“Lamentamos profundamente despedir a la maestra María Fux. Es muy reciente y estamos conmovidos. Ella, que dejó una huella imborrable en nuestras vidas y en la vida de tantas personas en Argentina y el mundo. Ella nos enseñó que la danza es vida, y así la recordaremos siempre”, se publicó en la cuenta de Instagram @estudiomariafux.
En la comunicación escrita, se señaló: “Enviamos nuestras más sinceras condolencias a sus familiares y seres queridos. Honramos su legado eterno. Descanse en paz querida maestra. Te amamos y te vamos a extrañar siempre”.
Allí también se indicó que “el domingo 6 de agosto a las 11.30 nos encontramos para dar el último adiós danzando en la pérgola del Rosedal”.
Otra danza pública, libre y abierta –entonces en una calle del barrio porteño de Congreso donde funciona su estudio-, había sido la modalidad elegida por Fux para, el 2 de enero del año pasado, celebrar el centenario de su nacimiento.
María Ana Fux nació en el Hospital Rivadavia de Buenos Aires el 2 de enero de 1922, hija de inmigrantes judíos procedentes de Rusia, y es madre del músico y compositor Sergio Aschero, abuela de la cantante Irene Aschero y prima del compositor Mario Litwin. Entre 1962 y 1963 fue maestra de danza de Jorge Donn, previo al viaje consagratorio del bailarín argentino a Europa.
Pionera de la danza moderna y creadora de la danzaterapia en la Argentina y con una amplia actividad en América latina, Estados Unidos, la ex Unión Soviética, Israel y varios países de Europa, recorrió el país con la originalidad de su estilo, danzando tanto en los escenarios del Teatro de Pueblo, el Colón, el San Martín, el Nacional Cervantes, como en lugares a los que nunca había llegado una bailarina, como en las minas de Zapla (Jujuy), Quitilipi y Charata (Chaco).
En 1915, sus abuelos maternos migraron junto a 11 hijos a la Argentina escapando de la persecución a los judíos en Odessa, Ucrania; su madre era la menor de los hermanos. En el camino, cuando estaban en Alemania, tuvo una infección en la rodilla y cuando llegó a Buenos Aires le tuvieron que quitar la rótula debido a una infección.
La familia se estableció en el barrio porteño de Caballito y desde los cinco años María Ana se apasionó por la danza. A los 13 leyó «Mi vida», la autobiografía sin terminar de la bailarina californiana Isadora Duncan (1877-1927), comenzó una búsqueda de una forma de comunicación no verbal mediante su cuerpo y a estudiar con Ekatherina de Galantha, otra exiliada.
Leónidas Barleta, creador y conductor de Teatro del Pueblo, le permitió en 1942 presentarse en ese escenario con «La última hoja», una experiencia que fue cambiando año a año hasta alcanzar las diez temporadas, y en 1953 obtuvo una beca para tomar clases en Nueva York nada menos que con la «étoile» Martha Graham y por ello estuvo siete años sin ver a su hijo Sergio y viviendo en condiciones materiales muy estrechas. Ella misma lo contó en uno de sus libros:
«Un día, al salir de una clase, por fin quedé a solas con la gigantesca, inalcanzable Martha Graham. Fue en el ascensor. Entonces, en mi entrecortado y mal inglés, le supliqué que viera mis danzas. Accedió. Mirando su reloj, dijo que al día siguiente me concedería media hora. Esa fue una noche infernal, revisé in mente cada una de mis danzas y todas me parecían muy pobres. Por fin llegó el momento. Ella me esperaba y yo, con mis discos rayados, comencé a bailar frente a Martha. Ya no me importaba nada, era mi meta (…) Fue pidiéndome más y más, hasta que, después de una hora, yo ya no tenía más que darle y me senté en el suelo. Entonces me dijo: ‘Sos una artista, no busques maestros fuera de vos. No tengas miedo de hacer danzas teatrales, sos actriz. Volvé a la Argentina y no esperes nada de maestros. Tu maestro es la vida».
Al regresar, las dificultades de la hija sordomuda de una de sus amigas la motivaron a desarrollar la danzaterapia para niños, adultos y personas con discapacidad.
Comenzó sus giras artísticas en épocas en las que se ignoraba todo lo que no fuera danza clásica y viajar a otros continentes era una verdadera travesía: fue la primera argentina y la segunda bailarina no clásica después de Isadora Duncan en pisar escenarios de Moscú en 1955.
Sus convicciones y su manera de concebir la danza como camino hacia la plenitud de las potencialidades expresivas que toda persona posee abrieron las fronteras de la disciplina, posibilitando la integración en sus clases y espectáculos a personas con diversidad funcional, etaria, cultural y social.
Hace más de 70 años comenzó a desarrollar el método original de danzaterapia que lleva su nombre y tiene sus orígenes en la creatividad de su arte con la danza.
Realizó innumerables cursos, conferencias y seminarios de formación tanto en la Argentina como en el mundo, invitada por diversas instituciones y organismos dedicados a la salud, la educación, la transformación social, el arte y la cultura; su escuela de formación en el método María Fux tiene filiales en Europa y Brasil.
Publicó nueve libros –»El color es movimiento», «Danza, experiencia de vida» y «Danzaterapia, fragmentos de vida», entre ellos, traducidos a varios idiomas-, fue declarada Ciudadana Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires, recibió la Mención de Honor Senador Domingo Faustino Sarmiento, el Diploma de la Unesco por su labor docente, el reconocimiento de la ONU por su trayectoria, la Medalla del Bicentenario y los premios Gratia Artis, Fondo Nacional de las Artes y el Rosa de Plata del Senado de la Nación.
En su estudio y escuela de formación se capacitan fisioterapeutas, terapeutas ocupacionales, fonoaudiólogos, médicos, profesores de danza y de gimnasia, psicoterapeutas, psicólogos, docentes que trabajan con distintas discapacidades, y docentes especiales.
Siempre llamó la atención la energía y la creatividad de la artista a pesar del paso de los años, quien en marzo de 2010 decidió poner fin a sus presentaciones públicas con su unipersonal «Diálogos con imágenes», que desbordó la sala Solidaridad del Centro Cultural de la Cooperación, aunque un año exacto después insistió con «¿Y ahora qué?».
A modo de resumen de su modo de ver la vida y su oficio, y en ocasión de recibir una condecoración en 2016, Fux propuso: «No se queden sentados mirando cómo el tiempo pasa. ¡Muévanse!».