iajarse todo, aprovechar cada minuto y vivir nuevas experiencias es el mantra de los trotamundos pospadémicos, alentados ahora por la certeza de que nada es para siempre. Atentos a esa demanda, desde hace unos años la industria de la hospitalidad inventa propuestas y programas cada vez más originales, haciendo accesibles sitios y modalidades de hospedaje antes impensados. Por ejemplo, así fue como la casa en Venecia donde supuestamente vivió la romántica Julieta abrió para que los usuarios de Airbnb disfrutaran de la magia de la literatura, además de las comodidades del lugar. Ahora los miembros de esta plataforma podrán alojarse en un dormitorio secreto y oculto en el antiguo molino de viento que corona el mítico Moulin Rouge de Paris, el cabaret más famoso de Francia, quizá del mundo. Y todo por la módica suma de un euro la noche….
Dormir, o algo parecido, en ese ambiente lujurioso y pecador podría ser el sueño de cualquier pareja de enamorados. Ubicado en la terraza del edificio, abrirá temporalmente sus puertas para recibir huéspedes y transportarlos hacia finales del siglo XIX, cuando comenzaba la belle époque o el período más bello de la historia de Europa, recuerdan los libros. De forma circular y algo pequeño -según se observa en las imágenes de Instagram- el cuarto evoca la estética de entonces con sus cortinas de terciopelo, tocador y cama con baldaquino recreada por Jean-Claude Yon, historiador francés especializado en el siglo XIX. La terraza privada también fue acondicionada para apreciar las vistas magníficas de la ciudad. A la estadía se suman entradas para la cena show y un recorrido por las bambalinas del french cancande la mano de Claudine Van Den Bergh, bailarina del electo estable y anfitriona de la experiencia. “Asistir a un espectáculo en el Moulin Rouge ofrece una huida de lo cotidiano y una increíble inmersión en el glamour y la grandeza del music hall francés. El interior transportará a los invitados a la época de la que surgió este cabaret atemporal” decía a los medios invitados. “En tiempos de la belle époque florecieron la cultura y las artes francesas y ningún lugar es más icónico de ese período que el Moulin Rouge. Esta habitación secreta dentro del molino de viento intenta llevar al visitante a un viaje en el tiempo, permitiéndole experimentar la capital de las artes y los placeres en ese momento de la historia” agregaba Yon.
Monumento histórico
Dos monumentos determinantes para la postal parisina surgieron en 1889: la Torre Eiffel y el Moulin Rouge. Este último fue iniciativa del visionario Josep Oller, hijo de un próspero empresario textil de origen catalán que apostó a inaugurar otra sala de espectáculos convencido de que pronto la ciudad se convertiría en polo de atracción gracias a la Exposición Universal.
Sin dudarlo compró un lote en el 82 del Boulevard de Clichy, pleno barrio rojo de Pigalle – al pie de Montmartre o monte de los mártires – con la intención de fundar un salón nocturno a la vez refinado y decadente donde pudieran convivir todas las clases sociales, en especial la burguesía, ávida de explorar el joie de vivre. Mandó a reciclar la arquitectura original del edificio, pintó de rojo e iluminó la fachada con luces parpadeantes y agregó un molino en el techo rememorando los que existieron en esa zona rural de Montmartre, antes de ser anexada a la ciudad. Oller encargó la decoración interior al pintor Adolphe Léon Willette, autor de otros bares y antros elegantes del barrio. El lugar destacó enseguida por su gran pista de baile con piso de parqué, paredes pintadas de rojo y otras revestidas con espejos biselados que multiplicaban los destellos de las luminarias a gas con forma de globo, dotando al espacio de una sensualidad que luego sería por definición el ADN de un cabaret.
El punto de mayor atracción quedaba en el patio trasero: un gigantesco elefantede escayola que había rescatado Willette de la Exposición Universal. Como la figura era hueca, colocó una escalera caracol en una de las patas y montó un escenario en la panza del paquidermo donde, por un dinero extra, los caballeros podían disfrutar de unas odaliscas bailando la danza del vientre. Eran los tiempos del pintor Toulouse Lautrec, del opio, la absenta y la pasión sin límites, ingredientes que contribuyeron a su mito, decía un artículo a propósito de los 133 años. “Estamos en el París fin de siècle. Hace casi dos décadas, desde la guerra contra Prusia, que Francia vive en paz. Es un período optimista, marcado por la consolidación de la Tercera República, el crecimiento económico, la expansión imperialista, el desarrollo científico, el esplendor cultural y el avance del laicismo. Una época de progreso y prosperidad para una clase social, la burguesía industrial, cada vez más poblada y con mayor poder económico e influencia política. Pero la época no era precisamente belle para la clase obrera. El proletariado sufría unas penosas condiciones, con sueldos miserables y jornadas de trabajo extenuantes” agregaba la crónica.
El emprendimiento de Oller mutó a través de las décadas, hasta que cerró durante la Primera Guerra Mundial. Luego fue devorado por un incendio y reconstruido en 1921, cuando fue protagonista de los “locos años veinte”. En la década de los cincuenta revivió bajo el formato de cena con espectáculo, espectáculos que serían inolvidables gracias a estrellas como Ella Fitzgerald, Liza Minelli, Édith Piaf y Frank Sinatra, además de las bailarinas Yvette Guilbert, Jane Avril y Josephine Baker. Durante la pandemia, lógicamente, estuvo cerrado.
Todo esto…. por un euro la noche. Airbnb ya lo ofrece en sus redes y en su sitio, pero el cupo es limitado.
Fuente: La Nación