«La enorme extensión de la Antártida parece envolverlo todo: misterios sin resolver, amores, peleas, muertes e historias de superación personal. Tras una exhaustiva investigación, este libro recupera las grandes epopeyas y también las pequeñas vivencias de quienes se animaron a habitar un territorio tan misterioso como encantador”, se lee en la contratapa de Antártida. Historias desconocidas e increíbles del continente blanco (Ediciones B) de Agustina Larrea y Tomás Balmaceda, un libro que recorre los secretos de ese continente ajeno a la lógica del mundo: “La Antártida se resiste a la globalización mostrando una irreductibilidad única: nada se le parece. Su resistencia a ser asimilada es total, ya que ni siquiera las brújulas funcionan”, aseguran.
Además de recorrer la historia de este confín del mundo, el libro de Larrea y Balmaceda pone la mirada sobre las expedicionarias, que no solo existieron sino que se caracterizaron por sus hazañas: “Durante años, todo lo que se escribió sobre la Antártida omitió, invisibilizó o directamente borró a las mujeres. Sin embargo, allí estuvieron y fueron muchas”, advierten. Además, reconstruyen la primera expedición argentina que, a tono con la identidad nacional, se hizo modestamente: “Hernán Pujato fue quien trazó el primer plan concreto de exploración y de investigación en el terreno y quien a finales de la década de 1940 le presentó al presidente Juan Domingo Perón un proyecto. Con escasos recursos, que puso de su bolsillo, viajó a Groenlandia, a los Estados Unidos y hasta a Canadá para capacitarse y conseguir materiales para la primera expedición científica argentina, que finalmente zarpó del puerto de Buenos Aires en 1951. A diferencia de las misiones de este tipo de otros países, la nuestra fue una pequeña expedición que usó una embarcación humilde”.
De Morón a la Antártida: la transmisión en vivo que unió a los continentes con recetas, curiosidades y amor por la gastronomía. En comunicación con la Base Antártica Esperanza.
Así, el texto de Balmaceda y Larrea explora esa tierra de paz y concordia, en la que están prohibidos el uso de armas nucleares y todas las actividades de carácter militar, pero que afecta a sus visitantes con el síndrome de la “locura antártida” y aún se hace preguntas sobre su soberanía y, en este diálogo con Ñ, concluyen que “la Antártida es el continente del futuro”.
–Ustedes explican en el libro que en la Antártida no existe idioma oficial, ni religión, ni bandera, y que no tiene moneda. ¿Cómo es vivir allí donde no hay nada para comprar ni nada para vender, no hay cloacas y todo lo cotidiano parece difícil?
–Tomás Balmaceda: En un mundo que está cada vez más homogeneizado y en el que las experiencias parecen repetirse (podés tomar el mismo café en el Starbucks de Tokio o en el de San Telmo), la Antártida se resiste a la globalización mostrando una irreductibilidad única: nada se le parece. Su resistencia a ser asimilada es total, ya que ni siquiera las brújulas funcionan. Con estaciones del año que tienen luz u oscuridad total durante 24 horas y condiciones de vida muy hostiles, es un espacio único que nos cautivó porque para aquellos que la visitan y pasan varios meses allí representa un cambio radical que termina siendo transformador. Como nos dijo en una entrevista el general Jorge Leal, un héroe antártico argentino: “Nadie vuelve a la Antártida tal como llegó”.
–¿Qué es el síndrome de invierno y cómo se hace para sobrevivir a él?
–Balmaceda: La experiencia antártica es tan movilizante y distinta para las personas que la atraviesan que muchas veces se enfrentan a situaciones inesperadas. Durante la Expedición Antártica Belga –que se considera la más problemática debido a choques, roturas, tormentas, epidemias, pérdidas de equipo, muertes, confusión de mapas– un grupo de hombres vivió nueve meses en la Antártida sin los víveres ni los elementos necesarios para tal odisea pero, sobre todo, sin la preparación psicológica para enfrentar largas semanas sin luz y sin comodidades. La traumática experiencia fue registrada por el médico de la expedición, Frederick Cook. La descripción del “síndrome de invierno” que hizo hace 120 años no corresponde a ningún síndrome o enfermedad que se conozca hoy pero recuerda al “trastorno afectivo estacional” (SAD, por sus siglas en inglés), una condición en la cual la persona siente una depresión de moderada a severa, tiene demasiado sueño, se vuelve menos sociable y tiene un mayor deseo de alimentos cargados de carbohidratos. Durante casi todo el siglo XX, psicólogos y profesionales de la salud mental explicaron que vivir en situaciones tan arduas como las de la Antártida podían ser suficientes como para dar lugar a trastornos específicos e intentaron describir una dolencia específica, que de manera corriente se llamaba “fiebre blanca” o “locura antártica”. Sin embargo, tras largos estudios, el tiempo demostró que pasar una invernada cerca del Polo Sur no es la experiencia uniformemente angustiante que se temía. Cada persona tiene sus propias experiencias entre los hielos y no es sencillo sistematizarlas o volverlas homogéneas.
–¿Qué se sabe de las primeras mujeres expedicionarias? Ustedes recuperan la historia de algunas que se vistieron de varones para poder llegar hasta allí.
–Balmaceda: Durante años, todo lo que se escribió sobre la Antártida omitió, invisibilizó o directamente borró a las mujeres que habían participado de las grandes hazañas. Sin embargo, allí estuvieron y fueron muchas. Pioneras, aventureras, osadas, supieron romper moldes. Y lo hicieron de maneras muy diversas. La danesa Caroline Mikkelsen se convirtió en la primera mujer en pisar tierras del continente antártico en febrero de 1935. En el invierno del año anterior, esta exploradora con doble nacionalidad (danesa y noruega) y su marido, el capitán noruego Klarius Mikkelsen, se habían embarcado en el buque M/S Thorshavn con el objetivo de encontrar nuevas tierras antárticas para anexar a ese país. Luego de meses de travesía, lo lograron y Mikkelsen izó la bandera noruega y colaboró en la elaboración de un pequeño monumento de piedra conmemorativo.
Fotografía cedida por investigadores de la Capilla Nuestra Señora de las Nieves, ubicada en una serie de túneles excavados bajo el hielo en la base Belgrano II. EFE/ Daniel Vigo /SOLO USO EDITORIAL/NO VENTAS
–¿Cómo fue la expedición de Hernán Pujato, encargado de la primera misión científica a la Antártida Continental Argentina y cómo fue su relación con Juan Perón?
–Agustina Larrea: Hernán Pujato fue quien trazó el primer plan concreto de exploración y de investigación en el terreno y quien a finales de la década de 1940 le presentó al presidente Juan Domingo Perón un proyecto de trabajo en esa región, que incluía la instalación de bases de investigación, la creación del Instituto Antártico que continúa hasta la actualidad y hasta un plan de viviendas para establecer familias en esas tierras. Con escasos recursos, que puso de su bolsillo, viajó a Groenlandia, a los Estados Unidos y hasta a Canadá para capacitarse y conseguir materiales para la primera expedición científica argentina, que finalmente zarpó del puerto de Buenos Aires en 1951. A diferencia de las misiones de este tipo de otros países, la nuestra fue una pequeña expedición que usó una embarcación humilde. Ocurría que los colegas de Pujato no tenían mucha fe en su plan y el propio Perón tenía sus dudas. Sin embargo, el presidente después se convenció de la importancia de hacer pie en el continente antártico, fue al puerto de Buenos Aires cuando zarparon y hasta siguió con entusiasmo la misión, que finalmente llegó a fundar la Base San Martín, en la bahía Margarita, el primer asentamiento humano al sur del Círculo Polar Antártico y la primera base científica argentina en el territorio continental antártico.
–¿Qué consecuencias tiene para ese continente el cambio climático?
–Larrea: Los científicos vienen registrando un calentamiento gradual, significativo y constante a lo largo de toda la península Antártica y esa es la zona que está aumentando su temperatura más rápido que en cualquier otro lugar del hemisferio sur. En este sentido, el impacto más marcado es la retirada abrupta de las plataformas de hielo, que han reducido su tamaño original, se han derrumbado o directamente desaparecieron. Bajo el agua, el calentamiento impacta en todos los animales oceánicos, desde pingüinos hasta invertebrados. Apenas una leve modificación del océano puede afectar la capacidad de estos últimos para llevar a cabo funciones críticas para su supervivencia, por lo que un calentamiento de tan solo 2 grados de las aguas alrededor de la Antártida podría causar la eliminación de varias especies submarinas.
Fotografía de archivo fechada el 19 de enero de 2020 que muestra un atardecer en la Base Científica Antártica Artigas (BCAA), en la Isla Rey Jorge (Antártida). EFE/ Federico Anfitti
–Por último, ¿de quién es la Antártida?
–Larrea: Cuando a mediados del siglo XIX los Estados modernos se fueron consolidando o encontrando su propia identidad, estas tierras simplemente no existían para el resto del mundo o eran, en el mejor de los casos, apenas un mito. Pero esto no significa que no esté en el centro de reclamos territoriales que atravesaron el siglo XX y sus vicisitudes, además de una serie de enfrentamientos diplomáticos que terminaron resolviéndose de la manera más original, inesperada y eficiente, con el Tratado Antártico como gran protagonista. Se trata de un acuerdo firmado en 1959 y considerado por muchos como el pacto internacional más exitoso jamás logrado, que entró en vigencia en 1961. A las doce naciones originarias del Tratado, que incluye obviamente a la Argentina, se han unido 36 países adicionales, 28 de los cuales tienen programas activos de investigación científica en la Antártida. Todas las decisiones entre las partes se toman por consenso en sus reuniones anuales, lo que asegura que todos los países estén totalmente alineados sobre cómo gestionar la región. Los lineamientos generales señalan que la Antártida es una tierra de paz y de investigación científica, donde queda prohibido el uso de armas nucleares, aunque sea para pruebas, y la eliminación de cualquier desecho radiactivo en la Antártida. Además, no están permitidas las actividades de carácter militar que no tengan fines científicos o pacíficos. Por todo esto, que parece tan innovador en términos de diálogo entre naciones, nosotros sostenemos que la Antártida es el continente del futuro.
Fuente: Clarín