Allá lejos y hace tiempo, era parte de La Primavera, una estancia de más de 9.000 hectáreas en un valle de coihues y arroyitos en deshielo, custodiado por las siluetas ahusadas que tallaba el viento en la áspera piedra cordillerana.
Los primeros en adquirir las tierras, en 1904, fueron George Newbery (tío de Jorge, el aviador) y su esposa Fanny Taylor, una mujer de armas tomar, oriunda de Ohio, que “sabía rastrear y carnear animales y manejar una Winchester mejor que un hombre”. Gracias a su coraje emprendedor, la estancia se transformó en una importante exportadora de lana ovina. En época de los Newbery-Taylor se sembraron las truchas marrones y los salmones encerrados (originarios de Lake Sebago, en Maine) que hasta hoy son un imán para los pescadores, y alentado por el Perito Moreno, el matrimonio incluso pensó en crear una reserva natural.
En 1924 la propiedad pasó a manos de sir Henry Bell, presidente de Argentina’s Southern Railways, quien mandó edificar la primera casa de veras: de piedra resistente a los rigores invernales, con techo de chapa acanalada. Cuentan que, cuando su esposa, más joven, se enamoró de un vecino, Bell regresó a Inglaterra y le alquiló la propiedad a su hasta entonces mayordomo, Guy Dawson, quien aprovechó las ventajas del recién inaugurado ferrocarril y en 1926 abrió el primer lodge de pesca en la región.
Hacia 1932 entran en escena los Larivière: específicamente Felipe, uno de los tres hijos de Maurice Larivière y María Luisa Dose, porteña de alcurnia afincada en Biarritz y París. Nacido en Francia, Felipe residía en la Argentina, pero iba seguido a pescar a Escocia; fue allí donde un colega le preguntó para qué viajaba si en nuestro país tenía “el mejor río del mundo”: el Traful, único en Sudamérica, donde habita el codiciado landlocked salmon. Ni lerdo ni perezoso, Felipe reservó La Primavera por dos temporadas para su familia y amigos y en 1934 volvió a Inglaterra y le compró la propiedad a Bell. Sumó un piso al casco original y allí vivió con sus dos hijos, Maurice y Felipe, mientras se iba ampliando la familia y recibía a políticos y monarcas como Dwight Eisenhower (que no logró pescar nada) y Leopoldo de Bélgica y a pescadores legendarios como Joe Brooks, Mel Krieger y Ernest Schwiebert. Tras la muerte de Felipe en 1975, La Primavera se dividió en dos partes equitativas tomando como límite el río Traful. La zona sur, con la casa original, quedó para Felipe, quien en 1996 la vendió al magnate estadounidense Ted Turner (que aún la conserva y visita). La zona norte, más salvaje y hermosa, fue legada a Maurice y a su esposa Mercedes “Meme” Villegas.
Los tiempos de Meme
“Vine por primera vez hace 69 años; este año cumplo 90 y vine cuando tenía 20, en marzo de 1954″, afirma con entusiasmo Meme Larivière, hoy ya célebre propietaria y anfitriona de Arroyo Verde junto a sus tres hijas: Marina, María Luisa y Josefina. “Todavía no estaba de novia, me quedaba en casa de una tía, y Maurice, que era amigo de mis primos, nos invitó. Nos casamos en noviembre de ese mismo año”.
Meme es una gran conversadora y las historias que va trazando, como hilos invisibles que unen el presente con el pasado, son parte del encanto único de hospedarse en Arroyo Verde. “Nosotros vivimos 22 años del otro lado, pero siempre nos gustó venir para acá. Atravesábamos el río, seguíamos las huellas de las vacas o cruzábamos el puente colgante en un jeep Willys”. Cuando Meme y Maurice heredaron lo que luego sería Arroyo Verde, allí solo había naturaleza intocada. “Comenzamos todo de cero”, evoca con voz firme y risueña. “Lo primero que hicimos fueron los 17 kilómetros de camino para llegar. Durante un mes vinimos a caballo todas las mañanas, nos quedábamos en distintos lugares hasta que anochecía para ver los cambios de la luz, dónde soplaba más el viento. No solo teníamos que levantar nuestra casa, sino las casas de los peones, los galpones para los animales… Una tarde hicimos un pícnic, dormimos una siesta y, cuando despertamos, Maurice anunció: ‘Es acá’. Yo no podía imaginar nada, estábamos rodeados por puro bosque, pero él insistió. Y así empezamos”.
En la casa que construyeron –de piedra y madera clara, techo de pizarra y grandes ventanales, hoy reservada exclusivamente a los huéspedes– están cuatro de las cinco habitaciones en suite, el comedor donde cada noche se cena a la luz de las velas con cubertería de plata y vajilla de porcelana, y las dos salas de estar con vista a la montaña y nutridas bibliotecas. Cada objeto tiene su pequeña historia y todos maravillan por su belleza, desde el caramelero con forma de ardilla que preside el bar (un rinconcito acogedor con canilla libre) y los platos de sitio diseñados por Nelly Reynal hasta los relucientes candelabros ornados con el águila bicéfala zarista que pertenecieron a la Vila Narichkyne en Biarritz.
En el parque que rodea la casa, la escultura Femme et gazelle de Henri Bouchard también tiene su anécdota. Parece ser que Bouchard primero hizo una escultura idéntica donde la joven aparecía sin túnica, pero “le pidieron que la vistiera, porque no era cosa de ver una chica desnuda dando de comer a una gacela todas las mañanas”.
Muy alejada de la casa principal, sobre un acantilado de piedra, se yergue una espléndida cabaña de dos habitaciones –dormitorio y gran sala–, ideal para parejas en plan romántico. Es la única con vista al lago y deck propio desde donde contemplar la puesta del sol acompañada por una abundante picada de jamón de ciervo, salmón, quesos varios, pan casero y champagne. Por la parte de atrás se baja a una playa semicircular de arena suave y aguas prístinas, donde en verano se puede nadar y salir en kayak.
Pioneros del turismo
Arroyo Verde abrió sus puertas al turismo en 1987: fue una de las primeras cuatro estancias argentinas en hacerlo. Meme cuenta que “fue como una continuación. Nosotros somos una familia de casa abierta, nos divierte estar con gente. Un día, mirando el libro de visitas, vi que habíamos recibido a 42 extranjeros: solo 15 eran amigos nuestros y el resto amigos de los amigos”. Y como estas extensas propiedades “no se mantienen solas”, ahí nomás decidió abrir un fishing lodge. Pero antes intentó armar un pool de estancias junto con su amiga Inés Baron Supervielle.
Visitaron a todos sus conocidos en distintos puntos del país y el fracaso fue rotundo: en los 80 se veía como una extravagancia lo que hoy es moneda corriente. De esos recorridos y otros posteriores nació la editorial Larivière… porque tampoco había libros sobre el tema. Meme volvió a cruzar el país y fotografió las estancias que seguían perteneciendo a sus dueños originales. Así surgió Estancias Argentinas, primer coffee-table book del país, con textos de María Sáenz Quesada.
La editorial sigue funcionando y el libro, un exitazo en 1990 con más de 40.000 ejemplares vendidos, está agotado y espera su quinta edición. Recuerda Meme: “Antes de abrir Arroyo Verde les mandé faxes y cartas manuscritas a los extranjeros que habían firmado el libro: la mayoría volvieron y trajeron más gente. Jorge Trucco, de Frontiers Travel, nos dio un espaldarazo. Por acá pasaron y pasan muchas personas conocidas: con Jane Fonda salíamos a caballo todas las tardes, también estuvieron Henry y Nancy Kissinger, Charles Trudeau con Margaret, que era monísima, madame Mitterrand, Alicia Walton y la duquesa de Kent… ladies y lords hemos tenido millones”.
A la lista de famosos se agrega un dato esencial para los amantes de la buena mesa: la cocinera autodidacta Amelia Cornelio, que está con los Larivière desde hace más de 40 años, “tiene el don natural” de preparar delicias inolvidables: entre ellas gnocchi soufflé, pastel de zapallo, ternera strogonoff, carbonada y los infaltables panqueques con dulce de leche.
El ocio activo
“Los caballos de Arroyo Verde son muy mansos, mansísimos, tanto que le hicieron perder el miedo a más de uno”, comenta Denise Morgan, que acaba de incorporarse al equipo como mánager. Las propuestas de cabalgatas son variadas y cada huésped tiene su propio guía: hay vueltas cortas por senderos arbolados; otra con un ascenso hasta la cima del cerro Frutilla; otra bordeando el valle a orillas del lago; una a Los Cóndores, donde se avistan las condoreras “desde arriba”; otra de día entero a Las Mellizas, dos lagunas de montaña a las que se llega remontando el arroyo Verde y donde abundan los carpinteros magallánicos y los patos de las corrientes. “Lo mejor es confiar en los caballos, ellos conocen los caminos mejor que nadie”, afirma Katrena Gibb-Stuart –escocesa de fuste y mánager de la estancia desde hace 21 años– mientras Marina, jinete avezada, apronta las monturas.
Para matizar la espera, Katrena se explaya sobre el juego de stirrup cups que adorna la repisa del comedor: “Es la copa de despedida que les ofrecen a los cazadores de zorros cuando están con un pie en el estribo. Hay que hacer fondo blanco y salir al galope. En Escocia le dicen deoch-an-doris: bebida de la puerta”. Sin trago tradicional (son las nueve de la mañana) y guiadas por las dos elegantes amazonas emprendemos el ascenso, vertiginoso y escarpado, que nos llevará a una cima de piedra totalmente desnuda. Desde allí divisaremos la inmensidad patagónica, que parece no tener fin.
“Estar solo, pero sin soledad”, así describía la pesca con mosca Mel Krieger, asiduo visitante de Arroyo Verde experto en fly cast. Esta vez es María Luisa quien nos conduce hacia la orilla del río y, luego de elegir con pericia el punto exacto donde habrá de pararse, se adentra en el agua y, en completo silencio, lanza la línea sobre la superficie una y otra vez. “Esa es la técnica”, explica luego. “Hay que lanzar hasta sentir el pique, que son como varios tironcitos seguidos. Después se devuelve el pez al río, contra la corriente para que reciba más oxígeno”.
En las aguas cristalinas y caudalosas del Traful hay numerosos pozones para este tipo de pesca, la mayoría bautizados por las Larivière: El Chorro, Horseshoe, Los Malcriados. Este último se llama así por las peripecias que condujeron a la captura de un salmón encerrado extraordinariamente grande y agresivo. John Randolph lo detectó en 1992 en un pozón recién descubierto al que apodaban el new pool. Era un pez difícil, que no se dejaba engañar por los señuelos. Pero ya se sabe que los anglers son constantes. Al fin lo capturó Ernie Schwiebert, pero su paciencia pesquera hizo que llegara dos horas tarde al almuerzo. “Son unos malcriados”, susurró Meme. Y el nombre le quedó al pozón, que siempre guarda tesoros incomparables en sus aguas color turquesa.
Estancia Arroyo Verde. RP 63, a 7 km de Confluencia, Parque Nacional Nahuel Huapi. T: (11) 4801-7448. +54 9 11 3199-3755. La estancia abre desde el 1º de noviembre hasta el 1º de mayo. No reciben niños menores de 12 años. No se admiten mascotas.
Fuente: La Nación