Emprender el Camino de Santiago, histórica ruta de peregrinaje por el norte de España, fue un desafío para Graciela Valdés. Sus días eran difíciles. No lograba superar la ausencia de su marido y no estaba acostumbrada a viajar sin su compañía. El duelo era largo y le impedía rearmar su vida. Hasta que pudo hacer un clic y retomar ese viejo sueño. Convenció a una amiga, venció sus temores y se lanzó a esa aventura que, según asegura, fue transformadora. “Hacer el camino fue un ejercicio de voluntad, de superación, de ponerme a prueba. Me permitió realizar un proceso de interioridad, de conocerme a mí misma. De a poco fui rumiando esa tristeza”, recuerda Graciela, de 76 años.
A ese primer viaje en 2010 le siguieron otros seis, más largos, más cortos, por diferentes rutas, con distinta compañía, pero siempre como una experiencia positiva, enriquecedora. “El camino me atrapó, –continúa– es adictivo, te lleva a querer repetir, a ir por otras rutas. En mi caso me ayudó a transformar esa tristeza en un sentimiento de presencia, de sentirme acompañada de otra manera. Pude darme cuenta de que había un horizonte de vida para mí, me puso en un estado de gracia”.
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Miles de peregrinos con la mochila al hombre, muchos con un bastón que los acompaña y la templanza que los distingue emprenden el Camino de Santiago, una de las peregrinaciones más importantes del mundo. En lo que va del año ya cumplieron su sueño 440.000 caminantes de todas las nacionalidades, según datos de la Oficina del Peregrino.
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En realidad, no es un camino, sino muchos, que finalizan en la tumba del Apóstol Santiago, en la catedral de Santiago de Compostela, en la entrañable Galicia. Una ruta que trasciende la religión católica y que los peregrinos coinciden en que es profundamente espiritual y transformadora. De donde se vuelve distinto, con una mirada diferente de la vida. Donde priman otros valores, como la fraternidad y la solidaridad. Donde muchos se dan cuenta de lo poco que se necesita para ser feliz.
En esta cruzada, la caminata se impone sobre el destino en sí mismo. No se recorre solamente para llegar a la tumba de Santiago, sino para sumergirse en un sitio declarado Patrimonio Histórico de la Humanidad, que atraviesa pueblos, naturaleza, ríos, sabores y su gente. Que permite internarse en bosques de nogales, cruzar montañas y caminar sobre piedras, barro, tierra y hasta sobre un colchón de hojas multicolores. Que lleva por senderos sinuosos y subidas empinadas. Que da la posibilidad de estrechar lazos con los pobladores de casas rurales y de sentarse en un bar de pueblo a probar los platos típicos maridados con jugosas charlas.
Estas históricas rutas jacobeas, que se recorrieron por primera vez en el siglo IX tienen sus reglas. Para ser oficialmente considerado como peregrino se deben caminar, al menos, 100 kilómetros o hacer 200 en bicicleta, siguiendo las flechas amarillas que se suceden interminables y guían a los viajeros. El Camino Francés es el más elegido: en total recorre cerca de 900 kilómetros y comienza en St. Jean Pied de Port, Francia, aunque muchos suelen empezar en Roncesvalles, ya en territorio español; requiere de más de un mes de caminata. También se puede optar por el Portugués, el Primitivo, el Inglés, la Vía de la Plata y el del Norte, entre otros. Cada uno puede incorporarse al camino en el lugar que lo desee y dividir las etapas de recorrido diarias según sus posibilidades, aunque lo habitual es caminar entre 20 y 25 kilómetros por día.
Un magnetismo especial
“Siempre repito que si el camino pasa por uno y no simplemente uno por el camino, tu vida nunca más será la misma. Es un ejemplo de vida, de mostrar que todos somos iguales. Voy a los albergues, que son por orden de llegada. No se elige la cama por quien puede pagar más o menos, hay que hacer filas, nos empareja y eso es bueno recordarlo”, cuenta José Tenorio, de 59 años y con seis caminos recorridos. En su caso siempre fue en bicicleta y en solitario, porque siente que es una buena manera de encontrarse con uno mismo, aunque asegura que se interactúa mucho con el entorno, se comparte con otros peregrinos momentos de amistad, sin ningún interés más que la empatía por el trayecto.
“Estas relaciones no se dan en muchos lugares; acá sucede y por eso es bueno vivirlo como peregrino, ver con cuán poco se puede ser feliz, sin tantas mochilas con las que uno se carga en la vida, que no son necesarias”, agrega. Tenorio en 2021 tuvo un infarto, estuvo en terapia, no sabían si iba a salir de esa situación, pero a los 10 meses pudo subirse nuevamente a una bicicleta y atravesó el norte de España pedaleando. “Fue una experiencia más introspectiva. Podés no ser católico, no creer en Dios, pero el camino tiene un aura, es muy espiritual. Se siente un magnetismo especial sino, no se entiende cómo gente de 70 u 80 años camina cerca de 800 kilómetros con la mochila al hombro. Algo hay, uno va con sus pensamientos, agradeciendo a la vida, pensando en lo que te da y no en lo que te quita. Es adictivo, se quiere volver una y otra vez”.
Si bien es una ruta de peregrinaje con 12 siglos de historia, fue el escritor brasileño Paulo Coelho con su libro El Peregrino, publicado en 1987, quien de alguna manera la relanzó y lo popularizó en América Latina. Tal fue el impulso que le dio, que el Ayuntamiento de Santiago de Compostela le puso su nombre a una calle del camino.
De aquel viaje que inició en soledad en St. Jean Pied de Port y finalizó casi un mes después en O Cebreiro, Coelho aseguró en muchas oportunidades que fue el puntapié para comenzar su carrera de escritor. Durante el camino sufrió una transformación que le hizo plantearse su futuro profesional: “En el camino paré de soñar con la idea de ser escritor y empecé a escribir. El camino me cambió, antes veía las cosas de manera complicada y después me enteré de que eran más simples y quería plasmarlo”, declaró en reiteradas oportunidades. En su caso, no llegó hasta Santiago de Compostela caminando, porque aseguró que “ya había encontrado lo que buscaba”.
Marcela Vivas Urrutia se declara fanática, a pesar de que en la primera experiencia caminó buena parte de los casi 800 kilómetros del Camino Francés bajo una lluvia torrencial, donde se mojó, tuvo frío y se enfrentó a un temporal de viento mientras cruzaba los Pirineos. En su segundo viaje la acompañó un dolor terrible en un pie que la puso en pausa unos días, le hizo alterar algunos planes, pero no la detuvo. De regreso a Necochea, donde vive, se enteró que tenía el tercer metatarso quebrado. “Todo el tiempo, todos los días aprendés algo. De a poco te empezás a dar cuenta de cuáles son las cosas importantes. Asumís que uno quizás se queja demasiado. Volvés diferente, te cambia la perspectiva”, cuenta emocionada, al borde de las lágrimas, al recordar su peregrinaje.
Viajó sola, pero jamás sintió la soledad, porque se encuentra siempre una mano dispuesta a ayudar. Como cuando llegó congelada y empapada a un albergue y el recepcionista le compartió su sopa. Cuando de sorpresa le cantaron el cumpleaños y se organizó un pequeño baile. Está convencida que el camino da lo que uno necesita en el momento indicado. “Te das cuenta que no existe el no puedo, –agrega–; cada uno lo hace como puede y quiere. Vi gente con discapacidades físicas, con muletas, personas muy mayores caminando a la par mía, subiendo lomadas”.
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Enfocarse en lo que se quiere
¿Por qué ejerce ese poder transformador? El español Josepe García Miguel, especializado en automotivación y autor del libro Buen camino, cuenta en una charla TEDx su particular vínculo con estas rutas que recorre religiosamente una vez por año desde 2007 y acerca una respuesta a la pregunta. “Me cambió la vida. Fui sin saber muy bien a qué, pero viví un proceso de transformación, de alejamiento de mi realidad cotidiana que me permitió tomar distancia de cosas que cuando uno las tiene cerca no las ve. Es un buen lugar para enfocarse en lo que se quiere, se encuentran respuestas a muchas preguntas”, asegura. Para él, recorrer el camino cambia la mirada hacia la gente que nos rodea, se actualizan los votos de confianza al ser humano en general, se regresa más sereno, porque según sus palabras, “se vive una magia especial” que permite quitarse las mochilas que uno carga.
La psicóloga clínica Daniela Java Balanovsky, especialista en estilo de vida y estrés, explica que para lograr una verdadera transformación personal es importante entrenar la inteligencia emocional, desarrollar habilidades sociales como la empatía, la solidaridad y ante todo tener un proyecto o un objetivo en la vida. “Algunas veces, trazar un destino, tener un mapa y saber hacia dónde ir, nos brinda tranquilidad y satisfacción. Aunque se trate de pequeñas metas o de proyectos más ambiciosos, visualizar un horizonte ayuda a ver con más claridad el camino por el cual transitamos”, ejemplifica. Desde hace mucho tiempo, según sus palabras, se sabe que los viajes y las travesías nos ayudan a regular las emociones: “Mirar nuevos paisajes, sentir el cuerpo en movimiento y crear recuerdos son un motor para lograr esa experiencia transformadora que tanto buscamos”. Además, asegura que como somos seres sociales buscamos compartir con otras personas una misma ruta, una experiencia de vida o un sueño. “Tener con quien hablar y conocer nuevos amigos es una de las formas para activar el circuito de la recompensa, nos da placer y alivia el estrés”, cuenta.
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Rosana Montano es la presidenta de la Asociación Amigos del Camino de Santiago en la Argentina, institución reconocida oficialmente por la catedral de Santiago de Compostela y una experta en el peregrinaje: hizo el recorrido 18 veces. “El camino me cambió por completo. Siempre digo que no hice el camino, sino que el camino me hizo a mí. Después de la primera experiencia en 2008, que recorrí junto con una amiga, se desató una pasión, que me hizo volver una y otra vez, para conocer las otras rutas”, rememora.
Fue en ese entonces cuando se dio cuenta que faltaba información y con su experiencia decidió darle vida a la asociación para difundir la peregrinación. Le contagió la pasión a su marido, que la acompañó en muchas travesías. También suele ser hospitalera voluntaria para recibir peregrinos en los albergues de la red gallega y vivir el camino desde otro lado. “La peregrinación te hace valorar los esfuerzos, darte cuenta de la fortaleza física y emocional que se tiene. A pesar de todas las veces que lo recorrí, me sigue impactando”, reflexiona.
La imponente catedral de Santiago de Compostela marca el final del recorrido. Los peregrinos, cansados pero felices forman parte de la postal habitual de la plaza del Obradoiro. Allí brotan las emociones acumuladas. “Cada vez que llego a Santiago me pongo a llorar como la primera vez”, se sincera Montano. “Cuando veo la plaza se me caen las lágrimas, el bastón, la mochila; la música de las gaitas que siempre suenan son imborrables”, recuerda Graciela Valdés. “Cuando finalicé el primer camino me enojé por haberlo hecho tan rápido, porque lo importante no es llegar sino transitarlo”, finaliza José Tenorio. Apenas unas semblanzas de lo mucho que regala esta peregrinación.
¿Qué hay que saber para recorrer el Camino de Santiago?
Cómo obtener el certificado de peregrino, los sellos necesarios, los albergues y los infaltables en la mochila
Hay muchas maneras de hacer el Camino de Santiago. Nunca mejor dicho eso de que se hace camino al andar. Cada peregrino puede elegir la distancia que quiere recorrer según el tiempo que disponga y elegir la ruta de su preferencia. Simplemente hay que subirse a la senda en el lugar que se quiera. Hay agencias de viaje que se encargan de organizar recorridos, la logística y hasta de llevar las mochilas para que los peregrinos no tengan que cargarlas. Pero también se puede hacer de manera independiente, que es mucho más económico. “Yo recomiendo hacer el camino de manera individual, porque está todo muy facilitado y dormir en los albergues que se llaman de donativo o de la red de albergues de la Junta de Galicia, que cuestan 10 euros. Ofrecen cama en grandes habitaciones, ducha y muchos, hasta cena”, aconseja Rosana Montano, Asociación Amigos del Camino de Santiago en la Argentina. Los albergues privados cobran entre 15 y 18 euros y se pueden reservar. La mayoría permite utilizar la cocina para preparar algo.
En la Asociación, de manera gratuita, asesoran a los peregrinos, los jueves por la tarde en el Centro Lalín de Buenos Aires o responden sus consultas por mail. Una de las ventajas es que otorgan sin costo la Credencial de Peregrino, que se debe ir sellando de pueblo en pueblo para poder obtener la Compostela, el certificado oficial que se otorga en Santiago por caminar al menos 100 kilómetros en cualquiera de las rutas. También se puede conseguir directamente en España.
“Se necesitan tener al menos dos sellos por día, con la fecha, –explica Montano-, de los lugares en los que uno transita, que se consiguen de manera sencilla: albergues, iglesias, bares y hasta vecinos tienen sus sellos”.
Para Montano, los mejores meses para caminar son mayo, junio, septiembre y octubre. “El frío del invierno es duro, no aconsejable. Y en verano se llena de gente y la experiencia puede no ser tan placentera”, agrega. Para los que van por primera vez sugiere elegir el camino francés, porque tiene más infraestructura y los albergues están más cerca uno del otro. Para los que buscan alojamiento convencional, hay múltiples opciones de hoteles.
Cómo cargar la mochila, qué realmente se necesita y qué no, es otra de los grandes interrogantes. La recomendación es que sea lo más liviana posible (entre 10 y 13 kilos), con ropa térmica que es de secado rápido y lavarla ni bien se llega al albergue, para que al día siguiente esté lista.
Si se va a dormir en albergues, es aconsejable llevar bolsa de dormir.
Para los que quieren evitarse el peso en la espalda, Correos de España, ofrece el Paq Mochila, en donde simplemente se deja el equipaje en el albergue antes de salir a caminar y estará esperando en el alojamiento siguiente. Se va reservando día a día. El servicio está disponible en varios rutas, por ejemplo, en el Camino Francés desde Sarria a Santiago y en el Camino Portugués desde Tui.
Todo está muy planificado en el Camino de Santiago.
Fuente: Andrea Ventura, La Nación.