada a Campana para convertirla en un vertedero en los últimos años de la dictadura argentina (se estima que allí se depositaron más de dos millones de metros cúbicos de residuos) y que él la recuperó juicio mediante. Pero no todo fue malo. La posterior limpieza le sirvió para conseguir muchos de los materiales para los edificios. El resto, como era de esperar, lo consiguió en remates, ferias y tiendas de antigüedades: rieles de ferrocarril, escoria de fundición, maderas del viejo puerto de La Boca, tablones del antiguo estadio de Argentinos Juniors (hoy son “el Puente Sin Fin”), elementos de las demoliciones de la ampliación de laavenida 9 de Julio, tranqueras del Hipódromo de Palermo, estatuas que nadie quería, vitrales de residencias demolidas, una escalera que pertenecía a la Basílica de Luján, relojes de la estación ferroviaria de Retiro, butacas de un cine y herrajes de ataúdes (se dice que si se encuentran y se tocan dan suerte).
Campana compró las columnas del edificio que hoy alberga las Galerías Pacífico y con ellas levantó la construcción más grande del lugar: el Pacífico, una especie de castillo de 19 metros de alto.
Él viajaba constantemente al interior de Argentina e incluso al extranjero para buscar cada pedazo de su aldea y, si no encajaba, no importaba. Aquí no importa la arquitectura; solo la imaginación. Por eso muchas tejas y baldosas están al revés, hay barandas que son patas de cama y balcones que son rejas, puertas que son el cielorraso, hay ascensores en los jardines, escaleras que no van a ninguna parte.
Se dice que también hay un inodoro para obesos, pero, la verdad, no lo vi. Es imposible atender todos los detalles.
Hay cuatro museos: el de la Madera, el de los Caireles, el del Hierro y el de Don Antonio, dedicado a su vida. Todos los interiores son caóticos: piezas que algún día formaron parte de algo ahora están siendo parte de un laberinto.
Allí se dice que Campana no tenía ningún estudio de arquitectura ni de ingeniería (tampoco contrató profesionales, sino que los albañiles era la gente del barrio), pero contaba con un posgrado en imaginación. No cabe duda.
Secretos
Campanópolis se divide en dos partes: el pueblo con las 12 casitas del bosque (que recuerdan a los viejos cuentos infantiles pero también a películas de terror) y Villanueva, un sitio más alejado y al que solo se puede ir con el guía del parque. En este espacio, el último que construyó Campana antes de morir, todo se vuelve más surrealista. Basta el ejemplo de las chimeneas torcidas que para algunos simulan ser garras de dragón y para otros fuegos artificiales.
Aquí se encuentra una de las postales del parque: dos torres gemelas y llenas de colores para que el visitante se lleve su selfie (el guía explica cómo conseguir la mejor toma y pide, por favor, que no se etiquete la foto en Brujas, como hacen muchos, sino que se deje explícito que se está en González Catán).
También aquí están los edificios que quedaron inconclusos: se cree que uno iba a ser un hotel para los amigos de Campana y que también quería hacer allí una escuela técnica para jóvenes, un deseo que tenía con un sacerdote amigo. Pero Don Campana se llevó a la tumba muchos secretos. No dejó ni planos, ni escritos, ni nada.
A su ciudad le dio una Plaza Principal, una Torre Mirador, una intendencia, una iglesia, estrechos caminos que llamó con nombres tan curiosos como Pasaje del Búho o Pasaje Profesor Alfonso Corso (en homenaje al amigo que luego bautizó el lugar como Campanópolis). Sembró 10.000 árboles, plantó flores, puso su molino holandés e hizo su lago.
Su creador nunca vio Campanópolis abierta al público; era su aldea, su jardín, su casa (si bien nunca pasó la noche ahí y dejó prohibido que se pernocte). Sus hijos son los que reciben a los turistas que buscan meterse en este sueño.
Cómo llegar
Campanópolis está en González Catán, Partido de La Matanza, más o menos a una hora del microcentro. Si no se va en auto, se puede llegar en tren (se toma el Tren Belgrano Sur hasta la estación González Catán y luego se caminan unas 15 cuadras o se toma un taxi).
La versión más cómoda es ir en auto propio o contratar un servicio de traslado (desde el Obelisco) que incluye la entrada (ésta se compra sí o sí de forma anticipada; no hay boletería en el predio).
Habitualmente abre miércoles y viernes de 13 a 17 y sábados de 9 a 13. Con el servicio de ómnibus, dos personas pagan $4.800. El parque planea abrir en horario nocturno para que la colección de rarezas sea más misteriosa.
Fuente: María de los Ángeles Orfila, La Nación