“Fui a ver el espectáculo un par de días antes el estreno. La platea obviamente estaba vacía, éramos apenas cuatro o cinco personas, todos implicados en esa aventura –inmortaliza Yasmina Reza la primera representación parisina de Art, en octubre de 1994, en la Comédie des Champs-Elysées, donde permaneció en cartel 18 meses–. Los actores estaban maravillosos. Tengo muchos recuerdos de aquella primera producción en París, y uno en particular es muy interesante. Actuaban la obra con austeridad, sin buscar nunca hacer reír, y eso era exactamente lo que había que hacer. Cuando terminó, les dije: ‘Es excelente y sensible, pero puede ser que a la gente no le guste’. Cuando empezaron las funciones con público, la gente se reía tanto que no se llegaba a escuchar lo que decían los actores. Yo estaba devastada: la obra me resultaba irreconocible”.
Aquella experiencia “devastadora” se repitió en cada lugar donde se estrenó. La historia convertida ya en leyenda dice que después de asistir al estreno de Art en el Wyndham’s Theatre de Londres, en octubre de 1996, Reza se volvió hacia al dramaturgo y traductor Christopher Hampton y le preguntó: “¿Qué has hecho?”. En Francia no se habían reído tanto.
La risa que provoca Art no tiene fronteras y se hace eco en la calle Corrientes. Con localidades agotadas, Pablo Echarri, Fernán Mirás y Mike Amigorena suben al escenario del Multitabaris para poner el cuerpo a los protagonistas de la pieza que en 1998 sacudió la taquilla local con Ricardo Darín, Germán Palacios y Oscar Martínez como protagonistas. Tras doce años en cartel y superar el millón de espectadores, Darín y Palacios, los mismos que en 2010 se despidieron de los personajes, se colocaron del otro lado; hoy, son los directores de la puesta que vuelve a indagar en los afectos, en la tolerancia e intolerancia y en los códigos de la amistad, y a preguntar en voz alta: ¿eres quien crees que eres o eres quien tus amigos creen que eres?
“Mi amigo Sergio se ha comprado un cuadro –cuenta Marcos (en la piel de Pablo Echarri)–. Es una tela de aproximadamente un metro sesenta por un metro veinte, pintada de blanco. El fondo es blanco… y si entornamos un poco los ojos, podemos percibir unas finísimas líneas blancas transversales. Mi amigo Sergio es amigo mío desde hace tiempo. Es un muchacho que ha triunfado, es médico dermatólogo y ama el arte. El lunes fui a ver el cuadro que Sergio había adquirido el sábado, pero que ya codiciaba desde hacía varios meses. Un cuadro blanco con unas líneas blancas”.
-En diferentes oportunidades usted reflexionó sobre el poder de la risa y aseguró que esta es “capaz de cambiar la forma en que se ve una obra”. Llegó a decir que “la risa es muy peligrosa”. ¿Somos capaces de reconocer las tragedias y reírnos de ellas?
-La risa no es peligrosa en sí misma. Estoy totalmente a favor de la risa como herramienta vital. Me parece que absolutamente todo lo que he escrito puede prestarse a la risa de una manera o de otra. Pero la risa no debe servir para enmascarar la profundidad o el drama, y lamentablemente eso es lo que pasa cuando la risa se vuelve mecánica o cuando los actores se proponen hacer reír a la gente. Mi escritura es graciosa precisamente porque solo busca la verdad, y no la caricatura. Es la vida misma expuesta en su versión más cruda, y eso a veces es gracioso. Gracioso, trágico o conmovedor.
Yasmina Reza, responde las preguntas por e-mail, descarta algunas y otras simplemente resultan lacónicas, esquivas, como si fuese una muestra de su eterno padecer ante cada entrevista, a las que considera un “suplicio”. Traducida a más de 40 lenguas, la autora nacida en Francia en 1959, hija de inmigrantes judíos, es la dramaturga contemporánea más representada en el mundo.
-Muchas de sus obras teatrales suelen enmarcarlas en la comedia, aunque usted prefiere correrlas de esa etiqueta.
-No soy yo quien les pone ese título…
-¿Qué opinión le merece la repercusión de Art en el mundo, pieza considerada “fenómeno cultural”?
-Hoy ese término es usado para cualquier cosa, y la verdad que no sé lo que significa.
-Art fue acogida con gran éxito en los más diversos escenarios. ¿Tuvo oportunidad de ver la primera adaptación que se hizo en Argentina? ¿Qué sabe de esta nueva puesta que tiene como directores a dos de los actores que la interpretaron en aquella ocasión?
-Vi la primera producción argentina con Ricardo Darín y Germán Palacios durante su gira por España. Formidable, tengo un excelente recuerdo.
-En Francia, la obra fue acusada de “reaccionaria”. ¿Cambió está mirada?
-Algunos medios franceses vieron en el estreno de Art un ataque contra el arte contemporáneo. Es una estupidez. La obra trata del quiebre de una amistad y expone los distintos puntos de vista de tres personajes. La palabra “reaccionario” es especialmente inapropiada si pensamos que, en aquella época, el arte oficial francés apoyaba de manera casi totalitaria la creación contemporánea.
“Mi amigo Marcos, que es un muchacho inteligente, un muchacho al que aprecio desde hace tiempo, ingeniero aeronáutico, muy bien situado, forma parte de esos nuevos intelectuales que no se contentan solo con ser enemigos de la modernidad, sino que además se enorgullecen de ello –reflexiona Sergio (en el cuerpo de Mike Amigorena)–. Desde hace poco existe, entre los nostálgicos de los felices viejos tiempos, una arrogancia que lo deja a uno estupefacto”.
-En Art sentó varios de los tópicos que luego desarrolló en otras de sus piezas. Sus personajes suelen perder el control. Aquí son tres amigos capaces de discutir brutalmente hasta el punto de preguntarse cómo se hicieron amigos y por qué continúa siéndolo. En sus textos, como en Un dios salvaje, su sátira sobre la clase media, el matrimonio y el exceso de corrección política, se ve la transformación de las dos parejas protagonistas. En ambas obras aparece la necesidad de buscar la aprobación en los demás.
-Nadie que no tenga vocación de ermitaño puede prescindir de los demás. Nos construimos en la mirada de los otros. El otro, los otros son la materia de nuestros deseos y de nuestras conversaciones. Y, por supuesto, también son la materia de nuestras pasiones. Mis personajes suelen perder el control, porque creo profundamente que en gran medida nos gobiernan los nervios, más que el cerebro racional.
“¡¿Por qué vernos, si nos odiamos?! ¡Nos odiamos, está claro! –expone Iván (Fernán Mirás, en la puesta actual), el derrumbe de la amistad– (…) Yo estaba dispuesto a pasar una velada relajada después de una semana de preocupaciones absurdas, reencontrar a mis dos mejores amigos, ir al cine, reír, desdramatizar”.
Al igual que Art, Un Dios salvaje tuvo su versión teatral en la calle Corrientes. Se estrenó en 2010, dirigida por Javier Daulte y protagonizada por Florencia Peña, María Onetto, Gabriel Goity y Fernán Mirás. Dos años más tarde, en los cines se estrenó la versión dirigida por Román Polanski, con Jodie Foster, Kate Winslet, Christoph Waltz y John C. Reilly. La adaptación contó con guion de la propia Reza y Polanski. En aquella oportunidad, la dramaturga respondió firmemente que no tuvo escrúpulos en trabajar con el cineasta franco-polaco (hace referencia a la acusación que enfrenta, con orden internacional de arresto emitida por Estados Unidos, por violar a una menor en 1977): “Nos llevamos muy bien escribiendo juntos. Somos idénticos. No discutimos ‘el significado’; discutimos ‘el instinto’. No, no tengo escrúpulos”, afirmó, y recordó que conoció a Polanski a fines de los años 80, cuando él le pidió que tradujera la puesta teatral de La metamorfosis, de Franz Kafka.
-Su relación profesional y su amistad con Roman Polanski fue criticada por diferentes movimientos. ¿Qué opinión le merecen estas críticas y el debate generado por la cancelación de obras y autores?
-Soy amiga de Roman Polanski y lo defiendo como amigo y como cineasta. En general, no soy muy partidaria de los tribunales populares…
El nombre de Reza no figura en la larga lista de intelectuales, personalidades de diversas áreas que se sumaron a las denuncias conocidas en el mundo como #metoo ni las que se encararon en Francia como #balancetonporc (delata a tu cerdo). Tampoco aparece entre las firmas que dieron a conocer la polémica solicitada “libertad de importunar” en el diario Le Monde, que tuvo a la actriz Catherine Deneuve como el rostro más visible. “Soy escritora, y en mis textos pongo mis contradicciones, mis puntos de vista –explicó en reiteradas oportunidades–. No soy socióloga ni ensayista, ni filósofa, ni pensadora. Soy escritora”.
-En sus textos hay una visión trágica de la vida, feroz, como si no tuviera fe en la humanidad. En tiempos de Covid-19,¿esta mirada cedió o se profundizó?
-Yo no hago una lectura sociológica del mundo y por lo tanto, no sabría responder a esta última pregunta. Es cierto que en mis textos lo trágico y lo absurdo son predominantes, y eso siempre fue así. No busco embellecer al hombre, ni mostrarlo mejor de lo que es: yo busco la verdad. Y creo que, en la literatura, la verdad o, en todo caso, eso que podemos reconocer como algo vivido y familiar, es una forma de consuelo.
-En sus inicios encontró en los personajes masculinos las voces para exponer su mirada, las contradicciones de la vida misma; con el tiempo ese protagonismo se lo dio a personajes femeninos. ¿Cómo fue ese recorrido? ¿A qué se debió el cambio?
-Sí, es cierto. Durante mucho tiempo me escondí detrás de personajes masculinos. Tenían que ser hombres: no podía ser yo. Porque así disfrazada podía avanzar y encontrar un espacio de gran libertad. Y mientras tanto, mejoraba. Pero también sé esconderme detrás de personajes femeninos que me da mucho placer inventar.
“Estaba aburrida de mi marido –dice la protagonista de Anne-Marie la Beauté, la novela corta en la que Reza ofrece, en esta especie de monólogo, una profunda reflexión sobre el envejecimiento, el destino, el tiempo que se acaba, la soledad–. Pero ya sabes, el aburrimiento es parte del amor”.
-En Anne-Marie la Beauté sobrevuela una profunda sensación de angustia, de una vida fallida. Me atrevo a preguntarle: ¿se sintió alguna vez así?
-La sensación de haber tenido una vida exitosa o fallida es muy frágil, cambiante como el viento o las nubes. Tal vez esto no signifique nada.
En este monólogo, Yasmina Reza da voz a una actriz atormentada por sus recuerdos. Celebrada en Francia como una tierna oda al teatro y a aquellas estrellas que se apagan, Anne-Marie la Beauté se estrenó en marzo de 2020 en el Théâtre national de La Colline, interpretada por un André Marcon travestido.
-Todo lo que escribe parece estar atravesado por el teatro, como si fuera parte de su ADN. ¿Es así?
-Sí, sin duda.
No es casual que así sea. Reza estudió interpretación en la escuela Jacques Lecoq de París y participó como actriz de varias obras. “Pero siempre supe que no sería mi profesión –confesó en una entrevista publicada en el diario El País, de España, en 2014–. Entendí que era un oficio que siempre me haría infeliz. Ser actor implica mantenerte a la espera de que alguien te llame y obligarte a agradar a todo el mundo cada cinco minutos. Me parecía imposible vivir así. Decidí cambiar de ruta”.
El dramaturgo, guionista, novelista estadounidense David Ives destacó en American Theatre Magazine que Yasmina Reza “escribe para los actores” y que claramente su experiencia en el escenario se refleja en los textos. “Sus obras se hacen porque los actores quieren hacerlas –aseguró Ives, traductor de varias de las piezas de la autora francesa–. Ofrece frases picantes, monólogos crujientes”.
En 1987, escribió su primera obra, Conversaciones después de un entierro (en Argentina la protagonizaron Alejandro Awada, Marta Bianchi, Héctor Giovine, Natalia Lobo, Federico Olivera y Carina Zampini), pieza que le valió nada menos que el prestigioso Premio Moliére. “Sabía que era buena en eso”, reconoció en una ocasión la autora que diez años después se animó a correrse de ese lugar seguro y publicar una agridulce novela: Hammerklavier (el nombre hace referencia al adagio de Beethoven), un libro que considera “muy autobiográfico” y en el que no deja de lado su adn teatral.
-Su primera vez en Buenos Aires, fue como actriz. En 1983 interpretó, en el San Martín, La trampa de Medusa, la única pieza teatral que escribió Erik Satie. ¿Qué recuerda de aquella experiencia?
-¡Qué increíble que se acuerden de eso! ¡Yo tenía un pánico escénico terrible! Cuando el público entraba a la sala yo ya estaba en el escenario sentada frente al piano. Y me tenía que quedar inmóvil durante 20 minutos, mientras la enorme sala del San Martín se iba llenando. A continuación, levantaba un brazo, otro actor me entregaba una partitura y yo interpretaba en el piano la Gnossiènne de Erik Satie… Es uno de los momentos de pánico escénico más fuertes que recuerdo, pero tuvimos mucho éxito.
-Su regreso a la ciudad fue mucho tiempo después, en 2018, ya como autora, como una de las invitadas destacadas, junto con Paul Auster y John M. Coetzee, de la 44ª Feria del Libro de Buenos Aires.
-Cuando volví a Buenos Aires, treinta años después, me impresionó el cambio de la ciudad, y la encontré menos verde, más caótica. Pero no sé si la ciudad había cambiado realmente o eran mis recuerdos que habían inventado otro paisaje mental. Qué tema interesante, ¿no? ¿Quién cambia?
“Felices los felices. Felices los amados y los amantes y los que pueden prescindir del amor”, escribió Jorge Luis Borges en Fragmentos de un evangelio apócrifo, y Yasmina Reza encontró en ese poema el título de su novela: Felices los felices, que entre lo dramático y lo grotesco se mete de manera punzante con el amor, la amistad, el matrimonio, la vida y la muerte.
-Felices los felices no solo debe su título a Borges, uno de los personajes recuerda el poema 1964: “Ya no es mágico el mundo. Te han dejado”, y también lo cita en El hombre inesperado. ¿Qué importancia tiene Borges para usted?
-Soy gran admiradora de Borges, lo considero uno de los más grandes escritores del siglo XX.
-¿Qué obra del autor considera fundamental?
-A una isla desierta me llevaría su poesía completa, sin dudarlo.
-En El hombre inesperado (aquí subió a escena con las actuaciones de Luis Brandoni y Betiana Blum, y dirección de Luis Romero), un novelista describe a sus primeras obras lejanas, tan lejanas que bien podrían ser de otra persona. ¿Le pasó a usted?
-Sí, me pasa todo el tiempo.
-¿Siente a Art como propia?
-De hecho, hoy por hoy me cuesta mucho responder preguntas sobre Art.
-¿Intentó alguna vez editar, cambiar algo de sus obras, sobre todo en aquellas que siguen representándose en el mundo?
-En determinado momento de mi vida, cambié de editorial en Francia. Mi nuevo editor me propuso reeditar todas mis viejas obras. Me dije: ‘¡Genial! Es la oportunidad de corregir todo lo que no me gusta’. Pero eso se reveló como una tarea imposible. La lógica interna de las obras es muy fuerte, y el menor cambio hace tambalear todo ese equilibrio. En rigor, la única corrección que uno puede hacer es seguir cortando. De hecho, ¡me encanta cortar!
-En una oportunidad mencionó que el austríaco Thomas Bernhard era “probablemente el escritor con el que se sentía más cercana en términos de visión del mundo”. ¿Aún comparte esa visión?
-Thomas Bernhard tiene una visión más drásticamente sombría del mundo. Y también cultiva una suerte de misantropía –por no decir de misoginia– que no comparto para nada. Pero me gusta su humor, su malicia, su costado obsesivo, y me gusta su radicalidad injusta. De hecho, me siento afín a su temperamento.
-Siempre se recalcó la musicalidad en sus textos, lo que la llevó a estar muy atenta a las traducciones de sus piezas teatrales. ¿Qué opinión le merece la reciente traducción al español latino que realizó, en esta oportunidad, Gonzalo Garcés?
-Valoro mucho que noten la musicalidad, porque yo siempre sentí que escribo “para la oreja”. Conozco al nuevo traductor de Art, Gonzalo Garcés, un hombre brillante y refinado, también gran amante de Borges [fue Garcés quien moderó el encuentro El arte de escribir teatro, diálogo que mantuvieron Reza y Oscar Martínez en el Centro Cultural San Martín, y el que realizó la entrevista pública en la Sala José Hernández, en el marco de la Feria del Libro).
-En 2009 dirigió Chicas, su primera y única película. Los protagonistas de aquella historia fueron Carmen Maura, Emmanuelle Seigner, Valérie Dréville y André Dussollier. ¿Quedó conforme con el film? ¿Tiene pensado volver a ponerse detrás de cámara?
-Dirigir esa película me hizo muy feliz. Y la quiero mucho, con todos sus defectos y sus cualidades. Nunca sentí demasiada diferencia entre escribir para el teatro, o escribir una novela, o dirigir una obra sobre el escenario… Para mí, todo eso forma parte de una misma puesta en marcha: la de crear mundos que antes no existían.
“Es extraño querer a cualquier precio, al precio de las más grandes renuncias, algo que ya no emociona y que has dejado de amar. Abandonado por las formas vitales, queda el querer. El querer como residuo. Tan poderoso, no obstante”, describe Reza en El alba la tarde o la noche, libro en el que la autora se convirtió en la sombra de Nicolas Sarkozy durante la campaña presidencial de 2007. “Este se parece mucho a mis otros textos en miles de aspectos –responde a través del correo electrónico–. Los mismos temas, la misma búsqueda de sentido, la misma contemplación de lo absurdo. No es en absoluto un libro político, sino el retrato existencial de un hombre que aspira a una única función”.
-Antes de Sarkozy frecuentó a otros políticos, lo que la llevó a trazar cierto paralelismo con los actores: “Tienen en común el deseo de vivir en levitación, justo por encima de la vida real”.
-El acercamiento con los actores siempre me parece pertinente, pero tengo mucho cuidado de no generalizar sobre los “hombres políticos”.
-¿Alguna vez perdió la confianza en su escritura?
-Todos los días.
Fuente: La Nación