Misty Copeland tuvo varios momentos en su vida en los que su sueño de dedicarse al ballet parecía desvanecerse. Pero como cantaba su ídola de la adolescencia, Mariah Carey, en la balada «Hero», encontró la fuerza necesaria para seguir adelante y ser la heroína de su propia historia.
Desde la forma en la que descubrió la danza a la tardía edad de 13 años hasta los numerosos obstáculos que tuvo que superar para convertirse en una de las bailarinas clásicas más famosas y admiradas del mundo hoy, aun fuera de los escenarios, la de Copeland es una historia que podría haber sido escrita por un guionista de Hollywood. Cada punto de giro en el recorrido de su vida y su carrera parece impuesto por un narrador que está probando la resistencia de su protagonista. Por cada avance, hay un momento en el que todo parece perdido. Así se forjó una soñadora que terminó rompiendo barreras cuando se convirtió en la primera mujer afroamericana en ser primera bailarina de una compañía de ballet internacional de elite, el American Ballet Theatre (ABT) de Nueva York.
Consagrada y convertida en una estrella, llegó esta semana a Buenos Aires para presentarse en La Sylphide junto con Herman Cornejo, compañero en el ABT. Copeland y el bailarín argentino harán dos funciones de este clásico romántico en versión coreográfica de Pierre Lacotte, que el Ballet Estable del Teatro Colón estrenará antes, con reparto de la casa (ver aparte).
«Hice La Sylphide con el ABT, pero es un solo acto, muy distinta -dice Copeland durante una charla con LA NACION, en un descanso de los ensayos-. Así que es todo nuevo. Y difícil. Tengo cuatro días para aprender el ballet. Es mucho, pero yo tiendo a abarcar mucho». Su risa inunda el camarín y lo seguirá haciendo en cada respuesta. También cuando recuerda los momentos más difíciles y los prejuicios que tuvo que enfrentar hasta convertirse en un modelo para las niñas que la ven en los ballets, y también en una película de Disney (El cascanueces y los cuatro reinos) o plasmada en una muñeca Barbie hecha a su imagen y semejanza.
La bailarina, de 36 años, sabe bien lo que es ser joven y tener referentes: «Paloma Herrera era mi ídola cuando era chica -dice sobre la directora del Ballet del Colón-, junto con Mariah Carey. Ellas dos estaban en la pared de mi cuarto como en un altar. Empecé a bailar por la música y en mi casa no se escuchaba música clásica. Cuando comencé ballet, Paloma era todo. Después la conocí y bailé con ella en la compañía durante 15 años, algo que nunca me hubiese imaginado. Nos hicimos amigas y fue una gran mentora para mí, en especial hacia el final de su carrera. Hace un par de años me contacté con ella para pedirle consejo para hacer cosas que fueran desafiantes para mí y que también me satisficieran. Así que fue su idea traerme acá, porque le pareció que era una buena idea que yo hiciera algo fuera de mi zona de confort. Estoy muy honrada de estar en este gran teatro».
-Decís que para vos cada ensayo es como una función.
-Cuando subí a un escenario fue la primera vez que me sentí viva. Así que esa es la forma en la que pienso el ballet. No importa si estoy en una clase, en el estudio o en el escenario: es todo lo mismo. Para mí, siempre fue un escape, especialmente cuando era chica. Es tanto más que dar los pasos que lo puedo hacer mejor cuando son parte de un lenguaje con el que estoy diciendo algo. Por eso me resultan más difíciles los ballets abstractos. Amo las historias, descubrir los personajes y el mundo que habitan. Es mucho más satisfactorio que llevar mi pierna más alto.
-¿Lo que te enganchó del ballet fue que te permitía decir lo que no podías decir de otra forma?
-¡Yo no decía nada, nunca! [risas] Siento que mi mente ni había empezado a desarrollarse realmente hasta que llegué a las clases de ballet. Es mucho más intelectual de lo que la gente supone, usás cada parte de tu ser, no solo tu cuerpo, sino también tu mente. Cuando empecé a bailar crecí en todo sentido. En el transcurso de un año fue como si hubiesen pasado varios. Antes tenía ansiedad y nervios. El ballet me liberó para decir lo que quería decir a través del movimiento.
-¿Cómo te sentiste con la gran recepción que tuvo tu autobiografía Life in Motion?
-Cuando estuvo listo lo leí en la playa mientras estaba de vacaciones con mi marido y fue demasiado para mí. Lloré mucho. Es demasiada exposición, pero una vez que salió fue increíble. Iba a dar charlas y la gente sabía tanto sobre mí, pero, al mismo tiempo, tanta gente tuvo experiencias similares que está bueno que puedan sentirse identificados. Que vean que no tenés que venir de una familia con mucho dinero para poder triunfar en la danza y que está bien ser diferente y fiel a uno mismo. Cuando recién se publicó fue una locura. La gente me mandaba cosas, flores, comida.
-Cuando te fuiste a vivir con tu profesora de danza, Cindy Bradley, para poder seguir estudiando ballet, fue un momento particularmente difícil, ¿cómo lo procesaste siendo tan chica?
-No era como la mayoría de las chicas porque pasé por tantas experiencias y vi tantas cosas. A una edad muy temprana me acostumbré a que nos mudáramos todo el tiempo y vi abusos, tantas cosas… Así que en ese momento pensé que era lo que tenía que hacer para cumplir mi sueño. No me pareció tan loco. Me dio miedo vivir con una familia que no conocía, pero me adapté muy rápido y ellos fueron maravillosos. No era ni siquiera un sacrificio: podía hacer lo que amaba y hasta ese momento no tenía nada que amara hacer y que fuera para mí.
-Después fue más complicado con tu intento de emancipación, tu madre que se opuso, el escrutinio de los medios. ¿Aprendiste a saber cómo manejarte?
-No lo creo. Ese fue el momento más traumático de mi vida. Desde muy chica me siguen los medios, pero eso fue algo por lo que ninguna persona debería pasar. El ballet y la música de Mariah me ayudaron a sobrellevarlo. Son las constantes que me servían para procesar mis emociones. Siempre que pasaba algo traumático en mi vida encontraba un espacio para mí y buscaba canciones cuyas letras me ayudaran a sanar. Ahora es distinto.
-Hay una idea muy interesante que expresaste en varias oportunidades, que cuando empezaste a bailar comenzaste a pensar críticamente.
-En el colegio no estaba aprendiendo nada, tenía buena memoria visual, así que me acordaba de cosas que veía en una página, me sacaba un excelente en el examen y después me olvidaba de todo. En el ballet vos estás a cargo y no podés hacer una prueba y ya está. Tenés que darte cuenta de cómo funciona tu cuerpo, recordar combinaciones, escuchar música y contar frases. Había tanto que entender que fue la primera vez que tuve un desafío semejante. Tenía que pensar mucho. Pero no fue apabullante, cada día quería más.
-Cuando llegaste al ABT empezaste a notar que eras la única mujer afroamericana en la compañía, ¿cuándo hiciste el clic de pensar «acá hay algo mal»?
-Nunca había tenido problemas con eso, me daba cuenta, pero no era un tema. En el Studio solo pensaba en que era una bailarina más y me sentía parte de todo, pero cuando ingresé a la compañía empecé a sentir que me trataban distinto. Algunas personas me decían cosas no negativas, pero que me llamaban la atención. Por ejemplo: «¿Te das cuenta de que si llegás a ser solista vas a ser la primera afroamericana en dos décadas?». Nunca había pensado que no había habido ninguna primera bailarina negra en el ABT. Fueron pasando cosas sutiles. La mayoría de los chicos se rebelan cuando tienen entre 16 y 19, pero yo a los 20 todavía estaba buscando mi identidad como persona y como mujer, así que en vez de rendirme sentí que tenía que luchar y ser una voz que se levantara y discutiera este tema. No hay razón lógica que explique que tenés que ser blanca para dedicarte a esto.
-Hoy, muchísimas niñas te admiran, ¿cómo es eso para vos?
-Eso es todo para mí. Solo ver la diversidad del público en el Metropolitan Opera House es increíble. Es más diverso que nunca y hay muchos chicos y chicas. En esta época lograr que un niño se siente a ver un ballet de tres actos con música clásica y que esté completamente entretenido es genial. Esto les permite soñar que ellos pueden hacer algo así también.
-¿Cuáles fueron los ballets más importantes de tu carrera?
Firebird, por lo que significó en mi carrera. No sería bailarina principal si Alexei Ratmansky no me hubiese elegido para ese rol. Me permitió mostrar de lo que era capaz. Y fue el comienzo del tema de la diversidad en el público del Metropolitan. Después, El lago de los cisnes, porque fue un desafío para mí apartarme de la mirada crítica de la gente. Y Romeo y Julieta, y Manon.
-Tenés una actitud muy particular con las redes sociales: respondés cuando alguien escribe algo con maldad, ¿cómo lográs la paciencia para hacer eso?
-Creo que es mi forma de lidiar con las cosas. Desde chica aprendí a sobrevivir y ahora me parece una pérdida de tiempo sentirme herida por lo que dice alguien que ni conozco. Si veo algo que me parece que tal vez mucha gente piensa, prefiero hacerme cargo y contestar. Nadie debería tomarse las redes sociales con demasiada seriedad, pero puede haber algo para aprender en vez de enojarse o sentirse mal.
7 funciones para una Sylphide
El Ballet del Teatro Colón presentará La Sylphide desde el próximo martes, a las 20. Serán siete presentaciones y cuatro parejas las que se alternarán en los roles protagónicos. Nadia Muzyca y Juan Pablo Ledo realizarán las funciones del 20 y 22 de agosto, y Macarena Giménez y Maximiliano Iglesias, el 21 y 24. Los primeros bailarines invitados del American Ballet Theatre, Misty Copeland y Herman Cornejo, saldrán a escena el viernes 23, a las 20, y el domingo 25, a las 17. Emilia Peredo Aguirre y Facundo Luqui bailarán la última función, el 27. Entradas desde $ 150.
Fuente: María Fernanda Mugica, La Nación