El pianista y director orquestal argentino-israelí Daniel Barenboim, figura universal de la música clásica y símbolo de la conciliación política, prestó esta vez su nombre y prestigio para dirigir la Quinta Sinfonía de Ludwig van Beethoven en la emblemática Puerta de Brandenburgo durante la celebración por los 30 años de la caída del muro de Berlín, acaso el símbolo mayor de la Guerra Fría.
El motivo inicial del primer movimiento -cuatro notas-, tocado por la sección de cuerdas y los clarinetes al unísono -uno de los fragmentos más célebres de la historia de la música, a cargo de la orquesta Staatskapelle, de la que Barenboim es director general desde 1992-, alcanzaron para establecer que la interpretación de la obra del compositor alemán (de la que en 2020 se cumplirán 250 años de su nacimiento) iba a estar impregnada por el temperamento musical del director argentino.
Sobre la forma de interpretar a Beethoven, Barenboim precisó a la agencia Télam que, justamente en aquellas obras con la naturaleza y estructura de la quinta sinfonía, “es imprescindible tener una construcción estratégica” porque, aseguró, “el intérprete tiene que tener en mente la última nota de la sonata antes de tocar la primera”.
«Con Beethoven en particular hay que tener el coraje de ir hasta el precipicio y, en ese momento donde aparece la ilusión de que uno se desbarranca, dar un paso atrás», dijo. PlayDaniel Barenboim, en la Puerta de Brandenburgo, dirigiendo a la Staatskapelle
«La decisión sobre la velocidad -especialmente pertinente en relación a la quinta sinfonía (un debate habilitado por la los calderones que aparecen en la partitura en la cuarta y la octava nota)- es quizá la más importante que debe tomar un intérprete, pero es una decisión que se toma al final cuando ya se conoce la obra de memoria, cuando se maneja la armonía, el ritmo, la melodía y la dinámica de una partitura», razonó.
Barenboim ya había dirigido un concierto similar al que ofreció hoy en la noche alemana en los aniversarios 20 y 25 aniversario de la caída del Muro, tras la que se precipitó la caída de la República Democrática Alemana (RDA) para avanzar hacia la Reunificación alemana. No es la única intervención política de la música de Barenboim, quien se convirtió en uno de los estandartes del predicamento por el diálogo político en el conflicto de Medio Oriente.
Argentino de nacimiento, con familia judía de origen ruso, naturalizado israelí y español, y con la ciudadanía palestina, el pianista y director utilizó el lenguaje musical para establecer un código común sin ignorar diferencias, conflictos ni asperezas políticas distantes del hecho artístico.
El argentino también es el director de la orquesta Diván Este-Oeste, formada con músicos procedentes de Israel, países árabes y España, que se ha convertido acaso en el mayor emblema político del universo musical. “Lucho contra la ignorancia de los israelíes y de los palestinos”, afirma cuando es interpelado sobre el conflicto en Medio Oriente.
La prédica conciliadora del director no fue recibida siempre con la benevolencia que suele acompañar las buenas intenciones. El 7 de julio de 2001 dirigió a la orquesta Staatskapelle de Berlín, que interpretó la ópera de Wagner «Tristán e Isolda» en el festival de Israel celebrado en Jerusalén.
La música del alemán estaba ausente de los recintos públicos desde la Segunda Guerra Mundial y, por ese hecho, Barenboim fue tildado de «pronazi» y «fascista», aunque sea difícil encontrar elementos antisemitas entre las partituras wagnerianas.
Hijo de músicos (su padre Enrique y su madre Aída fueron pianistas), Barenboim ofreció su primer concierto público a los 7 años, en Buenos Aires. Inmediatamente fue invitado por el Mozarteum de Salzburgo para continuar sus estudios en esta ciudad, en cuyo reconocido festival triunfó tres años más tarde. Estudió con Nadia Boulanger e Igor Markevitch.
Desde entonces fue protagonista del panorama musical de la música clásica al frente de numerosas formaciones: la New Philharmonia Orchestra, la Opera de la Bastilla, el Festival Mozart, la Orquesta Filarmónica de Chicago o la Deutsche Staatsoper de Berlín, con un repertorio amplio.
En la fría noche alemana, frente a la Puerta de Brandenburgo, uno de los principales símbolos de Berlín y de la Alemania reunificada, Berenboim, de 76 años, volvió a elegir a la música como expresión de pluralidad y entendimiento. La herramienta esta vez fue la Sinfonía Nro. 5 en do menor, op. 67, compuesta por Beethoven en 1804, que desató la ovación del público.